Un clérigo paquistaní ha promulgado una fetua contra los terroristas suicidas. Y la historia no ha hecho más que empezar.

 

Los periódicos paquistaníes recogieron recientemente una interesante historia proveniente del establishment de seguridad del país. Los reporteros se enteraron de que su Gobierno había interceptado un mensaje secreto que circulaba en el interior de Tehrik e Taliban, el más destacado de entre los diversos grupos islamistas que intentan derrocar al Ejecutivo de Islamabad. Según parecía, los yihadistas acababan de añadir un nuevo objetivo a una de sus listas de la muerte. Su nombre es Tahir ul Qadri, y no es ningún funcionario del Gobierno. Es uno de los principales estudiosos islámicos de Pakistán, una autoridad en el Corán y la sharia.

KARIM SAHIB/AFP/Getty Images

No es de extrañar que los terroristas quieran ver muerto a Qadri. Recientemente promulgó una norma legal de 600 páginas, una fetua, que condena el terrorismo por antiislámico. Unos pocos medios occidentales dieron luz verde a la noticia, pero la cobertura muy pronto se apagó. Y es una pena, porque la historia de este decreto religioso sobre el islam acaba de comenzar a ponerse interesante. “He declarado una yihad contra el terrorismo”, dice Qadri, de 59 años, en una entrevista. “Estoy intentando traer [a los terroristas] de vuelta al humanismo. Ésta es una yihad contra la brutalidad, para traerlos de vuelta a la normalidad. Es una yihad intelectual”. No se trata de retórica hueca. El año pasado los militantes asesinaron a uno de los colegas de Qadri, un estudioso llamado Ahmed Naeem, por expresar una posición similar.

Ésta no es la primera vez que un jurisconsulto musulmán denuncia los atentados suicidas por ser contrarios al espíritu del islam. Pero la resolución de Qadri representa, no obstante, un importante precedente -podría hacer una contribución en la lucha entre los terroristas (y aquellos que los apoyan) y una versión más moderada de la política islámica. Muchos estudiosos musulmanes antes de Qadri, por supuesto, han denunciado este tipo de acciones. Lo que hace esto significativo es el inflexible rigor de su visión, que despliega una extensísima colección de fuentes islámicas clásicas para apoyar el argumento de que quienes cometen atentados se sitúan por completo más allá de lo aceptable. Tiene especial interés en llegar a la próxima generación, a los miembros más jóvenes de la umma global (la comunidad de los creyentes) que -sostiene- han perdido el rumbo en el agitado mundo posterior 11-S.

La fetua de Qadri aspira a establecer un poco de saludable claridad. Su fallo, que construye su argumento en torno a una meticulosa lectura del Corán y del hadith (recopilaciones de declaraciones orales atribuidas al profeta Mahoma), asegura que los actos terroristas van totalmente en contra de las enseñanzas islámicas. Aunque bastantes estudiosos han condenado con anterioridad estos actos como haram (prohibido), la nueva fetua lo declara de modo categórico nada menos que como kufr (actos de falta de fe). “Existía la necesidad”, dice Qadri, “de abordar este asunto de manera auténtica, con plena autoridad, con toda la necesaria autoridad coránica -de modo que [los terroristas] se den cuenta de que lo que les han enseñado es absolutamente erróneo y de que van a ir al infierno. No van a alcanzar el paraíso y no van a tener 72 vírgenes en el cielo. Están por completo en el lado equivocado”.

De modo que no es difícil imaginar por qué a los talibanes no les hace gracia. “Qadri ha sido muy atrevido al decir que a estos terroristas les espera el infierno”, dice Hassan Abbas, un académico paquistaní del Belfer Center de la Universidad de Harvard. “Es claramente provocador, en un sentido positivo, y este valiente acto es también digno de atención”. Señala que la fetua incluye varias críticas concretas al movimiento conservador Deobandi, cuyas enseñanzas sustentan a muchos de los grupos islamistas del sur de Asia, algo que ha enfurecido a muchos de los seguidores de esta corriente. (El propio Qadri es un destacado representante de la escuela Barelvi del islam suní, un grupo de influencia sufí que, afirma Abbas, históricamente ha superado en número a los deobanditas en Pakistán). Pero no es probable que muchos de los yihadistas se vean influenciados por las formidables credenciales intelectuales de Qadri. Es un público diferente al que éste tiene en mente, básicamente, el vacilante centro.

Abbas, que se describe a sí mismo como miembro de la corriente musulmana mayoritaria, dice que la decisión de Qadri de anunciar la publicación de la fetua en Londres en vez de en su Pakistán natal podría haber reducido un poco su impacto inicial. “Curiosamente, la fetua ha generado un debate en la blogosfera, entre los jóvenes musulmanes que viven en Occidente”, dice. “Creo que puede ser potencialmente la más importante contribución de este trabajo a corto y medio plazo. El hecho de que haya tantos de sus discursos y conferencias que estén disponibles on line (incluyendo en YouTube) indica que es escuchado a escala global y sobre todo por musulmanes con educación”. También ha hecho que la fetua (escrita en urdu) no deje de recibir atención en publicaciones que van desde Oriente Medio a Filipinas -una atención que es probable que siga incrementándose a medida que este voluminoso trabajo vaya abriéndose paso en otros idiomas importantes. (La traducción completa al inglés de la fetua, por ejemplo, acaba de ser finalizada. Los asistentes de Qadri están todavía a la búsqueda de un buen editor en Occidente).

"Curiosamente, la fetua ha generado un debate en la blogosfera, entre los jóvenes musulmanes que viven en Occidente"

¿Podría ser que algunos observadores le estén dando demasiada importancia a todo esto? Ahmed Quraishi, un comentarista conservador paquistaní que reside en Islamabad, cuestiona la influencia de Qadri, tanto política como de cualquier otro tipo. Otros estudiosos han condenado los atentados suicidas antes que él, insiste. “El suicidio es declarado ilegal en el islam mediante claras disposiciones en el Corán”, dice Quraishi. “Pero luchar y morir en defensa propia no lo es. De hecho, se incita a ello. Así que cuando un estudioso musulmán sale y dice ‘los atentados suicidas son haram’ uno necesita ver la letra pequeña. Está fuera de la ley si significa matar al inocente. Pero no lo está si significar atacar a invasores u ocupantes”.

Eso, de hecho, es lo que muchos han argumentado con anterioridad. Sin embargo, una de las cosas que hace que la fetua de Qadri sea tan convincente es que descarta este tipo de lógica. La alegación de que el terrorismo es una respuesta legítima o excusable a la opresión es, según el fallo de Qadri, un “silogismo terrible” porque “el mal no puede convertirse en bien bajo ninguna circunstancia”. (Por supuesto, denuncia la ocupación y los actos de agresión contra el islam -pero insiste en que hay que resistirse a ellos de manera pacífica siempre que sea posible y seguir estrictamente las leyes de la guerra cuando no sea así). Es más, como se ha señalado antes, Qadri va mucho más allá de declarar los actos terroristas meramente “prohibidos”. En su opinión son una manifestación de falta de fe, no sólo un grave pecado, sino una auténtica negación del islam.

Esta es una prueba adicional, si es que se necesitara alguna, de que la llamada guerra contra el terror palidece al lado de la guerra dentro del propio islam, la continua, sutil, y absolutamente vital lucha por el alma de la fe. De modo que va a merecer la pena seguir de cerca el impacto que estas 600 páginas tendrán en las inquietas mentes del islam en los años venideros. “La verdadera contribución de la fetua no puede ser evidente en cuestión de semanas”, argumenta Abbas. “El mensaje se extenderá lentamente”. Pero extenderse, se extenderá. Sigan sintonizados.

 

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