Ricardo Lagos, de 68 años, socialista, uno de los mejores presidentes que
ha dado Chile, ha tomado las riendas del Club de Madrid, organización
que reúne a antiguos jefes de Estado o de Gobierno de países democráticos
y cuya principal función es impulsar la democracia en el mundo. A Lagos
le gustaría que este Club generara "una mirada un poco más fresca sobre
los grandes temas que hacen más compleja la política internacional".

FP edición española. ¿Hay un eje ordenador en las elecciones celebradas en América Latina?

Ricardo Lagos. Hay un signo distintivo: una señal de desencanto con la situación existente. El hilo conductor es la sensación de que las recetas económicas —el llamado Consenso de Washington— aplicadas en los años 90, con democracias asentadas en casi toda la región, no han dado los resultados esperados. Pueden ser útiles en el ámbito macroeconómico, pero no en el social. El crecimiento por sí solo no soluciona ningún problema si no hay política social. Y las políticas sociales son las que permiten que el crecimiento llegue a la población. De lo contrario, la gente votará en las próximas elecciones por quien crea que va a satisfacer sus demandas. Éste es el eje vertebrador: en qué medida un sistema que crece puede tener un ordenamiento democrático eficaz para que esa prosperidad llegue a todo el mundo. Y esa línea explica mejor la actual situación que decir que hay un giro hacia la izquierda.

 

FP. ¿Qué hay que dejar a lo público y qué a lo privado?

R. L. Antes se decía que la política social era cuestión del Estado. Pero se puede hacer desde otras instancias. Lo importante es que llegue a quien tiene que llegar. En América Latina, se trata de que haya más democracia, no menos, pero hay que ver cómo se organiza un Estado con instituciones sólidas y a la vez transparentes. La opacidad ya no funciona en política. Pero eso significa también poner en marcha políticas sociales en el ámbito educativo y de la capacitación. Estamos muy contentos de tener un acuerdo con Europa, pero nos costó dos años que Bruselas homologara nuestros frigoríficos para exportar carne a Europa. El mundo global también exige normas. Eso requiere políticas públicas muy sólidas. Estamos hablando de redistribuir el crecimiento. Nosotros adoptamos en Chile una política sanitaria que consistió en garantizar dos cosas: que el Estado pagaría la factura médica de las personas sin recursos y que las listas de espera no podían superar los tres meses. Si no se cumple esta última condición, el ciudadano puede ir al sector privado y el Estado se hace cargo de la cuenta.

FP. ¿Qué políticas públicas permiten hacer eso?

R. L. Habrá muchos debates sobre Hugo Chávez, pero está haciendo políticas públicas en el ámbito de la educación y la salud. Y cuando llega un médico a una barriada caraqueña es un cambio. Sí, lo financia con petróleo. No digo que sea la mejor forma de gastar los petrodólares. En Chile los ingresos extraordinarios los destinamos a ciencia y tecnología, para que cuando se acabe la bonanza nos quede un agregado.

FP. ¿Hace falta más integración regional?

R. L. Uno hace política exterior desde su región. Eso es el siglo XXI. Si España es España en el mundo, lo es también por su papel en Europa. Es lo que le da fuerza a España. Y nosotros tenemos que hacerla desde lo que somos, América Latina. El drama es que, cuando el continente no logra hablar con una sola voz, la política exterior de cada uno no tiene la resonancia que debiera. Una cosa son los procesos de integración física, que son geográficos —la carretera que une Chile y Argentina, la integración energética, la eléctrica—, pero la Unión Europea es el símbolo de cómo entendemos la integración regional.

FP. ¿Es el indigenismo reflejo de una mayor
democratización?

R. L. Durante mucho tiempo estos movimientos no tuvieron capacidad de expresión y pueden llegar a alcanzar mucha importancia si convergen en una misma dirección. Se mezclan factores como la raíz, la etnia a la que se pertenece, pero también la situación social de esa etnia en cada país. En Chile, por ejemplo, de 15 millones de habitantes, unos 900.000 se declaran de ascendencia mapuche. De éstos, 350.000 viven en el campo, en comunidades en las que conservan sus costumbres. El resto es urbano, con un nivel económico muy bajo. Ahí se mezclan, de forma explosiva, la reivindicación étnica con una situación social de extrema pobreza. Hay 2.000 comunidades indígenas en todo el país. Trabajamos con todas ellas en temas concretos, que tienen que ver con la dignidad del ser humano. Por ejemplo, calefactores en centros rurales. Hemos reducido la pobreza, pero hay un 5% de indigentes que ni siquiera saben los derechos que tienen y, por tanto, no los reivindican. Y se les explica. El movimiento indigenista nos ha obligado a desarrollar políticas específicas para ese mundo. Por ejemplo, en materia de idioma, creando puestos para profesores de sus lenguas. O aceptando que hay una medicina tradicional mapuche que puede aportar algo.

FP. ¿Hay una América que mira al Atlántico y otra al Pacífico?

R. L. Hay mucho de eso. Son 4.500 kilómetros que miran al Océano Pacífico. Un país como Chile tiene una mentalidad insular, nos separa el mar, la cordillera de los Andes o el desierto en el Norte. Pero insular respecto al Mediterráneo, a Europa, al gran comercio que se multiplica tras la Segunda Guerra Mundial en el Atlántico Norte. Estamos a años luz de ese punto. Y de repente las corrientes del comercio internacional comienzan a desplazarse hacia el Pacífico. Hoy es en esa zona donde se realiza la mayor parte del comercio mundial, si se considera también la costa oeste de Estados Unidos y de México.

Ricardo Lagos, de 68 años, socialista, uno de los mejores presidentes que
ha dado Chile, ha tomado las riendas del Club de Madrid, organización
que reúne a antiguos jefes de Estado o de Gobierno de países democráticos
y cuya principal función es impulsar la democracia en el mundo. A Lagos
le gustaría que este Club generara "una mirada un poco más fresca sobre
los grandes temas que hacen más compleja la política internacional".

FP edición española. ¿Hay un eje ordenador en las elecciones celebradas en América Latina?

Ricardo Lagos. Hay un signo distintivo: una señal de desencanto con la situación existente. El hilo conductor es la sensación de que las recetas económicas —el llamado Consenso de Washington— aplicadas en los años 90, con democracias asentadas en casi toda la región, no han dado los resultados esperados. Pueden ser útiles en el ámbito macroeconómico, pero no en el social. El crecimiento por sí solo no soluciona ningún problema si no hay política social. Y las políticas sociales son las que permiten que el crecimiento llegue a la población. De lo contrario, la gente votará en las próximas elecciones por quien crea que va a satisfacer sus demandas. Éste es el eje vertebrador: en qué medida un sistema que crece puede tener un ordenamiento democrático eficaz para que esa prosperidad llegue a todo el mundo. Y esa línea explica mejor la actual situación que decir que hay un giro hacia la izquierda.

 

FP. ¿Qué hay que dejar a lo público y qué a lo privado?

R. L. Antes se decía que la política social era cuestión del Estado. Pero se puede hacer desde otras instancias. Lo importante es que llegue a quien tiene que llegar. En América Latina, se trata de que haya más democracia, no menos, pero hay que ver cómo se organiza un Estado con instituciones sólidas y a la vez transparentes. La opacidad ya no funciona en política. Pero eso significa también poner en marcha políticas sociales en el ámbito educativo y de la capacitación. Estamos muy contentos de tener un acuerdo con Europa, pero nos costó dos años que Bruselas homologara nuestros frigoríficos para exportar carne a Europa. El mundo global también exige normas. Eso requiere políticas públicas muy sólidas. Estamos hablando de redistribuir el crecimiento. Nosotros adoptamos en Chile una política sanitaria que consistió en garantizar dos cosas: que el Estado pagaría la factura médica de las personas sin recursos y que las listas de espera no podían superar los tres meses. Si no se cumple esta última condición, el ciudadano puede ir al sector privado y el Estado se hace cargo de la cuenta.

FP. ¿Qué políticas públicas permiten hacer eso?

R. L. Habrá muchos debates sobre Hugo Chávez, pero está haciendo políticas públicas en el ámbito de la educación y la salud. Y cuando llega un médico a una barriada caraqueña es un cambio. Sí, lo financia con petróleo. No digo que sea la mejor forma de gastar los petrodólares. En Chile los ingresos extraordinarios los destinamos a ciencia y tecnología, para que cuando se acabe la bonanza nos quede un agregado.

FP. ¿Hace falta más integración regional?

R. L. Uno hace política exterior desde su región. Eso es el siglo XXI. Si España es España en el mundo, lo es también por su papel en Europa. Es lo que le da fuerza a España. Y nosotros tenemos que hacerla desde lo que somos, América Latina. El drama es que, cuando el continente no logra hablar con una sola voz, la política exterior de cada uno no tiene la resonancia que debiera. Una cosa son los procesos de integración física, que son geográficos —la carretera que une Chile y Argentina, la integración energética, la eléctrica—, pero la Unión Europea es el símbolo de cómo entendemos la integración regional.

FP. ¿Es el indigenismo reflejo de una mayor
democratización?

R. L. Durante mucho tiempo estos movimientos no tuvieron capacidad de expresión y pueden llegar a alcanzar mucha importancia si convergen en una misma dirección. Se mezclan factores como la raíz, la etnia a la que se pertenece, pero también la situación social de esa etnia en cada país. En Chile, por ejemplo, de 15 millones de habitantes, unos 900.000 se declaran de ascendencia mapuche. De éstos, 350.000 viven en el campo, en comunidades en las que conservan sus costumbres. El resto es urbano, con un nivel económico muy bajo. Ahí se mezclan, de forma explosiva, la reivindicación étnica con una situación social de extrema pobreza. Hay 2.000 comunidades indígenas en todo el país. Trabajamos con todas ellas en temas concretos, que tienen que ver con la dignidad del ser humano. Por ejemplo, calefactores en centros rurales. Hemos reducido la pobreza, pero hay un 5% de indigentes que ni siquiera saben los derechos que tienen y, por tanto, no los reivindican. Y se les explica. El movimiento indigenista nos ha obligado a desarrollar políticas específicas para ese mundo. Por ejemplo, en materia de idioma, creando puestos para profesores de sus lenguas. O aceptando que hay una medicina tradicional mapuche que puede aportar algo.

FP. ¿Hay una América que mira al Atlántico y otra al Pacífico?

R. L. Hay mucho de eso. Son 4.500 kilómetros que miran al Océano Pacífico. Un país como Chile tiene una mentalidad insular, nos separa el mar, la cordillera de los Andes o el desierto en el Norte. Pero insular respecto al Mediterráneo, a Europa, al gran comercio que se multiplica tras la Segunda Guerra Mundial en el Atlántico Norte. Estamos a años luz de ese punto. Y de repente las corrientes del comercio internacional comienzan a desplazarse hacia el Pacífico. Hoy es en esa zona donde se realiza la mayor parte del comercio mundial, si se considera también la costa oeste de Estados Unidos y de México.