camboya
TANG CHHIN SOTHY//AFP/Getty Images

 

El pasado mes de febrero, mientras el mundo miraba fascinado los acontecimientos de Oriente Medio, un conflicto territorial que se remonta a hace un siglo en el sudeste asiático desembocó en un breve intercambio de disparos, cuando Camboya  y Tailandia se enfrentaron por un lugar religioso que es objeto de disputa desde hace mucho, en un choque que podría anunciar la creciente inestabilidad en una región cada vez más volátil.

Los dos vecinos llevan mucho tiempo disputándose la propiedad del Templo Preah Vihear, un lugar que data del siglo XI y que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La pelea se remonta al trazado de la frontera entre Siam y Camboya (entonces francesa), a principios del siglo XX. En 1962, el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU concedió la propiedad del templo –que en origen era hindú y ahora es budista- a Camboya, pero Tailandia nunca ha aceptado del todo la decisión. En años recientes, Abhisit Vejjajiva, que fue primer ministro tailandés desde 2008 hasta el pasado mes de agosto, intensificó su retórica agresiva por las presiones del movimiento nacionalista de los “Camisas Amarillas” y envió tropas a la región.

Entre el 4 y el 16 de febrero, los dos bandos intercambiaron disparos de artillería en la zona en disputa –cada país asegura que empezó el otro-, con un resultado final de 28 muertos y miles de civiles desplazados. “Esta es una verdadera guerra. No es una escaramuza”, proclamó el primer ministro camboyano, Hun Sen.

Por suerte, si fue una guerra, fue muy breve y limitada. En julio, Naciones Unidas impuso una zona desmilitarizada alrededor del templo y ordenó a ambos países que retirasen sus fuerzas. La tregua está bajo la supervisión de observadores indonesios, pero la disputa ha llevado a algunos a afirmar que el organismo regional del sudeste asiático -ASEAN- necesita sus propias fuerzas de paz. Las tensiones se han reducido en cierta medida desde que Abhisit perdió las elecciones y dejó paso en el puesto a Yingluck Shinawatra, que cuenta con el apoyo de los Camisas Rojas.

Aunque parece que la crisis se ha calmado por ahora, este no es sino un episodio más en un periodo de intensa agitación política en Tailandia, un aliado fundamental de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo y contra las drogas. El país ha vivido manifestaciones masivas y a menudo violentas de los Camisas Rojas, en su mayoría de extracción rural, los Camisas Amarillas, monárquicos, y se enfrenta en el sur a una rebelión de militantes islamistas a los que la organización Amnistía Internacional acusó este mismo año de cometer crímenes de guerra contra la población civil. El posible regreso del hermano de Yingluck, Thaksin, antiguo primer ministro en el exilio y magnate de los negocios, contra el que todavía hay una orden de detención en su país por acusaciones de corrupción, podría convertirse en otra posible chispa.