Edificio abandonado de Mavisa tras la quiebra de la empresa en Villacañas, España (Jasper Juinen/Getty Images)
Edificio abandonado de Mavisa tras la quiebra de la empresa en Villacañas, España (Jasper Juinen/Getty Images)

Cada vez suenan más voces de alarma sobre la posibilidad de que se esté formando una serie de burbujas inmobiliarias en España, Italia, Irlanda, Portugal, Alemania, Reino Unido y Noruega.

Era cuestión de tiempo que surgieran esas voces. Una de las obsesiones de los economistas es la inflación y saben que la principal fuente de la inflación es una oferta monetaria abundante, barata y que se mueve a toda velocidad. El Banco Central Europeo (BCE) lleva más de un año cobrando a los bancos por guardarles sus depósitos, creando dinero nuevo para comprar grandes cantidades de deuda soberana (la idea era poner más billetes y monedas en el mercado y rebajar de paso lo que tienen que pagar los agobiadísimos Estados por sus bonos) y manteniendo los tipos de interés oficiales en el 0,3%, una cifra tan sumamente baja que no tiene precedentes en el caso del euro.

Estas medidas determinan la inflación de una manera algo indirecta pero muy potente. Cuando se crea tanto dinero nuevo, se rebaja su precio (los tipos de interés) y el banco central empuja a los bancos a prestarlo, endeudarse sale mucho más barato, las entidades financieras empiezan a conceder créditos con relativa alegría y sentimos que nuestros ahorrillos cada vez valen menos (los 20.000 euros de hoy no son los mismos que los de ayer). En estas circunstancias, muchos clientes vacían sus cuentas, abandonan las aburridas imposiciones a plazo fijo y piden créditos para invertir y consumir a unos bancos cada vez más deseosos de dárselos. Previsiblemente, el repunte de la demanda provocará inflación –algo que todavía no ha ocurrido por culpa de los bajísimos precios de la energía y de la devastación y sobreendeudamiento que ha dejado la crisis– mientras la inversión se encarga de calentar las valoraciones de los activos financieros o inmobiliarios.

Buena parte de esos créditos se empleará para comprar activos inmobiliarios porque los ahorradores saben que han tendido a revalorizarse históricamente (a pesar de lo que puede indicar el desastre de la última crisis) y, salvo algún caso perdido, no necesitan un máster en finanzas para entenderlos. Con semejante electroshock no es extraño que el ladrillo resucite y, gracias a eso y a la renovada alegría de los bancos, las entidades financieras nos ofrecen cada vez más facilidades para comprar pisos y mucho más dinero cuando los ponemos como garantía para obtener otro crédito. Nuestro endeudamiento aumenta y ansiamos aprovechar la oportunidad… pero los precios de los inmuebles también pisan el acelerador y nunca terminamos de alcanzarlos. Los inversores extranjeros empiezan a pensar que ellos también quieren participar en el juego y no vienen precisamente ligeros de equipaje: traen miles de millones con ellos. Ese diluvio de capitales es lo que los economistas llaman “bonanza”.

Bien, éste es el punto en el que nos hemos empezado a encontrar poco a poco en algunos mercados europeos. Es un momento interesante y ...