Rusia refuerza su control de las regiones separatistas de Georgia.

 

A medida que el calor veraniego se extiende por el Cáucaso, va acompañado, una vez más, por los temores de guerra. Todavía están frescos los recuerdos del verano pasado, cuando, después de meses de meticulosa planificación, los carros de combate de Rusia atravesaron los territorios separatistas de Abjasia y Osetia del Sur y se adentraron en tierras de Georgia. Después de la retirada oficial, unas semanas después, las tropas rusas siguieron controlando (en violación del alto el fuego logrado con mediación de la UE) los dos territorios separatistas. Moscú reconoció estos últimos como Estados independientes y estableció bases militares permanentes en ellos.

AFP/GettyImages

Dados los últimos acontecimientos, seguir las maquinaciones del Kremlin en el Cáucaso va a ser difícil. Recientemente, la misión en Georgia de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) terminó sus actividades y se llevó consigo a los últimos observadores que tenía en Osetia del Sur. El invierno pasado, Rusia consiguió vetar la continuación de la misión. A principios de junio, Moscú fue más allá y vetó que se prolongara la estancia de los observadores de la ONU en Georgia, que vigilaba la seguridad en Abjasia. Y Rusia se niega a permitir el acceso a ninguno de los dos territorios de la misión observadora de la UE que se creó tras la guerra del año pasado. Es decir, en la práctica, Moscú ha aislado los dos enclaves de la comunidad internacional, y ha impedido la vigilancia de las actividades rusas allí: acumulación de tropas, violaciones de los derechos humanos, contrabando y crimen organizado.

La principal pregunta hoy es si los dirigentes del Kremlin creen que terminaron su trabajo durante la amputación de 2008 o si todavía confían en obligar a irse al gobierno del presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili. En agosto de 2008, el primer ministro ruso, Vladímir Putin, dijo al presidente francés, Nicolás Sarkozy, que tenía intención de “colgar de los huevos a Saakashvili”, pero, a pesar de sus problemas políticos internos, el líder georgiano se mantiene en el poder y da la impresión de que todas sus partes sensibles están intactas. Este dato, y el ruido de sables ruso, que incluye un gran ejercicio militar justo al norte de la frontera de Georgia, dan a muchos analistas la idea de que quizá esté preparándose un nuevo conflicto.

Aunque las perspectivas de supervivencia de Saakashvili siguen siendo un tema importante de discusión, los sucesos en Abjasia y Osetia del Sur también son significativos. Lo fundamental es que Moscú, mediante la expansión de su presencia militar en las dos regiones y los obstáculos a los observadores internacionales, ha convertido la anexión de los territorios en un hecho consumado que Georgia y sus aliados occidentales, en definitiva, son ya incapaces de deshacer.

Los designios de Rusia para los dos enclaves no comenzaron con la guerra de 2008. Al contrario, los esfuerzos prolongados y acumulativos de Moscú para controlarlos han sido la principal razón del deterioro de las relaciones entre Moscú y Tbilisi durante los últimos cinco años. En 2000, Moscú empezó a repartir pasaportes rusos a los habitantes de las dos provincias, lo que le permitió posteriormente alegar el derecho a proteger a sus “ciudadanos”. En 2001, orquestó la elección de un favorito de Rusia para dirigir Osetia del Sur. En 2006, el ministro de Defensa, el secretario del Consejo de Seguridad Nacional y el jefe de seguridad de dicho territorio ya eran rusos. Mientras tanto, las inversiones procedentes de Rusia inundaron las dos regiones, sobre todo las ciudades costeras de vacaciones de Abjasia. Además, Moscú permitió a sus representantes llevar a cabo en Osetia del Sur la expulsión de miles de georgianos que llevaban siglos viviendo en el territorio.

En 2008, Moscú pareció comprender que Georgia se había apartado de forma irreversible de su “esfera de influencia” y que no iba a haber un gobierno complaciente y prorruso en el país. Así que la única opción que le quedaba era castigar a su vecino mediante una conquista que hiciera oficial su amputación territorial.

Lo sucedido desde la guerra concuerda con esta tesis. Después del alto el fuego, Moscú se negó a cumplir su compromiso de retirar las tropas de los territorios, inmediatamente empezó a fortificar sus posiciones y anunció la construcción de bases militares permanentes que albergarían a 3.800 soldados rusos en cada una de las dos regiones, una cifra muy superior a la de antes de la guerra.
En realidad, la decisión de Moscú de reconocer oficialmente la independencia de los dos territorios estaba muy relacionada con sus necesidades de contar con bases. Dado que Rusia ya no podía seguir diciendo que sus tropas en suelo georgiano eran “fuerzas de paz”, necesitaba un nuevo fundamento legal, aunque tenue, para instalar a sus soldados allí. De ahí el reconocimiento. Con el poder de veto de Moscú en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo único que podía hacer Occidente era denunciar la maniobra. Pero, a la hora de la verdad, Rusia se ha anexionado estas dos zonas infringiendo descaradamente el derecho internacional.

Una importante facción nacionalista abjasa mira con inquietud el excesivo dominio del Kremlin

Osetia del Sur, limpia de todas las personas de etnia georgiana, es hoy fundamentalmente un puesto militar ruso, con una población civil que no supera los 30.000 habitantes. No existe una sociedad civil digna de tal nombre, y el territorio está bajo el control firme del Ejército y los servicios de seguridad rusos. Y es muy probable que siga estándolo en un futuro próximo.

Abjasia, por el contrario, es multiétnica, formada por unas comunidades más o menos equivalentes de abjasos, armenios y georgianos, estos últimos establecidos, sobre todo, en el distrito meridional de Gali. También tiene una población rusa pequeña, pero cada vez mayor. Además, este territorio ha tenido algo de política de participación en los últimos 10 años (aunque sólo dentro de la comunidad propiamente abjasa, porque las minorías étnicas, principalmente la georgiana, quedaron al margen). Dentro de la clase dirigente, existen distintas opiniones sobre el futuro, entre ellas las de una sociedad civil limitada pero vibrante y una importante facción nacionalista abjasa que mira con inquietud el excesivo dominio del Kremlin.

A diferencia de Osetia del Sur, las realidades económica y demográfica de Abjasia se han visto sujetas a cambios. En el periodo soviético era un destino turístico de prestigio, con sus playas a orillas del Mar Negro y sus majestuosas montañas, y en los últimos años ha vuelto a convertirse en lugar de vacaciones para la población rusa, sobre todo los oficiales militares y sus familias. Ahora que Moscú mira con más confianza la expansión de su presencia en el territorio, las inversiones en el sector turístico aumentarán y el número de rusos que se establecerán allí también. El Kremlin seguramente estimulará el asentamiento para completar su anexión.

También es una cuestión importante el futuro de las comunidades armenia y georgiana en Abjasia. En los últimos 10 años, los armenios han crecido de manera gradual gracias a la inmigración procedente de Rusia, y hoy se calcula que es la mayor comunidad del territorio. Esa tendencia probablemente va a continuar, y tal vez incluso se acelere. Por el contrario, la situación de los georgianos en el distrito de Gali es precaria. Además de la discriminación que ya sufrían, ahora están cada vez más aislados del resto de Georgia y sujetos a los caprichos de Rusia. Está por ver si Moscú tratará de expulsarlos con el fin de alimentar las tensiones con Tbilisi.

Los habitantes de etnia abjasa van a ser un porcentaje cada vez menor de la población, y eso, casi seguro, provocará más tensiones con Rusia. A este respecto, resulta instructivo el comportamiento de Moscú en las repúblicas del norte del Cáucaso. El firme control del Estado ruso sobre los chechenos, daguestaníes, ingusetios y cabardinos ha engendrado la animosidad de una parte cada vez mayor de las sociedades locales y ha alimentado la formación de movimientos antirrusos extremistas. Si en Abjasia sigue aumentando la presencia de los servicios de seguridad, podría ocurrir lo mismo. No obstante, al final, no parece probable que ese resentimiento vaya a constituir un problema para el Kremlin.

Como muchas minorías pequeñas bajo el control de Moscú, los abjasos -que ascienden a menos de 75.000- tienen pocas perspectivas de poder hacer frente a los excesos rusos en caso de que desearan hacerlo. Abjasia y Osetia del Sur se han convertido en protectorados de Rusia, y la comunidad internacional tiene cada vez menos acceso a ellos.

Hasta ahora, Estados Unidos y la Unión Europea han mostrado escaso interés en hacer nada a propósito de esta trágica situación. Es un error: aunque la posibilidad de influir en la evolución de los acontecimientos en el Cáucaso será un proceso difícil e increíblemente lento, las fronteras de facto entre esos protectorados rusos y Georgia seguirán siendo un punto caliente de la seguridad europea durante los próximos años.

Mantener una presencia cerca de estas fronteras -como está intentando hacer la misión de vigilancia de la UE- será crucial para comprender lo que sucede en estos dos territorios y para prevenir estallidos de violencia en la región. Dada la situación actual, este resultado es probablemente el mejor al que podemos aspirar.

 

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