Según Robert Paarlberg, la agricultura orgánica es una “preocupación para las élites”, una “causa que está de moda” en círculos “puristas” (‘Cuidado con comprar alimentos orgánicos’, junio/julio de 2010). No cabe duda de que acercarse discretamente a una tienda de productos orgánicos en un todoterreno Lexus y gastarse casi veinte euros en un queso artesanal podría ser el comportamiento esnob de un consumidor privilegiado, pero existe una considerable diferencia entre obsesionarse con la textura de un queso de cabra y defender un sistema alimentario más sostenible.

Para empezar, Paarlberg no entiende lo que significa que algo sea orgánico. “Pocos agricultores minifundistas de África utilizan algún producto químico sintético”, escribe el autor, “así que sus alimentos son de facto orgánicos”. Pero la agricultura orgánica no consiste simplemente en no utilizar sustancias químicas, sino que supone hacer mucho más. Los agricultores orgánicos mejoran las cosechas no tanto por aplicar productos comprados, sino a través de una comprensión sofisticada de los sistemas biológicos, para aumentar la fertilidad de los suelos y gestionar las plagas y las malas hierbas mediante técnicas que incluyen el doble arado, el cultivo intercalado, los abonos orgánicos, el estiércol, los cultivos de cobertura, las secuencias de cultivos y el control natural de plagas. A esto se le podría denominar acertadamente “agricultura intensiva en conocimiento”.

Por el contrario, Paarlberg se refiere a la biotecnología y a la agricultura industrial como “intensiva desde el punto de vista científico”. Pero sería de hecho más adecuado calificar estas prácticas de “intensivas en agua”, “intensivas en químicos” e “intensivas en combustibles fósiles”. Todas ellas exigirían aportes externos para aumentar la productividad. Como ejemplo, la agricultura industrial absorbe buena parte del 70% de los recursos hídricos del planeta destinados a la agricultura. Se basa en la utilización de sustancias químicas a base de petróleo para el control de plagas y malas hierbas, y requiere enormes cantidades de fertilizantes sintéticos.

De hecho, en 2007 utilizamos 13 millones de toneladas de abonos químicos, cinco veces la cantidad empleada en 1960. En comparación, el rendimiento de las cosechas aumentó tan sólo la mitad. Y no se trata precisamente de un incremento inocuo: los fertilizantes a base de nitrógeno son los principales causantes de los gases de efecto invernadero generados por la agricultura en EE UU, y una de las causas más importantes de contaminación aérea e hídrica.

La disminución de los beneficios de la agricultura industrial es sólo una de las razones por las cuales la agricultura orgánica se lleva la palma en todos los estudios comparativos exhaustivos.

  • Anna Lappé
    Autora de ‘Diet for a Hot Planet’, Nueva York, EE UU

 

Robert Paarlberg está profundamente equivocado cuando rechaza el rápido crecimiento de la población como una cuestión de seguridad alimentaria. Los mil millones de personas que sufren hambre crónica en todo el mundo seguramente sostendrían lo contrario.

Paarlberg reconoce los últimos éxitos de Norman Borlaug con la revolución verde; sin embargo, opta por omitir el fuerte apoyo de Borlaug a los programas de planificación familiar para abordar las cuestiones relacionadas con la población. De 1971 a 1999, Borlaug era miembro del consejo de Population Action International. A diferencia de Paarlberg, entendía que las decisiones de planificación familiar afectan de manera directa a la seguridad alimentaria en los países en desarrollo.

Aunque la mejora de las cosechas sería bienvenida, lograr la seguridad alimentaria sería sin duda más difícil si no se abordaran las tasas de crecimiento de la población. La manera más sencilla de hacerlo es responder a las necesidades de los 215 millones de mujeres de los países en desarrollo que no tienen acceso a los métodos anticonceptivos modernos.

Quizá la próxima vez Paarlberg, asesor del Consejero Delegado del gigante biotecnológico Monsanto, debería tomarse más en serio las respuestas de política integrada respecto al hambre en el mundo antes de abogar por la biotecnología. Incluso Monsanto reconoce que será difícil aumentar el rendimiento agrícola de manera suficiente para mantener el ritmo de crecimiento de la población global previsto.

  • Jeffrey Locke
    Analista de Política Legislativa, Population Action International, Washington, EE UU

 

Robert Paarlberg responde:

Si Anna Lappé está en lo cierto sobre la mayor productividad de la agricultura orgánica, ¿por qué los productos orgánicos son mucho más caros?, y ¿por qué se utiliza este método agrícola en tan sólo el 4% de la tierra cultivable en Europa? Los agricultores saben –al parecer mejor que ella– que los fertilizantes a base de nitrógeno (prohibidos por la regulación de la agricultura orgánica) reducen los costes de mano de obra e impulsan el rendimiento de las cosechas. La idea de rechazar los abonos nitrogenados no partió de un agricultor o un científico agrícola, ni siquiera de un ecologista. Partió de un filósofo místico austriaco del siglo XIX, llamado Rudolf Steiner, que también creía en la reencarnación humana y en la ciudad perdida de Atlántida.

Lappé afirma que la producción orgánica depende de “una comprensión sofisticada de los sistemas biológicos”, pero se basa realmente en el uso excesivo de la tierra (porque los rendimientos son más bajos) y en gravosas inversiones en mano de obra necesaria para todo el trabajo de arrancar las malas hierbas, de arar dos veces y de aplicar abonos orgánicos. Ésta puede ser una tarea por amor al arte para los jardineros de los países ricos los fines de semana, pero representa la tiranía del trabajo duro para los agricultores pobres de África.

Las afirmaciones de Lappé sobre el uso de la energía en la agricultura moderna están muy obsoletas y son engañosas. Los elevados precios del combustible en los 70 llevaron a que la agricultura de Estados Unidos se apartara de los métodos intensivos en energía. Mientras que las cosechas de cereales han seguido aumentando, el uso de fertilizantes por hectárea ha ido disminuyendo desde la década de 1980. Lappé intenta ocultar esto ofreciendo una comparación entre las tasas de aumento de la utilización de fertilizantes y el rendimiento de las cosechas. Espera que los lectores olviden que una elevada tasa de incremento a partir de una base baja produce un menor crecimiento real que una tasa menor de aumento a partir de una base alta.

Comparto la opinión de Jeffrey Locke tanto respecto a la ciencia de los cultivos como a la planificación familiar, y en mi artículo debería haber dejado claro que únicamente estaba rechazando la cruda visión malthusiana de que los problemas de África se deben sólo al crecimiento de la población. En cuanto a la biotecnología moderna, no entiendo la queja, porque mi artículo de FP no hacía ninguna referencia a las cosechas obtenidas mediante ingeniería genética.