
¿Ímpetu o hastío integrador? La Unión Europea lleva años avanzando a distintas velocidades, y todo indica que seguirá por ese camino. Éstos son algunos de los ritmos que impone el actual entorno político comunitario.
Los aficionados a los símiles describen la Unión Europea como un vehículo que avanza a distintas velocidades. No está claro cuál es el perfil de su travesía ni los ritmos que más le convienen en cada momento, pero la creencia en una Europa a marchas distintas se plasma en cristalizaciones que la acatan sumisas. Algunas tan relevantes como la cooperación reforzada, un mecanismo que permite que algunos Estados miembros se agrupen y avancen por su cuenta en iniciativas de integración comunitaria, sin contar con la participación de los no interesados.
La necesidad de moverse a diferentes ritmos, en especial tras el referéndum del Brexit, sentó doctrina en el Libro Blanco sobre el Futuro de Europa presentado por la Comisión Juncker en 2017. El documento consagra de facto el avance a distintas velocidades al contemplar un escenario en que "los [Estados miembros] que desean hacer más, hacen más". La actual Comisión Von der Leyen, sin entrar en pronunciamientos claros, se ha apartado de ese dogma y forjado soluciones unitarias "a Veintisiete bandas" en algunos asuntos críticos para la Unión. Este enfoque pudo verse en medidas recientes como el programa común de compras de vacunas contra la COVID-19, o en la emisión común de deuda que nutre el EU Next Generation Fund. Dos medidas que reivindican esa Europa sinfónica que aspira a progresos concertados e indivisos.
Pero el empeño en la armonización difícilmente puede ir más allá de medidas concretas en contextos específicos. El avance a diferentes velocidades prevalece como la única senda posible para la integración. Así parece demostrarlo la falta de apetito por adherirse al euro (el más importante aglutinamiento de voluntades bajo el mecanismo de la cooperación reforzada). O las divergentes posiciones en algunos aspectos sensibles de política exterior. O la imposibilidad de crear una verdadera política migratoria común.
Hay tantas velocidades como Estados miembros, pero las similitudes en sus visiones de la integración permiten agruparlos en función de distintas coordenadas. Aquí nos guiaremos por el clima político preponderante y por la actitud reciente de algunas capitales hacia el discurso de la integración.
Velocidad de crucero
Es la velocidad propia del eje franco-alemán, que, con altibajos y reservas, permanece como motor constante y estable de la integración.
A este eje binario, sin embargo, le falta ahora poder persuasivo para hacer valer propuestas conceptuales capaces de trasformar la esencia de la Unión. Un ejemplo es la "autonomía estratégica" (plasmada en la incipiente Cooperación Estructurada Permanente, o PESCO), iniciativa de difícil materialización que plantea dudas sobre sus posibles duplicidades con la OTAN y evidencia la desalineación de la política exterior de los Estados miembros. A su vez, el eje encierra una contradicción: la dependencia respecto al empuje de dos capitales, Berlín y París, aleja ese día soñado por ...
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