Si hay un país que ha pagado un alto precio por la falta de legalidad internacional durante el último año es Yemen. La crisis humanitaria —la peor del mundo— puede deteriorarse aún más en 2019 si las partes implicadas no aprovechan la oportunidad creada en semanas recientes por el enviado especial de la ONU, Martin Griffiths, al lograr un alto el fuego parcial y promover una serie de medidas que permitan generar confianza.

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Hombres yemeníes en la capital, Sanaa, mostrando su apoyo al movimiento chiíta huthi. MOHAMMED HUWAIS/AFP/Getty Images)

Después de más de cuatro años de guerra y un asedio dirigido por Arabia Saudí, casi 16 millones de yemeníes afrontan “inseguridad alimentaria aguda y severa”, según la ONU. Eso quiere decir que uno de cada dos yemeníes no tiene suficiente para comer.

Los combates empezaron a finales de 2014, cuando los rebeldes hutíes expulsaron de la capital al Gobierno que disponía de reconocimiento internacional. Se intensificaron el siguiente mes de marzo, cuando Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) empezaron a bombardear y sitiar el país, con el objetivo de hacer retroceder a los hutíes y volver a instalar al Gobierno derrocado. Las potencias occidentales, en general, respaldaron la campaña saudí.

A finales de 2018, unas milicias yemeníes apoyadas por los EAU rodearon Hodeida, un puerto controlado por los hutíes por el que pasa la ayuda para millones de yemeníes. Los miembros de la coalición parecían decididos a entrar en el puerto, convencidos de que así aplastarían la rebelión y obligarían a los hutíes a ceder. Pero las consecuencias de una ofensiva de ese tipo serían casi inimaginables. El principal responsable de ayuda humanitaria de la ONU, Mark Lowcock, ha advertido que podría provocar “una inmensa gran hambruna”. Esa preocupación, unida a las consecuencias del asesinato de Khashoggi, hizo que las potencias occidentales empezaran a contener a la coalición del Golfo. El 9 de noviembre, Estados Unidos anunció que iba a dejar de reabastecer de combustible a los aviones de la coalición que realizaran incursiones aéreas en Yemen. Un mes después, Griffiths, con la ayuda de Washington, logró que los hutíes y el Gobierno yemení firmaran el “acuerdo de Estocolmo”, que incluía un frágil alto el fuego en torno a Hodeida.

Hay otros atisbos de esperanza. Estados Unidos puede intensificar su presión para poner fin al conflicto en 2019. El Senado ha aprobado ya el estudio de leyes que prohíban cualquier intervención de Estados Unidos en la guerra. Ahora que, desde enero, los demócratas van a asumir el control de la Cámara de Representantes, es posible que adopten medidas más agresivas en este sentido.

Va a hacer falta todo eso y más para acabar con la guerra en Yemen o, al menos, impedir que vuelva a agravarse. Todas las partes implicadas —los hutíes y sus adversarios yemeníes, pero también los saudíes y los emiratíes— parecen pensar que el tiempo juega a su favor. Lo único que puede cambiar la situación es que Europa, Omán e Irán presionen a los hutíes, Estados Unidos presione a Arabia Saudí y los EAU, estos dos países del Golfo presionen al Gobierno yemení y el Congreso estadounidense presione a su propio Ejecutivo.

Este artículo forma parte del especial Las guerras de 2019

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia