Todos ejercemos influencia y casi todos somos influidos en una era de nuevos valores de poder.

Durante los últimos tres siglos, la autoridad suprema sobre un territorio dio origen a un imperativo soberano: el Estado nación. Y este se convirtió en un paradigma organizativo para el hombre político moderno. En consecuencia, en el sistema internacional, en su sentido más amplio, la influencia fundamentalmente hacía referencia a la manifestación y ejercicio del poder duro y el poder blando, es decir, por medio del ejército, la industria pesada, la diplomacia, la cultura, la educación, etcétera. En este contexto, sin embargo, no veo grandes diferencias entre el poder duro y el blando desde el punto de vista de su agenda, centrada en el Estado.

Las estrategias de disuasión, la propaganda, la guerra y el equilibrio de poder actuaron como instrumentos decisivos a la hora de determinar el grado en que cualquier Estado, líder u organización internacional determinados tienen la capacidad para ejercer influencia sobre otros. Los ciudadanos de a pie, los actores no estatales y los grupos sociales más desfavorecidos tenían un acceso restringido a, entre otras cosas, la producción de los medios de comunicación y los asuntos diplomáticos; estos seguían siendo seguidores de la decisiones políticas o de las estrategias de emisión o herramientas de los medios, más que participantes o usuarios en esta vieja red de asuntos mundiales.

En el siglo XX, los medios de comunicación de masas y los movimientos de la sociedad civil fomentaron un sistema con varios frenos y controles para hacer de contrapeso al poder territorial soberano como único practicante del (viejo) nexo poder-conocimiento-influencia. Junto a las fuentes convencionales del viejo poder comenzaron a emerger nuevos movimientos y actores sociales. Mientras en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial el viejo sistema mundial diseñaba sus propias instituciones basadas en el Estado-nación, se comenzaron a establecer think tanks para realizar una labor de investigación y de defensa de diversos asuntos basada en ese nexo conocimiento-poder. Sin embargo, la influencia continuó residiendo en el centro de un proyecto de sistema internacional firmemente afianzado.

Los actores, hipótesis y contexto cambiaron poco. En otras palabras, el siglo XX también creó sus propios epicentros para la materialización del (viejo) nexo poder-conocimiento-influencia que perduró durante décadas sucesivas.

Pero después, durante los años de transformación que condujeron a la era de la información, los avances tecnológicos y el emprendimiento innovador se revelaron como catalizadores y, por tanto, provocaron la desmitificación del viejo sistema mundial regido por el poder. El monopolio de las instituciones modernas a la hora de presentar su propia (vieja) agenda impulsada por poder-conocimiento-influencia comenzó a resquebrajarse. Este establishment comenzó a redirigirse hacia una nueva cultura creada por los consumidores de tecnología y nuevos medios de comunicación: la experiencia de usuario. El gobierno de los usuarios y su impacto individual sobre el proceso de diseño se sintió con fuerza. Cualquier cosa, todo, está ahora digitalizada: la educación, la sanidad, la política, la gobernanza, la diplomacia. Todos estos generadores de influencia modernos han sido recontextualizados y redefinidos: están más personalizados, gamificados y customizados que nunca.

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La obra seminal de Eric Schmidt y Jared Cohen El futuro digital se hace eco de preocupaciones paralelas en el proceso de dar nueva forma al futuro de los pueblos, las naciones y las empresas. Ellos hacen hincapié en un aparentemente nuevo conjunto de dilemas que dependen del avance de la conectividad, la privacidad y la seguridad. En sus propias palabras, “el modo en el que el mundo físico y el virtual coexistan, choquen y se complementen entre sí afectará enormemente al modo en que los ciudadanos y los Estados se comporten en las próximas décadas”.

Por tanto, se puede afirmar sin dudar que, por ejemplo, la diplomacia digital es diplomacia por y para todos, en cualquier lugar y en cualquier momento…. Ni los diplomáticos ni los Estados ostentan ya el monopolio de la influencia diplomática per se. Para decirlo de otro modo, la (práctica de) la influencia es por y para todos, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Alec Ross defiende el futuro de este nuevo fenómeno en su libro más reciente: The Industries of the Future (Las industrias del futuro). La información parece ser el centro de su análisis; “mientras que la tierra era la materia prima de la era agrícola y el hierro fue la materia prima de la era industrial, los datos son la materia prima de la era de la información”. Y tiene razón. Nuestras más simples interacciones diarias están rodeadas de datos y sometidas a ellos. La información nunca duerme.

Según unos cuantos expertos hipercríticos, como Evgeny Morozov, en ocasiones esto puede ser irritante. Él critica a los pioneros de la tecnología en Estados Unidos que defienden un nuevo enfoque para la gobernanza basado en la información: la regulación algorítmica. En palabras de Morozov: “Asumiendo que Silicon Valley tuviera un programa político, entonces sería este. Tim O’Reilly, un influyente editor tecnológico, inversor en capital riesgo y hombre de ideas (es el responsable de la popularización del término “web 2.0”) ha sido su promotor más entusiasta. En un reciente artículo en el que expone su razonamiento, O’Reilly hace una interesante defensa de las virtudes de la regulación algorítmica, una defensa que merece un detenido examen tanto por lo que promete a los responsables de elaborar políticas como por las simplistas hipótesis que realiza sobre la política, la democracia y el poder”.

Como resultado, al añadirse la información el viejo poder es transformado en nuevo poder, el conocimiento se reemplaza con habilidades y ejercer influencia pasa a estar al alcance de todos en un duradero equilibrio: el (nuevo) nexo poder-habilidades-datos-influencia.

En cuanto a Understanding New Power (Entender el nuevo poder) de Jeremy Heimans y Henry Timms, es una fuente fundamental para el punto de partida: “En realidad no ha hecho más que empezar una transformación mucho más interesante y compleja, una transformación impulsada por una creciente tensión entre dos fuerzas diferenciadas: el viejo poder y el nuevo poder. El primero funciona como un tipo de moneda. Está en manos de unos pocos. Una vez que se obtiene, es celosamente custodiado, y los poderosos tienen importantes reservas para gastar. Es cerrado, inaccesible y dirigido por los líderes. Descarga y captura. El segundo opera de manera distinta, como una corriente. Está compuesto por muchos. Es abierto, participativo y dirigido por iguales. Carga y distribuye. Como el agua o la electricidad, tiene más fuerza cuando fluye en gran cantidad. Cuando se trata de nuevo poder, el objetivo no es acapararlo, sino canalizarlo”.

Su enfoque identifica características distintivas concretas de los valores del nuevo poder: coordinación entre iguales, agencia de la multitud, reparto, copropiedad, “hagámoslo nosotros mismos”, colaboración.

En la actualidad, la mayoría de las disciplinas académicas apenas tienen sentido sin datos científicos. El big data es demasiado importante para pasarlo por alto. Por tanto, medir la influencia tiene un nuevo significado. Gracias a las recién florecidas herramientas digitales y a la emergencia de la sociedad en red, el moderno nexo (viejo) poder-conocimiento-influencia ya no es válido por sí mismo. Una compleja red de interacciones digitales nos ayuda a redefinir nuevas formas de valores de poder, en una era de omnipresente conectividad en un océano sin fin de usuarios, suscriptores, nodos, seguidores, “megustas”, retuits, pins, reenvíos, loops. En este aspecto, con el fin de contemplar un mapa más amplio de la influencia, se podría esperar que un antropólogo aprendiera a usar herramientas de análisis de las redes sociales como Gephi o Nodexl para realizar un análisis de las diásporas (digitales). O un experto en Recuperación de Información (IR) debería saber sobre juegos digitales lo suficiente para investigar cómo el Departamento de Estado de Estados Unidos usa las tecnologías educativas para fines de diplomacia digital.

Para ser muy honesto, al principio las redes sociales no parecían seriamente influyentes, un verdadero camino para generar e imponer influencia para muchos Estados, líderes, ministerios de Exteriores, diplomáticos, gobiernos y organizaciones internacionales. Pero un creciente número de estas modernas instituciones y actores están ahora construyendo su propia diplomacia digital y sus propias estrategias de transformación digital para no quedarse atrás y ejercer su influencia. La primavera árabe y otro tipo de movimientos que se produjeron en esa época por todo el mundo les abrieron los ojos.

 

Ya llega la Ubernet

La historia no acaba aquí. Esto es solo un nuevo comienzo. La Ubernet se acerca, y va a cambiar muchos aspectos de la vida tal y como la conocemos. En un mundo de hipérboles es difícil exagerar el terremoto que está a punto de producirse. El término Ubernet se ha acuñado para describir la inmensa cantidad de conexiones interactivas que tenemos unos con otros y con la información a lo largo de la Red. Del email a las redes sociales o la educación, el nivel de acceso a una enorme variedad de recursos es ya auténticamente increíble y crece con rapidez. ¿Estamos preparados para manejar más información?

Según un informe del Pew Research Internet Project, la cada vez mayor facilidad de acceso a la comunicación y la información “disminuirá el significado de las fronteras territoriales o de las barreras ideológicas o políticas y el acceso a la educación y los recursos económicos”. Esto creará nuevos “ecosistemas” que van más allá de las profesiones o las organizaciones institucionales profesionales. Surgirán nuevas comunidades e incluso nuevas naciones. Hay que mencionar aquí el ranking de poblaciones globales por “nación” del experto Vala Afshar: 1. Facebook, 2. China, 3. India, 4. Whatsapp, 5. Wechat, 6. Tumblr, 7. Instagram, 8. Estados Unidos, 9. Twitter, 10. Indonesia, 11. Snapchat, 12. Brasil, 13. Linkedin. Solo 5 de los 13 son Estados territoriales reales. Los otros ocho son plataformas de redes sociales cuya población de usuarios es mayor que casi todo el resto de países del planeta.

Habrá que aceptarlo. Facebook, Twitter o Instagram son ahora naciones nuevas. Recordemos las reacciones cuando Google reconoció los “Territorios Palestinos” como “Palestina” y Facebook reconoció incondicionalmente Kosovo como un Estado soberano independiente, a pesar de que casi la mitad de los países del mundo no lo han hecho. ¿Puede esta paradoja del “reconocimiento” explicarse mediante una desfasada interpretación de la influencia en el marco del viejo sistema internacional? No lo creo.

La Ubernet se basa en la uberización. Ésta ha pasado a implicar un imperativo para adoptar futuras tendencias. Tal y como lo expresa David Glance: “el concepto de uberización ha tomado el significado general de alterar cualquier industria mediante el uso de tecnología para eludir burocracia innecesaria o legislación”.

Y a día de hoy, incluso se ha anunciado el fin de Internet por parte de Pew y de Eric Schmidt, de Google. En lugar de tener que loguear en un aparato específico para conectarnos, estaremos conectados constantemente. La red estará por todas partes a nuestro alrededor y nuestras vidas estarán conectadas a ella de modos que todavía hoy no podemos ni imaginar, como la electricidad. Esta es la Ubernet. Y de igual modo que se ha usado el término ubernet para describir este nuevo panorama, quizá podríamos considerar acuñar nuevos términos en lugar de los que hoy calificamos con “digital”: “ubereducación”, “uberdiplomacia”, “ubersanidad”.

La influencia es ininterrumpida en el siglo XXI. Ocurre 24 horas al día todos los días de la semana. No deja de ocurrir cuando los ministerios de Asuntos Exteriores y los diplomáticos han acabado su jornada laboral. Un joven en paro o un ciudadano corriente tienen el mismo pleno potencial para ejercer influencia diplomática desde su propia habitación o en las calles que un diplomático de carrera durante su jornada en un ministerio de Exteriores o una embajada. Es el nuevo sistema internetcional (no es una errata), un neologismo que refleja un sistema dominado por Internet incluso más allá. La uberización de todo por todos se acerca y es imparable.

Hoy, es en este contexto en el que mi equipo y yo en Diplomacy.Live pasamos noche y día para elaborar un nuevo marco métrico/semántico para el análisis de esta forma de influencia orientada al futuro que es algorítmica, basada en API (Interfaz de Programación de Aplicaciones en sus siglas en inglés), en tiempo real, 24 horas en continuo y computacional. Sí, es difícil. Porque casi todos ejercemos influencia y casi todos somos influidos en una era de nuevos valores de poder. Sean pacientes. Hay más agentes de influencia por llegar en la Cuarta Revolución Industrial.