Un  manual preciso y documentado de cómo diferentes grupos de poder utilizan las instituciones para satisfacer su propia agenda.

Contra el capitalismo clientelar

Sansón Carrasco

Ediciones Península, 2017

Fotolia. Autor: luzitanija

Hablar de la estructura y el funcionamiento de las instituciones de un país como España es una tarea ardua y dolorosa. Supone mirar hacia uno mismo con honestidad y no amilanarse ante lo que se encuentre. Y cuando, además, se toma la determinación de nuestro amigo Sansón Carrasco, nombre en clave para referirse a los editores del blog Hay Derecho, de hacerlo con la fórmula de “seguir el dinero gastado” por esas instituciones, lo único que podemos hacer es quitarnos el sombrero y asumir que los resultados de esa búsqueda no serán plato de buen gusto y mostrarán una realidad de la que nadie quiere hacerse partícipe.

Mustaqh Khan, académico de SOAS, estableció hace ya varios años un marco de análisis tremendamente útil para entender el desarrollo institucional de los países. El, ya famoso, Political settlement framework (Khan 2010), se basa en una lógica simple pero eficaz: las instituciones, como reglas del juego en una sociedad (North 1990), tienen la capacidad de distribuir costes y beneficios a distintos grupos y personas. Cuando ese reparto, sigue la teoría, no refleja la capacidad de ejercer el poder entre estos diferentes grupos, ellos establecen mecanismos de resistencia para frenar la puesta en práctica de dichas instituciones o generan modificaciones que acaben por revertirlas para alinearlas con sus intereses. Siguiendo esta lógica, la arquitectura institucional de los países responderá siempre a las necesidades y dictados de los grupos que más capacidad de influencia tienen sobre ellas. La democracia, como sistema de organización social, otorga a la ciudadanía un arma potente para el ejercicio de este poder, pero, por sí sola, no es suficiente para contrarrestar la fuerza que otros actores tienen para secuestrar las instituciones y utilizarlas en su propio beneficio.

Y con este punto de partida, Contra el capitalismo clientelar es un manual preciso y documentado de cómo diferentes grupos de poder han hecho y hacen uso de las instituciones para satisfacer una agenda propia, generando un flujo sistemático y estructurado de fondos públicos a manos privadas a través de un sinfín de mecanismos y estratagemas en lo que ha venido a llamarse el capitalismo de amiguetes. Como resultado, de acuerdo con la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), agencia regulatoria encargada por velar del buen funcionamiento de los mercados en interés de las empresas y, a veces, de los consumidores, únicamente la corrupción en el marco de la contratación pública nos cuesta a todos los españoles 48.000.000.000 euros (sí, los ceros están correctos, cuarenta y ocho mil millones de euros), un 4,5% del PIB, esto sin contabilizar “las pérdidas de productividad que supone y otras ineficiencias derivadas de la misma”. Pero esto sólo es el principio, las consecuencias van mucho más allá de la pura y dura corrupción.

Cómo crear un mercado a tu medida

Desde las primeras páginas, Sansón Carrasco mete el dedo en la llaga enumerando diferentes casos en los que el servidor público ha antepuesto sus intereses propios frente a los del ciudadano o, en el caso del sector privado, los directivos han favorecido su agenda frente a la de sus accionistas u otros stakeholders (trabajadores, clientes y resto de la sociedad) para generar un ecosistema en el que se socializan las pérdidas y se privatizan los beneficios (tanto en personas individuales dentro del sector público como en el privado).

Los autores ilustran estas medidas con numerosos ejemplos, pero ninguno los representa tan bien como los sectores de la banca y la energía. En ellos se ponen en valor todas las estrategias posibles para diseñar un mercado a su medida: captura del regulador, puertas giratorias, disfunciones en el gobierno corporativo, cooptación de la justicia… Como dato significativo, destacan los 77 ex altos cargos políticos en consejos de administración de empresas del IBEX-35, entre los que se encuentran lo más granado de la política española a nivel nacional y autonómico (Ángel Acebes, José María Aznar, Pío Cabanillas, Felipe González, Pedro Solbes…). Las consecuencias son un aumento desmesurado del precio de la energía al consumidor (justificado en base a un déficit tarifario que oculta una regulación absolutamente favorable a las grandes empresas energéticas) o un mercado bancario que ha sido capaz de provocar una de las crisis más importantes de nuestra historia reciente y, no sólo ser rescatado con fondos públicos, sino que ha conseguido mantener una influencia crucial para que no se implante una regulación que ponga coto a las prácticas que nos llevaron hasta la crisis.

Pero para que esto suceda, debe existir un ecosistema que lo propicie: una justicia débil y con falta de medios, una regulación laxa que, por un lado, permita a las empresas hacer y deshacer y, por otro, genere una situación de imposibilidad de recurso a los consumidores, y unos medios de comunicación que hagan oídos sordos a esta problemática, ocultando deliberadamente los casos que afectan a sus principales donantes publicitarios y de los que pudieran salir perjudicados.

Un nuevo pacto social

Otro de los aspectos de máximo interés del libro es su análisis de cómo todo el sistema del capitalismo clientelar acaba por generar incluso efectos perniciosos dentro de las propias empresas. Desde los 90, se ha dado por hecho que la única obligación de las empresas es maximizar el lucro de sus accionistas (Welch, 1981). Aun asumiendo que esto sea cierto, que no lo es, muchas de las decisiones que los directivos de las mismas toman, gracias a un marco regulatorio extremadamente laxo y no intervencionista, acaban por perjudicar a los dueños de las empresas. Un claro ejemplo son los salarios de los directivos (que según The New York Times, llegó a ser en 2000, 700 veces mayor que el sueldo de un trabajador medio) y sus sistemas de bonus. Otros, no citados en el libro pero que refuerzan su planteamiento, fueron la tendencia de compra de autocartera (compra de las acciones propias para mantener el precio de la compañía en bolsa a corto plazo), esta medida, como demuestran los autores William Lazonick y Mariana Mazzucatto, supone un descenso significativo de la inversión en el núcleo de negocio de las empresas (y especialmente en I+D) y una estrategia desastrosa para el negocio a largo plazo de la empresa.

Pero que el único compromiso de la empresa sea maximizar el valor de los accionistas es algo que también ponen en duda los editores de Hay Derecho: la capacidad de las empresas multinacionales de evadir impuestos está poniendo en cuestión el propio pacto social entre gobiernos, empresas y sociedad civil. Como se menciona en el libro, que las islas Vírgenes británicas sean el quinto destino de inversión del planeta, es un síntoma de que algo está francamente mal en el marco regulatorio de políticas impositivas globales. Y lo que es peor, nadie parece estar dispuesto a ponerle el cascabel al gato y generar un terreno de juego en el que las empresas paguen lo que les correspondan y devuelvan a la sociedad lo que de ellas reciben. Y para que esto suceda, hace falta un buen sistema de capitalismo de amiguetes.

Y ante todo este bochorno, ¿qué?

En el fondo, Contra el capitalismo clientelar viene a reforzar una idea que muchos tenemos clara: el mercado es un mecanismo eficiente para garantizar la transacción de bienes y servicios (¡ojo, pero no el único!). Sin embargo, también genera y reproduce asimetrías de poder que acaban por crear los incentivos para secuestrar las instituciones y favorecer los intereses de los detentores del poder político y económico. Por consiguiente, es crucial una regulación que anteponga el interés general y el bien común frente a las agendas individuales. Y para ello, apunta Sansón, es necesaria una receta simple pero compleja: la conciencia social y el activismo cívico: “Si un terreno de juego sin transparencia ni controles efectivos es un requisito imprescindible para que florezca el capitalismo de amiguetes, otro factor clave es la resignación y el correspondiente desistimiento de la mayoría de los ciudadanos que resulta perjudicada por este sistema”.

Si queremos mejorar la calidad democrática de nuestras instituciones para que estas contribuyan al bien común, la respuesta es que, como ciudadanos, nos remanguemos y lo exijamos. En palabras de Eduardo Galeano, “el mundo se divide, sobre todo, entre indignos e indignados…”. Toca estar del lado de los segundos y exigir la práctica del buen hacer como norma de ciudadanía (la antigua virtud aristotélica). Desde la base, criminalizando la picaresca y el robo, desde arriba dejando claro que las reglas del juego no toleran las prácticas corruptas de cooptación del Estado.