Tekere: A Lifetime of Struggle
(Tekere: una vida luchando)

Edgar Tekere 179 págs., Sapes,
Harare, Zimbabue, 2007 (en inglés)


Robert Mugabe lucha por su vida política. El presidente de Zimbabue, de 83
años, intenta proteger un legado que la mayoría de críticos –y los que saben
de números– han calificado de fracaso absoluto. Lleva en el poder desde la independencia
de Gran Bretaña en 1980, y ahora preside un país con un 80% de desempleo, una
inflación que supera oficialmente el 1.700% y cuyos servicios sociales están
colapsados. Mugabe convirtió a una de las naciones más dinámicas y autosuficientes
de África en su Estado mendigo por excelencia. Aun así, se aferra al
poder con obstinación, contento por perpetuar su imagen de héroe nacionalista.

La caída comenzó en 1997, con la promesa incumplida de pagar pensiones a los
veteranos de la guerra de liberación, y fue en picado en 2000, cuando Mugabe
perdió un referéndum con el que hubiera instalado un Gobierno más autocrático.
Tomó represalias confiscando las granjas de aquellos que consideraba financiadores
de un fuerte bloque de oposición, el Movimiento para el Cambio Democrático.
El ataque contra las propiedades de los blancos sumió al país en una crisis
de la que aún no se ha recuperado. Se prevé que la producción de tabaco sea
este año una quinta parte de la obtenida en 1999, y la de alimentos es ahora
una tercera parte de lo que un día fue.

La crisis económica viene acompañada de una dura represión de las voces discrepantes.
Pero hay una persona destacada, difícil de acallar, que fue fundador y secretario
general del partido de Mugabe, el Zanu-PF.

Dentro del movimiento nacionalista, Edgar Tekere fue el primero en denunciar
la gran corrupción en el partido. Casi veinte años después, ha vuelto a la escena
política para desafiar las pretensiones de Mugabe, al considerarse imprescindible.
Su polémica autobiografía, Tekere: A Lifetime of Struggle, publicada
en Harare el pasado enero, ha surgido como correctivo a las intenciones del
presidente y como ejemplo poco común del poder de la oposición. Aunque no es
una obra maestra, el libro muestra una visión del papel de Tekere en la lucha
nacionalista y su opinión sobre figuras clave, incluido Mugabe.

Las quejas del autor hacia su antiguo camarada abarcan lo personal y lo político.
Tekere declara que el presidente fue un miembro poco entusiasta del partido,
fiel a los líderes menos radicales, que no estaban preparados para implicarse
en la lucha revolucionaria. Recuerda también que algunas figuras militares desconfiaban
de él, una vez que la lucha del partido se trasladó a Mozambique [país que apoyaba
y permitía al movimiento independentista zimbabuense establecer bases en su
territorio].

Esta versión hace mella en la imagen que Mugabe ha creado sobre sí mismo: arquitecto
de la resistencia y heredero de su legado. También se hace una crítica de la
espiral descendente. Tekere escribe: “Es cierto que no se puede culpar a una
sola persona de los males de un país, [pero] en Zimbabue resulta cada vez más
difícil no creer que Robert Mugabe sea el centro de los problemas de la nación”.

Las críticas de Tekere resultan a veces irracionales. Vilipendia al presidente
por no llevar uniforme, considerando que se parece más a un “burócrata civil”
que a un jefe militar. Explica que el líder se sentaba en su despacho y esperaba
a que él le informara de las instrucciones castrenses y nunca tomaba la iniciativa,
ni siquiera sabía realizar el saludo militar.

Hay también algún que otro error fáctico: sir Roy Welensky fue primer ministro
de la desventurada Federación de Rodesia y Nyasalandia [creada por Reino Unido
y que comprendía Malaui, Rodesia del Norte, hoy Zambia, y del Sur, actual Zimbabue],
no de Rodesia del Sur. Además, el Partido Conservador británico estuvo más de
“un corto periodo de tiempo” en el poder después de 1980 (en concreto, 17 años).

Pero quizá, la crítica más mordaz de esta biografía se halla en la narración
de la respuesta de Mugabe a uno de los capítulos más sangrientos de su partido.
En noviembre de 1977, el Ejército de Rodesia atacó al ala armada del Zanu-PF
(ZANLA) cuando acampaba en Chimoio (Mozambique). Tekere expone la reacción del
actual presidente ante las 1.200 muertes y ante el gran golpe contra la fortaleza
del Ejército del Zanu-PF. El autor cita las palabras de Mugabe: “¿Sabes qué?
Estoy empezando a preguntarme si esto merece la pena, con toda esta pobre gente
muriendo”. Tekere rememora el incidente con odio y asco al ver dudar al líder
de una lucha militar tan grave, cuando ya se había recorrido la mitad del camino.

Mugabe, rodeado por cortesanos y animadores políticos, ha sido objeto de culto
por liberar lo que fue Rodesia de la esclavitud política. Pero hoy Tekere incomoda
al presidente en el momento en el que éste necesita apoyo para conservar el
poder cuando concluya su mandato en 2008. El presidente ha calificado el best
seller
como el producto de una mente imprevisible, impulsiva y temperamental.
Incluso ha sacado a relucir un incidente ocurrido en 1980, en el que Tekere
fue acusado, aunque más tarde absuelto, del asesinato del encargado blanco de
una granja. En marzo, el autor fue expulsado del Zanu-PF tras declarar: “El
partido se ha convertido en un vehículo para las elecciones y se ha alejado
de sus bases urbanas, donde ya ni siquiera podía dar un mitin político, y ya
no es una formación cercana a los ciudadanos, sin cuya ayuda ni siquiera hubiera
podido ganar la lucha ni establecer el Estado de Zimbabue en 1980”.

El interés del libro no se encuentra tanto en las rivalidades políticas del
pasado, sino en la lucha actual. Mugabe declaró que el editor de Tekere, el
intelectual zimbabuense Ibbo Mandaza, le estaba utilizando para promover los
intereses de una facción que aboga por la vicepresidenta del Gobierno, Joyce
Mujuru, en la airada guerra de sucesión del país.

El mandatario ha advertido a aquellos que se pelean por su cargo de que “no
hay puestos vacantes”. Pero después de 27 años en el poder, Zimbabue reúne todas
las características de un Estado fallido. Al final, Mugabe descubrirá
que su mayor némesis está en una economía rota, no en sus camaradas del pasado.