Europa puede ofrecer al presidente de EE UU cobertura política dentro de un acuerdo multilateral para evitar un Irán nuclearizado. 

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SAUL LOEB/AFP/Getty Images

La reelección de Obama ha tenido una gran acogida en toda Europa. En el presidente de EE UU, los europeos han encontrado un socio para reconstruir la relación transatlántica después de años de tensiones bajo el Gobierno de Bush. Sus valores están más próximos a los europeos: da más importancia al multilateralismo, tiene más respeto por las leyes internacionales (en comparación con sus homólogos republicanos) y es menos entusiasta a la hora de utilizar al Ejército estadounidense como instrumento de política exterior.

Sin embargo, hasta ahora, Obama no ha llevado a la práctica muchas de las políticas que había prometido en su primer mandato. Mantiene en funcionamiento las vergonzosas prisiones de Guantánamo, ha sido más propenso -no menos- a emplear aviones no tripulados y enseguida abandonó su promesa de ejercer la diplomacia con Irán para impulsar un paquete de sanciones sin precedentes.

El decepcionante comportamiento de Obama se debe a numerosos factores: su limitada capacidad de maniobra como consecuencia de la debilidad económica del país, el hecho de no haber valorado suficientemente las fuerzas estructurales que se oponen a su programa, el obstruccionismo descarado de los republicanos y su resistencia a gastar su capital político para conservar su margen de actuación.

Ahora bien, en el caso de su política respecto a Irán, se ha encontrado además con resistencia procedente de rincones inesperados. Si bien la oposición de Israel y Arabia Saudí a cualquier avance diplomático entre Washington y Teherán es una actitud reconocida abiertamente y muy documentada (véase, por ejemplo, Treacherous alliance – the secret dealings of Israel, Iran and the US), es bien sabido, asimismo, el papel de bloqueo que desempeña a veces la troika de la UE.

Mientras Obama tomaba posesión, en enero de 2009, Reino Unido y Francia presionaban a la Unión para que aprobara unas sanciones nuevas y más enérgicas contra Irán. La decisión de endurecer la postura se debía en parte a la creencia de que eso disuadiría al mandatario de EE UU de su intención declarada de intensificar los esfuerzos diplomáticos. Otros miembros de la UE se mostraron en desacuerdo y alegaron que adoptar medidas de castigo en aquel momento debilitaría al presidente. “Que el lado europeo se volviera halcón mientras Obama estaba tendiendo la mano era, sin duda, una forma de minar la credibilidad de esa mano tendida”, según explicó en 2010 un veterano diplomático de un país que no está en la troika. Existía una dinámica similar en el Senado estadounidense, donde se consideró que una propuesta de nuevas sanciones a principios de 2009 era una medida dirigida a socavar la labor diplomática de Obama.

Del mismo modo, cuando el presidente de EE UU estaba preparando una oferta de negociación basada en el intercambio de la reserva iraní de uranio enriquecido de baja graduación por combustible nuclear, los franceses se opusieron de manera rotunda, con el argumento de que el canje daría legitimidad a las actividades de enriquecimiento llevadas a cabo por Irán en el pasado. A finales del verano de 2012, Francia y Gran Bretaña llegaron a presionar a Obama para que declarase que la vía diplomática con Teherán había fracasado y dejara en suspenso todos los esfuerzos negociadores. Un paso que habría sido tan desastroso para la diplomacia como para la reelección del presidente. En general, París y, en menor medida, Londres se han colocado a la derecha de Obama y con ello han contribuido a limitar, aún más, su margen político de maniobra respecto a Irán.

No obstante, ahora que Obama ha sido reelegido, existe una nueva oportunidad para la diplomacia y la Casa Blanca está decidida a aprovecharla. Es probable que haya una nueva ronda de negociaciones del grupo P5+1 y se están estudiando nuevas combinaciones de incentivos y elementos disuasorios.

A estas alturas, Europa tiene tres formas de poder ayudar a Obama para que triunfe la vía diplomática y se evite, de forma pacífica, la existencia de armas nucleares en Irán.

En primer lugar, la UE puede inyectar voluntad política y capacidad de aguante al proceso diplomático. Las limitaciones políticas de Obama en la cuestión de Irán son tal vez equiparables a la parálisis de Washington respecto a Cuba. Es un hecho que quedó patente en 2009, al ver que la capacidad del presidente de mantener la vía diplomática -después de que las elecciones fraudulentas iraníes y las presiones del Congreso, de Israel, de Arabia Saudí y de Francia consumieran su margen político- no duraba más que unos meses, después de los cuales la estrategia pasó a centrarse por completo en las sanciones. Europa puede ayudar a proporcionar margen político a Obama para que sus intentos de resolver la cuestión por medios pacíficos no se vean tan limitados como en 2013.

Segundo, dado que Europa tiene más maniobrabilidad política, la UE está en mejor situación para ofrecer a Irán incentivos tales como una rebaja de las sanciones para lograr que, a cambio, cedan en algo. Al menos en las primeras fases de la negociación. Es poco probable que se pueda llegar a un acuerdo si Teherán no limita sus actividades de enriquecimiento a cambio de que se suavicen las medidas de castigo, pero la capacidad de Obama de hacer ese ofrecimiento es limitada porque muchas de las sanciones dependen de que se autoricen del Congreso. Por el contrario, las sanciones europeas las imponen y las levantan los ministerios de Exteriores y no las cámaras legislativas nacionales.

En tercer lugar, Europa puede ofrecer cobertura política a Obama para intentar lograr un acuerdo definitivo sobre la cuestión nuclear. Al final, no habrá ninguna solución mientras los dos lados no estén dispuestos a transigir. Irán debe aceptar un tope por debajo del 5% para su enriquecimiento, limitar sus reservas de uranio enriquecido y ratificar el Protocolo Adicional, el instrumento de inspección más firme y que supone una mayor intromisión de todos los que existen. Occidente, por su parte, tiene que olvidarse del objetivo de enriquecimiento cero, aceptar uno limitado en territorio iraní y levantar las sanciones específicamente nucleares. Para salir adelante, ambas partes han de abandonar sus demandas maximalistas y estar dispuestas a hacer concesiones.

Pero el arte del compromiso ha dejado de ser una virtud en la cultura política estadounidense. Como muy bien describe Leslie Gelb en The myth that screwed up 50 years of US foreign policy, la mentira de que Estados Unidos salió vencedora en la crisis de los misiles de Cuba porque se mantuvo firme ante la Unión Soviética (en vez de negociar un acuerdo mutuo) persigue a Washington desde hace decenios y ha hecho pensar a los gobiernos posteriores que la única vía política aceptable para relacionarse con los enemigos externos es sostenerles la mirada y no ceder jamás. Europa puede ofrecer a Obama cobertura política dentro de un acuerdo multilateral para evitar un Irán nuclearizado, sin necesidad de recurrir a la guerra y sin que tenga que enfrentarse a una reacción crítica en su propio país.

 

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