Las dificultades persisten para fijar una estrategia de futuro.

 

Europa no se pone de acuerdo en las respuestas necesarias para asegurar el suministro energético. Las tendencias recientes de las políticas europeas son poco alentadoras. La actitud de las instituciones y gobiernos lleva a preguntarse hasta qué punto está preparándose la Unión Europea para el nuevo panorama de la energía en el mundo. Hay tres cuestiones que son fundamentales:

En primer lugar, el papel de los mercados en las políticas europeas sigue siendo dudoso. El discurso europeo sobre la energía rechaza firmemente la idea de concebir la seguridad energética como una batalla a todo o nada por la última gota de petróleo. Por el contrario, se habla de una integración y una interdependencia del mercado, mutuamente beneficiosas, como claves para gestionar la futura volatilidad de la energía.

Por desgracia, a la UE se le da cada vez peor hacer realidad su propia retórica. El mercado interno todavía no está lo suficientemente integrado –ni siquiera en las infraestructuras de enlace básicas dentro de la propia Europa– como para absorber los efectos externos del nuevo panorama de la energía. Sobre todo, el principio de disociación se ha visto bloqueado por una coalición de Estados miembros que miran el mercado con escepticismo, encabezados por Francia y Alemania. Incluso en relación con los suministros de petróleo, que dependen más del mercado que el gas, están aumentando los acuerdos energéticos bilaterales, muy politizados. Este verano, la Comisión abrió procedimientos de infracción contra 25 países por acciones relacionadas con el proteccionismo del mercado de la energía.

Segundo, el compromiso de la UE de diversificar la energía sigue siendo desequilibrado y parcial. Es fácil exagerar la importancia del gasoducto Nabucco. Hay otros factores más importantes para determinar si la UE desarrolla, o no, una estrategia global de diversificación de la energía. El éxito de la Unión a la hora de abordar la crisis del petróleo no depende solo de que se construya o no el Nabucco. Además, las perspectivas de este gasoducto son todavía bastante inciertas, ya que los expertos en el sector creen que necesitaría el gas iraní para ser viable. En julio de 2009, menos de un mes después de firmar el acuerdo intergubernamental de tránsito con los otros cuatro Estados por los que pasa el Nabucco, Turquía ofreció su apoyo al proyecto South Stream, patrocinado por Rusia.

Todo ello hace que la falta de compromiso de la UE de examinar otras vías de diversificación resulte incomprensible e inquietante. También es muy importante, a largo plazo, la inversión de la UE en gas natural licuado (GNL). España y Reino Unido son muy partidarios del GNL, pero la atención prestada a este tema por la Comisión Europea es escasa, y ni siquiera ha asignado un presupuesto para el desarrollo de instalaciones. A ello hay que añadir que los esfuerzos de la UE para incluir a África en sus planes de diversificación a largo plazo son inapreciables.

 

La UE todavía no ha cumplido la promesa firme que hizo en la cumbre de la ONU sobre el clima de proporcionar más dinero para usos ambientales a los países en vías de desarrollo

 

El tercer ámbito de preocupación es el de las inversiones europeas en energías renovables. Es bien conocido el liderazgo de Europa en relación con el cambio climático. Con su plan 20/20/20, la UE se comprometió a obtener el 20% de su energía de fuentes renovables y aumentar la eficacia energética en un 20% antes de 2020. La Comisión asegura que el plan ahorrará 20.000 millones de euros al año en exportaciones de gas y petróleo, una contribución significativa para abordar el “largo adiós del petróleo”.

Es sabido que, en ciertas tecnologías renovables, España es uno de los líderes del mercado; las innovaciones sobre captura del carbono avanzan rápidamente en Europa; el Banco Europeo de Inversiones ha ofrecido nuevos fondos para el desarrollo de tecnologías de energía renovable, y existe un Plan Estratégico Europeo de Tecnología Energética para coordinar las inversiones en fuentes de energía alternativas. Sin embargo, Europa recurre cada vez más a evasivas y rodeos en este ámbito. Los expertos coinciden en que su elogiado Régimen de Comercio de Derechos de Emisión (ETS, en sus siglas en inglés) no ha tenido la dimensión suficiente ni ha proporcionado los incentivos necesarios para llevar tecnologías ambientales innovadoras al mercado. Como consecuencia, las inversiones en energías renovables disminuyeron en 2008 por primera vez en 20 años.

Algunos Estados miembros, como Alemania, no se han comprometido de manera firme con la eficacia energética. A mediados de 2009, la Comisión reconoció que no se iba a cumplir el objetivo provisional de cubrir el 12% de las necesidades energéticas con renovables para 2010, y que, en muchos Estados miembros, la proporción de energía obtenida de fuentes renovables estaba disminuyendo.

El Banco Mundial ha advertido de que la crisis financiera ya está haciendo que los principales donantes europeos reduzcan las inversiones en renovables en los países en vías de desarrollo. La UE todavía no ha cumplido la promesa que hizo en la cumbre de la ONU sobre el clima –celebrada en Bali en noviembre de 2008– de proporcionar más dinero a estas naciones para usos ambientales, aunque ya ha presentado una propuesta en septiembre. Además, la UE se niega a suavizar los derechos de propiedad intelectual para permitir que estas naciones puedan acceder a tecnologías de fuentes alternativas.

Todo ello sugiere la necesidad de una mayor capacidad de previsión europea con el fin de prepararse para el nuevo panorama energético. Como dejan claro los ensayos que figuran en este número, los expertos no están de acuerdo en si será acertado describir esta situación como un mundo post petróleo o una serie de retos energéticos polifacéticos, turbulentos y complejos. En cualquier caso, los tres tipos de tendencias descritos anteriormente no son buenos augurios en cuanto a la preparación de Europa.