Un grupo de personas se manifiestan frente al edifico de la UE en Skopje el día después de que nacionalistas entraran a protestar dentro del Parlamento de Macedonia. Dimitar Dilkoff/AFP/Getty Images

Cómo las élites políticas macedonias, autoritarias y corruptas, son quienes acucian la división étnica en sus juegos de poder.

Taxistas y artistas son probablemente los videntes más fiables en los Balcanes, los que mejor toman el pulso a la región. Unos porque se relacionan con todos los estratos sociales, desde el casco antiguo, por la periferia de las ciudades, hasta los aeropuertos, y los otros porque trabajan en ambos lados de la frontera: la física y la emocional. El guionista serbio Dušan Kovačević profetizó el fin de Yugoslavia en la película Maratonci trče počasni krug. El grupo de humoristas Top Lista Nadrealista en sus sketches anticiparon la guerra en Bosnia-Herzegovina; y Milcho Manchevski, con su largometraje Antes de la lluvia, predijo en 1994 el conflicto que vivirían los insurgentes albaneses y las fuerzas armadas macedonias en 2001. Ambos son los mejores termómetros de la temperatura regional.

Ningún profeta de la región dirá que macedonios y albaneses se odian; ellos no alimentan sus nacionalismos con los odios del pasado. Dirán, tal vez, que conviven, que se toleran incluso en el antagonismo, sin que haya una valoración siempre positiva del pluralismo étnico, la manera en la que unos y otros se relacionaron durante siglos bajo el Imperio otomano mientras en Europa Occidental estábamos imbuidos en las guerras de religión. La cuestión macedonia se resume en la célebre anécdota narrada por Claudio Magris en la obra Danubio: se llamó Omerić durante la Yugoslavia monárquica, Omerov durante la ocupación búlgara en la Segunda Guerra Mundial y Omerski con la independencia macedonia. Su verdadero nombre era turco: Omer. En Macedonia se proyectan tantos intereses geopolíticos narcisistas que al final se neutralizan los unos con los otros. La Iglesia Ortodoxa Serbia no reconoce la autonomía de la Iglesia Ortodoxa Macedonia, Bulgaria no reconoce el macedonio como idioma y el nacionalismo albanés más ultramontano amenaza la integridad territorial del país.

No obstante, es el no reconocimiento por parte de Grecia de la denominación del topónimo como Estado “Macedonia” –asociado a la Macedonia histórica griega–, el que ha tenido no solo implicaciones internacionales negativas, sino también nacionales para el país; el veto griego, por un lado, bloquea la homologación exterior, como también instiga el embrollo local confrontando a un Alejandro Magno de bronce y hormigón armado con la identidad eslava, el legado de los líderes antiotomanos, la lucha partisana o la fusión étnica. Macedonia, desde el 8 de septiembre de 1991, cuando logró la independencia de Yugoslavia, decidió abrirse al escenario internacional, con determinismo y temeridad, con la idea de que las potencias occidentales garantizaran su estabilidad e independencia. En 2005 recibía el estatus de candidato a la UE y en 2008 cumplía los criterios para ser miembro de la OTAN. Ningún país ha confiado más en la comunidad internacional que Macedonia. Hasta el momento, ni es miembro de la UE ni de la OTAN.

El líder socialista de Macedonia, Zoran Zaev, da una rueda de prensa tras los altercados en el Parlamento del país donde resulto herido. Robert Atanasovski/AFP/Getty Images

Cuando el jueves pasado unas hordas de militantes nacionalistas, hooligans y paramilitares a sueldo sin pistolas entraron en la Asamblea macedonia (Sobranie) pegando a políticos y periodistas –incluido el líder de la oposición Zoran Zaev e hiriendo de gravedad al líder albanés Zijadin Sela–, estuvimos ante los estertores del partido VMRO-DPMNE. La oposición, formada por el partido socialista, el SDSM, y los partidos albaneses DUI y AA habían logrado un acuerdo para que el ex ministro de defensa Talat Xhaferi fuera nombrado presidente de la Asamblea –el presidente en funciones, Trajko Veljanovski, había estado intentado retrasarlo lo más posible–.

Hace un mes el presidente del Gobierno, Gjeorge Ivanov, ya había negado a la coalición formar gobierno aunque tuviera mayoría parlamentaria –los juegos de poder entre dos partidos que representan al 80% del electorado–. Solo así se explica que la policía permitiera entrar a los agresores en el edificio sin oponer resistencia. Un escenario propio de una democracia disfuncional.

¿Cómo se ha llegado a este extremo? El Gobierno de Nikola Gruevski desde 2006 ha ido paulatinamente capturando al Estado (los empleados públicos han aumentado desde 60.000 a 180.000 en un país de 2 millones de habitantes), haciéndose con el control de los medios de comunicación (Macedonia, de 2009 hasta 2017, ha pasado según el indicador sobre libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras del puesto 34 al 111), espiando a sus ciudadanos y autoridades (670.000 pinchazos sobre un montante total de  20.000 números de teléfono) y manipulando a su favor el sentimiento de adhesión nacional (el proyecto megalómano de construcción de edificios y monumentos greco-latinos, el proyecto Skopje 2014, ha costado la cifra de 650 millones de euros, además de haber sido un sumidero de corrupción).

El 14 de enero de 2016, Nikola Gruevski fue obligado a dimitir según lo determinado en los Acuerdos de Pržino, acuerdos mediados por la UE entre gobierno y oposición, tras las manifestaciones de mayo de 2015, que movilizaron a toda la oposición tras la revelación de las escuchas ilegales. El 12 de abril de 2016, el mismo Ivanov llegó a amnistiar a 56 oficiales imputados en todo tipo de delitos, incluidos los de tortura, decisión que desató la denominada “Revolución de Colores” –tuvo que revocar esta decisión ante las presiones internas y externas–. El VMRO desde hace dos años no solo intenta mantenerse en el poder secuestrando el funcionamiento independiente de las instituciones, sino también hundir el país en el barro político para afianzar su posición como interlocutor inevitable.

El clientelismo político no ha sido exclusivo de la agrupación de Gruevski. Tanto los socialistas en su momento, tras la independencia de Yugoslavia, y desde su legislatura entre 2002 y 2006, como el partido albanés, el DUI, mientras ha gobernado en coalición con el VMRO, buscaron cómo fagocitar las instituciones a su favor y afianzar sus redes informales de control político. El uso fraudulento de las instituciones ha precipitado una lucha denodada por copar el aparato del Estado, mientras los índices de democratización no han parado de descender. El VMRO busca ahora cómo repetir las elecciones de diciembre de 2016 y lograr un acuerdo entre las élites que permita a sus miembros salir impunes tras más de una década de prácticas autoritarias, abusos de poder y corrupción.

La UE desde hace años conoce las tendencias autoritarias del Gobierno de Nikola Gruevski; incluso el ministro de Asuntos Exteriores austriaco, Sebastian Kurz, apoyó al VMRO durante la última campaña electoral, con el control de la frontera de por medio tras la llegada masiva de refugiados. Llama la atención que el VMRO todavía sea miembro del Partido Popular Europeo.

Valores sacrificados a favor de la estabilidad y la seguridad, y que barnizan el retroceso democrático, asentando el poder sobre los liderazgos políticos, y no sobre las instituciones, la ley y la sociedad civil. El mismo informe Priebe, entregado por una comisión de expertos al comisario Johannes Hahn en junio de 2015, recogía la brecha abierta entre las legislaciones aprobadas y cómo se aplican éstas en la práctica. La UE ha consentido que los partidos en la región utilicen su marca ofreciendo malos productos a sus ciudadanos. Con ello ha dañado su credibilidad, mercadeando con políticos sin substancia democrática, que se escudan en la propaganda rusa, la difamación de las ONG proeuropeas y la fachada nacionalista (patriotas o traidores) para encubrir sus despropósitos políticos, mientras levantan la bandera europea cuando van a Bruselas.

No es un conflicto étnico entre macedonios y albaneses, aunque desde Albania y Kosovo no pierdan ocasión sus políticos de jugar la carta del nacionalismo albanés para lograr réditos internos a costa del caos reinante en el país vecino ­­–práctica más que habitual, y común a todos los grupos nacionales de la región–. El apoyo a la UE entre albaneses y macedonios es amplio, aunque superior entre los primeros. Cualquier partido que no tenga un compromiso firme con la UE está alimentando a los sectores más irrendentistas del nacionalismo étnico albanés, nunca mayoritarios, pero tan peligrosos para la estabilidad y las buenas relaciones de vecindad en la zona.

El tiempo no se suspende en Macedonia, si no que avanza inexorablemente. No hace falta ser ser ningún visionario para saber que el conflicto no resuelto en Macedonia cada vez tiene un alcance más y más grave en toda la región; es su clase política la que acucia la división étnica, no sus ciudadanos, en este caso el VMRO, el que lleva a sus habitantes a un conflicto étnico que no les representa ni corresponde. La estabilidad no pasa por la fortaleza de un líder, sino por el compromiso de la UE con la región, por unas instituciones independientes, aquellas donde se respetan las leyes y la justicia social. En Macedonia conviven mejor sus ciudadanos que sus políticos. No hay que tener una bola de cristal a mano: el conflicto étnico solo interesa a los liderazgos nacionalistas. Esperemos que los macedonios no caigan en la trampa.