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Un grupo de niños entra a dar clase en un colegio destruido por las bombas en Ar Radmah distrito de Ibb, Yemen. (Mohammed Hamoud/Anadolu Agency via Getty Images)

En 2018, una decidida intervención internacional en Yemen impidió que la peor crisis humanitaria del mundo, en palabras de los representantes de la ONU, se deteriorara todavía más. En 2020 quizá haya una oportunidad de poner fin a la guerra. Ahora bien, esa posibilidad es producto de una confluencia de factores locales, regionales e internacionales que, si no se aprovechan ya, podrían desaparecer a toda velocidad.

El coste humano de la guerra está dolorosamente claro. Ha matado de manera directa a unas 100.000 personas y ha llevado a un país que ya era el más pobre del mundo árabe al borde de la hambruna. Yemen se ha convertido en una línea de fractura crítica en la rivalidad entre Irán, por un lado, y Estados Unidos y sus aliados regionales, por otro. Sin embargo, un año después de que el país ocupara brevemente todos los titulares internacionales, y después de cinco años de guerra, existe el riesgo de que la comunidad internacional vuelva a olvidarse de él.

La pérdida de interés es la consecuencia positiva de las últimas novedades. Un pacto firmado en diciembre de 2018, el Acuerdo de Estocolmo, promovió un frágil alto el fuego alrededor del puerto de Hodeida, en el Mar Rojo, entre el gobierno del presidente Abed Rabb Mansour Hadi, con reconocimiento internacional, y los rebeldes hutíes que le habían arrebatado la capital, Sana, en septiembre de 2014. El acuerdo probablemente evitó una hambruna y detuvo los combates entre los dos bandos. Desde entonces, los aspectos más activos del conflicto han sido una batalla dentro del lado enemigo de los hutíes, entre los secesionistas del sur y el gobierno de Hadi, y una guerra transfronteriza en la que se lanzaron varios misiles hutíes y hubo varias incursiones aéreas de los saudíes en represalia.

La oportunidad actual es resultado de los avances en estos dos últimos frentes. Para empezar, las luchas entre los leales al Consejo de Transición del Sur (CTS) y el Gobierno, en agosto de 2019, arrinconó al bloque antihutíes hasta el borde del colapso. En respuesta, Riad no tuvo más remedio que negociar una tregua entre ellos para mantener su esfuerzo en la guerra. Después, en septiembre, un ataque con misiles contra unas importantes instalaciones petrolíferas saudíes—reivindicado por los hutíes, pero que muchos sospechan que fue obra de Teherán— puso de relieve los peligros de una guerra que implique a Estados Unidos, sus aliados en el Golfo e Irán y que ninguno de ellos parece querer. El incidente sirvió para que los saudíes y los hutíes entablaran conversaciones con el fin de suavizar el conflicto y apartar a Yemen del tablero de la lucha de poder regional entre Arabia Saudí e Irán; ambas partes han disminuido considerablemente los ataques al otro lado de la frontera. Si esto desemboca en un proceso político con mediación de la ONU en 2020, quizá no esté lejos el final de la guerra.

Pero la oportunidad podría desvanecerse. El fracaso del frágil acuerdo del gobierno con el CTS en el sur o de su acuerdo igualmente vulnerable con los hutíes, en la costa del Mar Rojo, desbarataría los esfuerzos de paz. La impaciencia de los hutíes con lo que consideran lentitud de los saudíes para pasar de la desescalada a un alto el fuego nacional y su acceso a una reserva de misiles podría volver a prender rápidamente la guerra en la frontera. Las tensiones entre Estados Unidos e Irán, cada vez mayores, también podrían llegar a Yemen. En otras palabras, la calma y la falta de actos violentos durante la segunda mitad de 2019 no debe confundirse con una nueva normalidad. Hay que aprovechar la oportunidad de lograr la paz ya.

 

El artículo original ha sido publicado en International Crisis Group