Hemos oído hablar mucho a los candidatos sobre lo que quieren hacer cuando juren su cargo, pero el futuro lo determinará lo que no haga Barack Obama.

 

EE UU
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Cuanto más sé sobre el liderazgo político, más me doy cuenta de que algunos de los logros más importantes conseguidos por los mejores presidentes de Estados Unidos no ocuparon los titulares ni tampoco suelen aparecer en los libros de historia. Son las cosas que esos líderes no hicieron, los rumbos que no emprendieron, las guerras que no libraron, los desastres que evitaron.

Hace poco, Evan Thomas nos recordaba uno de los mejores ejemplos de ese tipo en Ike’s Bluff, su nueva y excelente biografía de Dwight Eisenhower. Eisenhower, ridiculizado por John F. Kennedy, que dijo que había sido un presidente aburrido y burócrata, supo resistirse de forma magistral a las presiones de su propio partido para entablar un peligroso enfrentamiento con la URSS.

Evitó una guerra cataclísmica supervisando un proceso que acabó convenciendo a las autoridades de Washington de que había un camino mejor para contener a los soviéticos, mediante una combinación de fuerza y paciencia, y dejar que la debilidad de su propio sistema fuera erosionándolo con el tiempo.

Otros presidentes han sabido también eludir ciertas situaciones. Por mencionar otro ejemplo, hay que reconocer que George H. W. Bush supo garantizar, cuando cayó el imperio soviético -el objetivo para el que Eisenhower había trabajado mucho tiempo antes-, que las transiciones en Europa del Este fueran pacíficas. En una situación en la que podría haberse producido el caos, Bush tendió la mano a otros líderes mundiales e hizo posible un traspaso ordenado de poder. Asimismo declaró la guerra a Irak después de que Sadam Husein invadiera Kuwait pero tomó la sabia decisión de no continuar hasta Bagdad, con lo que evitó una conflagración tan complicada como la que más tarde consumaría la presidencia de su hijo.

Tanto Eisenhower como Bush pagaron el precio de sus éxitos. La imagen del primero se quedó durante décadas fijada en la caricatura que había hecho Kennedy, y solo ahora está empezando a obtener el reconocimiento debido como uno de los mejores presidentes del siglo pasado. Bush no logró un segundo mandato, entre otras cosas, porque sus logros eran demasiado sutiles para que los votantes los tuvieran en cuenta durante la campaña de 1992.

A veces tenemos una visión distorsionada de lo que es el auténtico liderazgo, cuando nos olvidamos de lo que han hecho unos presidentes con visión de futuro, contención y habilidad para trabajar entre bastidores. Es un hecho que volví a ver con claridad la semana pasada, cuando el presidente Obama y el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, visitaron las zonas destrozadas por el huracán Sandy. Les calificaron de líderes por su reacción pública ante una crisis cuando, en realidad, el verdadero liderazgo habría consistido en evitar la crisis antes de que ocurriera, o al menos reducir sus repercusiones, cosa que habría sido posible si Obama, Christie y otras autoridades se hubieran tomado más en serio las advertencias sobre las consecuencias del cambio climático, el mal tiempo y el deterioro de las infraestructuras. Solo con que hubieran tenido la prudencia de tomar las medidas que muchos urbanistas de todo el mundo toman en las zonas amenazadas por tormentas tan serias (independientemente de sus opiniones sobre por qué hoy son más frecuentes esas tormentas), la devastación causada por Sandy habría sido menor.

Con el huracán fresco en nuestro recuerdo y con la victoria de Obama, merece la pena mirar hacia adelante y pensar qué otras catástrofes evitables podrían servir para juzgar al próximo Gobierno mejor que todas las noticias que los informativos de televisión nos puedan presentar cada noche. He aquí una docena:
1. La guerra con Irán… y una carrera de armamento nuclear en Oriente Medio

Es posible que la guerra más fácil de evitar sea la que todos vemos venir. Pero, en el caso del conflicto con Irán, no será tan sencillo. En primer lugar, para detener el desarrollo de armas iraníes será necesario que las potencias capaces de desbaratar el programa nuclear presenten una amenaza más creíble que la actual de que van a llevar a cabo una acción militar. Además, mientras que existen razones sensatas para pensar que la adquisición de armas nucleares por parte de Teherán no solo es inevitable sino que puede no ser un desastre dada nuestra capacidad disuasoria, el mayor peligro no procede de la república islámica, sino de un mundo en el que sus rivales del otro lado del Golfo Pérsico, como Arabia Saudí y otros, así como otras potencias emergentes, emprendan una carrera nuclear. Esa situación multiplicaría la probabilidad de que se utilizasen dichas armas y absorbería unos recursos escasos en unas economías con dificultades que harían bien en dedicarlos a otras cosas. Para evitar todas estas trampas, será prioritario mostrar mano dura con Irán y volver a comprometerse con un nuevo régimen de no proliferación que sea más eficaz.

2. Una conflagración regional en Oriente Medio

Esta región no era tan peligrosa como hasta ahora desde los tiempos más oscuros de la guerra fría. La inestabilidad actual desde Túnez hasta Pakistán hace que exista una auténtica posibilidad de que las crisis se extiendan con rapidez y se unan unas con otras. Siria, que está sirviendo ya de terreno en el que se está librando un conflicto entre Irán y varios Estados del Golfo, es un ejemplo. Pero imaginemos las consecuencias de una caída del régimen en Jordania o, algo todavía más probable, los futuros ajustes de cuentas en un Irak fragmentado. El nuevo Gobierno de EE UU tendrá la tentación de permanecer al margen, y no hay duda de que debe sumarse más que nunca a soluciones encabezadas por los actores regionales. Sin embargo, igual que en el caso de Teherán, será necesario un uso mucho más eficaz de los mecanismos mundiales, tanto formales como informales, para mantener la tapadera sobre la olla en esta zona.

3. La escalada de la intervención de Estados Unidos en un continente africano lleno de tensiones

África es el nuevo Oriente Medio. Es un continente rico en recursos, inestable y, precisamente por eso, en el punto de mira de rebeldes, extremistas y las grandes potencias. Guerras civiles, corrupción, una inestabilidad histórica, extremistas islámicos, crisis humanitarias, una presencia militar más activa de Estados Unidos y Europa y muchas más cosas en juego para China y otras potencias emergentes han creado una situación volátil que podría escalar poco a poco hasta convertirse en la siguiente ciénaga mundial. ¿Caerá Obama, reelegido presidente, en la trampa de la escalada gradual que desembocó en la guerra de Vietnam?

4. El próximo 11-S

Entre las personas que más mérito tienen y a las que menos se les ha reconocido están los responsables, en todos los niveles de la cadena de mando, que en estos años han impedido nuevos atentados terroristas. Desde el 11-S, han protegido Estados Unidos y a los estadounidenses en todo el mundo de manera admirable. Pero ahora Obama tendrá que hacer eso y algo más; cuando hablo de evitar otro 11-S, no me refiero solo a desbaratar tramas terroristas. Me refiero a evitar acontecimientos que arrastren a EE UU a la orgía de histeria política, gasto público y violación de nuestros valores más queridos que caracterizó la guerra contra el terror. No basta con neutralizar a los terroristas. Debemos asegurarnos de recuperar la perspectiva necesaria para responder a las amenazas de forma proporcional y con métodos que no dañen nuestro prestigio en el mundo ni nuestra capacidad de liderar (las oleadas de ataques con aviones no tripulados, las incursiones informáticas y las operaciones especiales no cumplen más que la primera mitad de esta recomendación).

5. Una guerra comercial con China

Con la desaceleración de las economías de Estados Unidos y China y la devaluación artificial de sus respectivas monedas, es fácil imaginar situaciones que desemboquen en conflicto, a medida que se intensifiquen las acusaciones y predominen los impulsos populistas. Sobre todo, dado que Pekín, con sus subsidios y otras prácticas injustas, no ha empezado todavía a respetar las reglas comerciales internacionales que aceptó hace más de 10 años. Pero un enfrentamiento podría irse de las manos enseguida, poner en peligro a la nueva dirección china, deteriorar las relaciones y terminar en una auténtica guerra comercial. Eso no solo sería perjudicial para las dos economías más grandes (y muy interdependientes) del mundo, sino que sería devastador desde el punto de vista diplomático, porque muchos de los principales problemas necesitan una cooperación a dos bandas que se ha visto poco hasta ahora.

6. Una catástrofe fiscal en Estados Unidos

El precipicio fiscal no es más que el primero de los numerosos e inmensos obstáculos para poner en orden el edificio financiero estadounidense. Si no se resuelven, se crearía una situación que empeoraría aún más la calificación crediticia del país, reduciría nuestra capacidad de invertir en nuestro futuro e incluso de protegernos y quizá también conduciría a la bancarrota. Ni la economía mundial ni la estadounidense pueden soportar más políticas suicidas ni más cegueras como las que ha exhibido Washington en la última década. Las subidas de impuestos y los recortes en programas muy valorados por los dos principales partidos políticos son completamente fundamentales para iniciar un camino de recuperación en este terreno crucial.
7. Un estancamiento a la japonesa en EE UU

La austeridad no basta por sí sola. Estados Unidos se encuentra en un momento de grandes oportunidades. De todas las economías desarrolladas del mundo, es la que está mostrando más capacidad de resistencia. Tiene la perspectiva de una posible época de bonanza vinculada a los nuevos recursos energéticos, y puede pedir los préstamos necesarios para invertir en la mejora de las infraestructuras con un coste muy bajo (siempre que se haga con prudencia). Puede conseguir que su sistema educativo forme con más eficacia a los trabajadores del futuro. Pero para eso hace falta algo más que discursos y gestos moderados. Debemos hacer que el crecimiento sea una prioridad y, al mismo tiempo, emplear métodos -como eliminar los obstáculos reguladores, pasar del gasto en defensa al gasto en inversiones o asumir inversiones extranjeras- que eviten una crisis prolongada como la que mantiene a Japón atado de pies y manos desde los 90.

8. Conmociones económicas procedentes de la eurozona

Aunque durante los últimos meses Europa ha hecho ciertos progresos en la tarea de calmar el malestar de los mercados, es probable que las medidas de austeridad produzcan una enorme resistencia política en los próximos años. Además, las repercusiones mundiales de otras crisis internacionales, como una guerra en Irán o una escalada en el conflicto de Oriente Medio, podrían empeorar todavía más la mala situación europea y añadir unas pésimas consecuencias económicas a cualquier desgracia geopolítica. Estos reveses políticos podrían reanimar los debates sobre la ruptura de la UE y volver a introducir la incertidumbre en los mercados (que lo sería). EE UU tendrá que hallar la forma de mantener un diálogo activo, pero quizá será cada vez más difícil, a medida que los remedios prometidos en 2012 se conviertan en los retrocesos de 2013 y más adelante.

9. El impacto del calentamiento global

Tal vez sea demasiado tarde. Quizá no podamos deshacer los cambios en nuestro medio ambiente que están haciendo que sean más frecuentes las tormentas extremas, se derritan los casquetes polares y experimentemos temperaturas cada vez más altas. De ser así, debemos tomar una decisión: reaccionar o tomar la iniciativa. En la actualidad, nos limitamos a reaccionar, a responder ante las catástrofes. Pero podríamos reforzar nuestros muros marinos, mejorar nuestras redes eléctricas, reconstruir puertos, puentes y carreteras. Desde luego, eso no debería reemplazar los esfuerzos para controlar las emisiones de carbono y tenemos que asumir el hecho de que el paso del carbón al gas ayudará a estimular la revolución energética del mercado interior estadounidense y crear empleo y crecimiento. Pero lo fundamental es que a los grandes líderes se les juzgará en función de cuánto consigan disminuir sus sucesores las escenas trágicas después de una crisis.

10. La próxima crisis de los mercados financieros

La mala noticia es que los mercados mundiales están todavía más llenos de peligros hoy que en 2008. Hay más bancos que son demasiado grandes para quebrar. Hay océanos cada vez más amplios, complejos y opacos de derivados. Todavía no existe una normativa mundial. Todavía hay grandes mercados que contienen enormes burbujas, desde el mercado inmobiliario chino hasta el precio del oro en todo el mundo. En pocas palabras, aún existe la posibilidad de que se produzca una crisis tan masiva que, a su lado, la que abrió la puerta a la era de Obama no quede más que como un mero preludio. Ha llegado el momento de ponerse mucho más serios a la hora de vigilar y hacer respetar la ley, así como de invertir en las herramientas y las personas necesarias para identificar y evitar futuros trastornos.

11. Malestar social como el de lo 60

Parece poco probable. La verdad es que parece tener más probabilidades una crisis social, ya sea en Oriente Medio, China, o una Europa cada vez más nacionalista y xenófoba, pero los dirigentes estadounidenses deben centrarse en lo que está a su alcance. Y, si las desigualdades siguen creciendo en Estados Unidos; si nuestra clase más baja, con sus enormes tasas de abandono escolar, sigue quedándose más atrás; si la austeridad fiscal nos obliga a reducir los programas sociales y unas bases impositivas cada vez menores eliminan la capacidad de las ciudades de abordar sus problemas (o pagar sus pensiones), es posible que EE UU viva una agitación similar a la de los años 60… o peor. Corremos un gran riesgo si consideramos que lo que está sucediendo en este país no es más que una desaceleración cíclica. Cualquier sociedad que separa cada vez más a los ricos de los pobres está rota. Y debemos hacer frente a ese problema igual que en los 60, decidimos afrontar con la máxima urgencia las divisiones raciales que nos acosaban.

12. Una era de guerra permanente

Se oye con frecuencia decir que la guerra informática es “un conflicto de guante blanco”. Y eso tiene su aspecto positivo y su aspecto negativo. Es una guerra sigilosa y que no cuesta tantas vidas humanas como los conflictos armados tradicionales. Pero eso hace que sea más tentadora. Un mundo en el que los países cometen constantes ataques e injerencias desde la distancia puede acabar siendo mucho más peligroso a la larga. Los ataques cibernéticos causarán daños que exigirán represalias. La confianza y la estabilidad sufrirán. Y las sociedades también, no solo por los ataques contra las infraestructuras o los mercados, sino también por las restricciones a las que acabarán sometidas las libertades civiles para disminuir el peligro de futuras intromisiones. El nuevo Gobierno debe tener la precaución de no considerar ese tipo de ataques -ni otros instrumentos de guerra de huella limitada, como los aviones no tripulados o las operaciones especiales- como una herramienta de poco riesgo de la que pueda abusar. En caso contrario, estaremos creando más peligros de los que eliminaremos.