No se puede construir un nuevo Silicon Valley en cualquier sitio.

 

Hace seis años escribí un libro sobre los orígenes de Silicon Valley. Desde entonces, inversores internacionales, funcionarios y responsables de urbanismo de distintos continentes me piden consejo sobre cómo reproducir esa magia en sus ciudades. Me he reunido con representantes de Bangalore, Barcelona, Chennai, Dublín, Fukuoka, Helsinki, Shenzhen, Estocolmo y muchas urbes de Estados Unidos. Todos quieren saber lo mismo: ¿cómo lo hizo Silicon Valley? ¿Y cómo podemos reproducir su éxito?

Por desgracia, cometer errores a la hora de construir el próximo Silicon Valley no es difícil. Autoridades como el presidente ruso, Dmitri Medvédev, han visitado los edificios acristalados de alta tecnología del Valle de Santa Clara, la región al sur de San Francisco que dio el “valle” a Silicon Valley. Observan el estilo arquitectónico del norte de California, hablan con jóvenes ingenieros y convocan serias mesas redondas con los más brillantes cerebros de la Universidad de Stanford. Al final, anuncian: “Cuando volvamos a nuestro país vamos a construir un lugar como éste”. Ojalá fuera tan sencillo. Los líderes mundiales llevan desde los 60 realizando peregrinaciones de este tipo, con resultados mediocres. En 1960, el presidente francés, Charles de Gaulle, visitó los polos de investigación que estaban apareciendo entre las granjas y los huertos al sur de San Francisco. Diez años después, el Gobierno galo había creado su propia aspirante a ciudad tecnológica, Sophia Antipolis, en la Costa Azul. Hoy es un próspero centro internacional de negocios, pero no una capital mundial del progreso. En los 70 y los 80 llegaron a Silicon Valley otras delegaciones, entre ellas representantes de Japón, Corea del Sur y Escocia. Pero el valle original sigue siendo el primero en el mundo.

Recientemente visité la Ciudad Universitaria de Shenzhen, un campus para escuelas de postgrado que se inauguró en 2003 en la ciudad china. Las autoridades locales tienen sus esperanzas depositadas en que esta nueva filial de las prestigiosas universidades de Tsinghua y Pekín, que atrae a los mejores titulados en ingenierías a la zona, sirva para transformar la economía regional y establecer empresas de alta tecnología. El campus es inmenso, posee una biblioteca extraordinaria y muchos laboratorios de alta tecnología. Los ingenieros que allí estudian son los mejores de China. Sin embargo, cuando les pregunté si tenían intención de quedarse en la zona después de graduarse, me contestaron: “¡Ni hablar!”.

Resulta que unas instalaciones relucientes no bastan para crear un ecosistema tecnológico. El error fundamental consiste en pensar que es posible meter Silicon Valley en un “kit de innovación”. Por consiguiente, he aquí unos cuantos consejos para los próximos responsables de urbanismo que vengan a preguntar:

  • Den mucho dinero a unos cuantos individuos brillantes y luego déjenles en paz  En Estados Unidos, el Gobierno financió la actividad innovadora. Y luego se apartó. Silicon Valley es el resultado de seis décadas de inversiones masivas de capital público y privado. El Gobierno estadounidense fue el primer capitalista que invirtió en el valle y que plantó las semillas de la investigación, mediante becas y contratos de defensa, durante los 50 y los 60. Después de que el lanzamiento del satélite Sputnik, en 1957, desatase en Washington el pánico sobre las proezas científicas soviéticas, las inversiones oficiales aumentaron todavía más. Gran parte de ese dinero fue a parar a las universidades, y California tenía dos de las mejores del país, Stanford y la Universidad de Berkeley. “Pese a sus irritantes defectos”, escribieron los asesores científicos del presidente Eisenhower, “las universidades son depositarias de las esperanzas nacionales, y debemos tratarlas en consecuencia”.
  • Encuentren una universidad de primera categoría, sobre todo con mucho espacio

    Una universidad de primera categoría es importante no sólo como centro de investigación, sino como núcleo cultural, tejedor de redes de influencia y poseedor de terrenos y locales para alquilar.

    En los 50 no era previsible que Stanford, un lugar polvoriento y aislado en el Lejano Oeste, fuera a convertirse en el centro del universo tecnológico. Pero pudo utilizar los generosos fondos suministrados por Washington durante la guerra fría para convertirse en un centro neurálgico para la ciencia y la ingeniería. Stanford sigue siendo el motor que nutre al valle de talento y de ideas.

  • No se olviden de que la situación importa ni de que la gente vota con los pies

    Silicon Valley prosperó porque tenía las cualidades necesarias como para atraer a personas con la educación y los recursos económicos para vivir donde quisieran. En los 50 y los 60, millones de estadounidenses se trasladaban del viejo cinturón industrial a la soleada California, y de los centros de las ciudades a las afueras. El valle era el destino que buscaban, a poca distancia de una ciudad vibrante, San Francisco, pero con un montón de tierra para construir. Las ciudades industriales no tenían esas ventajas. Sitios como Filadelfia contaban con magníficas universidades, pero los centros de las urbes, en pleno declive, no eran precisamente un imán. El valle tenía un gran clima, buenos colegios y un sector inmobiliario pujante: el “sueño de California”.

En cuanto a los demás factores que hacen falta para construir otro Silicon Valley puedo apuntar uno fundamental: buena suerte. El Valle se hizo realidad en buena parte porque la gente que se instaló allí no tenía que prestar atención prácticamente a nada más que al trabajo en sí. El dinero no era problema. Y, sobre todo, el éxito creó un círculo virtuoso que engendró más éxito. Otras muchas ciudades que querrían lograr lo mismo no son tan afortunadas. En las regiones industriales en decadencia de Estados Unidos y de Europa, los urbanistas planean cómo revitalizar los barrios deprimidos y las zonas industriales arruinadas para convertirlos en corredores tecnológicos. Pero muchas veces pierden tiempo tratando de resolver numerosos problemas al mismo tiempo. Reconozcámoslo: no todos los edificios vacíos pueden convertirse en nuevos centros de tecnología. El secreto de Silicon Valley es que no fue un lugar planeado de forma consciente. Existe por otras fuerzas determinantes, como los criterios de gasto de la guerra fría, el crecimiento sostenido del PIB y las migraciones a gran escala. Prosperó gracias a unas características locales específicas, como la tolerancia a correr riesgos con el capital, el espíritu emprendedor y el buen tiempo.

Por otra parte, la gente que desee crear el nuevo Silicon Valley tiene la ventaja de que ya no estamos en los 50. La globalización ha cambiado el panorama y las tecnologías que el Valle ayudó a crear han aproximado lugares y personas como nunca antes. El círculo virtuoso ha creado una cadena de suministro mundial en la que muchas ciudades tienen ya un papel fundamental. Unos ingenieros escriben los códigos en Bangalore, unos especialistas en TI responden al teléfono en Bucarest, y en São Paulo crecen las empresas de redes sociales.

Pero el corazón sigue importando, y los ingredientes influyen. Algunos de los mayores éxitos tecnológicos de los dos últimos decenios, como India e Irlanda, fueron resultado de inversiones oficiales. Pese a ello, todavía me cuesta persuadir a las delegaciones de responsables de urbanismo de la importancia de las medidas que pueden tomar los gobiernos, como la liberalización de las leyes de inmigración y la creación de un entorno lleno de oportunidades educativas y de capital disponible para jóvenes empresarios. No lo ven así muchos de quienes desean construir esas ciudades de silicio en Rusia o en China. El entorno ideal para los aspirantes a empresarios de hoy tal vez sea más urbano que los verdes parques empresariales del Valle de Santa Clara. Así que, cuidado si un visionario les vende un nuevo campus de investigación en un páramo; puede que salga bien, pero yo no contaría con que sea el valle del futuro.