¿Qué hace EE UU en Irak y por qué sigue allí? La Administración
Bush se inventó que Sadam disponía de armas de destrucción
masiva; luego, que el Partido Baaz estaba vinculado a Al Qaeda y al 11-S. En
ambos casos, se transmitió a la población de EE UU una sensación
de amenaza para la seguridad nacional. El historiador romano Tácito
advirtió hace siglos que "el deseo de seguridad se opone a cualquier
empresa grande y noble". Ahora que Washington está consolidando
su hegemonía mundial, el llamamiento a la democracia en Irak suena a
falso en Oriente Medio.

Los textos más recientes al respecto no hablan sobre sus intenciones;
lo que hacen es suministrar distintas perspectivas, muchas veces repetitivas,
sobre la masiva presencia militar estadounidense en el país. En Night
Draws Near (La noche se acerca,
Henry Holt and Co., Nueva York, 2005), el periodista
de The Washington Post Anthony Shadid dice que "las imágenes de
Irak y Palestina estaban inevitablemente entremezcladas". En efecto,
desde el punto de vista árabe, Irak ha pasado a ser para EE UU lo que
Palestina para Israel. Aunque se simplifique, la ocupación ha tocado
un nervio histórico y doloroso en todo el mundo arabomusulmán.

Como en Rashomon, el clásico de Akira Kurosawa (en el que cuatro personas
cuentan una violación desde puntos de vista opuestos, lo que al final
impide descubrir la verdad), las múltiples perspectivas que envuelven
la agresión a Irak no dejan ver con claridad lo que está haciendo
Estados Unidos en Oriente Medio. O, como lo dice el reportero de The
New Yorker
,
George Packer, en The Assassin’s Gate (La puerta de los asesinos, Farrar,
Strauss and Giroux, Nueva York, 2005), "Irak es el Rashomon de las guerras".

Tanto Shadid como Packer cuentan que, antes de la invasión, bajo enormes
presiones internacionales, Sadam sacó a decenas de miles de presos políticos
de Abu Ghraib; en una trágica ironía, los que corrían
hacia la libertad aplastaron, en su frenesí, a otros presos. Los dos
se refieren a Las mil y una noches en sus respectivos textos político-literarios.
Basándose en su experiencia de que "esas noches infinitas y esos
relatos infinitos sólo podían desarrollarse en Bagdad",
Shadid salta con destreza de una historia a otra con la suficiente lentitud
para hacerlas interesantes, pero con la rapidez precisa para evitar el aburrimiento.

Como en ‘Rashomon’,
de Kurosawa, las múltiples perspectivas que envuelven la agresión
a Irak no dejan ver con claridad lo que está haciendo EE UU en
Oriente Medio

"Yo esperaba ver cosas emocionantes", se lamenta Packer, y recuerda
una larga serie de encuentros "auténticos" con iraquíes.
Pero su tono agresivo se agudiza cuando habla de lo que mejor conoce: la sucia
política interna de Washington, y reviste sus excursiones a Irak de
una diatriba contra la Administración Bush. Packer critica la política
exterior de los neocons cuando describe el acto en recuerdo de un soldado estadounidense,
mientras que Shadid muestra la muerte desesperada de los mártires musulmanes.
Desde posiciones opuestas, ambos hechos unen a ocupantes y ocupados.

Según Francis Fukuyama, Packer y otros representantes de la izquierda
apoyaron la intervención en Irak. Curiosamente, él, un importante
intelectual de la derecha neoconservadora, no apoyó el derrocamiento
unilateral de Sadam. Su reciente abandono del bando neocon, que plasma en America
at the Crossroads (América en la encrucijada
, New Haven/Londres, Yale
University Press, 2006) muestra que la falta de consenso sobre la Operación
Libertad para Irak se produjo en todas las áreas del espectro político.
Un unilateralismo brutal, afirma, ensuciaría gravemente la imagen de
la "benévola hegemonía estadounidense".

Sadam no tenía armas de destrucción masiva ni vínculos
con Al Qaeda. Cuando Condi sustituyó a Powell como secretaria de Estado,
el 26 de enero de 2005, se apresuró a dar un giro y volcarse en la promoción
de la democracia en Irak y recurrió a viejos conocidos como Larry Diamond,
de la Universidad de Stanford, para que se sumaran a esta "noble empresa".
En Squandered Victory (La victoria desaprovechada, Times Books, Nueva
York, 2005), el que fue consejero de Paul Jerry Bremer III confirma que
EE UU arrojó una bomba diplomática cuando exhortó a Irak
a convertirse a la democracia. Dice que era un arma cargada de expectativas
arrogantes e ignorantes y describe con elocuencia "el propósito
y el despilfarro, la disciplina y la temeridad, el idealismo y el oportunismo,
la nobleza y la corrupción" de la "intervención americana".



Bremer encarnaba la gran esperanza que tenían los estadounidenses de
ser recibidos como libertadores, no como ocupantes. Diamond confirma que el
procónsul de EE UU destruyó la posibilidad de administrar Irak
con dos tácticas fundamentales: la desbaazificación de la sociedad
iraquí y la disolución de las Fuerzas Armadas. En My
Year in Iraq (Mi año en Irak
, Simon & Schuster, Nueva York, 2006), el ex
gobernador de Irak detalla sus proezas en la lucha contra la resistencia chií y
la insurgencia suní. Ni Diamond ni otros fueron capaces de poner freno
a su determinación, y los efectos de la estrategia radical para controlar
el país se perciben todavía hoy. Con la persistencia de la rebelión
suní y la violencia sectaria generalizada, en 2006 hay todavía
unos 137.000 soldados estadounidenses ocupados en liberar esa tierra. No es
de extrañar que Bremer dirija su dedicatoria y su conclusión
a los soldados estadounidenses: "Debemos hacer honor a vuestros sacrificios
mostrando la paciencia y la determinación necesarias para completar
el trabajo". Hasta el momento han muerto más de 2.400 soldados
estadounidenses, frente a un número incalculable de iraquíes.
Según Bremer, la muerte no es innecesaria cuando está justificada
por "la lucha para construir un futuro de esperanza". Pero lo cierto
es que dejó la tarea sin acabar. Su relato no ofrece ninguna información
sobre lo que está haciendo EE UU en Irak y deja un sabor amargo: la
sensación de que se trata de un gran engaño y un fracaso oculto.
Packer ofrece una visión más perspicaz del mandato de Bremer
cuando escribe que, tras acompañar el ataúd de Sergio Vieira
de Mello al aeropuerto de Bagdad, "regresó al Palacio Republicano
y a la tarea de gobernar a solas".

Sí, Washington está cada vez más solo en Irak. Después
de haber rechazado la diplomacia europea e ignorar a Naciones Unidas, la victoria
se agrió y pidió que la UE y la ONU participaran en la reconstrucción.
Pero la legitimidad de esta última se había visto gravemente
dañada y cualquier ayuda a EE UU se consideraría una debilidad
cómplice. En Una guerra en solitario (El tercer hombre, Madrid, 2006),
el representante de Chile en Naciones Unidas, Heraldo Muñoz, defiende
la integridad de la organización y sus razones para no apoyar la invasión.
A diferencia de los otros autores, el diplomático llama la atención
sobre el "contrabando de petróleo, dirigido sobre todo a Turquía
y Jordania", y destaca: "La Comisión Volker concluyó que,
entre 1996 y 2003, más de 2.200 compañías de 60 países
hicieron pagos ilegales a Sadam a cambio de cuotas de petróleo" a
través del programa Petróleo por Alimentos, que sostuvieron al
régimen durante los bombardeos británicos y las sanciones de
EE UU y la ONU.

Shadid y Packer están de acuerdo con Diamond en que la humillación árabe
y la "indignación por la ocupación y el dominio de Occidente" han
desembocado en una reacción violenta contra las intenciones democratizadoras
de EE UU en la región. El momento decisivo de la intervención
en Irak fue el inmediatamente posterior a la invasión. Packer asegura
que "no había plan B"; para Diamond, "EE UU invadió Irak
sin un plan real para asegurar la paz" y "no había ningún
plan coherente para el futuro de Irak tras la guerra"; para Shadid, mantener
la electricidad y el agua habría mejorado la percepción de la
repentina presencia militar estadounidense. Claro está, la sabiduría
a posteriori no falta casi nunca.

No obstante, los autores no destacan que la hipocresía de EE UU sobre
la democracia ha hecho que muchos árabes opinen que sus intenciones
en el Gran Oriente Medio están motivadas por el deseo de adquirir oro
negro
. No puede desecharse la importancia que dan los estadounidenses a la
Brigada de Infraestructura Estratégica (SIB), que protege los oleoductos
de Irak. Para rectificar la frágil imagen de Washington en la zona,
Fukuyama sugiere "un tipo distinto de política exterior" y
Muñoz propone un "multilateralismo" todavía más
moderado. Pero no parece probable que haya una estrategia capaz de permitir
a Washington salir de este marasmo sin sufrir una humillación. Con independencia
de cuándo termine la ocupación, el crudo seguirá siendo
un factor fundamental a la hora de determinar los intereses y las intenciones
de otros países en Irak y Oriente Medio. La mayoría de los árabes
considera ya un hecho innegable que "no habrá paz en Oriente Medio
mientras no se agote el petróleo".

¿Una extraña ‘noble’ empresa.
Stuart Reigeluth

Qué hace EE UU en Irak y por qué sigue allí? La Administración
Bush se inventó que Sadam disponía de armas de destrucción
masiva; luego, que el Partido Baaz estaba vinculado a Al Qaeda y al 11-S. En
ambos casos, se transmitió a la población de EE UU una sensación
de amenaza para la seguridad nacional. El historiador romano Tácito
advirtió hace siglos que "el deseo de seguridad se opone a cualquier
empresa grande y noble". Ahora que Washington está consolidando
su hegemonía mundial, el llamamiento a la democracia en Irak suena a
falso en Oriente Medio.

Los textos más recientes al respecto no hablan sobre sus intenciones;
lo que hacen es suministrar distintas perspectivas, muchas veces repetitivas,
sobre la masiva presencia militar estadounidense en el país. En Night
Draws Near (La noche se acerca,
Henry Holt and Co., Nueva York, 2005), el periodista
de The Washington Post Anthony Shadid dice que "las imágenes de
Irak y Palestina estaban inevitablemente entremezcladas". En efecto,
desde el punto de vista árabe, Irak ha pasado a ser para EE UU lo que
Palestina para Israel. Aunque se simplifique, la ocupación ha tocado
un nervio histórico y doloroso en todo el mundo arabomusulmán.

Como en Rashomon, el clásico de Akira Kurosawa (en el que cuatro personas
cuentan una violación desde puntos de vista opuestos, lo que al final
impide descubrir la verdad), las múltiples perspectivas que envuelven
la agresión a Irak no dejan ver con claridad lo que está haciendo
Estados Unidos en Oriente Medio. O, como lo dice el reportero de The
New Yorker
,
George Packer, en The Assassin’s Gate (La puerta de los asesinos, Farrar,
Strauss and Giroux, Nueva York, 2005), "Irak es el Rashomon de las guerras".

Tanto Shadid como Packer cuentan que, antes de la invasión, bajo enormes
presiones internacionales, Sadam sacó a decenas de miles de presos políticos
de Abu Ghraib; en una trágica ironía, los que corrían
hacia la libertad aplastaron, en su frenesí, a otros presos. Los dos
se refieren a Las mil y una noches en sus respectivos textos político-literarios.
Basándose en su experiencia de que "esas noches infinitas y esos
relatos infinitos sólo podían desarrollarse en Bagdad",
Shadid salta con destreza de una historia a otra con la suficiente lentitud
para hacerlas interesantes, pero con la rapidez precisa para evitar el aburrimiento.

Como en ‘Rashomon’,
de Kurosawa, las múltiples perspectivas que envuelven la agresión
a Irak no dejan ver con claridad lo que está haciendo EE UU en
Oriente Medio

"Yo esperaba ver cosas emocionantes", se lamenta Packer, y recuerda
una larga serie de encuentros "auténticos" con iraquíes.
Pero su tono agresivo se agudiza cuando habla de lo que mejor conoce: la sucia
política interna de Washington, y reviste sus excursiones a Irak de
una diatriba contra la Administración Bush. Packer critica la política
exterior de los neocons cuando describe el acto en recuerdo de un soldado estadounidense,
mientras que Shadid muestra la muerte desesperada de los mártires musulmanes.
Desde posiciones opuestas, ambos hechos unen a ocupantes y ocupados.

Según Francis Fukuyama, Packer y otros representantes de la izquierda
apoyaron la intervención en Irak. Curiosamente, él, un importante
intelectual de la derecha neoconservadora, no apoyó el derrocamiento
unilateral de Sadam. Su reciente abandono del bando neocon, que plasma en America
at the Crossroads (América en la encrucijada
, New Haven/Londres, Yale
University Press, 2006) muestra que la falta de consenso sobre la Operación
Libertad para Irak se produjo en todas las áreas del espectro político.
Un unilateralismo brutal, afirma, ensuciaría gravemente la imagen de
la "benévola hegemonía estadounidense".

Sadam no tenía armas de destrucción masiva ni vínculos
con Al Qaeda. Cuando Condi sustituyó a Powell como secretaria de Estado,
el 26 de enero de 2005, se apresuró a dar un giro y volcarse en la promoción
de la democracia en Irak y recurrió a viejos conocidos como Larry Diamond,
de la Universidad de Stanford, para que se sumaran a esta "noble empresa".
En Squandered Victory (La victoria desaprovechada, Times Books, Nueva
York, 2005), el que fue consejero de Paul Jerry Bremer III confirma que
EE UU arrojó una bomba diplomática cuando exhortó a Irak
a convertirse a la democracia. Dice que era un arma cargada de expectativas
arrogantes e ignorantes y describe con elocuencia "el propósito
y el despilfarro, la disciplina y la temeridad, el idealismo y el oportunismo,
la nobleza y la corrupción" de la "intervención americana".



Bremer encarnaba la gran esperanza que tenían los estadounidenses de
ser recibidos como libertadores, no como ocupantes. Diamond confirma que el
procónsul de EE UU destruyó la posibilidad de administrar Irak
con dos tácticas fundamentales: la desbaazificación de la sociedad
iraquí y la disolución de las Fuerzas Armadas. En My
Year in Iraq (Mi año en Irak
, Simon & Schuster, Nueva York, 2006), el ex
gobernador de Irak detalla sus proezas en la lucha contra la resistencia chií y
la insurgencia suní. Ni Diamond ni otros fueron capaces de poner freno
a su determinación, y los efectos de la estrategia radical para controlar
el país se perciben todavía hoy. Con la persistencia de la rebelión
suní y la violencia sectaria generalizada, en 2006 hay todavía
unos 137.000 soldados estadounidenses ocupados en liberar esa tierra. No es
de extrañar que Bremer dirija su dedicatoria y su conclusión
a los soldados estadounidenses: "Debemos hacer honor a vuestros sacrificios
mostrando la paciencia y la determinación necesarias para completar
el trabajo". Hasta el momento han muerto más de 2.400 soldados
estadounidenses, frente a un número incalculable de iraquíes.
Según Bremer, la muerte no es innecesaria cuando está justificada
por "la lucha para construir un futuro de esperanza". Pero lo cierto
es que dejó la tarea sin acabar. Su relato no ofrece ninguna información
sobre lo que está haciendo EE UU en Irak y deja un sabor amargo: la
sensación de que se trata de un gran engaño y un fracaso oculto.
Packer ofrece una visión más perspicaz del mandato de Bremer
cuando escribe que, tras acompañar el ataúd de Sergio Vieira
de Mello al aeropuerto de Bagdad, "regresó al Palacio Republicano
y a la tarea de gobernar a solas".

Sí, Washington está cada vez más solo en Irak. Después
de haber rechazado la diplomacia europea e ignorar a Naciones Unidas, la victoria
se agrió y pidió que la UE y la ONU participaran en la reconstrucción.
Pero la legitimidad de esta última se había visto gravemente
dañada y cualquier ayuda a EE UU se consideraría una debilidad
cómplice. En Una guerra en solitario (El tercer hombre, Madrid, 2006),
el representante de Chile en Naciones Unidas, Heraldo Muñoz, defiende
la integridad de la organización y sus razones para no apoyar la invasión.
A diferencia de los otros autores, el diplomático llama la atención
sobre el "contrabando de petróleo, dirigido sobre todo a Turquía
y Jordania", y destaca: "La Comisión Volker concluyó que,
entre 1996 y 2003, más de 2.200 compañías de 60 países
hicieron pagos ilegales a Sadam a cambio de cuotas de petróleo" a
través del programa Petróleo por Alimentos, que sostuvieron al
régimen durante los bombardeos británicos y las sanciones de
EE UU y la ONU.

Shadid y Packer están de acuerdo con Diamond en que la humillación árabe
y la "indignación por la ocupación y el dominio de Occidente" han
desembocado en una reacción violenta contra las intenciones democratizadoras
de EE UU en la región. El momento decisivo de la intervención
en Irak fue el inmediatamente posterior a la invasión. Packer asegura
que "no había plan B"; para Diamond, "EE UU invadió Irak
sin un plan real para asegurar la paz" y "no había ningún
plan coherente para el futuro de Irak tras la guerra"; para Shadid, mantener
la electricidad y el agua habría mejorado la percepción de la
repentina presencia militar estadounidense. Claro está, la sabiduría
a posteriori no falta casi nunca.

No obstante, los autores no destacan que la hipocresía de EE UU sobre
la democracia ha hecho que muchos árabes opinen que sus intenciones
en el Gran Oriente Medio están motivadas por el deseo de adquirir oro
negro
. No puede desecharse la importancia que dan los estadounidenses a la
Brigada de Infraestructura Estratégica (SIB), que protege los oleoductos
de Irak. Para rectificar la frágil imagen de Washington en la zona,
Fukuyama sugiere "un tipo distinto de política exterior" y
Muñoz propone un "multilateralismo" todavía más
moderado. Pero no parece probable que haya una estrategia capaz de permitir
a Washington salir de este marasmo sin sufrir una humillación. Con independencia
de cuándo termine la ocupación, el crudo seguirá siendo
un factor fundamental a la hora de determinar los intereses y las intenciones
de otros países en Irak y Oriente Medio. La mayoría de los árabes
considera ya un hecho innegable que "no habrá paz en Oriente Medio
mientras no se agote el petróleo".

Stuart Reigeluth es gestor de
proyectos para el Programa para África y Oriente Medio en el Centro
Internacional para la Paz de Toledo (CITpax) en Madrid.