El país sufre un vacío de poder que complica su difícil situación y que recuerda a la parálisis política previa a la guerra civil de 2008. La comunidad internacional se mantiene cautelosa a la espera de los nuevos acontecimientos.

 

La incertidumbre reina en Líbano. Tras la disolución del Gobierno de unidad nacional, el futuro del país de los cedros es inestable. Hezbolá, al conseguir la pasada semana que sus aliados políticos abandonaran sus cargos en la Administración, causaron una situación de punto muerto que desembocó en que Saad Hariri perdiera su cargo de primer ministro. Además, ha conseguido que el Gobierno libanés, aunque siga manteniendo el 49% de financiación del Tribunal Especial de la ONU para Líbano (TEL) – encargado de la investigación de la muerte del ex primer ministro Rafiq Hariri -, ya no esté dirigido por el hijo de la víctima cuyo asesinato se investiga.

Hezbolá se había quejado varias veces de la involucración del Estado en la esfera política, institucional y hasta personal. Ahora habrá que ver si Hasan Nasralá, líder del grupo, busca unir el apoyo popular dentro de las fronteras.

 

 

JOSEPH EID/Gettyimages

 

El presidente del país, Michel Suleiman, va a llamar a consultas a los parlamentarios para nombrar a un nuevo primer ministro. Pero, en su discurso del domingo, Nasralá advirtió que su partido no aceptaría que Hariri fuese nombrado otra vez. Según la Constitución del país el presidente debe ser maronita; el primer ministro musulmán suní y el presidente del Parlamento musulmán chií. Ése es el sistema de Gobierno consociativo que fue aprobado, con ciertos ajustes, en los acuerdos de Taif de 1989, para que fuera representativo de su enorme diversidad demográfica.

No obstante, se corre el riesgo de entrar en un juego peligroso de maniobras dilatorias que produzcan un estancamiento, si la Alianza del 14 de Marzo – encabezada por Hariri – no acepta entrar en un gabinete que no esté dirigido por el propio Saad.

Hezbolá, junto con Amal y el Movimiento Patriótico Libre (bajo el nombre conjunto de Alianza del 8 de Marzo), compone uno de los dos grandes bloques del Parlamento. El otro es la Alianza del 14 de Marzo, que está formado sobre todo por el Movimiento Futuro y las Fuerzas Libanesas. El componente demográfico del país hace que las agrupaciones y los acuerdos sean a menudo más importantes que los partidos por sí solos.

Un Ejecutivo en el que no entrara 8 de Marzo -ni Hezbolá, en realidad- no sería representativo y sería imposible. Aunque no hay un censo oficial desde 1932, por motivos deliberados, según la mayoría, los musulmanes constituyen aproximadamente dos tercios de la población actual y los chiíes representan la comunidad más grande.

El hecho de que Hezbolá haya preferido actuar por adelantado, no necesariamente va a impedir que el Tribunal cumpla su deber. El fiscal jefe, Daniel Bellemare, tiene su propia misión (con el peso del Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas) y obligaciones. Rumores desde Beirut dejan entender que el TEL está a punto de pronunciarse. Si lo hiciera, la comunidad internacional debería decidir si lleva a la práctica los procesamientos y cómo. Aunque las acusaciones no estén influidas por las tensiones regionales, no hay duda de que contribuirán a ellas.

Hezbolá había llegado a un acuerdo con el rey Abdalá de Arabia Saudí y el presidente Bashar al Assad de Siria, por el que se comprometía a no recurrir a la violencia en los asuntos internos de Líbano. No obstante, al describir el Tribunal como una herramienta israelí que intenta conseguir lo que no pudo con la guerra de 2006 -el desarme-, ha decidido que cualquiera que apoye al TEL es su enemigo. Está por ver hasta qué punto intentará obtener el apoyo democrático de la población. Como dice una fuente libanesa, si no tienen un gobierno contra el que protestar, ¿contra qué o quién van a manifestarse?

Una escalada de disturbios haría que los actores regionales tomaran posiciones

Los actores fundamentales en la región, es decir, Israel, Arabia Saudí, Estados Unidos y Siria, han hecho declaraciones cautelosas por el momento. Este último, una pieza clave en este puzle por la cantidad de visitas que está recibiendo Bashar al Assad: desde Walid Jumblatt –líder de la comunidad drusa en Líbano-, hasta el Emir de Qatar y el primer ministro Turco.

Los esfuerzos de Riad y Damasco por alcanzar un compromiso en el Tribunal se interrumpieron el martes tras la comunicación de que se había llegado a un punto muerto. Se rumorea que el rey Abdalá está discutiendo el estado del país con el presidente de Egipto, Hosni Mubarak. La Administración siria juega a dos bandas, porque dice a Washington (vía Francia) que se va a hacer cargo de la situación y, al mismo tiempo, asegura a Hezbolá que sigue siendo su fiel aliado. Irán afirma que la caída del Ejecutivo libanés fue consecuencia del sabotaje israelí y estadounidense. Por su parte, Tel Aviv ha prometido no intervenir, pero es evidente que está preocupado por la posibilidad de que la organización obtenga apoyo en la región fronteriza del sur. Qatar ha advertido a Beirut que no cuente con un segundo acuerdo de Doha, en referencia a la paz allí acordada entre facciones libanesas rivales en mayo de 2008.

En estos momentos, la comunidad internacional puede hacer poco más que repetir los llamamientos a la moderación y la cautela entre las diversas partes. Una escalada de disturbios en el interior del país haría, sin duda, que los actores regionales tomaran posiciones en uno u otro sentido. Los observadores externos deben analizar los resultados de la reunión del Gobierno cuando finalicen las consultas, examinar los procesamientos iniciados por el Tribunal, en el caso de que lo haga y contemplar la necesidad de moderación en un país de alianzas tan caleidoscópicas. La situación se parece peligrosamente a la parálisis política que precedió a la guerra civil de mayo de 2008.

 

 

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