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China Photos/Getty Images

Arrancamos en esglobal esta serie de dos reportajes, analizando primero las recetas más exitosas en la lucha contra la crisis.

 

Las frases de Draghi

Al final fueron sobre todo 22 palabras las que resolvieron la crisis del euro. Ni las incontables y siempre definitivas cumbres de los líderes europeos para salvar la moneda común, ni los recortes del déficit, ni los sermones alemanes. Lo que salvó al euro, y en eso parecen estar de acuerdo la mayor parte de los analistas, fueron estas palabras del banquero central europeo, Mario Draghi: “Dentro de nuestro mandato, desde el Banco Central Europeo estamos dispuestos a hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro. Y, créanme, sera suficiente” (Within our mandate, the ECB is ready to do whatever it takes to preserve the euro. And believe me, it will be enough).

En el “mundillo económico” ya se habla de ese momento relevante como “el whataver-it-takes de Draghi”. Prueben a buscar en Google: salen centenares de miles de resultados analizando la frase lapidaria. O miren, por ejemplo, algunas de las viñetas que ilustran la acción del ex ejecutivo del banco Goldman Sachs: el Financial Times le muestra cual Atlas, solo que en vez de sostener el mundo el italiano aguanta a duras penas una moneda de euro sobre la que se pelean los líderes europeos. Pobre Draghi…

En realidad lo que hacía el director de la institución de Fráncfort era despertar y rugirle a los mercados. La moneda única llevaba sufriendo severos ataques especulativos. Decenas de miles de millones de dólares de inversores internacionales habían apostado a que Grecia colapsaría, después España, a continuación Francia y así una salida progresiva de países de la moneda común.

A esas apuestas, legítimas en su mayoría, los Gobiernos trataban de luchar con medidas de recortes presupuestarios (gastaremos menos para pedir menos dinero prestado y poder pagar las facturas), que a su vez producían mayores contracciones económicas. España, Italia, Grecia, Irlanda y Portugal eran economías demasiado pequeñas como para poder dar un puñetazo en la mesa: no tenían la liquidez para hacerlo. Mario Draghi, sí: no en vano, tiene el poder de crear dinero de la nada. Podía sacar “un bazuca”, como se le llama en Wall Street: empezar a comprar bonos a los Estados en el mercado secundario, financiándolos de manera indirecta, a pesar de que ello roza lo ilegítimo para el banco; o lanzar un programa de compra de bonos a empresas, inyectándoles un crédito que, por otro lado, no les llegaba. ¿Quién se iba a atrever a ir contra el “gorila de 150 kilos” que es un banquero central? En realidad, Draghi se llevó la fama porque era el más fuerte, pero por detrás del banquero había un paquete de rescate de 700.000 millones de euros puestos por los países europeos en el fondo conocido como el MEDE.

El MEDE

Formó el tándem perfecto con las palabras de Mario Draghi. El Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) se creó en marzo de 2011 y entró en vigor un año después. En realidad, formalizaba fondos anteriores (el Fondo y el Mecanismo de Estabilidad Financiera). Se trata esencialmente de una hucha común de la que, junto con la del Fondo Monetario Internacional, ha salido el dinero para los rescates de los países en crisis total como Grecia, Portugal o Irlanda, o los préstamos para rescatar a la Banca como en España.

En la hucha se metieron 80.000 millones de euros y los países se comprometieron a meter 620.000 millones más en caso de necesidad. Al contrario de lo que se cree comúnmente, no es “dinero alemán”. Todos los países contribuyen en función de su tamaño. Alemania con el 27% del fondo, 21.000 millones, sí, pero España puso un 12%, casi 10.000.

El dinero que salía llevaba consigo condiciones, esencialmente la de permitir la llegada a los centros económicos nacionales de los famosos “hombres de negro”, los inspectores de la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional). A cambio de medidas draconianas, Grecia ha recibido un total de 250.000 millones; Portugal, 80.000 e Irlanda, 68.000, para poder pagar las facturas del Estado. España obtuvo 41.000 millones para prestárselos a su vez a los bancos quebrados.

La duda sobre si el MEDE debería o no estar en una lista de herramientas exitosas de la crisis se basa sobre todo en las exigencias impuestas por la Troika. Sus críticos consideran que, al querer imponer ajustes del déficit fiscal demasiado rápido, se generó un efecto perverso: se asfixiaba la economía, lo que reducía los ingresos por impuestos y obligaba a endeudarse más y a aumentar el déficit. Pero que sin la ayuda mutua de los países en forma de miles de millones de euros en préstamos, Grecia habría quebrado totalmente como país, eso la habría hecho salir del euro y  provocado un efecto dominó, pocos lo niegan. Así, al menos según la visión de este autor, el MEDE fue útil y necesario, por más criticable que pudiera ser la actitud dogmática de los “hombres de negro”.

Los billetes de Bernanke

Ben Bernanke tiene pinta de poca cosa: bajito, calvo, con barba a lo Santa Claus. Parece un tranquilo profesor. Es precisamente lo que era hasta que saltó a la primera línea de la batalla americana contra la Gran Recesión.

Cuando George W. Bush le nombró presidente de la Reserva Federal en 2005, en la cartera de la FED había tan sólo 700.000 millones de dólares en bonos del Tesoro. Cuando Bernanke dejó el puesto en enero de este año, había llegado a tocar los tres billones de dólares, cuatro veces más. El de la barba blanca, “Helicóptero Bernanke” le llamaban, se había dedicado a comprar como loco activos a los bancos para que estos pusieran el dinero en circulación y se reactivara así la economía: mucho dinero es dinero barato y dinero barato insta a consumir. ¿Funcionó? Sin lugar a dudas.

La tasa de desempleo del pasado mes de junio en Estados Unidos ha caído hasta el 6,1%, después de haber sido casi el doble en lo peor de la crisis. Y esa reducción solo puede haber ocurrido por dos factores: el boom energético que vive el país o las acciones radicales de la Reserva Federal. En realidad, el precio de la gasolina y el petróleo se han mantenido elevados, y aunque es cierto que el gas proveniente del fracking ha revitalizado algunas zonas como Texas, eso no puede explicar la recuperación del país.

¿El Gobierno? Un rotundo no. Sirvió para poner el freno al derrumbe, y evitó que la Gran Recesión se convirtiera en una Gran Depresión gracias a programas de rescate de bancos como el TARP. Pero desde 2010 Estados Unidos está esencialmente sin gobierno: el Congreso, cuya Cámara de Representantes ha estado dominada por los republicanos, ha abortado toda iniciativa económica de Barack Obama: no a la Ley para los Empleos Estadounidenses, no a los planes de reparación de infraestructuras… El Gobierno (ejecutivo más legislativo) en el mejor de los casos ha hecho peligrar la recuperación, con las batallas interminables por la elevación el techo de gasto, que a punto tumbaron la recuperación en 2011.

La salida de la Gran Recesión en Estados Unidos, lenta y dolorosa, ha requerido de tres planes de compras de activos por parte de la Reserva Federal (los llamados quantitative easing o QE) y la promesa de tipos cero de interés hasta dentro de mucho tiempo. Entre los mayores beneficiados, los inversores en los mercados de renta variable. Wall Street ha tenido abundante dinero para apostar. Por eso el Dow Jones ha conseguido batir récords en medio de algunos de los peores momentos económicos del país: lo que es bueno para Wall Street no tiene por qué serlo para Main Street. Pero el resultado es el mismo: Si 2009 fue el peor año para Estados Unidos en décadas, con una contracción del Producto Interior Bruto del orden del 10%, cinco años después puede decirse sin temor a equivocarse que el drama ha terminado. Cinco años para salir de la peor crisis tras la Gran Depresión no son nada en términos históricos. Y si no que se lo pregunten al profesor del MIT, experto en la crisis del 29, Ben Bernanke.

Las cumbres europeas

De las cumbres europeas extraordinarias durante lo peor del eurodrama nadie se ha reído más que los analistas de la CNBC estadounidense. La cadena de televisión favorita de los brókers de Wall Street se mofaba de cómo todas las reuniones de los líderes europeos parecían ser la definitiva para salvar al euro.

El espectáculo lo presentaban como dantesco y, en parte, lo era. Todo parecía ir muy lento, por detrás de la curva de los acontecimientos. Y, sin embargo, visto a posteriori, los 18 estados de la eurozona, cada uno con su idiosincrasia y sus problemas domésticos, una mezcla de una Alemania que ya había hecho los ajustes y se encontraba lozana y unos PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) que vivían unos auténticos dramas socioeconómicos, esa mezcla casi inmanejable ha conseguido grandes avances en medio de ataques especulativos como nunca antes había visto.

Se ha evitado la bancarrota total de cuatro países de la unión. Se han lanzado mecanismos de rescate. Se ha creado una Unión Bancaria, o al menos una hoja de ruta para conseguirla. Pronto se hará que el Banco Central Europeo regule el sistema bancario común, que además tendrá un fondo común de rescate, unos test de estrés comunes para detectar fallas en el sistema…

Por el camino han ocurrido cosas terribles: el auge de los partidos xenófobos en las últimas elecciones europeas, plasmado en la imagen de eurodiputados euroescépticos dando la espalda al himno de la Unión ha sido un durísimo efecto político que podría haber dinamitado la comunidad de países desde dentro de sus instituciones de no ser por el “cordón sanitario” impuesto por los dos grandes partidos en el Europarlamento.

La Unión y sus líderes en las cumbres, sobre todo, han mostrado una indiferencia suprema al sufrimiento de las clases más débiles de la eurozona. No ha habido ni un solo plan digno de rescate a los más necesitados, ningún plan de emergencia para tratar de amortiguar el impacto de la crisis en la llamada “generación perdida”. Solo ahora empiezan a lanzarse planes de empleo juvenil, pero las dotaciones son una parte infinitesimal de las decenas de miles de millones destinados a rescatar a algunos bancos. Pero si esto es cierto, también lo es que los paquetes de rescate a los Gobiernos quebrados han servido para pagar las facturas de bomberos, profesores, médicos, escuelas y hospitales.

Las flechas de Abe

Si Japón o China estornudan, el mundo se resfría. En los últimos siete años, la primera preocupación global fue el eventual colapso del sistema financiero estadounidense, la segunda el posible colapso del euro, la tercera fue el posible aterrizaje forzoso o frenazo en seco del crecimiento económico chino, que parece haberse evitado por el momento. ¿Y la cuarta? La cuarta era un miedo que venía de lejos: la anemia de la tercera economía global, la japonesa. La mezcla de baja inflación y escaso crecimiento, junto al mayor endeudamiento público del mundo (más del doble de todo lo producido por el país en un año) estaban esencialmente gripando uno de los motores globales.

Y entonces llegó Shinzo Abe.

Con mucha fanfarria mediática, como deben hacerse estas cosas porque parte de los efectos son psicológicos, el primer ministro japonés anunció que iba a acabar con el monstruo que amenazaba a la economía nipona gracias a tres flechas: reformas estructurales de la economía, políticas monetarias expansivas del banco central, y estímulos fiscales. Lo llamaron Abenomics, la nueva economía de Shinzo Abe. Corría el año 2013.

De nuevo, la parte del león cayó del lado del Banco de Japón. En poco tiempo duplicó la masa monetaria en circulación en el país. Dinero abundante para incentivar el consumo. Los tipos de interés se redujeron, se impuso un objetivo de inflación del 2%. Desde el gobierno se expandió la inversión pública, se compraron bonos de proyectos de construcción. En diciembre del año pasado se aprobó un paquete gubernamental de gasto de unos 130.000 millones de euros. Eran las dos primeras flechas.

La tercera ha llegado hace unas semanas, y consiste en un paquete de reformas que debería afectar a casi todos los sectores de la economía. Quiere por ejemplo liberar el sector de la sanidad. Y eso significa, si, también, la entrada de extranjeros. Se van a crear “Zonas Especiales Estratégicas Nacionales” en las que se va a permitir, por ejemplo, que el cuidado de los mayores lo lleven a cabo extranjeros, poniendo fin a una de las mil restricciones a los extranjeros en Japón. Va a reformar el mercado de la energía, abriendo la puerta a los sectores renovables extranjeros. Abe promete abrir decenas de sectores a la inversión extranjera. E impulsar el papel de la mujer en el mercado laboral, hasta ahora bastante marginal. Para ello van a ampliar las plazas de guardería.

¿Está funcionando? Aún es pronto para saberlo. De momento, el desempleo está en mínimos históricos. La tan deseada inflación alta en Japón está en el 3,7%, frente al 0,2% de verano del año pasado. La economía crece a un ritmo de alrededor del 1,5%, mientras que en 2012 estaba en contracción. Los riesgos siguen presentes, como la creación de una burbuja, pero, por el momento, parece que el Abenomics funciona.