La tragicomedia de las bajas pasiones en la política estadounidense.

De la gobernadora de Alaska y aspirante a la vicepresidencia, Sarah Palin, se destacan sus escasos recursos intelectuales y su poca sensatez.

El notable éxito, en cuanto a repercusión y ventas, que ha obtenido la obra de Mark Halperin y John Heilemann (dos de los más reputados analistas estadounidenses, respectivamente, de Time y New York Magazine) viene a ratificar hasta qué punto el periodismo político está adentrándose en una nueva fase, de la que probablemente Game Change: Obama and the Clintons, McCain and Palin, and the Race of a Lifetime (Harper, Nueva York, 2010)constituya, con sus virtudes y sus defectos, su más precisa representación. En primera instancia, aquí aparecen los recursos estilísticos habituales en los reportajes anglosajones del siglo XXI: la construcción de atmósferas, el énfasis en la narración, los insistentes adjetivos, la meticulosidad a la hora de describir situaciones y contextos…

Si la creación literaria y la cinematográfica han convertido a menudo hechos reales en obras de ficción, hoy vivimos el movimiento inverso, con el periodismo pidiendo prestadas fórmulas narrativas de la literatura o del cine para intentar dar cuenta de la realidad. En un entorno comercial que exige que sus productos sean de lectura ágil y cómoda, esto es, donde cuenta ya tanto la historia como su revestimiento, esta clase de apuesta resulta muy útil, puesto que ayuda a poner en pie relatos entretenidos y atractivos, pero también provoca excesos retóricos, en la medida en que concede demasiada atmósfera a situaciones que no lo merecen, revistiendo en demasía la poca sustancia.

Además, el texto de Halperin y Heilemann representa como pocos la tendencia esencial del periodismo actual, la que opta por potenciar las historias en detrimento del análisis. En otros momentos del género, volver la vista a una campaña terminada un año atrás y cuyas circunstancias resultaban de sobra conocidas sólo quedaba justificado si servía para que el lector entendiese mejor las interioridades de la política o para hacerle comprender con mayor precisión las necesidades y aspiraciones de un país. Hoy, por el contrario, lo que legitima volver sobre la campaña son los secretos íntimos de los protagonistas de esas tragicomedias en que se han convertido los procesos electorales.

Game Change, en consecuencia, opta por reconstruir lo que ocurre cuando la puerta de la habitación del hotel se cierra tras los candidatos, detallándonos sus momentos de debilidad y de ira, sus dudas nocturnas, sus posiciones tácticas y sus comportamientos censurables, a través de las declaraciones de numerosas fuentes (desde colaboradores directos de los políticos hasta el simple personal de hostelería), que permanecen en el anonimato. Gracias a ellos podemos escarbar en odios soterrados, egos heridos y actitudes rastreras, entre otras debilidades humanas insertadas en un entorno de grandes palabras, sonrisas públicas y declaraciones solemnes. Así, los autores nos hablan de cómo la distancia entre Hillary Clinton y los Kennedy tenía que ver, entre otros factores, con la actitud displicente de la futura secretaria de Estado para con Caroline; de cómo McCain ignoraba la preparación de los discursos y miraba por encima del hombro a su adversario; de cómo un contrariado Bill Clinton se quejaba de que, en otro tiempo, Obama no hubiera pasado de ser el chico que les servía el té, o de cómo los comentarios inapropiados sobre el color de la piel de Obama (y las acusaciones de “estar jugando la carta del voto racial”) también se producían entre las filas demócratas.

En ese tira y afloja, quienes peor parados salen son (casualmente) los grandes perdedores, Sarah Palin y John Edwards. De la gobernadora de Alaska, de quien se afirma que fue elegida de forma irreflexiva como acompañante de McCain tras ver el vídeo de un discurso suyo en YouTube, se incide en los escasos recursos intelectuales y en la poca sensatez que, dicen los autores, posee. De Edwards, además de la disfuncional relación con su esposa, se nos cuenta cómo se arrastraba ante Obama intentando conseguir un cargo público cuando ya era evidente que el candidato de nombre exótico iba a ser la gran estrella del circo electoral.


El eje del libro es el que parece ser el gran asunto de la política actual, las relaciones de pareja y su incidencia en los votantes en las campañas electorales estadounidenses


Pero, sin duda, el eje del libro es el que parece ser el gran asunto de la política contemporánea, las relaciones de pareja y su incidencia en los votantes. Así, los autores nos detallan cómo Hillary Clinton había organizado un comité de crisis para minimizar el impacto de las infidelidades de su marido, de quien el libro descubre que mantuvo una relación “estable” durante la campaña; también nos cuentan que John Edwards tuvo un hijo extramatrimonial con la actriz Rielle Hunter, a la que escondió en lugar seguro para que el escándalo no estallara durante las primarias; o que Cindy, la mujer de John McCain, había comenzado a ver de nuevo a un antiguo novio. Así las cosas, no es de extrañar, parecen insinuar los autores, que el único candidato que supo dar la imagen de fiel esposo y padre se convirtiera en el ganador de la competición.

En definitiva, Halperin y Heilemann no hacen más que seguir las tendencias de la época, ésas que desalojan de la escena toda tentativa de explicación social y centran sus miradas en los individuos. Y si las campañas son buen ejemplo de cómo lo que prima es la personalidad de los candidatos (ya sea porque lo buscan los medios o porque así lo pretenden sus asesores), lo cierto es que la política en general está quedando reducida cada vez más a sus líderes. Lo que tiene obvias consecuencias en los análisis periodísticos, aficionados en exceso a llevarnos de la mano al eterno teatro de las pasiones, en lugar de tratar de dar cuenta de factores sociales emergentes o de cambios en la mentalidad colectiva que nos expliquen las notables transformaciones en que estamos inmersos.