Estados Unidos podría no tardar mucho en fortificar toda su frontera con México. Pero ¿qué pasa con el muro que ya está construido entre ambos
países? Una atenta mirada a la inconexa y provisional barrera revela la actitud
ambivalente y conflictiva de EE UU respecto a la inmigración.

Política fronteriza: las autoridades
Política fronteriza: las autoridades
de EE UU reconocen que la valla nunca se diseñó para contener la inmigración ilegal, sólo para frenarla.

 

Estados Unidos está inmerso en un intenso debate sobre sus fronteras. La inmigración alcanza niveles históricos y una cifra sin precedentes, 12 millones de personas (un tercio de la población extranjera) se encuentran en suelo estadounidense en situación ilegal. El 50% procede de México y otro 30% de países de América Central y del Sur. La mayoría de ellas han entrado a través de la frontera con México, que tiene una extensión de más de 3.000 kilómetros. En los últimos meses, las dos Cámaras del Congreso estadounidense han aprobado, cada una por su lado, leyes de reforma de la política migratoria. Todavía han de conciliarse las diferencias entre ambas versiones, pero tienen al menos un elemento importante en común: que se añadan cientos de kilómetros de nuevas barreras físicas a los 200 kilómetros que ya existen a lo largo de la frontera.

Ese remoto, y a menudo, olvidado confín se ha convertido en el centro de atención de una lucha simbólica sobre cómo los estadounidenses se ven a sí mismos en el mundo. Para muchos, las barreras fronterizas fomentan la seguridad nacional. Para otros, tienen un tufillo a fortificación y militarización impuestas por los burócratas de Washington con propósitos imperialistas. Entretanto, los conservadores de The Wall Street Journal y los activistas pro derechos humanos de la Unión por las Libertades Civiles han denunciado que esta muralla es un nuevo "muro de Berlín", aunque su objetivo es mantener a los extranjeros fuera del país y no a los ciudadanos dentro de él.

En medio de esta polémica, pocos se han molestado en pararse a pensar en los detalles prosaicos y físicos de la propia valla. Pero cuando se la examina detenidamente, no se encuentra ni una estructura particularmente imponente ni un proyecto militar chapado en oro. Al contrario, se trata de un ejemplo mal ideado de la ingenuidad estadounidense que refleja no sólo ambivalencia respecto a la inmigración, sino también los compromisos y objetivos enfrentados característicos del descentralizado y fragmentado sistema político estadounidense. Además, el control de la emigración por sí solo nunca ha sido la fuerza que ha impulsado la construcción de las barreras. En realidad, la política de vigilancia de fronteras ha cargado sobre sus hombros otras preocupaciones nacionales. El resultado es un muro que no es tan draconiano y tan militarizado como afirman sus detractores, ni tan efectivo como a sus partidarios les gustaría.

Una separación que no quiere ofender

La frontera entre EE UU y México no está señalada con un muro monolítico, sino que se construyó por partes para dar respuesta a diferentes necesidades en lugares distintos. Resultado: barreras que pueden escalarse en menos de un minuto.

 

La parte más antigua comienza en el Océano Pacífico y continúa tierra adentro unos 70 kilómetros. Cuando comenzó su construcción en 1990, esa zona densamente poblada era el lugar por donde entraba el mayor número de emigrantes indocumentados. Esa barrera primaria mide sólo unos tres metros de alto de media y está hecha de paneles de acero corrugado (cuya superficie ha sido ondulada) de unos 50 centímetros de grosor y de unos 3 metros y medio de largo, soldados a unos postes verticales. Pero, dado que las corrugas se disponen horizontalmente, forman una especie de escalera que hace que traspasar la barrera sea fácil tanto para jóvenes como para mayores. Y como no cuenta con unos cimientos continuos de hormigón, es fácil cavar por debajo. Esta cerca contrasta con el muro de seguridad de Israel en Cisjordania, que, en algunos lugares, es un sobrecogedor armazón de hormigón liso de más de siete metros de alto.

¿Por qué construir una estructura tan fácil de traspasar? Los paneles de acero corrugado, excedente militar utilizado para construir pistas de aterrizaje de emergencia en Vietnam, abundaban y salían gratis. Y hacerla más alta y más difícil de escalar habría exigido colocar los paneles en vertical, lo que es mucho más complicado y costoso. Este proyecto también tenía que ser aprobado por un maremágnum de organismos estatales y federales, incluidas las jurisdicciones tribales de nativos norteamericanos. Y estaban las ONG: los defensores de los derechos de los inmigrantes y los ecologistas interesados en proteger los hábitats vegetales y animales. Con tantas partes involucradas, los políticos a favor de la barrera querían clavar estacas lo más deprisa posible. Por último, estaba la propia patrulla fronteriza, que no deseaba que fuera tan difícil de escalar como para causar heridos, lo que haría perder el valioso tiempo de sus agentes y se traduciría en una montaña de reclamaciones de responsabilidad.

Unos 350 metros por detrás de la barrera primaria se encuentra una secundaria más intimidatoria, que comienza a unos pocos kilómetros del Pacífico y continúa al este unos 17 kilómetros a través de la zona más poblada de la frontera del condado de San Diego, California. Tiene unos cimientos de hormigón continuo profundamente enterrados y se eleva hasta unos dos metros y medio. Construida con una tensa y muy estudiada malla metálica de acero, ofrece pocos puntos de apoyo. Este material también permite a la patrulla fronteriza ver el otro lado, una prioridad de seguridad para sus agentes. Con una carretera llana, luces de alta intensidad y unas cámaras de vigilancia funcionando 24 horas al día, posee mucha más infraestructura que la que podemos encontrar en la mayor parte de la frontera. También cuesta por kilómetro casi dos veces más que la primaria. Sin embargo, pese a toda la parafernalia, los policías informan de que los inmigrantes se cuelan con frecuencia por ambas en menos de un minuto. Los agentes ahora reconocen que el muro nunca se diseñó para parar en seco a los sin papeles, sólo para frenarles y que pudieran ser detenidos. "Las barreras nunca se concibieron para ser más que un filtro", explica un agente.

Tal vez lo más revelador respecto a ambas vallas es lo que les falta. Por ejemplo, en ningún lugar de la primaria hay un saliente que de al sur, por si esto pudiera ofender a México. Tampoco existen alambradas con pinchos o cuchillas en ninguna de las dos vallas. De nuevo, el contraste con el muro israelí es llamativo. Aunque la mayor parte de éste lo forma una tela metálica equipada con un sofisticado sistema electrónico, el ministro de Defensa israelí sigue confiando en la alambrada de cuchillas para evitar que los potenciales terroristas lo escalen. Es cierto que cientos de personas han muerto a lo largo de la frontera entre EE UU y México, pero ha sido por el calor y el frío, no por una barrera que mutile y mate.

Ni siquiera podemos hablar de un filtro en zonas más distantes. En la poco poblada mitad Este del condado de San Diego sólo existe la barrera primaria. En varios kilómetros, apenas tiene alrededor de un metro y medio de altura. Más al Este, ni siquiera está construida con paneles de acero, sino con dos mallas metálicas soldadas a postes verticales. La patrulla fronteriza prefiere una verja baja por la misma razón que prefiere una malla metálica: sus agentes pueden ver al otro lado. Del mismo modo, detener el avance de los inmigrantes directamente en la frontera es menos crucial en zonas distantes y poco pobladas que en lugares densamente poblados donde éstos pueden desaparecer rápidamente. En cuanto a la malla metálica, fue diseñada para resistir inundaciones repentinas que derribarían una estructura más sustancial, y en algunos tramos, se prefiere porque permite el libre movimiento de la fauna protegida.

Obviamente, una alambrada no hace mucho por impedir la circulación de trabajadores sin papeles. ¿Significa esto que todos los motivos para construir la barrera cayeron en el olvido en medio de todas las maniobras burocráticas? No, porque da la casualidad de que la principal razón para levantarla nunca fue detener la inmigración ilegal. Tenía más que ver con la prohibición del tráfico de drogas, un objetivo sobre el que existía mucho más consenso político. Como afirmó sin rodeos un empleado del Congreso que trabaja en esta cuestión: "Las drogas son el expreso del dinero". Lo cierto es que la inmigración ilegal y narcotráfico se solapan en la frontera, lo que enturbia la distinción. Pero cuando la valla primaria se construyó a principios de los 90, había que elegir. El resultado fue una alambrada en la parte oriental del condado de San Diego, que puede detener el todoterreno de un traficante de drogas, pero no a un extranjero a pie.

La remota frontera entre EE UU y México se ha convertido en un símbolo de cómo los estadounidenses se ven a sí mismos en el mundo

Hoy día, la lógica de la lucha contra el tráfico de estupefacientes se ha visto desbancada por la guerra contra el terrorismo. En 2005, el Congreso otorgó al secretario de Seguridad Nacional, Michael Chertoff, la autoridad para saltarse todas las leyes que fueran necesarias con tal de garantizar la seguridad fronteriza. En septiembre del año pasado, invocó esa autoridad para acabar con una batalla legal que llevaba una década en los tribunales sostenida por los ecologistas, que estaban presionando contra la finalización de la última parte de la barrera secundaria cerca del Pacífico.

Como sostiene Robert Bonner, comisionado estadounidense de Aduanas y Protección Fronteriza: "Tal vez este [tipo de controversia prolongada] fuese aceptable en los días anteriores al 11-S (…) Pero en la era del terrorismo global, no podemos seguir por más tiempo con la política de verlas venir como solución a estas cosas". Una vez más, el control de la inmigración ocupa un segundo plano. Pero si la indignación pública respecto a la inmigración ilegal sigue aumentando, podría superar las limitaciones que presenta el sistema político estadounidense y, en ese punto, el control de la inmigración podría convertirse por sí solo en la prioridad fundamental en la frontera.

Estados Unidos podría no tardar mucho en fortificar toda su frontera con México. Pero ¿qué pasa con el muro que ya está construido entre ambos
países? Una atenta mirada a la inconexa y provisional barrera revela la actitud
ambivalente y conflictiva de EE UU respecto a la inmigración.
Peter Skerry

Política fronteriza: las autoridades
Política fronteriza: las autoridades
de EE UU reconocen que la valla nunca se diseñó para contener la inmigración ilegal, sólo para frenarla.

 

Estados Unidos está inmerso en un intenso debate sobre sus fronteras. La inmigración alcanza niveles históricos y una cifra sin precedentes, 12 millones de personas (un tercio de la población extranjera) se encuentran en suelo estadounidense en situación ilegal. El 50% procede de México y otro 30% de países de América Central y del Sur. La mayoría de ellas han entrado a través de la frontera con México, que tiene una extensión de más de 3.000 kilómetros. En los últimos meses, las dos Cámaras del Congreso estadounidense han aprobado, cada una por su lado, leyes de reforma de la política migratoria. Todavía han de conciliarse las diferencias entre ambas versiones, pero tienen al menos un elemento importante en común: que se añadan cientos de kilómetros de nuevas barreras físicas a los 200 kilómetros que ya existen a lo largo de la frontera.

Ese remoto, y a menudo, olvidado confín se ha convertido en el centro de atención de una lucha simbólica sobre cómo los estadounidenses se ven a sí mismos en el mundo. Para muchos, las barreras fronterizas fomentan la seguridad nacional. Para otros, tienen un tufillo a fortificación y militarización impuestas por los burócratas de Washington con propósitos imperialistas. Entretanto, los conservadores de The Wall Street Journal y los activistas pro derechos humanos de la Unión por las Libertades Civiles han denunciado que esta muralla es un nuevo "muro de Berlín", aunque su objetivo es mantener a los extranjeros fuera del país y no a los ciudadanos dentro de él.

En medio de esta polémica, pocos se han molestado en pararse a pensar en los detalles prosaicos y físicos de la propia valla. Pero cuando se la examina detenidamente, no se encuentra ni una estructura particularmente imponente ni un proyecto militar chapado en oro. Al contrario, se trata de un ejemplo mal ideado de la ingenuidad estadounidense que refleja no sólo ambivalencia respecto a la inmigración, sino también los compromisos y objetivos enfrentados característicos del descentralizado y fragmentado sistema político estadounidense. Además, el control de la emigración por sí solo nunca ha sido la fuerza que ha impulsado la construcción de las barreras. En realidad, la política de vigilancia de fronteras ha cargado sobre sus hombros otras preocupaciones nacionales. El resultado es un muro que no es tan draconiano y tan militarizado como afirman sus detractores, ni tan efectivo como a sus partidarios les gustaría.

Una separación que no quiere ofender

La frontera entre EE UU y México no está señalada con un muro monolítico, sino que se construyó por partes para dar respuesta a diferentes necesidades en lugares distintos. Resultado: barreras que pueden escalarse en menos de un minuto.

 

La parte más antigua comienza en el Océano Pacífico y continúa tierra adentro unos 70 kilómetros. Cuando comenzó su construcción en 1990, esa zona densamente poblada era el lugar por donde entraba el mayor número de emigrantes indocumentados. Esa barrera primaria mide sólo unos tres metros de alto de media y está hecha de paneles de acero corrugado (cuya superficie ha sido ondulada) de unos 50 centímetros de grosor y de unos 3 metros y medio de largo, soldados a unos postes verticales. Pero, dado que las corrugas se disponen horizontalmente, forman una especie de escalera que hace que traspasar la barrera sea fácil tanto para jóvenes como para mayores. Y como no cuenta con unos cimientos continuos de hormigón, es fácil cavar por debajo. Esta cerca contrasta con el muro de seguridad de Israel en Cisjordania, que, en algunos lugares, es un sobrecogedor armazón de hormigón liso de más de siete metros de alto.

¿Por qué construir una estructura tan fácil de traspasar? Los paneles de acero corrugado, excedente militar utilizado para construir pistas de aterrizaje de emergencia en Vietnam, abundaban y salían gratis. Y hacerla más alta y más difícil de escalar habría exigido colocar los paneles en vertical, lo que es mucho más complicado y costoso. Este proyecto también tenía que ser aprobado por un maremágnum de organismos estatales y federales, incluidas las jurisdicciones tribales de nativos norteamericanos. Y estaban las ONG: los defensores de los derechos de los inmigrantes y los ecologistas interesados en proteger los hábitats vegetales y animales. Con tantas partes involucradas, los políticos a favor de la barrera querían clavar estacas lo más deprisa posible. Por último, estaba la propia patrulla fronteriza, que no deseaba que fuera tan difícil de escalar como para causar heridos, lo que haría perder el valioso tiempo de sus agentes y se traduciría en una montaña de reclamaciones de responsabilidad.

Unos 350 metros por detrás de la barrera primaria se encuentra una secundaria más intimidatoria, que comienza a unos pocos kilómetros del Pacífico y continúa al este unos 17 kilómetros a través de la zona más poblada de la frontera del condado de San Diego, California. Tiene unos cimientos de hormigón continuo profundamente enterrados y se eleva hasta unos dos metros y medio. Construida con una tensa y muy estudiada malla metálica de acero, ofrece pocos puntos de apoyo. Este material también permite a la patrulla fronteriza ver el otro lado, una prioridad de seguridad para sus agentes. Con una carretera llana, luces de alta intensidad y unas cámaras de vigilancia funcionando 24 horas al día, posee mucha más infraestructura que la que podemos encontrar en la mayor parte de la frontera. También cuesta por kilómetro casi dos veces más que la primaria. Sin embargo, pese a toda la parafernalia, los policías informan de que los inmigrantes se cuelan con frecuencia por ambas en menos de un minuto. Los agentes ahora reconocen que el muro nunca se diseñó para parar en seco a los sin papeles, sólo para frenarles y que pudieran ser detenidos. "Las barreras nunca se concibieron para ser más que un filtro", explica un agente.

Tal vez lo más revelador respecto a ambas vallas es lo que les falta. Por ejemplo, en ningún lugar de la primaria hay un saliente que de al sur, por si esto pudiera ofender a México. Tampoco existen alambradas con pinchos o cuchillas en ninguna de las dos vallas. De nuevo, el contraste con el muro israelí es llamativo. Aunque la mayor parte de éste lo forma una tela metálica equipada con un sofisticado sistema electrónico, el ministro de Defensa israelí sigue confiando en la alambrada de cuchillas para evitar que los potenciales terroristas lo escalen. Es cierto que cientos de personas han muerto a lo largo de la frontera entre EE UU y México, pero ha sido por el calor y el frío, no por una barrera que mutile y mate.

Ni siquiera podemos hablar de un filtro en zonas más distantes. En la poco poblada mitad Este del condado de San Diego sólo existe la barrera primaria. En varios kilómetros, apenas tiene alrededor de un metro y medio de altura. Más al Este, ni siquiera está construida con paneles de acero, sino con dos mallas metálicas soldadas a postes verticales. La patrulla fronteriza prefiere una verja baja por la misma razón que prefiere una malla metálica: sus agentes pueden ver al otro lado. Del mismo modo, detener el avance de los inmigrantes directamente en la frontera es menos crucial en zonas distantes y poco pobladas que en lugares densamente poblados donde éstos pueden desaparecer rápidamente. En cuanto a la malla metálica, fue diseñada para resistir inundaciones repentinas que derribarían una estructura más sustancial, y en algunos tramos, se prefiere porque permite el libre movimiento de la fauna protegida.

Obviamente, una alambrada no hace mucho por impedir la circulación de trabajadores sin papeles. ¿Significa esto que todos los motivos para construir la barrera cayeron en el olvido en medio de todas las maniobras burocráticas? No, porque da la casualidad de que la principal razón para levantarla nunca fue detener la inmigración ilegal. Tenía más que ver con la prohibición del tráfico de drogas, un objetivo sobre el que existía mucho más consenso político. Como afirmó sin rodeos un empleado del Congreso que trabaja en esta cuestión: "Las drogas son el expreso del dinero". Lo cierto es que la inmigración ilegal y narcotráfico se solapan en la frontera, lo que enturbia la distinción. Pero cuando la valla primaria se construyó a principios de los 90, había que elegir. El resultado fue una alambrada en la parte oriental del condado de San Diego, que puede detener el todoterreno de un traficante de drogas, pero no a un extranjero a pie.

La remota frontera entre EE UU y México se ha convertido en un símbolo de cómo los estadounidenses se ven a sí mismos en el mundo

Hoy día, la lógica de la lucha contra el tráfico de estupefacientes se ha visto desbancada por la guerra contra el terrorismo. En 2005, el Congreso otorgó al secretario de Seguridad Nacional, Michael Chertoff, la autoridad para saltarse todas las leyes que fueran necesarias con tal de garantizar la seguridad fronteriza. En septiembre del año pasado, invocó esa autoridad para acabar con una batalla legal que llevaba una década en los tribunales sostenida por los ecologistas, que estaban presionando contra la finalización de la última parte de la barrera secundaria cerca del Pacífico.

Como sostiene Robert Bonner, comisionado estadounidense de Aduanas y Protección Fronteriza: "Tal vez este [tipo de controversia prolongada] fuese aceptable en los días anteriores al 11-S (…) Pero en la era del terrorismo global, no podemos seguir por más tiempo con la política de verlas venir como solución a estas cosas". Una vez más, el control de la inmigración ocupa un segundo plano. Pero si la indignación pública respecto a la inmigración ilegal sigue aumentando, podría superar las limitaciones que presenta el sistema político estadounidense y, en ese punto, el control de la inmigración podría convertirse por sí solo en la prioridad fundamental en la frontera.

Peter Skerry es catedrático de Ciencia Política del Boston College y miembro senior no residente de la Brookings Institution.