Un recorrido de más de 1.000 kilómetros alrededor del país para indagar las razones que llevaron a los iraníes a votar por un candidato que representaba la opción contraria al presidente saliente Mahmud Ahmadineyad.

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Bazar de Isfahán, Irán. Foto Catalina Gómez

Al interior de la tienda de antigüedades de Hamid, escondida en una de las callejuelas del laberíntico bazar de Isfahán que se extiende por dos kilómetros en el centro de la ciudad, todo el bullicio y caos exterior desaparece. Como si el tiempo se detuviera dentro de las cuatro paredes de esta tienda llena de objetos que van desde antiguos grabados de la época Qajar pasando por exquisitas telas bordadas hasta terminar en pequeños objetos de cobre, este hombre pasa las horas pintando miniaturas persas sobre pequeños papeles envejecidos al tiempo que escucha música tradicional iraní.

“Aquí –por Irán- no va a cambiar nada. El problema viene desde la base y todos tienen la mano sobre la misma bola”, asegura este hombre de 46 años que dice saber bien de lo que habla porque peleó en la larga guerra contra Irak. “Él –refiriéndose al nuevo presidente Hassan Rohaní- no viene de la luna, viene del sistema. Si hubiera querido cambiar algo ya lo hubiera hecho antes. Por eso creo que nada va a a ser diferente más allá de traer un poco más de turistas y dar mayor tranquilidad a la economía”, dice Hamid, quien también hace referencia a la crítica situación económica.

El año pasado la inflación publicada el 21 de marzo fue del 31%, según el Banco Central, pero los economistas creen que pudo ser más del doble, porque sólo en el mes de junio, según cifras oficiales, fue del 45%. A lo anterior se suma el desempleo –especialmente juvenil, que supera el 28% -, la corrupción y otros problemas que azotan a Irán y que son, constantemente, mencionados durante el viaje que hemos realizado desde Teherán hasta Shiraz, pasando por las ciudades de Isfahán y Yazd.

“Ellos –refiriéndose al régimen- querían que pasara lo que pasó”, asegura, también en bazar de Isfahán, Amir, un joven de 32 años que comparte con sus hermanos un puesto de piedras en el sector sur del zoco. “Saben que mucha gente que salió a votar no cree en ellos, pero no les importa. Al final pudieron decir que tienen millones de gente que los respalda. Siempre hacen lo mismo. Yo creo que ellos mismo quería que venciera Rohaní. Estaban bajo presión internacional y sentían el peligro”, dice este joven al dar su versión sobre lo que pasó en las elecciones iraníes del 14 de junio en las que salió, sorprendentemente, victorioso el candidato moderado.

Y es que semanas después de los comicios muchos iraníes se siguen preguntando qué pasó dentro del régimen para que Rohaní pudiera ganar.

Muchos pensaron entonces que su cercanía al ex presidente, Hashemi Rafsanjani, y el apoyo que le había dado el que también fuera presidente reformista, Mohammad Jatamí, hacían casi imposible que el diplomático y ex negociador nuclear pudiera ganar. Muchos, incluso, estaban convencidos de que la balanza se había inclinado hacía el actual negociador nuclear Saeed Jajili, que para muchos era el favorito del sistema. Por esa razón el día que se anunció su victoria uno de los eslóganes dirigidos al régimen que se escuchaban en las calles de Teherán era “Dictador, dictador, gracias, gracias”, porque éste le había permitido ganar.

“Yo no voté. No creía en estas elecciones y no creía que lo fueran a dejar ganar. Pero aquí muchos lo votaron”, confiesa Amir. Sin embargo, ahora se muestra optimista. En uno de los vidrios de su local ha pegado una foto del nuevo presidente. “Si Rohaní no ganaba el país iba a estallar”, asegura y reconoce que hace ocho años votó por Mahmud Ahmadineyad convencido de que podría mejorar la economía. “Pero ya vimos lo que pasó”, dice.

“En los últimos días antes de las elecciones tuve el presentimiento de que el régimen iba a dejar ganar a Rohaní. La gente estaba muy presionada y había un gran descontento entre la población. ¿Cuánto más podría jugar con esta situación el sistema”, había asegurado la noche anterior Najme, una abogada de 33 años, mientras nos tomábamos un té en el jardín del hotel Abassi, lleno de fuentes y rosales y que es considerado uno de los jardines más bonitos de un país cuyos jardines son Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco.

“Yo estoy segura que el Líder Supremo -Alí Jamenei- no quería a Rohaní. Ni tampoco lo quería el ala más radical del régimen. Pero al final lo dejaron ganar porque ellos están aferrados al poder y quieren seguir gobernando”, dice esta joven que señala que se quedó muy sorprendida hace cuatro años cuando el régimen reprimió, violentamente, las protestas que surgieron para reclamar la reelección de Mahmud Ahmadineyad, que según las cifras oficiales ganó entonces con 23 millones de votos. –Rohaní ha vencido en esta oportunidad con 18,651 millones votos.

Un sector importante de la población aseguró entonces que Ahmadineyad no había sacado ese abultado número de votos y muchos reclamaban la victoria del ex primer ministro Mir Hussein Musavi, que lleva más de dos años bajo prisión domiciliaria. Adicionalmente, el reformismo cayó en desgracia y decenas de políticos y periodistas reformistas fueron a prisión. “Nunca pensé que el Líder pudiera darle la espalda a la población para apoyar a un hombre como Ahmadineyad que corrompió todos los aspectos del país”, asegura esta joven.

Najme, por su trabajo como abogada, tiene que enfrentarse todos los días a las nuevas maneras de hacer las cosas en el país. “Los sobornos son parte de nuestra rutina. El sistema judicial se desbarató. Los jueces están corruptos. Muchos trabajadores del Estado llevan meses sin recibir salario y cuando protestan el Gobierno los reprime. Yo estoy convencida de que al sistema no le importa la gente”, aseguraba.

El testimonio de Najme, al igual que muchas de las afirmaciones que hicieron decenas personas con las que conversamos durante el viaje, recuerdan a las escenas vividas en un viaje similar hecho a Irán, exactamente, ocho años atrás cuando Ahmadineyad acababa de ser nombrado presidente. Entonces muchas de los entrevistados tenían puesta su ilusión en el nuevo gobierno, en sus promesas económicas y estaban convencidos de que nadie podría quitarles los derechos que se habían ganado durante el gobierno saliente de Mohammad Jatamí.

La poca libertad de expresión que se había ganado en el país, la explosión cultural, la mayor laxitud en las reglas de comportamiento islámico, las mejores relaciones con Occidente, el discurso de “diálogo de civilizaciones” era algo que los iraníes daban por ganado para siempre. Pero no fue así. “El mismo caos que Ahmadineyad trajo a la justicia”, dice Najme, “se instauró en todos los aspectos de la sociedad”.

Y hoy, según repiten muchos ciudadanos, la gran esperanza es regresar al punto donde estaban ocho años atrás. “Lo que los iraníes necesitan es que renazca la esperanza. Necesitan creer que tienen un gran líder que los respalda”, dice esta abogada que cuenta que a su alrededor -excepto su madre que no votó porque no cree en ninguno de los políticos que vienen del régimen-, todos lo hicieron por este clérigo que ha estado cercano a la Revolución desde sus comienzos.

“En Isfahán la gente estaba cansada con la situación por la corrupción y la economía. No porque quisiera mayores libertades. Esta ciudad es tradicional y religiosa”, dice esta joven que recuerda que Rohaní ganó en la tercera ciudad de Irán con el 47,28% de los votos (342.952 votos de los 830 que hubo en la ciudad). Lo siguió Saeed Jalili con un 18%.

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Bazar de Isfahán, Irán. Foto Catalina Gómez

Esta diferencia, sin embargo, parece pequeña si se compara con la votación que obtuvo Rohaní en Yazd, a 315 kilómetros al sur de Isfahán. Camino a la capital del zoroastrismo, la religión monoteísta que imperaba en Irán antes de la llegada de los árabes en el siglo VII, y donde todavía se conservan una gran ciudadela de construcciones de barro, la carretera se introduce en el letargo de planicies desérticas en las que se destacan esas torres con aberturas verticales en lo alto y que se conocen como qanas.

Yazd es aún más tradicional y religiosa que Isfahán. Esto queda claro no sólo en el vestir de las mujeres, donde la mayoría van con el chador, sino por la actitud de la gente, mucho más callada y reservada. “Aquí los jóvenes no tenemos libertad” cuenta un hombre de 21 años que trabaja en una tienda del centro de la ciudad. “Nos sofocan todo el tiempo. Especialmente en las universidades”. Cuenta entonces la historia de que hace meses hablaba con una compañera sobre libros cuando llegaron los integrantes del equipo de seguridad y los detuvieron durante un largo rato para hacerles preguntas porque pensaban que estaban intimando.

“He prometido no acercarme más a una chica en la universidad”, dice al aclarar que en la ciudad los basijis –la milicias del régimen- y los levos shahsid –milicianos vestidos de civil- son muy activos aquí. “Dicen –los milicianos- que Yazd es la ciudad de la oración”, asegura este joven que, como muchos otros de su edad, tiene esperanza en la llegada de Rohaní.

A pesar de ser tradicional, esta ciudad de alrededor de 500.000 habitantes se caracteriza por ser uno de los lugares donde más apoyo tiene el movimiento reformista. Una de las razones para que esto suceda, sin duda, es que el ex presidente Mohammad Jatamí es originario de la población de Ardakan, a pocos kilómetros de la ciudad de Yazd. Lo mismo sucede con el ex candidato presidencial reformista, Mohammad Aref, que retiró su nombre la última semana de la campaña electora para darle su apoyo a Rohaní. Muchos analistas aseguran que esta decisión fue definitiva a la hora de que el nuevo presidente consiguiera la victoria.

“Si Rafsanajani, Jatamí y Aref no hubieran apoyado a Rohaní, yo no hubiera votado por él”, dice Mehdi, un comerciante de 53 años que tiene una tienda de cosméticos en el centro de Yazd. Su comentario coincidía con el que se escucha con frecuencia en otras partes de Irán donde es común escuchar a la gente decir que votaron por Rohaní porque así lo sugirieron los dos ex presidentes. “Él ha prometido que bajará la inflación y la cifra del paro. Para mi esto es lo más importante porque significa que devolverá la alegría a la gente. Y en mi opinión, volver a recuperar la alegría es lo más importante. Los iraníes llevan un tiempo muy deprimidos como consecuencia de la inflación”, dice este hombre que asegura que sólo un 20% de la sociedad, “como máximo”, está viviendo tranquilamente. El ochenta restante vive rodeado de problemas.

“Yo pensé que esta vez volvería a haber fraude y por eso no voté”, dice un taxista de 29 años graduado en ingeniería que asegura tener fe en Rohaní pues es seguidor de Jatamí y de las ideas del dos de Jordad, como se conoce al reformismo en Irán. “Él ha dicho que va a tratar de acabar con el embargo contra Irán. Yo espero que lo pueda hacer”, asegura este joven, quien a su vez analiza que el problema que hubo con Ahmadineyad es que fue “tonto. No sabía cómo hacer las cosas”, dice.

Esta misma versión la escuchamos a 495 kilómetros al suroeste de Yazd, en Shiraz, a donde llegamos después de atravesar los montes Zagros y las planicies aledañas donde es común ver a los nómadas que pastorean sus rebaños en esta etapa del verano. En Shiraz, la quinta ciudad más grande del país y capital de la provincia de Fars, Rohaní ganó con el 59,77% de los votos. Esto equivale a 400.516 papeletas.

“La peor cosa que pasó durante el Gobierno de Ahmadineyad fue la subida de los precios, pues esto provocó una mayor una prostitución, creó miseria y nos puso a vivir en una situación de inseguridad. Ya es peligroso salir solo a la calle después de que caiga la noche”, asegura Rahim, de 45, años que es dueño de uno de los restaurantes del centro de la ciudad y que asegura que en el pasado fue clérigo chií y combatió en la guerra contra Irak.

“Yo le puedo decir que la elección de la gente fue una elección entre el malo y el peor. Hasta el último minuto tenían dudas si elegir a un mulá –se refiere a un clérigo como Rohaní- o uno con traje. Luego la gente se dio cuenta de que entre estos dos candidatos la única persona que podía hacer algo para solucionar los problemas era el mismo Rohaní. Eso fue lo que pasó”, explica Rahim que asegura que está en permanente contacto con mucha gente, incluidos clérigos y milicianos del régimen, como consecuencia del restaurante.

“Por eso le puedo decir que la gente que yo conozco no quieren el programa nuclear, aunque sea pacifico. No queremos la electricidad nuclear, no queremos el tren o el avión nuclear. Solamente queremos vivir junto con nuestras familias en la tranquilidad. No importa que volvamos cien años atrás, que no tengamos luz. Todo el mundo dice esto”, dice este hombre que cree que el programa nuclear es una excusa para engañar a la gente. “La excusa para justificar todos los problemas de la sociedad es la energía nuclear”, concluye.

Otros habitantes de Shiraz, sin embargo, no son tan críticos con el sistema. O al menos los son menos al hablar de Ahmadineyad. “Él ha hecho muchas cosas, pero su error es que fue muy cabezota. Si hubiera aceptado las ideas de los otros, si hubiera sido más moderado en las relaciones exteriores y si no hubiera querido hacer la guerra con Israel, todo hubiera sido mejor”, dice Ahmad, de 44 años, que tiene una tienda de alfombras en el bazar de Shiraz y que en el pasado votó por Ahmadineyad.

“La realidad es que este régimen tiene sus propios planes y cada presidente debe obedecer al rahbar –por el Líder Supremo-“, agrega Alí, de 50 años y socio de Ahmad. Por eso asegura que todavía es temprano para saber hasta dónde puede cumplir Rohaní sus promesas. “Él ha prometido, por ejemplo, reactivar el turismo y mejorar las relaciones con el mundo. Vamos a ver si lo puede lograr”, dice este hombre que recuerda que durante el Gobierno de Jatamí el turismo tuvo un gran boom y todos los días llegaban al bazar autobuses llenos de extranjeros dispuestos a comprar.

Hoy los únicos turistas que se ven en Shiraz son los propios iraníes que viajan por el país. Los extranjeros, dicen, son muy pocos. Esto queda demostrado en la tumba del poeta Hafez donde al caer la tarde empiezan a llegar decenas de personas a visitar el mausoleo y a leer su suerte en el Diván de Hafez. Dice la tradición que en el famoso libro del poeta están las respuestas a la vida. Por eso los iraníes acostumbran a hacer una pregunta antes de abrirlo arbitrariamente en una de sus páginas. El verso que corresponda dará repuestas sobre su futuro.

“Yo no quiero que Irán este aislado del mundo. No entiendo porque todos nos tienen que odiar. Nosotros somos gente buena”, asegura Leili, una estudiante de traducción de 25 años que asegura que viene al menos dos veces a la semana a visitar la tumba del poeta. “Es el único lugar donde me siento bien”, señala y añade que muchos de los jóvenes que ella conoce votaron por Rohaní pues tienen la ilusión de que la situación económica cambie, que haya mayores libertades y que “el pasaporte iraní vuelva a valer algo”, concluye.

 

Los nombres de las personas entrevistadas para este artículo han sido cambiados por petición expresa de los mismos.

Los datos de la votación son sacados de la página www.iran2013.org donde se ha hecho una división por ciudad y por región de la distribución de los votos en las pasadas elecciones presidenciales

 

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