Los ayatolás iraníes albergan un único deseo: una audiencia con Estados Unidos.

Ha hecho falta una guerra para admitirlo, pero Irak no es la llave para alcanzar los fines de EE UU en Oriente Medio. Ese honor le corresponde a Irán. Lograr la estabilidad en Bagdad y en Kabul, garantizar el tráfico del petróleo del golfo Pérsico, asegurar un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes, salvar la democracia en Líbano o hacer que Siria coopere más son objetivos con mayores posibilidades de cumplirse si Teherán se sienta en la mesa [de negociaciones].

Pero la política de Washington hacia la República Islámica continúa anquilosada. Se sigue tildando a los ayatolás de terroristas obsesionados con la bomba atómica y se les trata como parias internacionales que sólo entienden las amenazas y el aislamiento. Las referencias de la Casa Blanca a una Tercera Guerra Mundial ponen de manifiesto un error básico de EE UU: las armas políticas de Irán (la amenaza de un programa nuclear militar o sus conexiones con Hezbolá y Hamás) no son sus metas. Lo que ansía el régimen no es el suicidio atómico, sino un papel legítimo en la región, y está dispuesto a lograr esa influencia, con la bendición de Washington o sin ella.

Ésa es la razón por la que el próximo presidente debería cobrar ventaja con la iniciativa de realizar una visita a Teherán al estilo de la de Nixon a China. Hace 25 años, Richard Nixon y Henry Kissinger se reunieron con Mao Zedong y transformaron su enemistad en una casi alianza. Aquella iniciativa decantó la guerra fría en contra de Moscú. El sucesor de Bush conseguiría un efecto similar contra Al Qaeda y las fuerzas que desestabilizan Oriente Medio, a la vez que garantizaría que los planes nucleares de Teherán no salgan del papel.

A diferencia de la mayoría de los países de la región, Irán no nació en el último siglo. Es la segunda nación más antigua del mundo. Diferentes regímenes se han sucedido durante su larga historia, y ahora no hay que descartar cambios. Pero ese giro modernizador sólo puede venir de dentro; una generación entera ha crecido bajo el poder de la revolución islámica y empieza a estar cansada de sus dictados. Algunos observadores rusos comparan el Irán actual con la URSS de Leónidas Bréznev: el principio del fin. Los visitantes estadounidenses relatan la fascinación de los iraníes de a pie por el estilo de vida americano, otro familiar fenómeno soviético. Pero sea cual sea el destino del régimen de los ayatolás, Irán seguirá existiendo durante mucho tiempo, algo que no puede asegurarse de algunos de sus vecinos. Lo único que se interpone entre el país y el futuro nuclear es el diálogo con EE UU, el único interlocutor que ansía. Los términos serían duros: levantamiento de sanciones, garantías de seguridad, derecho a un programa nuclear pacífico… Llegar a un acuerdo en estos temas será difícil, pero ésos serán los únicos incentivos con poder como para convencer a Teherán de que renuncie a sus ambiciones. John Kennedy comprendió que tenía que entenderse con el Kremlin para salvar a su país. Al fin y al cabo, Nikita Jruschov prometió “enterrarle”, y aunque lo decía en sentido figurado, los misiles en Cuba eran reales y letales. Ahora, EE UU puede tender la mano a un oponente igual de arrogante o retroceder y enfrentarse a las consecuencias. ¿Esperará hasta que los misiles de Irán sean una realidad?