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Un hombre en apoyo al gobierno chino protesta frente a l consulado estadounidense en Chengdu, China. (NOEL CELIS/AFP via Getty Images)

¿Será la crisis por la COVID19 el momento para rehacer las relaciones entre ambas regiones?  

Todas las grandes crisis ofrecen la posibilidad de transformar el orden mundial, y la pandemia de la COVID19, desde luego, no es ninguna excepción. Nos está obligando a reflexionar sobre el futuro de la globalización, la supervivencia de los sistemas públicos de salud, las amenazas contra los derechos humanos y la democracia…, una lista interminable. Pero lo que nos interesa especialmente aquí es el futuro de las relaciones entre Oriente y Occidente después de la pandemia. ¿Debemos reducirlo al contexto de Asia, circunscrita a China, y Estados Unidos? ¿Aprenderán las dos potencias a cooperar y evitar una nueva Guerra Fría? Varios expertos en política exterior han dado a entender que la pandemia puede transformar el orden mundial y reforzar la posición de Pekín en detrimento de Washington, mientras que otros desconfían de que el gigante asiático tenga la capacidad de convertirse en una potencia mundial hegemónica. También hay quienes dicen que la pandemia no va a transformar el orden mundial, sino que acelerará la historia. Según esta perspectiva, continuará el declive del liderazgo estadounidense, habrá menos cooperación mundial y aumentará la rivalidad y la discordia entre Occidente y la China ascendiente. Vamos a examinar estas y otras hipótesis posibles.

¿A qué nos referimos exactamente cuando hablamos de las relaciones entre Oriente y Occidente? William Choong, investigador en el Instituto Yusof Ishak de Estudios Estratégicos y Políticos Regionales de Singapur, dice que debemos comprender que esas relaciones tienen muchas capas: “La relación entre Estados Unidos y China, o [entre] Japón y Estados Unidos, o entre Japón y Europa, o ASEAN y Europa, o ASEAN y Estados Unidos”. Sin embargo, añade, “para reducir estas capas tan complejas a algo más sencillo, basta con centrar la atención en la relación entre Estados Unidos y China, como representación de las relaciones entre Oriente y Occidente en general”.

Son muy pocos los expertos en política exterior que creen que China puede convertirse en una potencia mundial dominante. Por ahora, da la impresión de que la mejor arma que tienen los chinos en su búsqueda del liderazgo mundial es la imagen de una política estadounidense deficiente y encerrada en sí misma. Pero no se puede decir que sea un arma muy poderosa. Raffaello Pantucci, del think tank RUSI, dice que Pekín saldrá vencedor a corto plazo porque iniciará la recuperación económica antes que los demás países y puede tener más influencia en Asia que Washington. “El hecho de que China tiene más influencia que Estados Unidos en Asia es una tendencia palpable, desde luego, y lo ha sido desde hace tiempo, al margen de la crisis de la COVID19”, añade. También William Choong habla del aparente declive de Estados Unidos en la región de Asia-Pacífico y destaca que es una tendencia que comenzó hace tiempo. “Antes de la pandemia era ya un tópico decir que los países pequeños de Asia-Pacífico querían tener lo mejor de los dos mundos: querían tener las garantías de seguridad que les ofrecía Estados Unidos, pero también engancharse al motor económico de China. Hace 20 años no era cierto, pero ahora sí. Lo que estamos viendo hoy es que el gigante asiático construye vínculos con los países de la región mediante el envío de ayuda relacionada con la COVID19. Y la tendencia va a acelerarse, de modo que Pekín acabará dominando la geopolítica y la geoeconomía de la región”. El antiguo viceministro japonés de Exteriores, Hitoshi Tanaka, fue más allá al escribir, en un artículo reciente, que el “asombroso declive” del liderazgo de Estados Unidos desde que se adoptó la estrategia de “América primero” en política exterior ha provocado una crisis de credibilidad de la primera potencia. “Y eso ha tenido consecuencias desestabilizadoras en el Este asiático, porque los socios y aliados de Estados Unidos tienen hoy muchas menos posibilidades de lograr que participe en la cooperación multilateral”.

Como es natural, todo dependerá, en gran parte, del resultado de las elecciones presidenciales norteamericanas en noviembre. ¿Volverá Washington a asumir su papel de líder mundial? Casi todos los analistas creen que así será si vence un demócrata. Y, por cierto, en su última encuesta, The Economist atribuye a Joe Biden un 84% de posibilidades de ganar. Se supone que, con un demócrata de presidente, el país adoptará una actitud más cooperadora respecto a China, pero eso no será inmediato. Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense y exdiplomático, opina que, después del hartazgo causado por dos largas guerras en Afganistán e Irak, y con el agravamiento de las necesidades internas, Estados Unidos no está hoy en disposición de asumir ningún liderazgo internacional. Y añade que, incluso aunque Joe Biden —a quien califica de “tradicionalista” en política exterior— gane en las elecciones de noviembre, la resistencia del Congreso y la opinión pública impedirá que el país vuelva a ejercer de líder a gran escala en el extranjero. Sobre las relaciones con Asia bajo una hipotética presidencia de Joe Biden, William Choong no prevé un “Obama 2.0”: “Es probable que un gobierno presidido por Biden se aparte ligeramente de la política transaccional que ha ejercido Trump y que valore más las aportaciones de los Estados pequeños de Asia-Pacífico, pero no será una repetición de la estrategia de Obama”.

El gran interrogante, en el mundo tras la pandemia, será si China tiene el deseo y la capacidad de llenar el hueco dejado por Estados Unidos. Aunque la influencia de Pekín se hace sentir ya en todo el mundo, la región indopacífica será el verdadero campo de pruebas en el que observar las ambiciones mundiales de China, además de un hervidero para la rivalidad estratégica entre ambos países. En un foro regional reciente, los participantes dijeron que veían escasos indicios de que el gigante asiático esté promoviendo activamente un nuevo modelo político basado en el autoritarismo o el capitalismo de Estado para la región, pero que sí está tratando de debilitar el atractivo del modelo democrático occidental a base de poner de relieve todos sus defectos. Y está sucediendo también en otras partes del mundo, sobre todo a través del plan de la Nueva Ruta de la Seda.

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Un grupo de personas se manifiestan contra el Gobierno chino en Bombai, India. (Himanshu Bhatt/NurPhoto via Getty Images)

“Los habitantes de la región”, dice Jonathan Stromseth, de la Brookings Institution, “temen las intenciones estratégicas de China en esta zona del mundo, y los líderes regionales, por su parte, se sienten incómodos con la estrategia indopacífica del Gobierno de Trump, que consideran que les obliga a elegir entre Washington y Pekín”. Al mismo tiempo, otros observadores, como Rajeswari Pillai Rajagopalan, investigadora en la Observer Research Foundation (ORF) de Nueva Delhi, indican que las victorias chinas pueden serlo solo a corto plazo. “China ha perdido demasiados amigos a cambio de obtener, en el mejor de los casos, unas victorias tácticas inmediatas, mientras que ha retrocedido posiciones frente a varios países como India”. Además, añade, las relaciones en la región del Indo-Pacífico están cambiando enormemente tras la pandemia.

La estrategia de Estados Unidos en la región ha consistido en crear seguridad colectiva mediante una red de alianzas y asociaciones regionales, fomentar la prosperidad económica y estimular el buen gobierno y los principios comunes. China, por el contrario, reclama un “nuevo concepto de seguridad en Asia”, más en concordancia con las preferencias de Pekín. Sin embargo, como señala Raffaello Pantucci, a sus vecinos les va a costar mucho encontrar un nuevo equilibrio en el mundo posterior a la COVID19 y depender menos tanto de Pekín como de Washington: “La dinámica fundamental de China en su región consiste en que es una fuerza económica gigantesca que resulta difícil ignorar o evitar. Esta lógica adquiere aún más fuerza para los que están físicamente cerca del país. Lo cual significa que, por más que Estados Unidos hable de una estrategia de desvinculación, para los vecinos de China es un anatema total”. Algunos expertos predicen que el traspaso del poder y la influencia de Occidente a Oriente que ya se observa se acelerará, sobre todo debido a que la balanza del poder económico ya está inclinándose en ese sentido. Kishore Mahbubani, investigador del Instituto de Estudios Asiáticos en la Universidad Nacional de Singapur, cree que pasaremos de una globalización en torno a Estados Unidos a una alrededor de China. Por otra parte, el responsable del Programa de Estudios Estratégicos en ORF, Harsh Pant, dice que las bravatas de Pekín en la región harán que varios países como India se aproximen más a Occidente: “India ha confiado siempre en ese cuidadosísimo equilibrio entre China y Occidente, entre China y Estados Unidos. Y ahora ese equilibrio está desmoronándose. Las autoridades indias tendrán que centrar su estrategia general en una cooperación firme con Washington. Cada vez más, veremos a India articulando respuestas de política exterior mucho más en oposición a China, lo que significaría fortalecer la relación con Estados Unidos y Occidente y con otros países regionales en situación similar, como Japón, Australia, Vietnam e Indonesia”. Añade que la gestión de la pandemia que han hecho las superpotencias ha animado a “potencias medias, como Francia, India, Japón, Australia o Corea del Sur, a tomar iniciativas que antes solo se esperarían de los países más grandes. Han visto un vacío de liderazgo en el orden mundial”.

En cuanto a Europa, el Sureste Asiático es una región en la que le ha costado establecerse como socio de peso, y hay pocos indicios de que esto vaya a cambiar en el futuro. William Choong reconoce el papel importante que ha tenido el viejo continente en ocasiones, a la hora de negociar soluciones a enfrentamientos complejos, pero cree que, en definitiva, la posición en Asia depende del poder duro que se tenga. “¿Cuántas fragatas y brigadas posee Europa en la región? Este no es un entorno apacible; tenemos muchos focos de conflicto que necesitan, además de soluciones diplomáticas, una exhibición de músculo”.

Y luego está Rusia, que prosigue sus esfuerzos para subvertir el orden internacional aprovechando la falta de atención y la distracción de sus objetivos. Keir Giles, experto de Chatham House, cree que Rusia —como China— sigue intentando demostrar su liderazgo mundial y busca beneficios a largo plazo. El catedrático de estudios de la defensa en el King’s College de Londres, Michael Clarke, cree que la Rusia actual, debilitada económicamente por el reciente derrumbe de los precios del petróleo, representa un peligro mayor para los intereses de seguridad de Occidente. “El agresivo oportunismo de Putin probablemente se agravará”, aseguró recientemente Clarke a la revista The Atlantic. Otros, como el antiguo ministro portugués para Europa, Bruno Maçães, temen todo lo contrario, que una Rusia incapacitada por la crisis económica acabe dependiendo más de China y, como consecuencia, extienda la esfera de influencia de Pekín hasta las fronteras de la Europa continental. Raffaello Pantucci señala que hace ya mucho tiempo que China y Rusia están cada vez más próximas por su común suspicacia ante la capacidad democratizadora de Occidente. “Al mismo tiempo, son unas potencias con discrepancias fundamentales entre sí. A corto y medio plazo, lo normal es que esta trayectoria de acercamiento continúe, pero existe la posibilidad de que, a la larga, el temor de Rusia a China acabe separándolas de forma irremediable. A la hora de la verdad, los rusos se consideran una potencia fuerte que debería sostenerse por sus propios medios, y tendrán miedo de una visión del mundo en la que estén supeditados a Pekín”.

Por ahora, es de esperar una retórica más beligerante por parte de Washington, tanto de Donald Trump como de Joe Biden, de aquí a las elecciones de noviembre. Sin embargo, es razonable pensar que el año que viene haya algún tipo de reajuste. Al fin y al cabo, tanto Estados Unidos como China son conscientes de que cada uno es demasiado grande y demasiado fuerte como para que el otro pueda dominarlo. La colaboración para lograr la coexistencia prevalecerá sobre el conflicto y el enfrentamiento constantes, no por deseos de concordia ni buena voluntad, sino por pura necesidad. A la hora de relacionarse con Oriente, Occidente necesita comprender mejor la región en general y, en particular, los puntos fuertes y los numerosos puntos débiles del gigante asiático. China es clave para que prosperen las relaciones Oriente-Occidente. El camino hacia una reconciliación con Pekín —no garantizada— está lleno de obstáculos, y Occidente tendrá que crear mecanismos para influir en la forma en que China identifica y persigue sus intereses. Lo más importante es que Occidente tendrá que retomar la labor de cultivar sus mejores armas: sus credenciales democráticas y su prestigio internacional, que, en estos momentos, brillan por su ausencia.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

 

Este artículo forma parte del especial

‘El futuro que viene: cómo el coronavirus está cambiando el mundo’.

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