El país debe cambiar, especialmente su economía, para ser sostenible, pero tendrán que hacerlo poco a poco con el fin de evitar una crisis social.

 

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El sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, en una conferencia de prensa tras una reunión de UNASUR en Quito en 2010.

 

El presidente Hugo Chávez de Venezuela viajó a La Habana esta semana para someterse a su cuarta cirugía contra el cáncer, pero esta vez el comandante no se despidió sin nombrar a su vicepresidente y canciller Nicolás Maduro como su sucesor y heredero de la revolución socialista, una confirmación que oficializa una transición pos-chavista.

Sin saber cuándo, unas nuevas elecciones se avecinan en caso de que Chávez renuncie o muera antes de 2017. Eventualmente, la mayoría de escenarios involucran reformas inevitables que serán bienvenidas por todos (incluyendo los chavistas). Cuándo y cómo depende de la variable incierta de la salud de Chávez, y aunque poco probable, no se puede descartar una pugna por el poder.

La prioridad es la estabilidad. En cualquier caso, los venezolanos y quienes tienen intereses en el país caribeño están alineados para asegurar que la transición postchavista sea ordenada. Para empezar, es una cuestión de tiempo, como Chávez admitió, y precipitar un cambio de régimen sería contraproducente. Aún más importante, cualquier gobierno postchavista tendrá poca alternativa más que moverse lenta y ligeramente al centro para evitar conflictos.

Venezuela escogerá en plazo incierto –pero entre líneas no distante– entre un gobierno socialista y socialdemócrata, lo cual en la práctica involucra diferencias significativas en lo que concierne las libertades civiles y públicas, pero pocas en la política económica. Cualquier régimen que resulte tendrá que simultáneamente preservar muchos de los programas de gasto social de Chávez y revitalizar el vital sector petrolero del país.

La prioridad del chavismo y de Chávez es darle suficiente tiempo a Maduro para asegurar un mandato popular. El régimen tiene suficiente munición política y económica para destetarse de su caudillo mesiánico para apoyar a su delfín.

Pero la coalición chavista de militares de derecha y de políticos de izquierda todavía no está suficientemente cuajada en torno a Maduro. Por eso, y hasta las próximas elecciones, la revolución socialista de Chávez se concentrará en moderar su retórica geopolítica y en incrementar copiosamente el gasto público para consolidar su base de poder interna, mientras intenta atraer inversión y apoyo extranjero.

La transición hipotecará el futuro económico de Venezuela. Pero además tendrá el efecto de socavar las fuerzas más antiestadounidenses, anticapitalistas, populistas, y de extrema izquierda del continente, las que se alinearán con el modelo más moderado de Brasil, y en el proceso consolidarán la estabilidad latinoamericana.

El mundo pos-chavista sin duda será muy distinto, por ninguna otra razón que Chávez es irremplazable.

 

El modelo cubano, por supuesto

Maduro ya se perfilaba como heredero de Chávez. Es un socialista leal, compañero revolucionario de Chávez desde antes del golpe de Estado, y sindicalista, pero a su vez un chavista moderado. Tiene buena reputación diplomática, y es más bien tímido con la retórica. Parece estar bien parado tanto con la izquierda como con los militares, un prerrequisito para ejercer la legitimidad necesaria para que se produzca una transición pacífica en el país.

Y como solo podría ser, la transición será dirigida por Chávez, quien probablemente ha estado planificándola durante un tiempo. También sabemos que el régimen tiene el apoyo de la mayoría de venezolanos, como se confirmó en las elecciones de octubre, a pesar de su mala gestión económica y su debilitada influencia a raíz de la deteriorada salud de su líder carismático.

Excluyendo una muerte fulminante, y considerando las simpatías políticas e ideológicas, lo más probable es que Venezuela será un reflejo de la gradual y muy controlada transición cubana, diseño de los hermanos Castro. Además sería casi imposible lograr romper con el Estado paternalista que Hugo Chávez ha anidado durante 14 años.

Los militares no apoyarán ninguna transición inconstitucional (ni el resto de América Latina), y la oposición –ahora unificada bajo el liderazgo del derrotado candidato presidencial Henrique Capriles– sabe bien que su mejor estrategia es prepararse para unas elecciones anticipadas fulminantes. La constitución las exige en un plazo de 30 días desde que el presidente renuncie o muera durante los primeros cuatro años del mandato de seis que comienza en enero.

Maduro, como Raúl Castro en Cuba, es la cara bonita de la revolución, no por coincidencia. Es normal que los herederos sean los que suavizan y consolidan los extremos de los patriarcas, y por eso Chávez no escogió a ninguno de sus allegados más radicales, sino seguramente al mejor posicionado para proteger su legado.

Defenderá a ultranza los pilares de la revolución, porque nunca ha dejado de hacerlo, pero sabe, como buen diplomático, que su legitimidad requiere flexibilizar la inclusión política. Se moverá ligeramente a centro. Además, desde principios de la década, el chavismo ya entró en fase de autocorrección, como todas las revoluciones hacen eventualmente.

Lo incierto, claro, es si Chávez tendrá suficiente tiempo y energía para convencer a sus leales, y si Maduro da la talla. La alternativa de Capriles, quien se autodefine como progresista, en todo caso es buena, inclusive para los chavistas, puesto que durante la campaña el candidato admirador de Lula da Silva de Brasil solo prometió una reforma radical de los extremismos políticos de Chávez, no de sus políticas sociales.

Si Maduro logra derrotar a una oposición unificada, tendrá que ceder mucho más que Raúl en Cuba porque el chavismo carece de un control represivo, aunque el ingreso petrolero le permitirá ser muy convincente. Por tanto la revolución lavará su imagen, pero no su esencia, y no propiciará grandes sobresaltos.

 

Dos caras de una moneda

Maduro u oposición, la gestión económica no tiene mucho espacio de maniobra. Venezuela se ha endeudado fuertemente en los últimos años. Y a pesar de que ha logrado firmar contratos multimillonarios con empresas extranjeras para desarrollar su riqueza petrolera, sobre todo en la Faja del Orinoco, el dinero no ha fluido porque la empresa estatal PDVSA no ha tenido dinero para aportar su parte del capital.

PDVSA tampoco ha invertido suficiente en el resto del sector, dado que Chávez la ha utilizado como caja chica para pagar los programas sociales, muchos de los cuales terminan en despilfarro. Total, la producción de crudo de Venezuela no aumenta, pero sí su gasto público y sus obligaciones en el extranjero. Hasta las nuevas elecciones PDVSA aumentará sus contribuciones y endeudamiento, hipotecando cada vez más la producción futura de oro negro.

No hay riesgo de impago, como en Argentina, pero es insostenible el modelo a largo plazo. Como consecuencia la economía revolucionaria tiene que cambiar, sea quien sea el sucesor de Chávez, pero muy lentamente para evitar una crisis social.

Geopolíticamente, Chávez intentará heredar su influencia diplomática a Maduro, aunque es más probable que la potencia regional, Brasil, sea la mejor posicionada -con su exitoso modelo de centro izquierda- para beneficiarse de la unidad en torno a Chávez de las fuerzas de izquierda latinoamericanas. Brasil también será protagonista como garante de la estabilidad durante la transición venezolana, sin importar quién reemplace a Chávez.

Ahora solo falta esperar los tiempos que marcará Chávez para la transición, vivo o muerto.

 

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