John Arquilla (‘Las nuevas reglas de la guerra’, abril/mayo de 2010) opina que los militares estadounidenses siguen siendo demasiado convencionales, y su solución es radical: recortar el gasto de defensa un 10% al año, declarar “una moratoria para todos los sistemas heredados” y recortar el número de efectivos activos en dos terceras partes. El modelo de intervención militar, piensa Arquilla, deberían ser los “200 soldados de las fuerzas especiales a caballo que derrotaron a los talibanes y Al Qaeda en Afganistán a finales de 2001”.

Arquilla cuenta con todo mi respeto por sus creativas ideas, así como por demostrar por qué suele tener sentido ser sensato. El modelo afgano que cita ha demostrado ser insuficiente desde 2001 –unas pocas fuerzas especiales fueron capaces de derrocar a los talibanes pero no de mantenerlos bajo control–. Esta tarea requiere desplegar muchas más tropas, que es lo que está haciendo ahora el presidente Barack Obama.

Del mismo modo, la proyección del poder estadounidense en el mundo requiere más y no menos soldados. Una guerra de contrainsurgencia como la de Afganistán es resistente a las soluciones tecnológicas por las que Arquilla parece entusiasmado. Y yo no descartaría tan rápido los sistemas de armas heredados, que en los años venideros proporcionarán a EE UU una valiosa ventaja sobre sus adversarios.

Arquilla tiene razón al desconfiar de las ideas demasiado cautas o desfasadas. Pero va demasiado lejos en la otra dirección, defendiendo cambios radicales que, de tomarse en serio, vaciarían las fuerzas armadas, debilitarían el poder de EE UU y desestabilizarían al mundo entero.



  • Max Boot
    Investigador principal de la cátedra Kirpatrick para Estudios de Seguridad Nacional,
    Consejo de Relaciones Exteriores, Nueva York, EE UU 


 

John Arquilla responde:

Max Boot sugiere que la situación en Afganistán empeoró después de la victoria de EE UU porque faltaban tropas, pero no reconoce que el grado de violencia se mantuvo en niveles muy bajos durante varios años, tras la caída de los talibanes –a pesar de que la OTAN sólo tenía un puñado de soldados en el país. Las cosas empeoraron cuando enviamos más militares y comenzamos a confiar en estrategias convencionales en vez de usar la táctica del enjambre que logró la victoria inicial.

Con respecto a la necesidad estadounidense de tener presencia mundial, recomendaría que operara en más lugares, por periodos más largos y de forma más eficaz. La idea de que Washington envíe fuerzas numerosas allí donde vaya limita tanto a EE UU que envalentona a sus adversarios.

Por lo que se refiere a mi “entusiasmo” por las “soluciones tecnológicas”, como Boot sugiere, sólo quiero señalar que yo recomiendo el rediseño organizativo y la innovación doctrinal. Me opongo al desarrollo de un novísimo avión de combate, de la nueva generación de portaaviones y de otros trastos caros e inútiles.

En cuanto a la posibilidad de que estallara una gran guerra al viejo estilo, Estados Unidos no tendría que librarla al viejo estilo. Habrá demasiado en juego en la próxima contienda como para que el país se niegue a realizar cambios importantes ahora.