Les Pintades à Téhéran
(Las chavalas de Teherán)

Delphine Minoui
195 págs., Éditions Jacob Duvernet, 2007
París, Francia (en francés)

 

¿Se han preguntado alguna vez qué hay debajo del chador? Delphine Minoui nos lo descubre en Les Pintades à Téhéran (Las chavalas de Teherán), una crónica apasionante, y apasionada, de la vida cotidiana de las iraníes. Lejos de los tópicos al uso sobre la República Islámica y sus habitantes, la periodista francoiraní se acerca sin prejuicios y con mucho humor a esa mitad del país que está llevando a cabo una verdadera revolución silenciosa ante las barbas de unos dirigentes cada vez más desconectados de la realidad.

Con el estilo desenfadado y el lenguaje fresco que caracteriza la colección (antes se han publicado Les Pintades à New York y Les Pintades à Londres), Minoui encadena anécdotas que nos van dibujando a las iraníes mejor que cualquier tratado de sociología. Desde cómo colocarse el pañuelo para no parecerse a Doña Rogelia hasta las tribulaciones de las jóvenes ante las restricciones para relacionarse con el otro sexo, su relato nos describe una sociedad en ebullición y llena de contrastes, cuyas mujeres desbordan el molde al que pretenden confinarlas tanto la dictadura religiosa como la mirada occidental.

Así cuenta cómo a la imposición del hiyab (la cobertura islámica) tras la revolución de 1979, las nuevas generaciones están respondiendo con pañuelos minúsculos y batas cada vez más ajustadas; a las dificultades para divorciarse, con contratos matrimoniales que les garantizan ese derecho (y otros, como poder trabajar o viajar sin permiso del marido), y a la prohibición de cualquier relación sexual no sancionada religiosamente, con estrategias dignas del Ananga Ranga. Su atrevimiento es mucho más que un juego del ratón y el gato con los barbudos que se encargan de mantener un orden moral propio del medievo. Tal vez la semilla de una revolución silenciosa que saque al país de su atolladero actual.

Minoui aborda las situaciones increíblemente absurdas a las que se enfrentan las iraníes con el mismo sentido común que las viñetas de Marjane Satrapi en la deliciosa Persépolis. Su texto está, además, acompañado por los simpáticos dibujos de Sophie Bouxom, que subrayan la ironía del relato. Sus protagonistas son mujeres de carne y hueso, con sus virtudes y sus vicios. Jóvenes y menos jóvenes. Ricas y pobres. Con y sin estudios. Religiosas y descreídas. Todas por igual desafían el corsé y valen mucho más que la mitad de un hombre que les atribuyen sus leyes. Desde Pouran, la maternal conductora de taxi que traslada a la periodista por las atestadas calles de Teherán, hasta la Nobel de la Paz Shirin Ebadi, cuyas dotes de cocinera parecen estar a la altura de su trabajo como defensora de los derechos humanos.

Son retratos desmitificadores pero llenos de cariño. Tal es el caso cuando Minoui se refiere a la lucha de las iraníes contra el exceso de vello y además facilita las direcciones de los mejores salones de belleza de Teherán (y de las galerías de arte, tiendas de música y gimnasios), como si las lectoras fueran a ir de visita en sus próximas vacaciones. ¿Y por qué no?, parece preguntarse la autora, cuando todo el mundo habla de este país sin conocerlo. Sin duda, se llevarían más de una sorpresa. Como los exquisitos pastelillos de Chirine o la increíble variedad de pistachos de las tiendas de frutos secos Tavazo. Tentaciones muy alejadas del uranio enriquecido del que nos hablan las portadas de los periódicos. Son esos detalles de normalidad los que hacen de éste un libro distinto, porque nos presenta un país diferente, sin esconder tampoco su lado oscuro.

Esa sutileza para captar las múltiples realidades que se superponen en el actual Irán contribuyó sin duda a que Minoui ganara en 2006 el premio Albert Londres por su artículo para el diario francés Le Figaro. Ahora, libre de los dictados de la noticia, se explaya hablando de las mujeres, quienes suelen ser caracteres secundarios más que protagonistas. Y no sólo en esta parte del mundo.

En Les Pintades à Téhéran hay deportistas, fashion-victims, artistas, contestatarias, trabajadoras, amas de casa y muchas universitarias, porque constituyen el 60% de los estudiantes en la educación superior. Todo un reto para una República Islámica que, al imponerles el hiyab, facilitó el acceso a la enseñanza de las que procedían de familias más conservadoras. Lejos de la sumisión que proyecta el velo, ellas luchan por hacerse su hueco en una sociedad que sigue siendo muy patriarcal y cuyas tradiciones no todas cuestionan con igual ímpetu.

Minoui nos refiere que la mayoría quiere casarse y tener hijos, como en el resto del mundo. También que necesitan ser vírgenes para conseguir un buen partido, como en medio mundo y en el otro medio hasta anteayer. Y que sus padres ya no les imponen el marido, aunque todavía seleccionan a los candidatos con un ojo puesto en sus posibilidades económicas. Pero las iraníes no se conforman con cualquiera. Sueñan con Zinedine Zidane y Leonardo di Caprio, aunque los galanes iraníes tampoco están tan mal.

Es una visión distinta, y en alguna ocasión excesivamente benévola, de un país que no ha superado el fundido a negro que supuso la revolución islámica. Porque a través de sus mujeres, de qué hacen, dónde compran o qué les divierte, la periodista nos está contando mucho más. Nos enseña un Teherán en el que, a pesar de tres décadas de aislamiento internacional, pueden encontrarse desde pizzas a domicilio hasta clínicas de cirugía estética. Un Teherán que ve la televisión por satélite, está conectado a Internet y que en la última década incluso se ha dotado de algunos restaurantes y cafés chic.

Nos habla también de los inconvenientes de la macrociudad, de su tráfico infernal, del mal humor de sus conductores, de su contaminación y, sobre todo, del peligro de que los vigilantes de la moral, unos voluntarios conocidos como basiyis (que literalmente significa “movilizados”), descubran esas pequeñas violaciones cotidianas de la ley que permiten a sus habitantes vivir como si Teherán fuera la capital de cualquier otro país del mundo. Las iraníes ya han llorado bastante por sus mártires como para desperdiciar su vida llorando por ellas.