Recurrent Aerial Attacks On Sana’a In Yemen 2021
Un soldado yemení inspecciona los escombros de almacenes pertenecientes a General Electricity Corporation (Mohammed Hamoud/Getty Images)

La guerra de Yemen ha desaparecido de los titulares en 2021, pero sigue siendo devastadora y aún puede empeorar.

Los hutíes han rodeado e invadido Marib, una provincia llena de gas y petróleo. Los rebeldes, a los que durante mucho tiempo se ha subestimado como fuerza militar, parecen haber emprendido una campaña ágil y de múltiples frentes en la que combinan las ofensivas y el diálogo para debilitar la resistencia de los jefes tribales locales. Ya controlan al Bayda, una provincia limítrofe con Marib, y han hecho incursiones en Shabwa, más al este, lo que les permite interrumpir las vías de suministro a Marib. En esta provincia propiamente dicha, la capital y las instalaciones de hidrocarburos próximas son lo único que aún está en manos del gobierno del presidente Abed Rabbo Mansour Hadi, que cuenta con el reconocimiento internacional.

Si caen esos lugares, la consecuencia sería un vuelco trascendental en el rumbo de la guerra. Los hutíes se anotarían una victoria económica y militar. Con el petróleo y el gas de Marib, los hutíes podrían bajar los precios del combustible y la electricidad en las zonas que controlan, lo que reforzaría su imagen de autoridad gobernante y merecedora de legitimidad internacional. La pérdida de Marib, el último bastión del gobierno de Hadi en el norte, probablemente anunciaría la desaparición política del presidente.

Ya empieza a haber entre algunos yemeníes, supuestos partidarios de Hadi, rumores sobre la intención de sustituirlo por un consejo presidencial. Esa decisión socavaría todavía más el prestigio internacional del gobierno y seguramente aumentaría la resistencia de los hutíes a las negociaciones de paz.

Cualquiera que espere que una victoria de los hutíes presagie el fin de la guerra está engañado. En el sur de Yemen, las facciones enemigas de los hutíes y ajenas a la coalición de Hadi —en concreto, los separatistas del sur respaldados por los Emiratos Árabes Unidos y una facción encabezada por Tareq Saleh, sobrino del histórico y difunto líder de Yemen— seguirán luchando. Los hutíes, que consideran que la guerra es un enfrentamiento entre las fuerzas nacionalistas y la vecina Arabia Saudí —que respalda a Hadi con su poderío aéreo— probablemente continuarán con los ataques transfronterizos.

El nuevo enviado especial de la ONU para Yemen, Hans Grundberg, que asumió su puesto al frente de las labores de paz internacionales en septiembre, tiene ante sí dos tareas inmediatas. En primer lugar, para tratar de evitar una batalla por la ciudad de Marib, debe escuchar —sin que eso signifique necesariamente aceptar— las propuestas hutíes y presionar para que el Gobierno haga una contraoferta en la que se refleje el verdadero equilibrio de poder actual. Además, la ONU necesita una nueva estrategia de paz que no se limite a las conversaciones bilaterales entre los hutíes, por un lado, y el gobierno de Hadi con sus protectores saudíes, por otro. La guerra de Yemen es un conflicto con muchos bandos, no una lucha binaria por el poder; la única esperanza de alcanzar un acuerdo real es que haya más gente en la mesa de negociaciones.