¿Puede la economía global absorber los gastos
de la lucha contra el terrorismo?

La amenaza de un atentado terrorista preelectoral contra Estados Unidos no
se ha materializado. Pero en agosto, la noticia de que operativos de Al Qaeda
habían estado analizando cuidadosamente las sedes de importantes instituciones
financieras dentro y fuera de Estados Unidos como posibles objetivos ha servido
sólo para subrayar la probabilidad de tales ataques. A políticos,
economistas y ciudadanos corrientes les preocupa, con razón, que el
terrorismo –además del trágico coste en vidas– pudiera hacer descarrilar el crecimiento económico
en todo el mundo. Pero a mí me preocupa también el potencial
impacto económico de los esfuerzos antiterroristas. No me refiero a
las largas colas en los aeropuertos. La economía global se ha hecho
tan dependiente del libre comercio de bienes y personas que incluso un mínimo
incremento en la seguridad y las restricciones podría tener un impacto
mucho mayor del que la mayoría pueda pensar.

Consideremos, por ejemplo, la probable consecuencia de un aumento de la seguridad
en los puertos marítimos de todo el mundo para controlar el flujo de
materiales con los que se puedan fabricar armas químicas o biológicas,
precaución que muchos expertos consideran inevitable. En EE UU sólo
se inspecciona alrededor del 2% de los cargamentos que alcanzan las costas.
El informe de la Comisión del 11-S señaló que, hasta que
no estén disponibles tecnologías más avanzadas, las autoridades
deberían mejorar sus métodos de "identificación
y localización de contenedores de alto riesgo, operadores e instalaciones
que requieran mayor atención". Pero ¿y si ese mayor cuidado
significa que las inspecciones llegan de pronto al 50%? Las colas lentas de
las aduanas que ya se dan en países como Japón (que utiliza los
retrasos en los puertos como velado proteccionismo comercial) empezarían
a parecer carriles rápidos y los precios de muchos artículos
se dispararían. A medida que se ralentizase el comercio de productos
y el flujo de personas, se frenaría el ritmo trepidante de las innovaciones
en los productos, que muchos dan por sentado. Cualquier disminución
de las presiones competitivas de la globalización o reducción
en el flujo libre de personas e ideas supondrá un recorte del crecimiento
y un gran incremento de precios en el supermercado del barrio.

Pensemos en lo que ya ocurre. A pesar de la introducción de restricciones
antiterroristas (por ahora relativamente limitadas), EE UU probablemente registrará un
crecimiento económico más lento en los próximos años
debido a las consecuencias del 11-S, sólo por las restricciones en los
visados.

Pocos estadounidenses se dan cuenta del grado en que científicos, ingenieros
y empresarios de otros países contribuyen al crecimiento económico
de ese país. Más de dos millones y medio de extranjeros con estudios
superiores trabajan allí, y muchos ocupan cargos importantes en la ciencia
y la industria, y sirven de vínculos transnacionales fundamentales para
la economía estadounidense. Más del 30% de todos los estudiantes
que se doctoran en ciencias y matemáticas en
EE UU tienen visados de estudiante. En la ingeniería, casi la mitad
de los licenciados ha llegado a EE UU con visado; muchos de ellos nunca se
marchan. La economía estadounidense crece, en no pequeña medida,
llevándose a la flor y nata de la fuerza laboral del resto del mundo.
Hoy las empresas son reticentes a contratar a extranjeros educados en EE UU.
El precio del proceso de solicitud de un visado se ha puesto por las nubes
y las empresas nunca saben si los permisos de trabajo se aprobarán,
o cuándo, ni las fechas en que podrán incorporar a un extranjero.
Sí, los trabajadores de países musulmanes se han visto muy afectados,
pero las dificultades han empeorado para todos. No sorprende que las solicitudes
extranjeras para los programas de posgrado estadounidense hayan descendido
alrededor de un tercio desde 2001.

El incremento de la seguridad tampoco va a ser barato y el necesario aumento
de los impuestos será doloroso, especialmente ahora que Washington y
Europa afrontan los gastos que supone una población envejecida y unas
plantillas de trabajadores cada vez más pequeñas. Quizá el
mayor peligro radique en que el incremento de la seguridad podría distorsionar
y acentuar la labor impositiva y regulatoria del Gobierno. Dejando a un lado
escenarios orwellianos propios de 1984, supongamos que los gobiernos fueran
capaces de controlar mucho más a los ciudadanos. Igual que los individuos,
las economías necesitan un poco de privacidad para funcionar con eficacia.
Abundan las normas gubernativas estúpidas y los ciudadanos siempre han
de encontrar la forma de evitar las peores. La razón de que alrededor
de un 20% de la economía italiana sea sumergida no sólo tiene
que ver con los altos impuestos o con la mafia siciliana. La explicación
real es más prosaica: la gente normal necesita contratar a pintores,
fontaneros y carpinteros para que arreglen sus casas o a niñeras para
cuidar de sus hijos, sin perder horas y horas en burocracia. La economía
sumergida en Alemania –que no es famosa por la mafia– es alrededor
de una sexta parte de su renta nacional.

Puede que sean necesarias e inevitables, incluso desde la perspectiva económica,
medidas de seguridad más severas. Otra atrocidad de la magnitud del
11-S causaría estragos en los precios de la energía, en las bolsas
y en la confianza del consumidor y frenaría en seco la actual recuperación
económica mundial. Pero las medidas antiterroristas pueden funcionar
a mucho menor precio si son flexibles y favorables al mercado. Por ejemplo,
del mismo modo que algunos países proporcionan carriles rápidos
en los controles de seguridad aeroportuarios a aquellos pasajeros que pagan
más, los barcos deberían poder pagar tasas más elevadas
para alcanzar más deprisa la cabeza de la fila en la aduana. Un aumento
de las tasas podría también acelerar el proceso de solicitud
de visados. Estas medidas podrán ofender la idea que algunos tengan
del igualitarismo, pero estas políticas y otras similares podrían
resultar necesarias. Por desgracia, las ganancias de las economías de
mercado interconectadas de hoy no sobrevivirán bajo un vasto e inflexible
plan basado en el autoritarismo y el control.

¿Puede la economía global absorber los gastos
de la lucha contra el terrorismo?
. Kenneth Rogoff

La amenaza de un atentado terrorista preelectoral contra Estados Unidos no
se ha materializado. Pero en agosto, la noticia de que operativos de Al Qaeda
habían estado analizando cuidadosamente las sedes de importantes instituciones
financieras dentro y fuera de Estados Unidos como posibles objetivos ha servido
sólo para subrayar la probabilidad de tales ataques. A políticos,
economistas y ciudadanos corrientes les preocupa, con razón, que el
terrorismo –además del trágico coste

en vidas– pudiera hacer descarrilar el crecimiento económico
en todo el mundo. Pero a mí me preocupa también el potencial
impacto económico de los esfuerzos antiterroristas. No me refiero a
las largas colas en los aeropuertos. La economía global se ha hecho
tan dependiente del libre comercio de bienes y personas que incluso un mínimo
incremento en la seguridad y las restricciones podría tener un impacto
mucho mayor del que la mayoría pueda pensar.

Consideremos, por ejemplo, la probable consecuencia de un aumento de la seguridad
en los puertos marítimos de todo el mundo para controlar el flujo de
materiales con los que se puedan fabricar armas químicas o biológicas,
precaución que muchos expertos consideran inevitable. En EE UU sólo
se inspecciona alrededor del 2% de los cargamentos que alcanzan las costas.
El informe de la Comisión del 11-S señaló que, hasta que
no estén disponibles tecnologías más avanzadas, las autoridades
deberían mejorar sus métodos de "identificación
y localización de contenedores de alto riesgo, operadores e instalaciones
que requieran mayor atención". Pero ¿y si ese mayor cuidado
significa que las inspecciones llegan de pronto al 50%? Las colas lentas de
las aduanas que ya se dan en países como Japón (que utiliza los
retrasos en los puertos como velado proteccionismo comercial) empezarían
a parecer carriles rápidos y los precios de muchos artículos
se dispararían. A medida que se ralentizase el comercio de productos
y el flujo de personas, se frenaría el ritmo trepidante de las innovaciones
en los productos, que muchos dan por sentado. Cualquier disminución
de las presiones competitivas de la globalización o reducción
en el flujo libre de personas e ideas supondrá un recorte del crecimiento
y un gran incremento de precios en el supermercado del barrio.

Pensemos en lo que ya ocurre. A pesar de la introducción de restricciones
antiterroristas (por ahora relativamente limitadas), EE UU probablemente registrará un
crecimiento económico más lento en los próximos años
debido a las consecuencias del 11-S, sólo por las restricciones en los
visados.

Pocos estadounidenses se dan cuenta del grado en que científicos, ingenieros
y empresarios de otros países contribuyen al crecimiento económico
de ese país. Más de dos millones y medio de extranjeros con estudios
superiores trabajan allí, y muchos ocupan cargos importantes en la ciencia
y la industria, y sirven de vínculos transnacionales fundamentales para
la economía estadounidense. Más del 30% de todos los estudiantes
que se doctoran en ciencias y matemáticas en
EE UU tienen visados de estudiante. En la ingeniería, casi la mitad
de los licenciados ha llegado a EE UU con visado; muchos de ellos nunca se
marchan. La economía estadounidense crece, en no pequeña medida,
llevándose a la flor y nata de la fuerza laboral del resto del mundo.
Hoy las empresas son reticentes a contratar a extranjeros educados en EE UU.
El precio del proceso de solicitud de un visado se ha puesto por las nubes
y las empresas nunca saben si los permisos de trabajo se aprobarán,
o cuándo, ni las fechas en que podrán incorporar a un extranjero.
Sí, los trabajadores de países musulmanes se han visto muy afectados,
pero las dificultades han empeorado para todos. No sorprende que las solicitudes
extranjeras para los programas de posgrado estadounidense hayan descendido
alrededor de un tercio desde 2001.

El incremento de la seguridad tampoco va a ser barato y el necesario aumento
de los impuestos será doloroso, especialmente ahora que Washington y
Europa afrontan los gastos que supone una población envejecida y unas
plantillas de trabajadores cada vez más pequeñas. Quizá el
mayor peligro radique en que el incremento de la seguridad podría distorsionar
y acentuar la labor impositiva y regulatoria del Gobierno. Dejando a un lado
escenarios orwellianos propios de 1984, supongamos que los gobiernos fueran
capaces de controlar mucho más a los ciudadanos. Igual que los individuos,
las economías necesitan un poco de privacidad para funcionar con eficacia.
Abundan las normas gubernativas estúpidas y los ciudadanos siempre han
de encontrar la forma de evitar las peores. La razón de que alrededor
de un 20% de la economía italiana sea sumergida no sólo tiene
que ver con los altos impuestos o con la mafia siciliana. La explicación
real es más prosaica: la gente normal necesita contratar a pintores,
fontaneros y carpinteros para que arreglen sus casas o a niñeras para
cuidar de sus hijos, sin perder horas y horas en burocracia. La economía
sumergida en Alemania –que no es famosa por la mafia– es alrededor
de una sexta parte de su renta nacional.

Puede que sean necesarias e inevitables, incluso desde la perspectiva económica,
medidas de seguridad más severas. Otra atrocidad de la magnitud del
11-S causaría estragos en los precios de la energía, en las bolsas
y en la confianza del consumidor y frenaría en seco la actual recuperación
económica mundial. Pero las medidas antiterroristas pueden funcionar
a mucho menor precio si son flexibles y favorables al mercado. Por ejemplo,
del mismo modo que algunos países proporcionan carriles rápidos
en los controles de seguridad aeroportuarios a aquellos pasajeros que pagan
más, los barcos deberían poder pagar tasas más elevadas
para alcanzar más deprisa la cabeza de la fila en la aduana. Un aumento
de las tasas podría también acelerar el proceso de solicitud
de visados. Estas medidas podrán ofender la idea que algunos tengan
del igualitarismo, pero estas políticas y otras similares podrían
resultar necesarias. Por desgracia, las ganancias de las economías de
mercado interconectadas de hoy no sobrevivirán bajo un vasto e inflexible
plan basado en el autoritarismo y el control.

Kenneth Rogoff es catedrático
de Economía y ocupa la cátedra Thomas D. Cabbot de Políticas
Públicas en la Universidad de Harvard (Boston, EE UU). De 2001 a 2003
fue economista jefe y director de investigación en el FMI.