La inestabilidad y el avance de los yihadistas en Yemen deberían preocupar a la Administración Obama y al resto de los países de la Península Arábiga. Una nueva generación de combatientes islamistas yemeníes, que se ha radicalizado en la guerra de Irak, toma cada día más fuerza.

 
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El vecino pobre: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y los demás Estados del Golfo tendrían que ayudar a Yemen por el bien de la seguridad regional.

Mientras el presidente Obama reflexiona sobre el destino de los presos que permanecen en la bahía de Guantánamo, una de sus decisiones más difíciles será qué hacer con los 94 yemeníes allí encarcelados. Los planes estadounidenses de repatriación se están complicando por el incremento de las actividades de Al Qaeda en Yemen y las dudas sobre la capacidad de su Gobierno de garantizar que los prisioneros liberados no van a llevar a cabo actividades terroristas. Un factor que ha contribuido a subrayar los peligros existentes es una reciente grabación en la que uno de los líderes de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, elogiaba "el despertar yihadista en Yemen, que pretende liberar la Península Arábiga". Esta declaración se produce tras los llamamientos de un antiguo preso saudí en Guantánamo, Said Ali Jabir al Shehri, a que los combatientes de la red de Bin Laden "viajen a la tierra del apoyo y la preparación, la tierra de la yihad y el martirio, el Yemen de la sabiduría y la fe". La amenaza es grave; es evidente que las células de Al Qaeda consideran las áreas tribales de dicho país como un lugar en el que reagruparse y planear futuros atentados. Así lo corroboran varios documentos obtenidos por las fuerzas de seguridad yemeníes que revelan planes detallados para realizar atentados en la zona. 

La condición de refugio de la actividad yihadista de Yemen viene de antiguo. El propio Al Zawahiri pasó un período allí durante los 90, y el principal estratega de Al Qaeda, Abu Musab al Suri, un ciudadano español de origen sirio, ha dicho que este país es un “pilar fundamental” de la yihad por "los factores religiosos y económicos que existen allí". La organización es además muy consciente de la importancia estratégica de Yemen por su situación en el estrecho de Bab al Mandab, un punto fundamental del Mar Rojo, y su proximidad a Arabia Saudí y los Estados del Golfo. Las armas son baratas y abundantes, y sirven de estímulo a un lucrativo comercio con Somalia; se calcula que hay entre seis y nueve millones de armas de pequeño calibre en el país, con una población de 22 millones de habitantes. 

Existen varios motivos importantes por los que este Estado es un refugio y un terreno fértil para Al Qaeda. La pobreza, desde luego, tiene mucho que ver; es el país más pobre, con mucho, del mundo árabe. Casi la mitad de sus habitantes vive con menos de dos dólares al día y la escasez crónica de alimentos se ha visto exacerbada por el cultivo generalizado de qat, un narcótico estimulante suave. Mientras tanto, la producción de petróleo está disminuyendo rápidamente, con graves consecuencias para un Gobierno cuyo presupuesto depende en un 70% de los ingresos de los recursos energéticos. A medida que disminuyan los ingresos del crudo, y con la previsión de que la población se duplique en 20 años, parece probable que las tensiones acaben con el delicado sistema de alianzas tribales establecido por el presidente Alí Abdulá Saleh.

No obstante, sería un error pensar que la pobreza y la debilidad del Estado son los únicos factores que han contribuido al aumento de la actividad terrorista en Yemen. El Gobierno ha llevado a cabo una estrategia ambivalente y, a veces, casi contradictoria respecto a los grupos extremistas dentro de sus fronteras. La alianza formada entre Alí Abdulá Saleh y los veteranos yihadistas de la guerra afgana de los 80 fue fundamental para lograr la victoria sobre el antiguo régimen marxista en el sur del país. El presidente nombró a un destacado dirigente islamista radical, el jeque Abdul Majid al Zindani, para formar parte del Consejo Presidencial entre 1993 y 1997. Con posterioridad se acusó a Al Zindani de reclutar a miembros de Al Qaeda a través de su institución religiosa en Sanaa, la Universidad al Iman, y se le incluyó en una lista de patrocinadores del terrorismo de la ONU. Pese a ello, Saleh mantiene una relación ambigua con Al Zindani y sus seguidores, y todavía en 2007 el Gobierno empleó a algunos de ellos en su guerra contra los rebeldes chiíes del norte del país. Además de una tendencia alarmante a que los miembros del movimiento se fuguen de prisión, se cree que la institución estatal creada para rehabilitar a yihadistas encarcelados, el Comité para el Diálogo Religioso, ha conseguido la puesta en libertad de miembros de Al Qaeda que, sin renunciar a sus actividades, se comprometen a no llevar a cabo futuros atentados dentro de Yemen. Un ejemplo es el ex guardaespaldas de Osama bin Laden que asegura haber establecido un centro de investigaciones sobre la yihad en Sanaa con apoyo del Ejecutivo.





























           
La experiencia de la lucha en Irak ha radicalizado a una nueva generación de combatientes islamistas yemeníes
           

El pragmatismo del presidente Saleh, que le ha hecho buscar un modus vivendi con los movimientos integristas, no ha impedido un incremento de la violencia por parte de grupos que aseguran representar a Al Qaeda. Lo que ha cambiado es que varios yihadistas jóvenes se han alejado de los dirigentes de la generación afgana y pretenden derrocar al Gobierno y establecer un Estado islámico. Se trata, en definitiva, de una consecuencia no deseada de la guerra de Irak, durante la que el Ejecutivo yemení hizo la vista gorda a la labor de reclutamiento de jóvenes para ir a luchar allí; se calcula que, en el período más intenso de insurgencia, había unos 1.200 yemeníes combatiendo en Irak. En 2006, el jefe de las Fuerzas Centrales de Seguridad elogió públicamente el éxito de los rebeldes suníes iraquíes que habían logrado matar a soldados estadounidenses.

La experiencia de la lucha en Irak ha radicalizado a una nueva generación de combatientes islamistas yemeníes, responsables de la reciente oleada de atentados en su país. Algunos miembros de la generación mayor de yihadistas, los afganos, aseguran que son ellos quienes representan a Al Qaeda en Yemen, pero se han visto rebatidos por las recientes condenas de la organización terrorista hacia el presidente yemení y otros dirigentes del movimiento. A principios de este año, Al Zawahiri acusó al presidente Saleh de ser un "agente de los cruzados". Al Suri, antes de ser capturado en Pakistán en 2005, condenó a los veteranos yihadistas aliados con el presidente Saleh y los llamó ulama’ al Sultan (los clérigos del sultán). Estos pronunciamientos son una base importante de legitimidad para la generación iraquí de Al Qaeda en Yemen.

La bomba que estalló en la embajada estadounidense en Sanaa en septiembre de 2008 sirvió para recordar sin reservas a los gobiernos occidentales cuáles son los peligros de confiarse demasiado en Yemen. Es evidente que, en el pasado, Estados Unidos y Europa han ejercido un abandono estratégico del país. Entre 2005 y 2006, pese a que el Gobierno de Bush dijo que era un “terreno clave” en la guerra contra el terror, el importe total de la ayuda al desarrollo concedida por EE UU fue de sólo 18,5 millones de euros. Sin embargo, la solución a los problemas de este país árabe no está sólo en Washington o en las capitales europeas, demasiado distraídos por los enormes déficits actuales y las guerras en Afganistán e Irak. La estabilidad a largo plazo de Yemen sólo será posible con la colaboración de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y los demás Estados del Golfo, cuya influencia financiera y experiencia económica pueden ayudar a sacar al país de una crisis cada vez más profunda. Si esos Estados aceptaran una estrategia de aumento masivo de la ayuda al desarrollo, estarían llevando a cabo no sólo un acto caritativo y solidario con un vecino más pobre, sino una acción fundamental para la seguridad de la región.

Arabia Saudí está levantando a toda prisa una sofisticada verja en su frontera con Yemen. Esa barrera es un obstáculo táctico para los yihadistas de la zona, pero no una estrategia para hacer frente a la amenaza creciente de un nuevo bastión de Al Qaeda en la Península Arábiga. Aunque el riesgo de que algunos presos yemeníes de Guantánamo regresen a las actividades terroristas al ser repatriados es muy real, Obama no va a tener más remedio que enviarlos a su país por las sucesivas violaciones del derecho internacional cometidas durante su encarcelamiento por la Administración Bush. Después de llegar a esa incómoda conclusión, el presidente estadounidense debería tomar la decisión de considerar Yemen como una de sus prioridades fundamentales en Oriente Medio.

 

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