Señal de evacuación en caso de tsunami en  Khao Lak 10 años después del desastre natural que asoló esta población tailandesa. (Nicolas Asfouri/AFP/Getty Images)
Señal de evacuación en caso de tsunami en Khao Lak 10 años después del desastre natural que asoló esta población tailandesa. (Nicolas Asfouri/AFP/Getty Images)

10 años después del tsunami del Sureste Asiático la falta de confianza de los ciudadanos y unas construcciones deficientes son algunas de las razones que hacen que los mecanismos de detección de desastres no sean eficaces y no calen en la población. ¿Estarán preparados para enfrentar una nueva catástrofe?

Eran apenas las 8 de la mañana en una tranquila mañana del 26 de diciembre de 2004. Bajo las aguas de Indonesia, a unos 160 kilómetros de la costa de Sumatra, la tierra tembló a esa hora con una inusitada fuerza en una de las zonas del mundo con mayor número de terremotos. La violenta sacudida provocó olas de hasta 30 metros de altura, que impactaron en una docena de países bañados todos ellos por el Océano Índico, aunque separados entre sí por miles de kilómetros. Al menos 220.000 personas murieron ante la fuerza del agua, en uno de los desastres naturales más mortíferos que han sido registrados en la historia.

La región de Asia-Pacífico es la más vulnerable a desastres naturales. Durante 1970 y 2011, el 75% de todas las muertes ocasionadas por catástrofes naturales en el mundo tuvieron lugar en esta región, según datos de Naciones Unidas. Sin embargo, hasta el año 2004 apenas se habían puesto en marcha sistemas coordinados de detección y alerta ante este tipo de adversidades. “Ese día, nadie sabía que se acercaba ni estaban preparados para ello”, asegura Shamika Sirimanne, directora de la División de TIC y Reducción de Desastres de ESCAP (Comisión Económica y Social para Asia y el Pacífico de Naciones Unidas).

La magnitud del tsunami de 2004 despertó a los burócratas de ambos lados del Océano Índico. En 2005, se estableció el Fondo Regional para la Preparación ante Tsunamis, Desastres y Clima, bajo el auspicio de Naciones Unidas, con el objetivo de poner en marcha un sistema de alerta temprana en el Océano Índico y el Sureste Asiático ante posibles catástrofes, no sólo tsunamis, sino también ciclones, tormentas o inundaciones. Según el balance realizado por ESCAP, desde entonces se han estandarizado los sistemas de detección, se han mejorado los protocolos de comunicación entre países y se han instalado sirenas cerca de las zonas costeras con mayor riesgo. El sistema se ha completado con toda una serie de paneles que indican las rutas de evacuación y los puntos altos más cercanos, además de la construcción de torres elevadas cerca de las playas. “Diez años después, se ha avanzado mucho en rellenar las carencias en la reducción de riesgos, la preparación ante desastres y los sistemas de alerta temprana”, aseguró Shamika Sirimanne.

El sistema ha tardado, sin embargo, varios años en ponerse en marcha. El Sistema de Alerta de Tsunami Oceánicos no entró en funcionamiento hasta octubre de 2011 y no fue hasta abril de 2013 que los países se comprometieron a dar alertas internacionales de posibles tsunamis. Mientras tanto, en abril de 2012, otro potente terremoto hizo vibrar la tierra bajo las aguas cercanas a Indonesia. Esta vez no se produjo un tsunami, pero el sistema de evacuación falló estrepitosamente. Los habitantes de Aceh, la zona más afectada por el tsunami de 2004, con al menos 160.000 muertos, y donde se esperaba el impacto de uno nuevo, no utilizaron las torres de salvamento y cogieron sus coches y motocicletas para salir la de ciudad. La mayoría quedó atrapada en el tráfico, sin posibilidad de escapatoria ante una ola que, por fortuna, nunca llegó.

En Tailandia, donde reciben un entrenamiento anual de prevención ante tsunamis, también se pone en evidencia que la formación no ha calado entre los lugareños. “Siempre tengo una bolsa preparada con lo más importante, dinero, joyas, los papeles de la casa…, para salir corriendo hacia las montañas”, asegura Jaruek Jongkraijak, una mujer de 60 años que perdió a su marido y dos de sus hijos en el tsunami de 2004. Como Jaruek, la mayoría de los habitantes de Baan Nam Khem, el pueblo más afectado de Tailandia en 2004, piensan en salir corriendo tierra adentro en vez de utilizar las torres de salvamento, que, no obstante, son escasas. Ante el miedo de que los sistemas oficiales fallen, en el pueblo han establecido su propia red de alerta y los habitantes se turnan para seguir las noticias sobre terremotos en la zona y lanzar avisos lo más rápidamente posible.

Tailandia, ¿un modelo ante los tsunamis?

Tailandia ha sido el país que más dinero ha destinado al Fondo de Naciones Unidas para la Preparación ante Desastres, con una aportación de 10 millones de dólares (unos 8 millones de euros) de los 13,1 millones gastados entre 2005 y 2011. “El tsunami de hace diez años nos dio una buena lección sobre cómo debemos prepararnos”, dice Kanchana Patarachoke, directora adjunta del Departamento de Organizaciones Internacionales de Tailandia, que gestionó la ayuda internacional al tsunami. El Gobierno del país asiático se apresuró en reconstruir la zona, una de sus principales regiones turísticas, y en apaciguar los ánimos de visitantes y lugareños mejorando sus sistemas de prevención de riesgos.

Sin embargo, las críticas abundan y no sólo por los miedos entre los habitantes de Baan Nam Khem. La misma Patarachoke reconoce que una de las principales lagunas se refiere a las construcciones, que en muchos casos aún no están preparadas para hacer frente a desastres. Otros van más allá, y acusan al Gobierno de permitir que se construya en zonas propensas a riesgos. “Tenía expectativas más altas [después del tsunami]. Se tendría que haber hecho una consulta, sobre todo en planeamiento urbanístico”, asegura Ravadee Prasertcharoensuk, directora de la ONG tailandesa Sustainable Development Foundation. “Se está construyendo en los mismos lugares, a pesar de que siguen estando muy expuestos a otro desastre”, continúa.

En Indonesia, ha sido el sistema de sirenas que supuestamente tiene que avisar a los habitantes locales cuando hay una amenaza de tsunami el que ha estado bajo lupa. Muchos han criticado que el número de sirenas es insuficiente y que este fue el principal factor que hizo que más de la mitad de los habitantes de Aceh no escuchara los avisos durante la alerta de 2012. La misma Shamika Sirimanne, de ESCAP, reconoce así que las comunidades más alejadas siguen muy expuestas al peligro. “Un sistema efectivo que vaya hasta los extremos [territoriales] todavía tiene que ser puesto en marcha”, asegura.

El olvido es otro de los riesgos que temen las autoridades, ya que puede llevar a los habitantes a estar menos alerta y a no actuar con rapidez en caso de desastre. Las velas que estos días se encienden en los doce países arrasados por las olas no son únicamente una conmemoración por aquellos que perecieron ese día, sino un recordatorio de los que podrían perecer. “Queremos que este evento sea un recuerdo de lo que queda por hacer”, asegura Kanchana Patarachoke.