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Miembros de un grupo de los Boogaloo Bois, un movimiento antigubernamental de amplia base con considerables elementos de supremacía blanca, durante una manisfestación en Michigan State Capitol en Lansing, Michigan. (JEFF KOWALSKY/AFP via Getty Images)

La pandemia demuestra cómo el panorama extremista global cada vez está más fragmentado. Hablar de extremismo violento únicamente en términos de “organizaciones terroristas” se está volviendo un marco demasiado estrecho.

En menos de un año, la crisis de la COVID19 ha alterado radicalmente el panorama geopolítico, socioeconómico y de conflictos a nivel global. En consecuencia, la pandemia ha tenido un profundo impacto en las tendencias del terrorismo internacional, cuyos efectos a largo plazo se están poniendo lentamente de manifiesto.

El Índice de Terrorismo Global 2020 no cubre la “era COVID19”; sin embargo, los datos provisionales sugieren que, si bien la pandemia ha reducido la actividad terrorista en general, en muchos países el impacto ha sido poco concreto. En contextos donde el terrorismo es principalmente un fenómeno urbano, se ha producido una notable reducción de la violencia coincidiendo con el confinamiento global. No obstante, en entornos donde el terrorismo se da en el contexto de un conflicto más amplio —lo que incluye regiones en disputa o fronterizas—, la COVID19 parece haber tenido un impacto relativamente pequeño en la trayectoria de la violencia.

Pero existe toda una variedad de fenómenos, que van desde el acceso a la atención sanitaria hasta la desigualdad económica, en los que la COVID19 no solo ha alterado el statu quo, sino que ha servido como catalizador, potenciando las tendencias existentes. Según los datos iniciales, este parece haber sido también el caso del terrorismo global.

La COVID19 parece haber exacerbado la trayectoria negativa del terrorismo en África Subsahariana, que ya estaba en un preocupante camino a convertirse en un foco cada vez más relevante del terrorismo global a raíz del declive del califato territorial de ISIS en el Levante. El Índice de Terrorismo Global 2020 señala que 7 de los 10 países con un mayor aumento del terrorismo se encuentran en esta región, con especial preocupación por la situación en el Sahel. Durante la pandemia, este aumento de la violencia terrorista ha continuado, sobre todo en las áreas que sufren la acción de Boko Haram en la cuenca del lago Chad y en Mozambique por la proliferación de grupos afiliados al Estado Islámico. Resulta preocupante el riesgo de que la COVID19 también pueda catalizar la tendencia de violencia política apuntada en el Índice más reciente, que muestra que mientras que el terrorismo islamista ha disminuido, se ha producido un crecimiento importante del de extrema derecha en los países occidentales (incluidos Europa, América del Norte y Oceanía).

La COVID19 como crisis

Más allá de estas tendencias globales a alto nivel, el análisis de las narrativas y tácticas de los grupos terroristas también puede revelar las implicaciones a largo plazo de cómo los extremistas violentos están tratando de explotar la pandemia. Los grupos extremistas florecen con las narrativas de crisis y el análisis digital del Institute for Strategic Dialoge (ISD) ha puesto marcadamente de relieve las formas en que las organizaciones extremistas han tratado de apropiarse de la pandemia para sus fines.

Según una teoría de la identidad social del extremismo, las ideologías extremistas en su fondo tienen raíces en un constructo crisis-solución: una narrativa de crisis presenta una amenaza inminente a la identidad que requiere una acción decisiva. Para los extremistas, esto exige soluciones radicales, supremacistas y, a menudo, violentas con el fin de protegerse de la crisis existencial a la que se enfrentan los miembros del grupo. El coordinador de antiterrorismo de la Unión Europea, Gilles de Kerchove, advierte de que la historia muestra que “los terroristas y los extremistas violentos que aspiran a cambiar las sociedades y los sistemas de gobierno mediante la violencia, buscan aprovechar las grandes crisis para lograr sus objetivos”.

Por lo tanto, no debería sorprendernos ver a extremistas de todos los colores, incluidos grupos yihadistas y de extrema derecha, utilizando de manera oportunista la actual pandemia para potenciar sus movimientos e ideologías. Una variedad de actores de intenciones maliciosas ha estado utilizando la COVID19 como “asunto cuña” para promover teorías de la conspiración, atacar a minorías y a otros grupos, cuestionar la legitimidad de los gobiernos y hacer llamamientos a la violencia extrema. En particular, los escenarios de desastre como el de la pandemia actual potencian una tendencia “aceleracionista” entre los extremistas violentos, que postula que el orden actual ha fracasado y se debe acelerar su desaparición avivando la división social y la violencia.

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Miembros del grupo terrorista Hayat Tahrir al-Sham tras ser liberado por un intercambio de prisioneros con las fuerzas de régimen sirio en Darret Ezza, a unos kilometros al norte de Aleppo, Siria.
(AAREF WATAD/AFP via Getty Images)

Las respuestas de los islamistas extremistas

El seguimiento por parte de la unidad de análisis digital del ISD del discurso online de una variedad de actores extremistas islamistas muestra cómo la pandemia se ha convertido en un arma para difundir narrativas sobre el establecimiento por vía revolucionaria de un Estado islámico, basado en la estricta implementación de la ley islámica y el deber religioso de la violencia yihadista contra los no creyentes. Ha adoptado diversas formas. El grupo terrorista sirio Hayat Tahrir al-Sham (HTS) ha presentado la COVID19 como un presagio apocalíptico que provocará un “colapso político y económico” y que ofrece una oportunidad geopolítica para su causa. La revista Al Naba de ISIS ha caracterizado al virus como un “soldado de Alá”, mientras que los talibanes han afirmado que el coronavirus ha sido enviado por Dios en respuesta a la “desobediencia” y los “pecados de la humanidad”. También hemos asistido a la proliferación de relatos conspirativos sobre los orígenes de la COVID19: mientras que el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, designado como organización terrorista extranjera por Estados Unidos en 2019, señalaba que el virus fue el resultado de un “ataque terrorista biológico sionista”, Al Shabaab afirmaba que el virus se había propagado deliberadamente en Somalia “por las fuerzas de los cruzados”.

Pero más allá de las narrativas extremistas violentas, la propaganda salafista-yihadista también se ha esforzado por resaltar las deficiencias percibidas en los Estados democráticos en su respuesta a la COVID19, enfatizando en su lugar la eficacia de una “respuesta islámica”. Varios grupos salafistas yihadistas, incluidos ISIS, Al Qaeda y HTS, han utilizado canales de propaganda oficiales para enfatizar sus credenciales de gobernanza y construcción del Estado, y para presentar la efectividad de sus respectivos “Ministerios de Salud” dentro de sus pseudo-Estados. La Dirección Ejecutiva del Comité contra el Terrorismo de la ONU (CTED, en sus siglas en inglés) ha señalado el potencial de los grupos terroristas para presentarse como proveedores de servicios alternativos, particularmente en áreas con una gobernanza débil, lo que puede ser “aprovechado para promover la violencia contra el Estado y las narrativas aceleracionistas”.

La CTED también ha advertido a los Estados miembro de la ONU de que una de las consecuencias a corto plazo de la COVID19 es la posibilidad, muy real, de que los grupos terroristas accedan a una audiencia cada vez más cautiva, particularmente online. A medida que el confinamiento global ha obligado a que más operaciones de grupos terroristas acaben en las plataformas digitales, los analistas del ISD han podido rastrear una serie de innovaciones tácticas que se han visto estimuladas por el virus y las oportunidades que presenta para la movilización.

El análisis reciente de una red a favor de ISIS en Facebook —destinada a difundir ampliamente la propaganda terrorista— proporciona un caso de estudio sobre la dinámica resiliente de las redes, los vacíos legales de la tecnología y la actividad multiplataforma que permitió que una red de varios cientos de cuentas “permaneciera y se expandiera” durante un período de tres meses en el apogeo de la pandemia. Las nuevas tácticas de evasión empleadas por los partidarios del Estado Islámico, aparentemente orientadas a obstaculizar la detección y moderación, automática o manual, del contenido y las cuentas terroristas, permitieron que estas redes sobrevivieran, eludieran el control y continúen sembrando contenidos terroristas en toda la plataforma, con tácticas que incluyen el enmascaramiento de esos contenidos, los “asaltos” coordinados y el “secuestro” de hashtags. La investigación del ISD también ha revelado cómo redes de cuentas secuestradas, pirateadas y reutilizadas han estado aprovechándose de temas relacionados con la COVID19 en Facebook y Twitter para difundir mensajes pro ISIS. El contenido de Daesh relacionado con la pandemia rastreado por investigadores del ISD generó más de medio millón de visitas, e incluso hemos presenciado el uso estratégico de anuncios pagados para difundir contenido del Estado Islámico e intentar acallar otras publicaciones sobre el coronavirus.

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Un grupo de supremacistas blancos, que apoyan las teorías conspirativas, neonazis de QAnon, durante una marcha en Washington tras conocer los resultados de las elecciones de EE UU. (B.A. Van Sise/NurPhoto via Getty Images)

Aceleracionismo de extrema derecha

Paralelamente, hemos sido testigos de un envalentonamiento del ecosistema general del extremismo de extrema derecha, desde grupos supremacistas blancos “aceleracionistas” que utilizan la crisis de la COVID19 para afirmar que la democracia es un fracaso y llamar a la insurrección violenta hasta poblaciones extremistas más amplias que utilizan de manera oportunista la pandemia para difundir un discurso conspirativo de odio.

A través de una variedad de plataformas digitales —incluidas algunas del tipo tablón de imágenes no reguladas como 8chan y 4chan, plataformas de discusión como Voat, redes sociales ultraliberales como Parler y canales de mensajería encriptados como Telegram—, el contenido extremista y las campañas coordinadas han proliferado durante la pandemia. En el contexto de Estados Unidos, este contenido ha buscado “gamificar” el extremismo violento, detallando cómo los “jugadores” pueden lograr “puntos” llevando a cabo ataques contra las fuerzas del orden, liberales, musulmanes, judíos, estadounidenses negros y otros grupos considerados “enemigos”.

Dentro de una red de 225 canales de supremacía blanca en Telegram que contiene más de un millón de publicaciones, los investigadores encontraron repetidos posts que glorificaban el terrorismo, llamaban a realizar ataques violentos, difundían material ideológico extremista y violento y demonizaban a grupos minoritarios. Los canales de Telegram asociados con la supremacía blanca y el racismo crecieron exponencialmente durante la pandemia. Un canal de supremacistas blancos creció en más de 6.000 usuarios durante el mes de marzo, mientras que otro enfocado específicamente a mensajes relacionados con la COVID19 incrementó su base de usuarios de solo 300 a 2.700 en ese mes, un crecimiento del 800%. La plataforma también se estuvo utilizando para hacer llamamientos a que los seguidores de “Boogaloo” y los grupos aceleracionistas violentos unieran fuerzas en un conflicto armado. El fenómeno Boogaloo, un movimiento antigubernamental de amplia base con considerables elementos de supremacía blanca, ha visto cómo el crecimiento en su número de miembros y su prominencia se aceleraban enormemente por las narrativas de crisis en torno a la pandemia y las protestas por el asesinato de George Floyd.

Mientras tanto, las amenazas provenientes de una gama cada vez más amplia de actores tangenciales a la extrema derecha muestran la diversificación de este desafío de seguridad. QAnon, la subcultura online y floreciente comunidad orientada a las teorías de conspiración descrita como amenaza de terrorismo nacional por el FBI en 2019, se ha disparado durante el confinamiento. Los investigadores del ISD registraron como se duplicaba el número de usuarios que participaron en discusiones sobre QAnon en Facebook y Twitter en marzo de 2020, y los miembros de los grupos de QAnon en Facebook aumentaron en un 120% durante ese mes, con gran parte de la comunidad online orientada a la discusión y la movilización en torno a conspiraciones relacionadas con la COVID19. Esto concuerda con la proliferación a nivel general de teorías extremistas de la conspiración relacionadas con el virus en Internet, incluidas conspiraciones antisemitas que se están adaptando para incorporar la actual pandemia. La investigación de una amplia variedad de páginas y canales de extrema derecha ha revelado un drástico aumento en la atención al tema de las “élites” a la luz de la crisis del coronavirus. Figuras como Bill Gates, George Soros, los Rothschild y Jeff Bezos han sido presentados como parte de un “complot judío” para usar el virus como herramienta de control social, un plan intencionado para matar a ciertas poblaciones o una ruta para que estas personas, o las instituciones relacionadas con ellas, ganen dinero por la liberación del virus, todas ellas afirmaciones infundadas sin evidencia verificable.

Paradigmas posorganizacionales

Gran parte de esta movilización y de la utilización como arma de la narrativa de la pandemia global, particularmente por parte de extremistas de extrema derecha, apunta a que se está produciendo un desplazamiento más amplio hacia un paradigma cada vez más posorganizacional, en el que la conexión online con la cultura y la ideología extremistas podría ser tan importante para inspirar violencia como las conexiones con estructuras tradicionales de grupos “sobre el terreno”. La naturaleza cada vez más descentralizada de los movimientos islamistas y de extrema derecha globales se ve favorecida en gran parte por los florecientes ecosistemas extremistas online.

Las oportunidades de movilización representadas por la COVID19 han contribuido a catalizar estos desafíos del extremismo violento cada vez más dispares y diversos, que los investigadores del terrorismo Bruce Hoffman y Colin Clarke han presentado en el contexto de Estados Unidos como parte de la transformación de una “amenaza monocromática de grupos salafistas-yihadistas como al Qaeda y el Estado Islámico ‘hacia’ un caleidoscopio [de] nuevas amenazas provenientes de ‘Boogaloo Bois’, supremacistas blancos, neonazis, oscuros elementos anarquistas y el sector más extremista de los incels violentos”.

En este contexto, analizar el desafío del extremismo violento únicamente en términos de “organizaciones terroristas” se está volviendo un marco demasiado estrecho. Las tendencias apuntadas por el Índice de Terrorismo Global, y confirmadas por la movilización extremista durante la COVID19, más bien muestran la necesidad de comprender las manifestaciones, rápidamente cambiantes, y los principios organizativos del extremismo violento. Esto significa observar no solo las agrupaciones terroristas formales, sino también los ecosistemas en su sentido más amplio, las formaciones ideológicas y las subculturas online de las que estas amenazas no dejan de emanar.

La historia nos advierte de que la calamidad económica, la polarización de la sociedad y la incertidumbre geopolítica brindan excelentes oportunidades para que los extremistas violentos planteen soluciones supremacistas, con profundas implicaciones para la seguridad pública y la cohesión social. Es dentro de este panorama extremista global cada vez más fragmentado donde presenciaremos cómo se desarrolla el impacto a largo plazo de la pandemia de la COVID19.

 

Traducción de Natalia Rodríguez.