El presidente chino Xi Jinping en la ceremonia del 90 aniversario del Ejército Popular de Liberación. (Andy Wong/AFP/Getty Images)

El XIX Congreso del Partido Comunista Chino se celebra el 18 de octubre en Pekín. Imbuido de la misión de impulsar el renacimiento de China, a Xi Jinping no le tiembla la mano a la hora de arrancar del camino a quienes puedan hacerle sombra. ¿Se dejará el camino libre para mantenerse en el poder más allá de 2022?

El Presidente chino,  Xi Jinping, lleva meses empeñado en una profunda renovación de la cúpula dirigente del país, que se hará pública durante la celebración, este otoño, del XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh). Cuando el gigante asiático atraviesa la transformación social y económica más radical de su historia moderna, el secretario general del PCCh quiere rodearse de una guardia pretoriana capaz de abordar y defender sin fisuras los enormes retos políticos que esa reconversión requiere.

El líder, que ha acumulado más cargos desde la fundación de la República Popular en 1949, tiene prisa por aprovechar la retirada voluntaria del escenario internacional de Estados Unidos, el gran rival de China, para consolidar el Imperio del Centro como actor primordial del siglo XXI. Xi Jinping está convencido de que esto exige un partido disciplinado, fuerte, leal, cohesionado y firmemente ideologizado, para lo que ha puesto en marcha una remodelación sin precedentes.

Su llegada al poder, en noviembre de 2012, coincidió con el inicio del cambio de ciclo estructural de China. Se agotó el “todo vale con tal de crecer” impuesto por Deng Xiaoping en diciembre de 1978. La rapidez del ascenso económico de esas tres décadas había generado una serie de efectos negativos que exigían un cambio de rumbo para frenar las amenazas que suponían a la estabilidad del sistema y del país. Entre estas destacan la gigantesca brecha abierta entre ricos y pobres; la corrupción; el vertiginoso crecimiento de la deuda -en torno al 250% del Producto Interior Bruto (PIB)-; un sistema financiero obsoleto y distorsionado, y una preocupante degradación medioambiental. A estos desafíos se añade la inserción de China en la escena internacional movida por la búsqueda de materias primas y de mercados para sus productos, lo que ha impulsado tanto una presencia asertiva de sus fuerzas armadas como garantes de la defensa nacional y una diplomacia activa con la que instaurar un nuevo orden internacional más acorde con los intereses chinos que el existente.

Los últimos movimientos llevados a cabo por Xi Jinping revelan que nadie está libre de su guadaña. Imbuido de la misión de impulsar el renacimiento de China no le tiembla la mano a la hora de arrancar del camino a quienes puedan hacerle sombra o frenar su política. El pasado 15 de julio, a poco más de un trimestre de la celebración del cónclave comunista, Sun Zhengcai, líder del partido en la municipalidad de Chongqing y potencial sucesor de Xi, fue apartado de sus cargos y se encuentra en manos de la poderosa Comisión de Disciplina. Sun fue enviado a Chongqing por el anterior secretario general Hu Jintao para poner orden en esa municipalidad del centro del país, con de 35 millones de habitantes, después de un escabroso escándalo. Su predecesor Bo Xilai fue acusado de corrupción y delitos varios, incluido el tapar el asesinato ordenado por su esposa de un ciudadano británico y antiguo amante que la extorsionaba. Bo Xilai, condenado al igual que su esposa a cadena perpetua, era uno de los dirigentes más populares de China y sus manejos se develaron poco antes del XVIII Congreso que sentó en el trono del partido su rival político, Xi Jinping.

La sombra sobre Sun Zhengcai, el miembro más joven de los 25 que integran el Politburó, cayó en febrero pasado, cuando los inspectores del partido le recriminaron no haber limpiado como debía los “residuos tóxicos” de su predecesor. Corrupción o purga, la destitución de Sun, cuyas acusaciones aún no se conocen, ha sido un auténtico campanazo. En el último cuarto de siglo sólo han sido cesados cuatro miembros en activo del Politburó.

La campaña contra la corrupción desatada por Xi nada más llegar al poder le ha generado una enorme popularidad. En estos cinco años han sido sancionados y/o expulsados del partido más de un millón de miembros y enviados a la cárcel, entre otros, a gobernadores provinciales, generales del Ejército Popular de Liberación (EPL), banqueros y empresarios, según el informe presentado a la reunión anual del Comité Central del PCCh celebrada en octubre de 2016. El informe también indicaba que fueron capturados en el extranjero 409 fugitivos, extraditados por diversos países a petición de Pekín.

Xi Jinping y Wan Qishan en la cena por el 64 aniversario de la fundación de la República Popular China (Feng Li/Getty Images)

Aunque entre los muchos cargos que se ha otorgado Xi está el de presidente de la Comisión central de inspección de la disciplina, quien la dirige con puño de hierro es Wang Qishan, su mano derecha y uno de los siete miembros del máximo órgano del partido, el Comité permanente del politburó. Todas las miradas están ahora puestas en Wang, quien ha cumplido 69 años este agosto y cuyo destino ligan muchos observadores al futuro político de Xi Jinping.

Según normas no escritas en los estatutos del PCCh, pero respetadas a instancias de Deng Xiaoping desde el congreso de 1982, los secretarios generales del partido deben quedarse un máximo dos mandatos de cinco años y nadie que haya superado los 68 años es elegible para ocupar un escaño en las principales instituciones del PCCh: el Comité permanente, el Politburó, la Comisión Militar Central (CMC) y el Comité central. Si Xi Jinping decide seguir constreñido a esas reglas, significa que en el XIX Congreso alcanzará el ecuador de su liderazgo y que 200 dirigentes comunistas tendrán que abandonar sus puestos, incluido Wang Qinshan, conocido como el zar anticorrupción. Por el contrario, si las rompiera para mantener a Wang, desaparecía el límite de 10 años para encabezar la dirección del partido y dejaría el camino libre a Xi para mantenerse en el poder más allá de 2022.

Una a una, Xi Jinping ha ido reduciendo el poder de las distintas facciones del PCCh, incluido el de la tradicional Liga de la juventud, de la que emergieron numerosos dirigentes chinos, como su predecesor, Hu Jintao, y el actual primer ministro, Li Keqiang. Pese a ello, la organización del partido ha requerido históricamente de una amplia y delicada negociación para elaborar su cúpula sin causar desequilibrios que lo debiliten o dañen su resistencia como partido-nación.

De los actuales siete miembros del Comité permanente, o dirección colegiada, sólo Xi Jinping y Li Keqiang tienen menos de 68 años, lo que significa que hay cinco vacantes. Además, según la tradición, a esos escaños se accede desde el Politburó, 11 de cuyos 25 miembros también se encuentran en edad de jubilación.

En lo que va de año, Xi Jinping ha ido colocando a sus peones más fieles al frente de las distintas provincias, 17 de las 21 tienen nuevo gobernador o jefe del partido. De igual manera, tres de las cuatro municipalidades -Pekín, Tianjin y Chongching- tienen nuevo líder y no se descarta que en la única que falta, Shanghai, también lo haya. De todos los antiguos compañeros de Xi en las provincias en Zhejiang y Fujian que han ascendido, el que ha tenido una carrera más meteórica ha sido Cai Qi, quien además de hacerse en enero pasado con la alcaldía de Pekín, en febrero fue puesto al frente del grupo encargado de comprobar el cumplimiento de la reforma militar decretada en marzo de 2016. Esta reforma, que tiene como objetivo limpiar de corrupción las Fuerzas Armadas, ha ordenado al EPL que se desprenda en un plazo máximo de tres años de los negocios millonarios que maneja bajo el nombre de “servicios públicos de pago”, como hospitales, residencias, etcétera.

El XIX Congreso se celebrará el 18 de octubre y a estas alturas no existe un heredero in pectore ni ningún otro líder del partido que pueda hacerle sombra. Distintos observadores apuntan la posibilidad de que sea Cai Qi, lo que exigiría que ingresara directamente en el Comité permanente sin haber pasado por el Politburó. Pero el secretismo con que Xi toma sus decisiones es tan férreo, que la mayoría de los observadores no se atreve siquiera a aventurar si el nuevo Comité permanente seguirá teniendo siete escaños o los reducirá para formar una dirección más compacta. Nunca las paredes del Zhongnanhai (la Ciudad Prohibida de la nomenclatura comunista, situada al oeste del antiguo Palacio Imperial) habían sido tan herméticas.

Platos de Xi Jinping con su esposa Peng Liyuan y de Mao Zedong en una tienda de souvenirs cerca de Tiananmen  (Greg Baker/AFP/Getty Images)

Entre las posibilidades que se barajan está el que Xi Jinping decida quedarse como secretario general del PCCh más allá de 2022, pero que renuncie a la jefatura del Estado, ya que la legislación sí establece un máximo de dos periodos de cinco años para el jefe del Estado y el del Gobierno. Esto permitiría a Xi seguir manteniendo firmes las riendas del partido-nación y quitaría razones a sus críticos que le acusan de acumular más cargos y poder que el mismo fundador de la República Popular, Mao Zedong.

Además de la renovación de los mandos que gobernarán el país en los próximos 10 años, otra de las tareas que absorben a Xi en estos días es la remodelación de los estatutos del partido. Convencido de que la ideología es el pegamento que une a los 86 millones de militantes comunistas para marchar al unísono, Xi Jinping aprovechará la oportunidad que le brinda el cónclave para dejar su impronta, con tinta indeleble, en el pensamiento del PCCh. Dos son los temas que se barajan: la lucha contra la corrupción, como fórmula para reforzar el partido y ganarse al pueblo, y la reforma de la justicia, como base de la construcción del Estado de Derecho. Ambas cuestiones son grandes aspiraciones de la sociedad.

El secretario general se comprometió a doblar para 2021 -cuando se cumple el centenario de la fundación del PCCh- la renta per cápita china de 2010, con el fin de elevar el bienestar general de la población, erradicar la pobreza y conseguir una “sociedad modestamente acomodada”, es decir, con una renta per cápita similar a la media de los países desarrollados. Para ello, es necesario que China mantenga a lo largo de la década un crecimiento medio en torno al 7% anual, lo que hasta ahora se ha conseguido, porque aunque en los dos últimos años ha sido unas décimas inferior a esa cifra, se compensa con los anteriores.

Defensor a ultranza de un mundo multipolar, Xi Jinping ha desplegado en distintos foros internacionales toda su capacidad de seducción para ser visto como un socio fiable en la defensa del cambio climático y en la lucha contra el proteccionismo. Pretende también recabar apoyos para su gran proyecto de la nueva Ruta de la seda, un megaplan de infraestructuras para el transporte de mercancías, personas, energía y cableado de fibra óptica para impulsar la conexión y el desarrollo del continente euroasiático y del mundo. 

El dirigente, que ha conseguido situarse a la altura de Mao Zedong y Deng Xiaoping, confía en que el XIX Congreso del PCCh cierre filas ante sus propuestas, que supondrán una nueva vuelta de tuerca en la reforma para transformar China en la hiperpotencia del siglo XXI.