Los republicanos de Estados Unidos tienen una oportunidad histórica para ganar el voto latino en las próximas elecciones. Están tirando piedras sobre su propio tejado.

 

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JEWEL SAMAD/AFP/Getty Images

 

Por mucho que en los recientes debates entre los candidatos republicanos hablaran de Israel e Irán, es una tercera “I” la que probablemente tenga la mayor influencia significativa en las elecciones de 2012: inmigración (sobre todo del tipo ilegal). Para los activistas conservadores, es uno de los temas que despierta su indignación contra el presidente Barack Obama. Pero, independientemente de lo que uno piense de la estrategia adoptada, lo que importa es el fondo político, y la inmigración es una de las razones fundamentales por las que Obama tiene muchas probabilidades de obtener, otra vez, el decisivo voto hispano.

Se trata de un curioso giro de los acontecimientos. La actuación de Obama en materia de inmigración no ha sido precisamente positiva para los latinos. Desde que tomo posesión, el rigor de aplicación de las leyes inmigratorias ha aumentado de forma significativa. En total, más de 1,1 millones de residentes ilegales han sido deportados desde que Obama juró su cargo, el mayor número de deportaciones en 60 años. Solo el año pasado, se enviaron a casa a 400.000 inmigrantes ilegales, una cifra récord. De hecho, Obama está en camino de haber deportado a más personas en situación ilegal en un solo mandato, que el presidente anterior en dos.

Al mismo tiempo, la población indocumentada ha disminuido drásticamente, de más de 12 millones en 2007 a poco más de 11 millones en la actualidad (y no porque el Gobierno de EE UU haya empezado de pronto a repartir montones de permisos de residencia). Cada año, entran en el país alrededor de 150.000 inmigrantes ilegales procedentes de México, mientras que, durante los cinco primeros años de este siglo, eran unos 500.000 anuales. Aunque este descenso es, en gran parte, consecuencia de las malas perspectivas económicas de Estados Unidos y la mejora de ellas en México, no cabe duda de que el aumento de deportaciones también ha influido. Y no piensen que la comunidad hispana no es consciente de ello.

Obama ha aplicado una dura política inmigratoria, con 1,1 millones de personas expulsadas, y está en camino de haber deportado a más ilegales en un solo mandato que el presidente anterior en dos

Según el Pew Hispanic Center, uno de cada cuatro hispanos en EE UU conoce a alguien que ha sido deportado o está en pleno proceso de ello y una mayoría abrumadora está en contra de las políticas aplicadas por parte del presidente. De modo que la crítica de la oposición republicana no debería ser que ha sido demasiado blando, sino que su estrategia es demasiado dura y  contribuye poco a proporcionar a los inmigrantes ilegales una vía para obtener la ciudadanía. Pero no parece que vayamos a oír con frecuencia este mensaje durante la campaña de este año.

Aunque Obama mencionara recientemente la cuestión de la reforma de la inmigración, en su discurso sobre el Estado de la Unión, no ha conseguido marcar una ruta legislativa para la reforma (como muchas de las iniciativas de su primer mandato, se ha estrellado contra las rocas del obstruccionismo republicano). Por el contrario, el resultado práctico de sus políticas ha sido hacer la vida mucho más difícil a los ciudadanos ilegales.

Aun así, todo esto no ha impedido que los restantes candidatos republicanos se desvivan por criticar la actitud blanda del presidente. Cada uno de ellos ha prometido que, si es elegido, la frontera será más segura, la ley se aplicará todavía con más rigor y la posibilidad de que los inmigrantes ilegales obtengan la ciudadanía no sería parte de la ecuación. La cuestión de la inmigración se ha convertido en un tema tan espinoso en el Partido Republicano, que ahora prácticamente todos los círculos políticos saben que la campaña presidencial del gobernador de Texas, Rick Perry, se vino abajo por su defensa de que las tasas de matrícula escolar para los inmigrantes ilegales fueran las mismas que para los residentes del Estado y su proclamación de que quienes se oponían a esa medida eran “inhumanos”.

¿Cómo se explica esta brecha entre la retórica y la realidad? En un importante libro recién publicado, The Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism, las sociólogas políticas de Harvard, Theda Skocpol y Vanessa Williamson, alegan que el relato antiinmigrante se apoya, en gran parte, en las opiniones de la base republicana, y en particular en el ala del Tea Party. Según una amplia encuesta nacional realizada en 2010, la inmigración ilegal es un tema “muy grave” para nada menos que un 82% de los seguidores del Tea Party.

Tradicionalmente, las preocupaciones por la inmigración, sobre todo en épocas de crisis económica, suelen centrarse en el hecho de que los recién llegados “les quitan puestos de trabajo” a los nativos o tienen que ver con una animosidad de tipo racista. Pero, aunque eso es sin duda un factor en la actitud del Tea Party, quizá existen también otros elementos simbólicos y morales. De acuerdo con Skocpol y Williamson (que entrevistaron a numerosos miembros del movimiento conservador), la principal preocupación que despierta entre ellos la inmigración no tiene tanto que ver con el empleo, si no con su sentido de la justicia, “la costosa utilización que hacen los inmigrantes ilegales del dinero y los servicios del Gobierno. Los miembros del Tea Party fundan su condena moral en el hecho de que son ‘infractores’ que han cruzado la frontera sin permiso y están aprovechándose de los recursos de Estados Unidos injustamente”.

“Tanto en los Estados con mucha inmigración como en los que tienen poca, los seguidores del Tea Party tenían la misma actitud”, me explicó Skocpol cuando hablé con ella la semana pasada. Eso se refleja en las recientes y duras medidas contra los inmigrantes que han propuesto los republicanos en Estados que están en primera línea de la inmigración ilegal, como Arizona, y en otros lugares en los que el problema no es tan acuciante, como Carolina del Sur y Alabama. Incluso en Massachusetts, dice Skocpol, la cuestión era una de las principales preocupaciones de los miembros del movimiento, pese a que es un Estado que no tiene un grave problema de inmigrantes ilegales.

Resulta, pues, que el miedo a la inmigración ilegal está menos relacionado con la proximidad que con la asignación de recursos. Los entrevistados, dice Skocpol, se “emocionaban” especialmente al hablar de que los inmigrantes ilegales utilizan unos servicios gubernamentales que tienen que pagar los “duros trabajadores estadounidenses”. Muchos estaban convencidos de que los inmigrantes ilegales se estaban beneficiando directamente de la Ley de Asistencia Barata, es decir, la Ley de Sanidad de Obama (cosa que no es cierta), o recibiendo prestaciones de la Seguridad Social (también falso).  En realidad, los inmigrantes ilegales resultan penalizados por un sistema que les obliga muchas veces a pagar aportaciones a la Seguridad Social y no reciben nada a cambio. Los temores, dice Skocpol, son especialmente pronunciados entre los mayores, muchos de los cuales están convencidos de que el dinero que se destina a prestar servicio a las hordas de inmigrantes ilegales significaría reducir los beneficios de Medicare.

Parecería lógico pensar que las preocupaciones por la inmigración también tienen un elemento de racismo; al fin y al cabo, los miembros del Tea Party son mayoritariamente blancos y el movimiento, en general, tiende a mostrar actitudes más intolerantes respecto a otras razas que el resto de la población. Pero esa es quizá una explicación simplista. La verdad es que su miedo a la inmigración se debe también, y en la misma medida, a los cambios que experimenta la sociedad estadounidense. Durante las últimas décadas, la población en su conjunto se ha vuelto más “colorida” que en ningún otro momento de la historia. Algunos cálculos indican que en la década pasada  las minorías raciales y étnicas fueron responsables de nada menos que el 83% del aumento de la población en Estados Unidos. Los hispanos no son solo el grupo de población que más crece en el país; se calcula que para 2050, el 30% de la población será de origen latino.

Aunque los cambios demográficos no sean nada nuevo, lo que resulta diferente hoy es el carácter de esa transformación. Estados Unidos va camino de tener una población de “mayoría de minorías”. Por tanto, la inmigración ilegal no es tanto un problema en sí como una sinécdoque de cambios más amplios en la sociedad estadounidense, unos cambios que se observan no solo con incomodidad sino con horror. Hay, dice Skocpol, muchos estadounidenses que “creen que les han arrebatado su país” y que la inmigración ilegal no es más que una muestra de esa transformación.

No es extraño que gran parte de esta inquietud se perpetúe ante la presencia de un hombre negro y cosmopolita, de padre extranjero y nombre raro, en el Despacho Oval. Para muchos miembros del Tea Party, dice Skocpol, Obama es el epítome de todo lo que les provoca desconfianza en Estados Unidos hoy, una prueba objetiva de los cambios sociales y culturales que más les preocupan. (Eso explica también por qué el candidato republicano Mitt Romney, a la promesa del presidente de “transformar” el país, suele oponer la suya de “restaurarlo”.)

Lo más fascinante de estos sentimientos es tal vez que son asombrosamente similares a la reacción blanca de finales de los 60. Entonces se extendió entre muchos estadounidenses de clase obrera la convicción de que unos ingenieros sociales de tendencias progresistas estaban exprimiéndoles y utilizando los dólares de sus impuestos para regalar prestaciones sociales a los negros pobres de los barrios desfavorecidos. El resentimiento generado por esas ideas cambió el rumbo de la política estadounidense. Dio a los republicanos el impulso que necesitaba su mensaje populista, conservador y antigobierno; un impulso que encontró profunda resonancia entre los votantes blancos obreros. Un mensaje que todavía hoy tiñe los debates políticos en el país.

Es posible que la reacción actual contra los inmigrantes ilegales altere la política de la misma forma, pero en un sentido especialmente destructivo para los republicanos. El electorado en general no comparte la pasión que despierta en el Tea Party la inmigración ilegal y, en su inmensa mayoría, observa el problema con indiferencia. De hecho, cuanto más adopten los republicanos la postura del Tea Party sobre inmigración, más riesgo correrán de distanciarse de los votantes hispanos, el grupo demográfico que más deprisa está creciendo en Estados Unidos.

Cuanto más adopten los republicanos la postura del Tea Party sobre inmigración, más riesgo correrán de distanciarse de los votantes hispanos, el grupo demográfico que más deprisa crece en EE UU

Un enorme porcentaje de latinos, el 67%, se identifica con el Partido Demócrata o se inclina hacia él; solo el 20% se identifica con los republicanos. En 2008, Obama obtuvo dos tercios del voto hispano. Por ahora, a pesar de la firme política de su Administración al respecto, existen pocos motivos para pensar que no va a repetir ese logro en noviembre. Además, en los últimos meses, Obama ha moderado su actitud respecto a las deportaciones, seguramente pensando en la contienda electoral. Y con el mero hecho de sugerir la posibilidad de abrir una vía para que los inmigrantes ilegales puedan llegar a obtener la ciudadanía, Obama gana puntos en la comunidad hispana, que considera que esa es una prioridad fundamental.

Lo irónico es que, no hace demasiado tiempo, las élites republicanas decían cosas muy distintas al respecto. En los primeros años de este siglo, el presidente George W. Bush y su cerebro político, Karl Rove, hicieron un esfuerzo para aumentar la capacidad de atracción del Partido Republicano y captar a los latinos. En 2004, el Partido Republicano obtuvo justo por encima del 40% del voto hispano. La recompensa fue una propuesta de reforma exhaustiva de la inmigración que habría abierto la puerta a los inmigrantes ilegales hacia la nacionalización. Pero los conservadores abortaron el proyecto de ley en 2007 y, desde entonces, la reforma permanece muerta en Washington.

Como me dijo Angela Kelley, vicepresidenta de política y defensa de la inmigración en el Center for American Progress, en un momento dado, 23 senadores republicanos votaron a favor de la ley propuesta por Bush. "Hoy es difícil imaginar a 23 cargos republicanos de cualquier tipo dispuestos a apoyar una reforma semejante”. Mitt Romney ha utilizado la cuestión de la inmigración como cachiporra con la que atacar a Perry y ahora al expresidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, que ha hecho correr la sugerencia de permitir a los residentes ilegales que lleven más de 25 años en el país que se queden de forma permanente, siempre que lo apruebe su comunidad local.

En el último debate republicano del mes de enero (celebrado el el día 26), Romney defendió su firme postura sobre la inmigración y atacó el intento de Gingrich de calificarle de antiinmigrante. Pero la defensa de Romney se centró en proclamar su apoyo a la inmigración legal. Cuando se trata de los que cruzan la frontera de forma ilegal, Romney solo habla de hacer respetar la ley. Durante toda la campaña se ha mostrado inclinado hacia el ala derecha de su partido: ha criticado la posibilidad de una amnistía y de ofrecer servicios a los inmigrantes ilegales; ha pedido el veto a la Ley del Sueño (Dream Act), una medida que ofrecería la ciudadanía a los inmigrantes ilegales que hayan servido en el Ejército o vayan a la universidad; ha hablado de una “valla de alta tecnología” en la frontera mexicana y ahora ha presentado la pintoresca propuesta de que los inmigrantes ilegales se “autodeporten”.

Aunque esas posturas puedan atraer a algunos votantes republicanos, no ayudan a captar a los hispanos. Y, en su esfuerzo para atraer a unos votantes que, de todas formas, lo más probable es que voten por ellos, los candidatos republicanos están irritando a un segmento del electorado que representará un bloque de votantes crucial en noviembre en varios Estados clave —Nuevo México, Colorado, Florida, Arizona y Nevada— e incluso en Estados en los que la proporción hispana de la población es menor, como Pennsilvania y Virginia. Hasta ahora existen pocos indicios de que la dura posición republicana sobre inmigración vaya a convencer a muchos independientes o demócratas para cambiar su voto.

Lo irónico es que Obama debería estar en mala situación con los votantes hispanos. Su apoyo a la Ley del Sueño y la reforma exhaustiva de la inmigración puede sonar bien, pero el aumento de las deportaciones es muy significativo. Sin embargo, como dice Kelley, los republicanos “le han puesto muy fácil” a Obama la posibilidad de mantener el voto hispano. El problema de los republicanos es que su base está prácticamente impidiéndoles sacar provecho político de la situación.  De modo que, a la hora de la verdad, el voto latino puede acabar siendo decisivo para los demócratas, pero quizá solo porque los hispanos los consideren el mal menor.

 

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