La dura represión del presidente de Bielorrusia desde las elecciones ha logrado acallar las manifestaciones a lo largo de este año, pero los ciudadanos no se dan por vencidos.   

Policías vestidos de paisano se llevan a la fuerza a un activista durante una manifestación silenciosa en Minsk el día de independencia VICTOR DRACHEV/AFP/Getty Images

Dos días después de que Mohamed Buazizi se inmolara en Túnez, Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, repetía su manipulado éxito en las elecciones celebradas el 19 de diciembre. Dos eventos que han marcado el desarrollo de los acontecimientos, cada uno en su región de influencia. Aquél, el anónimo, con su sacrificio inspiró a miles de ciudadanos del mundo árabe para derrocar a tres dictadores y, a otros tantos, para mostrar su disconformidad con sus gobernantes. El segundo, en el poder desde 1994, logró reprimir y silenciar a una población que se mostraba contrario al sistema autoritario bajo el que vive, por primera vez desde su independencia. Los motivos de queja en ambas situaciones, además de ir dirigidas contra sistemas autoritarios, fueron la agravante situación económica.

En las jornadas previas a la celebración de los comicios bielorrusos se produjeron numerosas protestas sociales en diferentes puntos del país. En ellas, los ciudadanos que se atrevían a alzar la voz contra el Gobierno, clamaban contra el poder político, así como contra las irregularidades y falta de transparencia en las elecciones. Este hecho fue confirmado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) al denunciar que “más de la mitad de las papeletas fueron escrutadas mal o muy mal”. Ese día cerca de un millar de personas fueron detenidas, entre ellas siete de los nueve contrincantes a la presidencia. A pesar de las pruebas evidentes de fraude, 17 años después Lukashenko sigue aferrado al poder.

Esta vez, con su capacidad de acallar las críticas al régimen, el presidente de Bielorrusia tuvo la habilidad de detener la expansión de protestas en su país justo antes de que arrancara la primavera árabe con todo su poder de cambio. Andrew Wilson, analista político y autor del libro recién publicado Belarus: The Last European Dictatorship contextualiza lo que esto supone: “Lukashenko ha tenido suerte a lo largo de su carrera presidencial, particularmente al medir el tiempo de sus acciones: en 2004 eliminó mediante referéndum el límite de dos mandatos; en 2010 tomó duras medidas contra la oposición justo antes del estallido de la primavera árabe y en noviembre recibió unos subsidios muy generosos de Vladímir Putin, semanas antes de las elecciones rusas (las legislativas del 4 de diciembre) que le han dado un margen de maniobra”.

Pero las manifestaciones dentro del país ubicado en el corazón de Europa del Este no se detuvieron allí. A lo largo del 2011, con especial fuerza durante los miércoles del verano, se produjeron protestas sociales contra la dictadura en distintas ciudades (Minsk, Grodno o Mogilev). El movimiento se autodenominó “Revolución a través de las redes sociales”. Organizados a través de la mayor red social de la zona, Vkontakte (el equivalente a Facebook en ruso), la característica principal de la protesta era que los participantes no coreaban ningún lema, sino solo aplaudían. El silencio era su grito. En un principio fueron permitidas. Sin embargo, el 3 de julio, el día de la independencia del país, fueron miles las  personas que salieron a la calle para, en silencio, mostrar su disconformidad. Esta vez, la Policía reprimió duramente la concentración: empleó gases lacrimógenos y hubo cientos de detenidos.

Los bielorrusos, como casi todo el mundo, se dieron cuenta de la fuerza y el poder quehabían adquirido sus quejas. A esas alturas del año las protestas llegaban hasta Oriente Medio en países como Yemen, Bahrein o Siria. Además de extenderse protestas desde Grecia y España hasta Chile. La diferencia de las manifestaciones en la que fuera una república constituyente de la Unión Soviética, y uno de sus cuatro miembros fundadores en 1922, fue la ofensiva empleada por las fuerzas del Estado. La KGB de Bielorrusia -el único país ex soviético que guarda el nombre del servicio de seguridad de la época- prácticamente logró aplastar a los ciudadanos y callar sus protestas. Vestidos de paisano, los policías esperaban a la llegada de los manifestantes para, cuando comenzaran a aplaudir, golpearles y detenerles. Los periodistas también sufrieron esa dura reprimenda. Según confirma desde Minsk la portavoz de  la Asociación de Periodistas Bielorrusos, Yanina Melnikava, desde el día de las elecciones hasta el 30 de noviembre de este año fueron detenidos 145 periodistas en el país.

Por todo ello, es difícil saber hasta qué punto la red social virtual que usaron de interacción y organización juega en contra de los intereses de los manifestantes. “Lukashenko puede haber ganado la primera ronda contra los manifestantes este verano, pero en parte es porque éstos fueron algo ingenuos al publicar sus intenciones de manifestarse en las redes sociales donde las autoridades también lo pueden leer”, explica Andrew Wilson.

Ese ejercicio represivo en la Red, donde apenas existen medios independientes, viene desde antes. En 2010 “se aprobó una nueva ley que incrementó de manera considerable el control de Internet”, declara Johann Bihr, el representante para Europa de Reporteros Sin Fronteras (RSF). La ley a la que se refiere se titulaba “Medidas para mejorar el uso de la Red nacional de Internet”, que entró en vigor en julio de ese mismo año. Bajo ella, se obliga a toda página web a registrarse en el ministerio de Comunicación e Información, además de que los ciudadanos deban especificar todos los dispositivos que utilicen para conectarse a Internet. “Además se creó un cuerpo específico de seguridad, el COA (Centro de Operaciones y Análisis), bajo control de la oficina presidencial, con el fin de monitorizar todos los contenidos que se suban a Internet”, añade Bihr. Andrew Wilson va más allá y declara que “el COA está, de manera informal, bajo control del hijo de Lukashenko”. Mediante esta fórmula las autoridades han bloqueado numerosas redes sociales y páginas de opositores, especialmente alrededor de los días que habían convocadas manifestaciones o de la jornada electoral.

Es evidente que la sociedad bielorrusa ha despertado y que sus acciones inspiraron, en parte, a sus vecinos rusos a tomar las calles. Aunque la influencia política de Rusia sobre Bielorrusia es elevada, los ciudadanos de ambos países comparten las mismas inquietudes y miedos. Pese a que Lukashenko ha asegurado haber terminado con la revolución de los medios sociales, Wilson declara con rotundidad, “estaba alardeando; a la par que la oposición bielorrusa se haga más fuerte e inteligente supondrá que el conflicto que se alargue”.

Las elecciones presidenciales en Rusia que se celebrarán en marzo de 2012, será un punto de inflexión en el desarrollo de los sucesos en Bielorrusia. La sociedad rusa puede que se haga notar más que nunca y podría ser una fuente de inspiración para sus vecinos. Es su momento, y su turno, para mostrar a sus gobernantes y a la comunidad internacional el deseo de que el sueño neosoviético no fructifique. Las redes sociales y los periodistas ayudarán y, pese a que en la zona puedan tener la idea contraria, el poder para derrocar a los autoritarios lo tienen ellos. ¿Serán necesarios héroes que se sacrifiquen como el joven Buazizi?

 

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