La transformación hacia una sociedad con fuentes de energía limpia se tuerce.

 

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Una batalla abierta se libra en el seno de la UE con el cambio climático como telón de fondo. La Comisión Europea quiere reformar por completo el mercado europeo de CO2, que, aunque lanzando en 2005, se ha quedado ya obsoleto e inservible. Sin embargo, nada más comenzar a recorrer el camino, la reforma del sistema se ha encontrado con dos recios oponentes: la derecha europea y parte de la industria, que ponen no pocos palos en las ruedas para evitar que cualquier iniciativa prospere o, si lo hace, que salga con retraso o muy descafeinada.

El CO2 es uno de los principales gases de efecto invernadero causantes del cambio climático y el calentamiento global. Europa es la responsable del 11% de las emisiones de CO2 en el mundo, tras China (29%) y Estados Unidos (16%).

El mercado europeo de CO2 surgió bajo la estela del Protocolo de Kioto y es el mayor sistema del mundo de compra de los llamados “derechos de emisión”. Originariamente, el Protocolo de Kioto fijó como objetivo para Europa reducir la contaminación en el período enter 2008 y 2012 un 8% respecto de los niveles de 1990. Como herramienta para forzar el cambio en la imparable tendencia al alza en las emisiones, la UE resolvió lanzar en 2005 el Emissions Trading System (ETS), es decir, el Sistema de Comercio de Emisiones.

El ETS, tal y como fue planteado en un principio, se trata de un sistema innovador y eficaz. Consiste en poner un tope a las emisiones a cada sector económico. A partir de ahí, si una instalación industrial (de las más de 11.000 incluidas en el sistema) quiere emitir más de lo asignado tiene que comprar un derecho de emisión (cada uno de los cuales equivale a una tonelada de CO2), y esta compra se realiza mediante una subasta.

De este modo, cuanto más CO2 se necesite emitir más elevada será la demanda de estos derechos de emisión y, por lo tanto, más elevado su precio. El beneficio es doble: la propia compra del derecho supone un ingreso para la UE (que emplea en proyectos para combatir el cambio climático); y por otro lado, cuanto más caro sea el precio del CO2, más disuasivo será, de modo que la empresa propietaria de la instalación contaminante estará más interesada en invertir en una tecnología más limpia.

Y éste es el objetivo final del ETS: convertir a Europa en un territorio con bajas emisiones de carbono, libre de CO2. El último dato conocido, de 2011, no pudo ser mejor: la UE emitió un 18,4% menos que en 1990, con lo que Kioto se cumplió de sobra. Entonces, ¿dónde está el problema? Y, sobre todo, ¿por qué la Comisión quiere darle la vuelta al ETS como si fuera un calcetín?

En 2005, el modelo planteado ETS fue como la cuadratura del círculo. Pero 2005 ocurrió antes de esa etapa histórica que ha echado por tierra todas las varas de medir: la crisis económica, que comenzó en 2008. ¿Y cuál ha sido la consecuencia de estos cinco años de crisis en lo que respecta a las emisiones de CO2? El desplome de la actividad económica ha supuesto un descenso súbito y en paralelo de la demanda de energía. Y es por esto que las emisiones han descendido a niveles impensables incluso para Kioto, de ahí que el protocolo se conformara entonces con un laxo 8% de reducción para la UE. En realidad, ha sido la crisis quien por sí sola ha cumplido con Kioto.

Con la crisis, emitir CO2 se ha vuelto más barato que nunca e incluso hay un excedente enorme de permisos de emisión que no se llegan ni siquiera a subastar por innecesarios (correspondientes a unos 2.000 millones de toneladas de CO2).

Sencillamente, se calculó una demanda en el mundo irreal e hinchado anterior a 2008 y ahora esos números no sirven, no son más que otro más de los reflejos que testimonian la burbuja en que se vivía.

En este escenario, donde los precios del CO2 están por los suelos, las empresas están recurriendo de nuevo y cada vez más al carbón (muy contaminante) como fuente primordial de energía, mientras que otras energías limpias (las renovables, la hidroeléctrica e incluso el gas) están perdiendo terreno. El cambio hacia una sociedad basada en las fuentes de energía limpia vuelve a torcerse.

Ante esta situación, la Comisión Europea comenzó hace meses a trabajar en una reforma estructural del ETS, pero como sabe que esto puede llevar años, ha preferido también actuar por la vía de urgencia proponiendo parchear transitoriamente el mercado europeo de CO2.

Este año, el ETS ha iniciado su tercera etapa, que durará hasta 2020. De modo que si no se retocaba ahora este sistema se corría el nada despreciable peligro de no poder introducir ningún cambio hasta después de esa fecha. Demasiado tarde.

La propuesta transitoria de la Comisión no se trata de ninguna revolución: consistía sencillamente en retirar entre 2012 y 2015 los permisos correspondientes a 900 millones de toneladas de CO2; después se volverán a introducir.

Esta iniciativa fue llevada a votación al Parlamento Europeo el 16 de abril. Y la prueba de que el asunto es sin duda espinoso es que la propuesta fue rechazada de plano, especialmente con los votos en contra de los partidos europeos de derecha (sobre todo de Alemania, Francia, España e Inglaterra).

Los argumentos son tan rotundos como previsibles: el Partido Popular Europeo se justificó, por un lado, llamando a la no injerencia en el mercado libre y, por otro, rechazando lo que consideran una nueva tasa a la industria en tiempos de crisis y con tales niveles de desempleo.

En cuanto a la industria, se encuentra dividida entre quienes han acometido inversiones en tecnologías limpias y quienes no las han realizado. Por este motivo, las compañías eléctricas, por ejemplo, están a favor de reformar el ETS mientras que la industria pesada (acero, química, siderurgia o cemento; que en algunos países emplean a más de un 10% de la población activa) rechazan cualquier cambio.

Las consecuencias de este revés fueron evidentes. En 2008, justo antes de la crisis, la tonelada de CO2 costaba 30 euros. El día mismo de la votación, su precio alcanzó su mínimo histórico en la historia del ETS: 2,63 euros.

Y eso que la retirada 900 toneladas de CO2 del sistema no pretende sino introducir cierta lógica a los precios de éste y en ningún caso provocar un vuelco en los precios. De hecho, según el portavoz de la comisaria de Acción por el Clima de la Comisión Europea, Isaac Valero-Lardón, “estudios encargados indican que el precio del CO2 con la retirada de esa cantidad se situaría entre los seis y ocho euros la tonelada”.

Ante tal varapalo, los ministros de Medio Ambiente de nueve países europeos (España ni siquiera tiene Ministerio de Medio Ambiente propiamente dicho) firmaron poco después una carta reclamando medidas de urgencia. Y así fue como llegó una segunda votación el 3 de julio, en la que finalmente salió adelante la medida aún con evidente resistencia (344 votos a favor por 311 en contra) y relativamente dulcificada.

De hecho, según los términos finales del acuerdo aprobado, los cambios en el ETS no se incorporarán previsiblemente hasta mediados de 2014, puesto que deben ser negociados antes en el Consejo Europeo y después aprobados uno a uno por cada país de la UE (si bien con carácter de urgencia), según las enmiendas incorporadas a la medida.

Entretanto, la Comisión sigue con su propuesta de reforma estructural, que busca ser realmente ambiciosa después de este primer paso en falso.

Entre otras cosas, la propuesta de reforma estructural plantea retirar al menos esas 900 toneladas de forma permanente, incluir la práctica totalidad de los sectores que emiten CO2 en el mercado de emisiones (como la aviación y el transporte) y aumentar el objetivo de reducción de emisiones en 2020 respecto a 1990 un 30% (en vez del 20% actualmente comprometido). Las previsiones de la Comisión son que esta propuesta se presente a final de año, cuando previsiblemente volverán a salir las espadas en las negociaciones.

Y ahí es donde se juega el futuro climático de Europa, como ha sabido ver el responsable de Política Climática de Greenpeace, Joris den Blanken, quien tras conocer el resultado de la votación de julio, lejos de descorchar las botellas de champán, aseguró: “No hay mucho que celebrar hoy. Esta medida no restaurará la credibilidad del mercado europeo del CO2 porque tan pronto como los permisos sean reintroducidos de nuevo en el sistema [en 2015] se volverá a estar en el punto de partida”.

 

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