Es quizá el presidente más impopular de los tiempos modernos: un cowboy temerario y unilateral. Pero la historia será más generosa con George W. Bush que las caricaturas contemporáneas. Después de ocho años, deja mucho más que un dictador derrotado en Irak. Una relación estrecha con India, pragmática con China y la presión sobre Irán darán dividendos en los próximos años.

 

 

 

“La guerra es su única herencia”

Pues no. Es innegable que Irak ha marcado la presidencia de George W. Bush. Pero la historia no recordará la guerra de manera tan negativa como supone la mayoría. Lo más probable es que el conflicto siga calmándose de forma escalonada hasta llegar a un final poco claro. La insurgencia se reducirá, pero no desaparecerá. El Gobierno podrá trabajar, pero estará dividido. La presencia militar estadounidense disminuirá, pero no se eliminará. Y los vecinos de Irak estarán magullados, pero sus estrategias geopolíticas permanecerán intactas. Sin embargo, al derrocar a Sadam Husein y sustituirlo por un régimen no agresivo, aunque débil, EE UU ha llevado a cabo una verdadera mejora en la región. Al final, tendrá un coste elevado, en dinero y en vidas. Pero también probará la falsedad de las peores predicciones de quienes se oponían a la guerra. A medida que Irak sea historia, recordará al frustrante conflicto de Corea, o la insurrección de Filipinas, y no a la catástrofe de Vietnam. Y será una parte importante del legado de Bush, pero no la que lo defina.

Con el paso del tiempo, cobrarán más importancia otras decisiones cruciales. Entre ellas, la formación de una alianza militar entre Estados Unidos e India. Con Bush, los dos países han empezado a realizar ejercicios navales conjuntos. En 2007, firmaron un tratado para compartir materiales nucleares. Washington está vendiendo a Nueva Delhi equipamiento militar cuyo valor, en los próximos diez años, podría alcanzar un total de 100.000 millones de dólares (unos 70.000millones de euros). Bismarck predijo que el dato geopolítico más importante del siglo XX sería el hecho de que Estados Unidos y Gran Bretaña hablasen el mismo idioma. Es posible que los valores que comparten EE UU e India sean el dato geopolítico más importante de este siglo.

Otras herencias en política exterior son la firma de nuevos acuerdos comerciales bilaterales, la primera convención mundial sobre delitos informáticos, la sabia decisión de permitir que Hugo Chávez se ahorque con su propia cuerda y la buena gestión de la relación con China. Por el contrario, si se permite que Irán siga a Corea delNorte en el club nuclear, es posible que la decisión más importante de Bush acabe siendo no haber hecho nada contra los otros dos elementos del eje del mal.

 

“Irak ha hecho el mundo menos seguro”

Demuéstrenlo. En las dos décadas previas a la presidencia de Bush, Estados Unidos y sus aliados sufrieron un número creciente de atentados terroristas cada vez más ambiciosos, agresivos y mortales. El secuestro del vuelo 847 de TWA en 1985. La bomba en la discoteca de Berlín en 1986. Los atentados de Buenos Aires en 1992 y 1994. El asesinato de exiliados kurdos en Berlín en 1992. El ataque contra el World Trade Center en 1993. La campaña de explosiones contra el metro de París en 1995. Los planes para atentar contra monumentos de Nueva York y aviones de pasajeros sobre el Océano Pacífico en 1995. El atentado contra las Khobar Towers en 1996. Las bombas en las embajadas en África oriental en 1998. El portaaviones USS Cole en 2000.

El 11-S. Comparémoslo ahora con el periodo desde la invasión de Irak. Desde 2003, los Estados patrocinadores del terrorismo son más cautos. Libia, por ejemplo, se ha retirado. Los actos terroristas fuera de Oriente Medio son cada vez menos eficaces y complejos. El atentado de Madrid en 2004 fue menos elaborado que el del 11-S. Los ataques contra el metro de Londres en 2005 lo fueron menos que los de Madrid. Y los planes desbaratados en Alemania, Canadá y el aeropuerto de Heathrow en 2006, aún menos que los actos de Londres.

El territorio estadounidense ha vivido casi totalmente inmune al terrorismo internacional, y los planes que se han descubierto tenían una concepción y una ejecución de un amateurismo tranquilizador. Incluso en los países musulmanes está disminuyendo el terrorismo. El atentado de AbuMusab al Zarqaui durante una boda en un hotel de Jordania en 2005 hizo que los árabes de Oriente Medio se indignaran con Al Qaeda. Los líderes de la organización en Irak han reconocido que sus tácticas sanguinarias les han ganado la enemistad de los residentes locales y han puesto al movimiento en una situación difícil. Sería absurdo atribuir esta tendencia positiva sólo al presidente Bush, pero sería igualmente absurdo negar que las cosas están mejorando.

 

 

“Bush ha arruinado las alianzas de EE UU”

No es verdad. Es cierto que el sistema de alianzas occidentales tiene problemas. Pero los tenía mucho antes. Por ejemplo, las tensiones en la OTAN eran ya visibles durante la crisis de los Balcanes a finales de los 90. Y recordemos que Bush se encontró con manifestaciones masivas en su contra durante su primer viaje a Europa, en el verano de 2001, antes del 11-S y de la guerra de Irak. Sería más acertado decir que el unilateralismo estadounidense es el síntoma de que hay problemas en las alianzas, y no la causa.

Muchos han alegado que el Gobierno Bush despilfarró la buena voluntad de Europa hacia EE UU cuando atacó Irak sin contar con nadie. No es verdad. Los sondeos llevados a cabo en las semanas posteriores al 11-S, mucho antes de la guerra, mostraban que sólo entre una sexta y una cuarta parte de los europeos aprobaba el uso de la fuerza contra los Estados patrocinadores del terrorismo. Eso no impidió que la OTAN propulsara la misión en Afganistán, el primer conflicto aprobado en virtud del artículo 5 de la Carta de la organización. Pero sí ha hecho que sea más difícil obtener el compromiso serio de muchos países miembros de enviar tropas. Y el motivo por el que la OTAN tiene que pedir esos contingentes es que los soldados europeos ya desplegados en Afganistán están, en demasiados casos, colocados fuera de peligro. Incluso los aliados que sí han enviado tropas suelen insistir en aplicar unas normas que impiden llevar a cabo casi cualquier misión seria.

En estos años ha habido falta de tacto. Se ha perdido de vista con frecuencia el valor de la cortesía diplomática. Pero todos los presidentes estadounidenses, incluido Bush, siempre prefieren colaborar con los aliados, aunque sólo sea por la cobertura política que pueden proporcionar. Por eso, participó en las conversaciones a seis bandas para abordar las ambiciones nucleares de Corea del Norte, y en el Cuarteto, para ocuparse de Israel y Palestina. Y por eso ha puesto buena cara al asegurar que los países árabes amigos han hecho todo lo que Estados Unidos les ha pedido en la lucha contra el terrorismo. En todo caso, se puede decir que Bush se ha dejado influir demasiado por ciertos aliados. Entre 2003 y 2006, delegó la política respecto a Irán en Gran Bretaña, Francia y Alemania. Hoy, la política iraní de Washington se rige en gran parte por las inquietudes y las necesidades políticas de sus aliados suníes en Oriente Medio. Del mismo modo, la estrategia respecto a Corea del Norte ha ido retrocediendo de una línea roja a otra en deferencia a Corea del Sur.

 

“Ha impulsado la democracia por encima de todo”

Falso. Puede decirse que la retórica del presidente sobre democracia ha subido, en ocasiones, hasta alturas celestiales, pero esas palabras no han ido seguidas de acciones equivalentes. En Egipto, Pakistán y Arabia Saudí, su Gobierno ha seguido la política tradicional de Estados Unidos, que es la de dar relativamente escasa importancia a la promoción de la democracia. Lo mismo en el caso de Irak. La guerra se debió a una razón muy tradicional de equilibrio de poder: derrocar un régimen hostil y peligroso del que se creía que tenía armas de destrucción masiva. El debate sobre la democratización en Oriente Medio es, sobre todo, un debate sobre las causas del extremismo. Los enemigos de la democratización consideran que el integrismo de la zona es una reacción a agravios cometidos por Occidente. La mejor forma de hacerle frente, dicen, es la conciliación. En la práctica, eso suele significar que Palestina sea un Estado. Por otro lado, los democratizadores han subrayado que el extremismo procede de las disfunciones existentes en el propio Oriente Medio: tribalismo, autoritarismo y corrupción. Dicen que la única manera de abordarlo es una reforma interna. Los democratizadores suelen mostrarse escépticos sobre el Estado palestino. En su opinión, los gobiernos de la región, muchas veces, alimentan de forma deliberada el radicalismo para sus propios fines, y la creación de una entidad palestina que no sea verdadera mente moderada no mitigará la inestabilidad y la violencia, sino que las exacerbará. En este debate, la Administración Bush ha variado de forma sutil, pero inequívoca, su posición. En 2002 afirmó que el Estado palestino debía llegar después de la reforma, y ahora dice lo contrario: es partidaria de que haya un Estado palestino como condición previa para la reforma. Desde luego, la democracia ha sido una prioridad importante para Bush, como para casi todos sus predecesores. Y, como ellos, ha tenido que supeditarla a menudo a otras preocupaciones.

Con Libia, situó el desarme por delante de la democratización. En China, ha seguido las políticas del pasado y ha primado la estabilidad y el comercio por encima del cambio. Rusia, cada vez más autoritaria, sigue siendo el octavo miembro del G-7, a pesar de tener una economía menos potente que China e India, a los que aún no se ha invitado. Eso no es poner la democratización por encima de todo lo demás.

 

 “EE UU nunca ha sido tan odiado”

¿Quién lo dice? ¿Qué criterio permite decidir que esa afirmación es cierta? Los sondeos de opinión mundiales son inexactos, por decirlo de forma suave. Una encuesta internacional llevada a cabo por el Pew Research Center, por ejemplo, sugiere que la quinta parte de la población de España cambió su opinión sobre Estados Unidos en los 12 meses que transcurrieron entre la primavera de 2005 y la de 2006. Cualquier experto sabe que las opiniones firmes no cambian con tanta rapidez. Una cifra que sube y baja fácilmente refleja, en el mejor de los casos, una impresión pasajera, o incluso ruido estadístico. Y fuera del mundo desarrollado, en países pobres que son predominantemente rurales y analfabetos, esos sondeos mundiales son todavía menos significativos.

Incluso aunque queramos creer esas valoraciones, lo que nos dicen es, sobre todo, que Estados Unidos tenía graves problemas de imagen ya antes de Bush. Gallup llevó a cabo un amplio sondeo en países musulmanes entre diciembre de 2001 y enero de 2002. Descubrió que la mayoría de los encuestados tenía una opinión desfavorable de EE UU, y que Pakistán, Arabia Saudí e Irán eran los más hostiles. Un número importante consideraba los atentados del 11-S justificables. Apenas una quinta parte de los interrogados aceptaba que los atentados los habían cometido árabes y dos terceras partes lo negaban tajantemente. En Arabia Saudí, el Gobierno se negó a permitir que se hiciera la pregunta.

 

A los estadounidenses les gusta pensar que el mundo simpatizó en masa con ellos tras el ataque contra las Torres Gemelas. La verdad es que los atentados despertaron espasmos de alegría en todo Oriente Medio. El Instituto de Investigación sobre Oriente Medio ha reunido un archivo de recortes de prensa bastante siniestros. Muchos de los peores proceden de Egipto, un aliado clave en la región. En un periódico islamista de oposición, el columnista Salim Azzouz decía que alegrarse es “una obligación nacional y religiosa”. Este tipo de crueldad tiene unas raíces muy profundas, que no se limitan a un presidente en concreto.

 

“Bush estaba distraído y China se aprovechó”

No del todo. Si la economía estadounidense continúa creciendo a su ritmo reciente del 3% anual, ni siquiera una China en expansión podrá alcanzar el PIB de Estados Unidos de aquí a medio siglo. Si el ritmo de crecimiento de Pekín se desacelera, el momento de ponerse a la altura tardará todavía más. Y esa desaceleración parece inevitable. El sector financiero chino está tan desvencijado que está a punto de desmoronarse, la inflación está acelerándose y el país está empezando a toparse rápidamente con los límites de la fabricación con salarios bajos. La falta de energía y de agua es cada vez mayor. La degradación medioambiental está convirtiéndose en un problema político grave. Las tensiones entre el Gobierno central y los regionales se intensifican. Y, muy pronto, la población, cada vez más vieja, tendrá que dejar de trabajar y empezar a vivir de sus ahorros. Pero aunque el Imperio del Centro lograse escapar de alguna manera a las leyes de la gravedad económica, ¿qué va a hacer un presidente de Estados Unidos? ¿Tratar de impedir el crecimiento del país? ¿Cómo? ¿Y con qué propósito?

En cambio, la agresividad estratégica del gigante asiático sí es una preocupación que corresponde a la Casa Blanca. En este aspecto, la Administración Bush ha actuado de manera decisiva y prudente y ha continuado la histórica estrategia del país, que consiste en confiar en lo mejor y prepararse para lo peor. Ha cultivado lazos más estrechos con Australia, India, Japón, Singapur y otras potencias regionales, incluido Vietnam. Los buques de guerra estadounidenses vuelven a atracar en la bahía vietnamita de Cam Ranh. Si el régimen de Pekín decide actuar, pronto se encontrará rodeado, en parte gracias a esas relaciones. Bush deja a su sucesor un entorno estratégico en Asia mucho más favorable a EE UU que el que heredó.

 

“El próximo presidente cambiará la política de Bush”

No parece. Es cierto que el próximo presidente sentirá la necesidad de dar la impresión de distanciarse del impopular inquilino de la Casa Blanca. Pero no es nada nuevo. George H. W. Bush hizo exactamente lo mismo cuando sucedió al terriblemente popular Ronald Reagan. No hay duda de que el cambio climático tendrá más importancia con un McCain o un Obama. Seguramente, se cerrará Guantánamo. EE UU asumirá un papel más activo en las organizaciones internacionales. Y el próximo presidente se esforzará probablemente más en negociar un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. Pero la continuidad entre Bush y su sucesor estará asegurada. La retirada de Irak será más lenta de lo que prevé la mayoría. Las relaciones con India, Japón y Vietnam seguirán consolidándose. Washington continuará gastando mucho más dinero en poder militar que todos los demás grandes países juntos. Las presiones económicas sobre Irán se intensificarán. Estados Unidos seguirá exigiendo un comercio más abierto. E incluso la promoción de la democracia, el objetivo de política exterior de Bush más denostado, permanecerá como una pieza importante de los discursos presidenciales en el futuro. Es de esperar que los adversarios de Bush sigan criticándole durante mucho tiempo. Pero pueden estar seguros de una cosa: del mismo modo que él despertó entre los demócratas una inesperada nostalgia por Ronald Reagan, el próximo presidente republicano tendrá que oír de expertos santurrones las críticas de que no cumple las altas expectativas creadas por el anterior.

 

 

 

¿Algo más?
El libro de David Frum Comeback: Conservatism That Can Win Again (Doubleday, Nueva York, 2007) ofrece a los conservadores contemporáneos una estrategia para reparar su relación con los estadounidenses. En ‘Quién gana en Irak: Samuel Huntington’ (FP edición española, abril/mayo, 2007), Frum afirma que Irak fue el catalizador de un choque de civilizaciones. Para saber sobre dos de los principales arquitectos de la política exterior de Bush, consulte The Confidente: Condoleezza Rice and the Creation of  the Bush Legacy (St.Martin’s Press, Nueva York, 2007), de Glenn Kessler, y ‘Angler: The Cheney Vice Presidency’ (Washington Post, 24-27 de junio, 2007), de Barton Gellmany Jo Becker. Andrés Ortega analiza la brecha trasatlántica entre EE UU y Europa  en ‘Dios, armas y ley’ (FP edición española, diciembre/enero, 2005).El documental de PBS Bush’s War (Frontline, 24-25demarzo, 2008) examina el impacto duradero de la guerra de Irak en el legado de Bush. En ‘La guerra que EE UU se merece’ (FP edición española, diciembre/enero, 2008), Alasdair Roberts afirma que el pueblo estadounidense es cómplice de los fracasos de la política exterior de Bush. Para tener acceso al archivo de FP edición española y un índice exhaustivo de artículos relacionados, visite www.esglobal.org.