Hace 57 años, los chinos cambiaron sus valores tradicionales
por los maoístas. Ahora dicen adiós a esta ideología,
barrida
por los antivalores de un capitalismo salvaje, sin tener otra
guía. Sufren una anomia moral que Pekín quiere curar con una
desconcertante
mezcla de Confucio, Marx y exaltación del éxito económico.

 

Mao Zedong acabó con los usos, costumbres y leyes ancestrales del antiguo
Imperio Celeste. Al eliminar las arcaicas instituciones asociadas a la vida
agraria (patriarcado, servidumbre y estratificación social), alcanzó su
objetivo de crear una sociedad nueva. Al mismo tiempo, introdujo conceptos
modernos de justicia social que fueron rápidamente asimilados, es decir,
deshizo un sistema de valores tradicionales y lo reemplazó por otro:
el socialismo igualitario. No obstante, al llevar este modelo al extremo (sobre
todo durante la Revolución Cultural), el líder de la República
Popular sentó las bases de su destrucción.

Su fervor revolucionario llevó al país entero al borde del precipicio,
el todopoderoso Partido Comunista Chino (PCCh) quedó hecho añicos
y sus dirigentes fueron eliminados. Para salvarse, Pekín decidió abandonar
el maoísmo. De sus cenizas surgió el pragmatismo del diminuto
Deng Xiaoping, que abogó por una liberalización paulatina de
la economía y por despejar un poco el camino a nuevas ideas de naturaleza
política y social. Sin embargo, la apertura fue efímera: tras
la tragedia de Tiananmen se exhortó al ciudadano a evitar cuestiones
sociales o políticas y concentrarse en "hacerse rico". Es
entonces, en los 90, cuando se soltaron finalmente las amarras normativas e
ideológicas que sostenían la sociedad. Los mecanismos de control
social se relajaron y se abrió la puerta a la empresa privada. Lo que
quedaba del sistema de valores socialista dejó de funcionar, creando
un gran vacío.

En sus 57 años de
existencia, el fervor iconoclasta de la China comunista se ha llevado
por delante dos sistemas de valores colectivos: el tradicional y el maoísta,
pero no los ha reemplazado por nada

De esta manera, en sus 57 años de existencia, el fervor iconoclasta
de la China comunista se ha llevado por delante un sistema de valores colectivos,
o en realidad dos: el tradicional y el maoísta. Pero no han sido reemplazados
por nada. El vacío resultante ha causado un fenómeno de anomia
en la sociedad, que carece de una brújula de principios cívicos,
políticos, laicos o religiosos que les ayude a mantener el rumbo a través
de la tumultuosa transformación social y económica que está viviendo.
La falta de respeto por las normas de tráfico o la ausencia de actitudes
cívicas basadas en valores comunes son ejemplos fácilmente perceptibles
en cualquier ciudad, pero el problema es de fondo. ¿Qué consecuencias
tiene la pérdida de valores normativos en el tejido social, político
y económico? ¿Qué significado tiene para el ciudadano?

REDECORANDO LA VIDA
Paradójicamente, la anomia ha producido algunos efectos positivos. Por
ejemplo, el desmantelamiento del antiguo conjunto de valores —que no
diferenciaba el ámbito público del privado— ha facilitado
la creación de espacios personales, sobre todo para los jóvenes.
El PCCh controlaba los aspectos más reservados de su vida. Decidía
dónde podían trabajar después de la universidad, con quién
podían casarse e incluso si podían tener hijos. Hoy, los estudiantes
deciden por sí mismos si quieren un empleo en una empresa del país,
en una multinacional o prefieren opositar a un cargo público.

Que la juventud se haya emancipado sexualmente es consecuencia directa de
estos cambios. En el antiguo sistema, las manifestaciones de afecto en presencia
de otras personas eran consideradas como actos desviados. Los militantes de
base del partido patrullaban las calles en busca de parejas a las que censurar.
Por fortuna, éstas ya no tienen que esconderse tras los arbustos de
un parque para besuquearse. La espontaneidad se nota por la calle, y los tabúes
y el qué dirán son cosa del pasado. De hecho, los enamorados
celebran el día de San Valentín por todo lo alto.

No obstante, el fin del maoísmo ha creado una gigantesca brecha generacional.
Los mayores crecieron en una sociedad que exaltaba los valores de sacrificio,
altruismo y los modelos de conducta de héroes revolucionarios como Lei
Feng —el mayor símbolo chino del sacrificio por los demás,
que dedicó todo su tiempo libre al trabajo voluntario y a las causas
sociales, y que murió en un trágico accidente a los 22 años—,
que contrastan con el egoísmo y el materialismo de la juventud de hoy.

A dos velocidades: el nuevo ritmo de los tiempos convive con lo que queda de la vieja ética maoísta.
A dos velocidades: el
nuevo ritmo de los tiempos convive con lo que queda de la vieja ética
maoísta.
 

El fin del maoísmo supone también el fin del tradicional culto
al emperador. Porque, pese a todo, Mao tenía bastante de confuciano
y, en buena parte, se puede decir que representaba la continuidad con el antiguo
sistema. Por eso fue objeto de veneración en todo el país, sobre
todo en las zonas rurales.

Por otro lado, las corrientes religiosas que el líder chino quiso suprimir
han resurgido: el fin del monopolio maoísta en el terreno de lo simbólico
ha fomentado un redescubrimiento de la religión. Que la fe vuelva a
jugar un papel importante, tras cinco décadas en las que el poder destruyó en
su práctica totalidad el tejido de las diferentes comunidades espirituales
chinas, es prueba del vacío moral existente. Hoy, según cálculos
conservadores, existen más de cien millones de creyentes en el país
asiático, principalmente budistas, cristianos y musulmanes, aunque también
han proliferado confesiones menos convencionales. Pero el renacer religioso
no quiere decir que China sea una futura cuna de integristas. La función
de la religión para el individuo o la colectividad es aún ambigua
y en algunos casos incluso cómica. Cualquier visita a un templo budista
chino chocará al observador por la infinidad de tenderetes que ofrecen
desde comida rápida hasta souvenirs, hasta el punto de que uno no sabe
si está en un centro comercial o espiritual. Muchos de los nuevos devotos
apenas saben rezar, y la ocasional visita de un peregrino tibetano les resulta
sorprendente y fascinante, como si fuera de otro mundo. En la mismísima
Ciudad Prohibida, la Meca china, las placas que explican la historia de cada
uno de los elegantes pabellones están patrocinadas por American Express.
Y para colmo, uno de ellos alberga una cafetería Starbucks. ¿Sacrilegio
o pragmatismo?

‘ANTIVALORES’ AL ABORDAJE
Pero si la emancipación social o el redescubrimiento de valores tradicionales
son consecuencias positivas de esta anomia china, otros efectos son más
difíciles de catalogar. En el terreno económico, se ha establecido
súbitamente un capitalismo turbulento, con prisas y a lo loco, basado
en la deshonestidad, el oportunismo y la frivolidad. Se reconoce por la extravagancia
de los nuevos ricos: el karaoke, el Coñac XO (Extra Old o extra añejo),
los coches de lujo y la prostitución. El afán de lucro, que en
la lógica de la economía planificada carecía de sentido,
se ha convertido de la noche a la mañana en el principal catalizador
de cambio social. Tras el derrumbe de los patrones de conducta asociados con
el socialismo, se imponen los antivalores del capitalismo salvaje. De repente,
millones de burócratas y campesinos se han convertido en empresarios,
no a la rusa, porque el Gobierno sigue al mando de las grandes empresas, pero
sí utilizando su ingenio para sacar beneficio donde y como pueden. Así,
existe una disyuntiva entre las metas culturales (por ejemplo, el éxito
económico) y los medios institucionales disponibles en la China actual,
algo que guarda semejanzas con ciertos casos de anomia en Estados Unidos durante
su proceso de industrialización.

Uno de los ejemplos más notables de esta encrucijada es la industria
china de falsificaciones, que en pocos años ha terminado por dominar
el comercio ilegal de productos falsos (en la UE, más del 70% de las
copias incautadas en aduanas proviene de China). La dimensión de este
problema pone de relieve la indiferencia de empresas y autoridades por el cumplimiento
de las normas, en este caso las leyes de protección de los derechos
de propiedad intelectual. En algunas ocasiones, el sistema tolera la industria
falsificadora, incluso cuando el vínculo con el crimen organizado es
evidente. El relativismo (o cinismo) en la aplicación de estas normas
resalta el contraste entre las leyes y la apatía normativa. Los valores
forman la base de las normas de una sociedad, pero en este caso no hay principios
aparentes, lo que deja en evidencia el grado de desorganización social
actual. Los piratas aprovechan esta situación para apropiarse de derechos
intelectuales y perseguir sus objetivos lucrativos. Y no es que sea un problema
que afecte sólo a los extranjeros. Al contrario: el 95% de los casos
contra falsificadores de marcas son iniciados por empresas chinas, según
datos oficiales.

Los miembros más
destacados de la emergente sociedad civil no son consumidores altruistas
ni ONG al servicio de causas nobles, sino mafias locales, grupos de estudiantes
ultranacionalistas, empresas piratas y sectas clandestinas

El vacío en el terreno cultural también ha facilitado el establecimiento
de una incipiente sociedad civil, es decir, de un espacio público paralelo
pero al mismo tiempo separado del Estado. Pero sus miembros más destacados
no son grupos de consumidores altruistas ni solidarias ONG al servicio de causas
nobles y justas. Son mafias locales, grupos estudiantiles ultranacionalistas,
empresas piratas y sectas clandestinas. Este fenómeno está ligado
a la situación de anomia social. Por ejemplo, el ultranacionalismo cubre
un vacío ontológico en situaciones de rápidos cambios
sociales, donde la desintegración de las estructuras sociales da lugar
a desorientación o pérdida de identidades. Esto explica por qué los
ultranacionalistas han ganado protagonismo en los últimos tiempos, sobre
todo entre las incipientes clases medias, como se hizo patente, por ejemplo,
durante la violenta ola de protestas antijaponesas el año pasado, cuando
los radicales tomaron las riendas de manifestaciones supuestamente "controladas".
Las autoridades no tienen más remedio que tolerar este fenómeno
porque el nacionalismo es ahora el único valor capaz de movilizar a
la población. No obstante, a veces se ven obligadas a intervenir para
moderar las pasiones. No hace mucho cancelaron el estreno de la película
Memorias de una geisha por la violenta reacción de la sociedad civil
en el ciberespacio del país asiático. ¡Varios blogs amenazaban
a la diva china Zhang Ziyi por "dejarse besar" por un actor japonés!

El auge de la criminalidad también es otra manifestación de
la creciente anomia, tanto en las ciudades como en las zonas rurales. Las mafias
del tráfico de personas ofrecen un ejemplo de las ramificaciones globales
del problema. Sus capos, llamados "cabezas de serpiente" (shetou),
operan en diversas provincias, sobre todo en Zhejiang y Fujian, desde donde
organizan sus operaciones internacionales. La abundancia de personas dispuestas
a emprender el peligroso trayecto como polizones en barcos de carga destinados
a Europa alimenta sus actividades delictivas.

Para los inmigrantes chinos que llegan a Europa, el cambio radical de contexto
cultural, así como la existencia de fuertes lazos comunitarios con gente
de su propia ciudad o pueblo, que a menudo ni siquiera hablan bien el putonghua (mandarín), significa que la situación de anomia, lejos de solucionarse,
adquiere una dimensión adicional, complicando aún más
las nociones de identidad de las nuevas diásporas chinas.

Retablo de los nuevos valores chinos:
Retablo de los nuevos valores chinos:
(de
izquierda a derecha, y de arriba abajo) una pareja se besa en plena calle
el día de los enamorados en Shanghai, en febrero; ciudadanos chinos
se manifiestan contra Japón por la forma en que el archipiélago
interpreta la historia y la guerra entre ambos países, en abril
de 2005, en Pekín; la megaestrella china Zhang Ziyi y
el japonés Ken Watanabe, en un fotograma de Memorias de una
geisha
; mujeres católicas rezan en la iglesia de Natang,
en la capital china, en junio de 2005.
 

OLIMPIADAS IDEOLÓGICAS
Los desequilibrios sociales en esta época de profundos cambios inquietan
a las autoridades, cuya legitimidad radica tanto en lograr el crecimiento económico
como en garantizar el orden público. Pekín teme que la cadena
de mando administrativa, de la que depende para gobernar este inmenso país,
esté debilitándose debido a la corrupción de los funcionarios
locales, el abuso de poder y el clientelismo que les une a los empresarios
y mafias. Quieren socializar a éstas y otras fuerzas centrífugas
(población flotante, crimen organizado…); es decir, crear mecanismos
de integración social y política a través de la internalización
de valores comunes. Pero, dada la escasez de estos principios, el partido se
ve obligado a desarrollar nuevas recetas ideológicas. De sus laboratorios
surgen varios planteamientos: las "tres representaciones", una
fórmula patrocinada por el ex secretario general del PCCh, Jiang Zemin,
para justificar la integración de los nuevos ricos en el partido, o
programas "retro" dedicados al estudio y difusión del marxismo,
que, según el presidente Hu Jintao, "todavía está vigente
en China". Hu incluso ha invocado al mismísimo Confucio al insistir
en la creación de una "sociedad armoniosa". El confucianismo
valora la idea de armonía social y además invita al individuo
a obedecer al emperador, al menos si éste ejerce sus poderes de manera
benevolente. El popurrí de ideas resultantes, algunas nuevas y otras
conocidas, ilustra las dificultades a las que se enfrentan los dirigentes a
la hora de crear nuevo contenido moral para el comunismo chino, monumental
tarea que absorbe gran parte de sus energías.

Según las definiciones clásicas, hoy el gigante
asiático
sufre anomia aguda: no sólo las normas y su cumplimiento no se consideran
importantes, sino que las reglas no están claramente establecidas ni
existe consenso sobre cómo deben interpretarse. A falta de valores legítimos,
las instituciones (la escuela, el Ejército, el Partido Comunista, los
organismos de propaganda…) aseguran la conformidad y proporcionan la
cohesión social necesaria para lograr la principal meta cultural: modernizarse
y convertir a China en un país fuerte y respetado en el ámbito
internacional. De hecho, la anomia y sus efectos (desorden social y conducta
desviada como delincuencia, toxicomanía o gamberrismo) sirven al PCCh
para justificar la necesidad del control social.

 

Los ocho mandamientos de Hu

Ante la ola de corrupción oficial, la pérdida de valores,
el creciente descontento social, y el debate sobre la naturaleza del
socialismo, los dirigentes están intentando recuperar el rumbo ético
y moral.

El presidente Hu Jintao, que desde su llegada al poder ha prestado
bastante atención a estos problemas, ha decidido poner en marcha
una serie de campañas de educación ética.



Durante la última sesión de la Conferencia Consultiva
Política del Pueblo Chino, un órgano estatal de asesoramiento
político donde se discuten anualmente asuntos de interés
público, Hu presentó oficialmente el "concepto
socialista de honor y deshonra", que ensalza ocho principios:
el patriotismo, la dedicación en el trabajo, la frugalidad en
el estilo de vida, la adopción de principios científicos,
el deseo de servir al público, la solidaridad, la honradez y
la observación de la ley. Los organismos de propaganda afirman
que este concepto "conjuga perfectamente los valores tradicionales
chinos con virtudes modernas". Estos mandamientos serán
tareas de estudio obligatorias para los más de setenta millones
de miembros del partido, así como para los soldados del Ejercito
de Liberación Popular. Se prevé también incorporar
estas obligaciones en los libros de texto. Además, el aparato
de propaganda comunista difundirá a lo largo del país
el mensaje de Hu: hay que comportarse con rectitud y evitar causar
males a la sociedad.

¿Funcionará? Los pesimistas dicen que sin reformas institucionales
de fondo, estos pronunciamientos, como muchos otros en campañas
anteriores, caerán en saco roto. Otros afirman que la fuente
del descontento social es el mismo partido, que se dice socialista
pero que al mismo tiempo ha fomentado el "capitalismo del enchufe" (crony
capitalism)
. Los grupos más conservadores replican que estos
sermones no son suficientes; se necesita ralentizar el ritmo de las
reformas económicas y hacer una nueva política que resalte
los valores originales del socialismo chino, como el acceso gratuito
a la seguridad social y el empleo vitalicio. Finalmente, analistas
como Kang Xiaoguang, sociólogo y partidario de la educacion
confucianista, señalan que esta campaña es el primer
paso en la creación de un sistema de valores tradicionales en
la sociedad china. El tiempo dirá quién tiene razón.
De momento, lo que está claro es que con Hu Jintao, que se formó en
la cantera del partido (la Liga de Juventudes Comunistas, una especie
de boy scouts políticos), el establecimiento de un nuevo contenido
moral y ético para el comunismo chino se ha convertido en un
objetivo prioritario.
J. A.

 

¿MANO DURA O MANO INVISIBLE?
No obstante, una sociedad regulada por normas que unen a los ciudadanos a través
de valores comunes gozará de una base social más estable que
otra fundamentada en la obediencia o la coerción como principios integradores.
Las últimas iniciativas oficiales que hacen hincapié en la justicia
social indican que el Gobierno quiere establecer un marco de reglas basado
en una combinación de virtudes a la vez patrióticas y socialistas.
Queda por ver si estos objetivos políticos se pueden traducir en un
sistema de valores y si éstos serán compatibles con una sociedad
en transición, donde los diferentes actores sociales ya no comparten
el mismo espacio social y psicológico, como lo hicieran durante la época
maoísta.

El cambio rápido, la anomia y la desintegración social son fenómenos
naturales en sociedades en plena transformación. En Asia, países
como Corea del Sur y Taiwan vivieron experiencias similares: pasaron rápidamente
de sociedades militares a sociedades industriales. Al abandonar sus antiguos
valores marciales tuvieron que crear un nuevo sistema basado en los principios
de convivencia cívica.

Adoptar estos valores, sustentados en la defensa de las libertades del ciudadano
dentro de un Estado de Derecho que garantice la justicia social y la igualdad
de oportunidades que los dirigentes chinos hoy prometen sería la conclusión
lógica para el Imperio del Centro, cuya sociedad es cada vez más
plural. Estas ideas, además, serían congruentes con las reformas
económicas efectuadas en los últimos años. Sin embargo,
esta solución sería contraria a los intereses del partido, ya
que, para realizar una transición completa, sería necesario reformar
el sistema político. He ahí el dilema. Los dirigentes temen perder
el control político, por lo que prefieren la seguridad de viejas fórmulas
ideológicas. De ahí que Marx, Mao e incluso Confucio vuelvan
a estar de moda. En su lucha por mantener la cohesión social, los dirigentes
chinos prefieren el Gobierno de la "mano dura" al de la "mano
invisible".

 

¿Algo más?
La anomia como concepto sociológico
nació de la mano de teóricos como Emile Durkheim,
Talcott Parsons y Robert Merton, que se interesaban por el cambio
social en las sociedades industriales. Para saber cómo sucedieron
estos cambios en China conviene ver Adiós a mi concubina, del
realizador Chen Kaige, que, aparte de ser una fascinante historia
de amistad, amor y celos en tiempos turbulentos, ofrece un ejemplo
de la destrucción de los valores tradicionales chinos durante
la Revolución Cultural.En Cisnes salvajes (Círculo
de Lectores, Barcelona, 1994), la escritora Jung Chang teje cuidadosamente
una narrativa a la vez personal e histórica sobre los drásticos
cambios en la nueva sociedad socialista basada en las experiencias
de tres generaciones de mujeres en la China del siglo XX . En Mr.
China
(Constable and Robinson, Londres, 2004), Tim
Clissold relata su experiencia personal en el turbio mundo de los
negocios en la China de los años 90, donde el fondo de inversión
de Wall Street que cogestionaba llegó a perder 400 millones
de dólares (unos 330 millones de euros).

Foreign Policy
Edición Española ha analizado el gigante asiático desde
todos los aspectos posibles: ‘Las desventuras de Tintín
en China (diciembre/enero 2006); ‘Las empresas chinas saltan la
muralla’ (diciembre/enero 2005); ‘El ascenso de China (febrero/marzo
2005); China, la mayor audiencia del mundo’ (abril/mayo 2004),
y ‘El poder blando de China’ (agosto/septiembre 2005). Christopher
Hughes escribe sobre el fenómeno ultranacionalista en Internet
en ‘Nationalism in Chinese Cyberspace’ (Cambridge
Review of International Affairs,
primavera-verano, 2000),
así como Paul Money en ‘Internet Fans Flames of Chinese
Nationalism’, recientemente publicado en YaleGlobal
Online
(www.yaleglobal.yale.edu/display.article?id=5516).

 

Hace 57 años, los chinos cambiaron sus valores tradicionales
por los maoístas. Ahora dicen adiós a esta ideología,
barrida
por los antivalores de un capitalismo salvaje, sin tener otra
guía. Sufren una anomia moral que Pekín quiere curar con una
desconcertante
mezcla de Confucio, Marx y exaltación del éxito económico.
Julio Arias

 

Mao Zedong acabó con los usos, costumbres y leyes ancestrales del antiguo
Imperio Celeste. Al eliminar las arcaicas instituciones asociadas a la vida
agraria (patriarcado, servidumbre y estratificación social), alcanzó su
objetivo de crear una sociedad nueva. Al mismo tiempo, introdujo conceptos
modernos de justicia social que fueron rápidamente asimilados, es decir,
deshizo un sistema de valores tradicionales y lo reemplazó por otro:
el socialismo igualitario. No obstante, al llevar este modelo al extremo (sobre
todo durante la Revolución Cultural), el líder de la República
Popular sentó las bases de su destrucción.

Su fervor revolucionario llevó al país entero al borde del precipicio,
el todopoderoso Partido Comunista Chino (PCCh) quedó hecho añicos
y sus dirigentes fueron eliminados. Para salvarse, Pekín decidió abandonar
el maoísmo. De sus cenizas surgió el pragmatismo del diminuto
Deng Xiaoping, que abogó por una liberalización paulatina de
la economía y por despejar un poco el camino a nuevas ideas de naturaleza
política y social. Sin embargo, la apertura fue efímera: tras
la tragedia de Tiananmen se exhortó al ciudadano a evitar cuestiones
sociales o políticas y concentrarse en "hacerse rico". Es
entonces, en los 90, cuando se soltaron finalmente las amarras normativas e
ideológicas que sostenían la sociedad. Los mecanismos de control
social se relajaron y se abrió la puerta a la empresa privada. Lo que
quedaba del sistema de valores socialista dejó de funcionar, creando
un gran vacío.

En sus 57 años de
existencia, el fervor iconoclasta de la China comunista se ha llevado
por delante dos sistemas de valores colectivos: el tradicional y el maoísta,
pero no los ha reemplazado por nada

De esta manera, en sus 57 años de existencia, el fervor iconoclasta
de la China comunista se ha llevado por delante un sistema de valores colectivos,
o en realidad dos: el tradicional y el maoísta. Pero no han sido reemplazados
por nada. El vacío resultante ha causado un fenómeno de anomia
en la sociedad, que carece de una brújula de principios cívicos,
políticos, laicos o religiosos que les ayude a mantener el rumbo a través
de la tumultuosa transformación social y económica que está viviendo.
La falta de respeto por las normas de tráfico o la ausencia de actitudes
cívicas basadas en valores comunes son ejemplos fácilmente perceptibles
en cualquier ciudad, pero el problema es de fondo. ¿Qué consecuencias
tiene la pérdida de valores normativos en el tejido social, político
y económico? ¿Qué significado tiene para el ciudadano?

REDECORANDO LA VIDA
Paradójicamente, la anomia ha producido algunos efectos positivos. Por
ejemplo, el desmantelamiento del antiguo conjunto de valores —que no
diferenciaba el ámbito público del privado— ha facilitado
la creación de espacios personales, sobre todo para los jóvenes.
El PCCh controlaba los aspectos más reservados de su vida. Decidía
dónde podían trabajar después de la universidad, con quién
podían casarse e incluso si podían tener hijos. Hoy, los estudiantes
deciden por sí mismos si quieren un empleo en una empresa del país,
en una multinacional o prefieren opositar a un cargo público.

Que la juventud se haya emancipado sexualmente es consecuencia directa de
estos cambios. En el antiguo sistema, las manifestaciones de afecto en presencia
de otras personas eran consideradas como actos desviados. Los militantes de
base del partido patrullaban las calles en busca de parejas a las que censurar.
Por fortuna, éstas ya no tienen que esconderse tras los arbustos de
un parque para besuquearse. La espontaneidad se nota por la calle, y los tabúes
y el qué dirán son cosa del pasado. De hecho, los enamorados
celebran el día de San Valentín por todo lo alto.

No obstante, el fin del maoísmo ha creado una gigantesca brecha generacional.
Los mayores crecieron en una sociedad que exaltaba los valores de sacrificio,
altruismo y los modelos de conducta de héroes revolucionarios como Lei
Feng —el mayor símbolo chino del sacrificio por los demás,
que dedicó todo su tiempo libre al trabajo voluntario y a las causas
sociales, y que murió en un trágico accidente a los 22 años—,
que contrastan con el egoísmo y el materialismo de la juventud de hoy.

A dos velocidades: el nuevo ritmo de los tiempos convive con lo que queda de la vieja ética maoísta.
A dos velocidades: el
nuevo ritmo de los tiempos convive con lo que queda de la vieja ética
maoísta.
 

El fin del maoísmo supone también el fin del tradicional culto
al emperador. Porque, pese a todo, Mao tenía bastante de confuciano
y, en buena parte, se puede decir que representaba la continuidad con el antiguo
sistema. Por eso fue objeto de veneración en todo el país, sobre
todo en las zonas rurales.

Por otro lado, las corrientes religiosas que el líder chino quiso suprimir
han resurgido: el fin del monopolio maoísta en el terreno de lo simbólico
ha fomentado un redescubrimiento de la religión. Que la fe vuelva a
jugar un papel importante, tras cinco décadas en las que el poder destruyó en
su práctica totalidad el tejido de las diferentes comunidades espirituales
chinas, es prueba del vacío moral existente. Hoy, según cálculos
conservadores, existen más de cien millones de creyentes en el país
asiático, principalmente budistas, cristianos y musulmanes, aunque también
han proliferado confesiones menos convencionales. Pero el renacer religioso
no quiere decir que China sea una futura cuna de integristas. La función
de la religión para el individuo o la colectividad es aún ambigua
y en algunos casos incluso cómica. Cualquier visita a un templo budista
chino chocará al observador por la infinidad de tenderetes que ofrecen
desde comida rápida hasta souvenirs, hasta el punto de que uno no sabe
si está en un centro comercial o espiritual. Muchos de los nuevos devotos
apenas saben rezar, y la ocasional visita de un peregrino tibetano les resulta
sorprendente y fascinante, como si fuera de otro mundo. En la mismísima
Ciudad Prohibida, la Meca china, las placas que explican la historia de cada
uno de los elegantes pabellones están patrocinadas por American Express.
Y para colmo, uno de ellos alberga una cafetería Starbucks. ¿Sacrilegio
o pragmatismo?

‘ANTIVALORES’ AL ABORDAJE
Pero si la emancipación social o el redescubrimiento de valores tradicionales
son consecuencias positivas de esta anomia china, otros efectos son más
difíciles de catalogar. En el terreno económico, se ha establecido
súbitamente un capitalismo turbulento, con prisas y a lo loco, basado
en la deshonestidad, el oportunismo y la frivolidad. Se reconoce por la extravagancia
de los nuevos ricos: el karaoke, el Coñac XO (Extra Old o extra añejo),
los coches de lujo y la prostitución. El afán de lucro, que en
la lógica de la economía planificada carecía de sentido,
se ha convertido de la noche a la mañana en el principal catalizador
de cambio social. Tras el derrumbe de los patrones de conducta asociados con
el socialismo, se imponen los antivalores del capitalismo salvaje. De repente,
millones de burócratas y campesinos se han convertido en empresarios,
no a la rusa, porque el Gobierno sigue al mando de las grandes empresas, pero
sí utilizando su ingenio para sacar beneficio donde y como pueden. Así,
existe una disyuntiva entre las metas culturales (por ejemplo, el éxito
económico) y los medios institucionales disponibles en la China actual,
algo que guarda semejanzas con ciertos casos de anomia en Estados Unidos durante
su proceso de industrialización.

Uno de los ejemplos más notables de esta encrucijada es la industria
china de falsificaciones, que en pocos años ha terminado por dominar
el comercio ilegal de productos falsos (en la UE, más del 70% de las
copias incautadas en aduanas proviene de China). La dimensión de este
problema pone de relieve la indiferencia de empresas y autoridades por el cumplimiento
de las normas, en este caso las leyes de protección de los derechos
de propiedad intelectual. En algunas ocasiones, el sistema tolera la industria
falsificadora, incluso cuando el vínculo con el crimen organizado es
evidente. El relativismo (o cinismo) en la aplicación de estas normas
resalta el contraste entre las leyes y la apatía normativa. Los valores
forman la base de las normas de una sociedad, pero en este caso no hay principios
aparentes, lo que deja en evidencia el grado de desorganización social
actual. Los piratas aprovechan esta situación para apropiarse de derechos
intelectuales y perseguir sus objetivos lucrativos. Y no es que sea un problema
que afecte sólo a los extranjeros. Al contrario: el 95% de los casos
contra falsificadores de marcas son iniciados por empresas chinas, según
datos oficiales.

Los miembros más
destacados de la emergente sociedad civil no son consumidores altruistas
ni ONG al servicio de causas nobles, sino mafias locales, grupos de estudiantes
ultranacionalistas, empresas piratas y sectas clandestinas

El vacío en el terreno cultural también ha facilitado el establecimiento
de una incipiente sociedad civil, es decir, de un espacio público paralelo
pero al mismo tiempo separado del Estado. Pero sus miembros más destacados
no son grupos de consumidores altruistas ni solidarias ONG al servicio de causas
nobles y justas. Son mafias locales, grupos estudiantiles ultranacionalistas,
empresas piratas y sectas clandestinas. Este fenómeno está ligado
a la situación de anomia social. Por ejemplo, el ultranacionalismo cubre
un vacío ontológico en situaciones de rápidos cambios
sociales, donde la desintegración de las estructuras sociales da lugar
a desorientación o pérdida de identidades. Esto explica por qué los
ultranacionalistas han ganado protagonismo en los últimos tiempos, sobre
todo entre las incipientes clases medias, como se hizo patente, por ejemplo,
durante la violenta ola de protestas antijaponesas el año pasado, cuando
los radicales tomaron las riendas de manifestaciones supuestamente "controladas".
Las autoridades no tienen más remedio que tolerar este fenómeno
porque el nacionalismo es ahora el único valor capaz de movilizar a
la población. No obstante, a veces se ven obligadas a intervenir para
moderar las pasiones. No hace mucho cancelaron el estreno de la película
Memorias de una geisha por la violenta reacción de la sociedad civil
en el ciberespacio del país asiático. ¡Varios blogs amenazaban
a la diva china Zhang Ziyi por "dejarse besar" por un actor japonés!

El auge de la criminalidad también es otra manifestación de
la creciente anomia, tanto en las ciudades como en las zonas rurales. Las mafias
del tráfico de personas ofrecen un ejemplo de las ramificaciones globales
del problema. Sus capos, llamados "cabezas de serpiente" (shetou),
operan en diversas provincias, sobre todo en Zhejiang y Fujian, desde donde
organizan sus operaciones internacionales. La abundancia de personas dispuestas
a emprender el peligroso trayecto como polizones en barcos de carga destinados
a Europa alimenta sus actividades delictivas.

Para los inmigrantes chinos que llegan a Europa, el cambio radical de contexto
cultural, así como la existencia de fuertes lazos comunitarios con gente
de su propia ciudad o pueblo, que a menudo ni siquiera hablan bien el putonghua (mandarín), significa que la situación de anomia, lejos de solucionarse,
adquiere una dimensión adicional, complicando aún más
las nociones de identidad de las nuevas diásporas chinas.

Retablo de los nuevos valores chinos:
Retablo de los nuevos valores chinos:
(de
izquierda a derecha, y de arriba abajo) una pareja se besa en plena calle
el día de los enamorados en Shanghai, en febrero; ciudadanos chinos
se manifiestan contra Japón por la forma en que el archipiélago
interpreta la historia y la guerra entre ambos países, en abril
de 2005, en Pekín; la megaestrella china Zhang Ziyi y
el japonés Ken Watanabe, en un fotograma de Memorias de una
geisha
; mujeres católicas rezan en la iglesia de Natang,
en la capital china, en junio de 2005.
 

OLIMPIADAS IDEOLÓGICAS
Los desequilibrios sociales en esta época de profundos cambios inquietan
a las autoridades, cuya legitimidad radica tanto en lograr el crecimiento económico
como en garantizar el orden público. Pekín teme que la cadena
de mando administrativa, de la que depende para gobernar este inmenso país,
esté debilitándose debido a la corrupción de los funcionarios
locales, el abuso de poder y el clientelismo que les une a los empresarios
y mafias. Quieren socializar a éstas y otras fuerzas centrífugas
(población flotante, crimen organizado…); es decir, crear mecanismos
de integración social y política a través de la internalización
de valores comunes. Pero, dada la escasez de estos principios, el partido se
ve obligado a desarrollar nuevas recetas ideológicas. De sus laboratorios
surgen varios planteamientos: las "tres representaciones", una
fórmula patrocinada por el ex secretario general del PCCh, Jiang Zemin,
para justificar la integración de los nuevos ricos en el partido, o
programas "retro" dedicados al estudio y difusión del marxismo,
que, según el presidente Hu Jintao, "todavía está vigente
en China". Hu incluso ha invocado al mismísimo Confucio al insistir
en la creación de una "sociedad armoniosa". El confucianismo
valora la idea de armonía social y además invita al individuo
a obedecer al emperador, al menos si éste ejerce sus poderes de manera
benevolente. El popurrí de ideas resultantes, algunas nuevas y otras
conocidas, ilustra las dificultades a las que se enfrentan los dirigentes a
la hora de crear nuevo contenido moral para el comunismo chino, monumental
tarea que absorbe gran parte de sus energías.

Según las definiciones clásicas, hoy el gigante
asiático
sufre anomia aguda: no sólo las normas y su cumplimiento no se consideran
importantes, sino que las reglas no están claramente establecidas ni
existe consenso sobre cómo deben interpretarse. A falta de valores legítimos,
las instituciones (la escuela, el Ejército, el Partido Comunista, los
organismos de propaganda…) aseguran la conformidad y proporcionan la
cohesión social necesaria para lograr la principal meta cultural: modernizarse
y convertir a China en un país fuerte y respetado en el ámbito
internacional. De hecho, la anomia y sus efectos (desorden social y conducta
desviada como delincuencia, toxicomanía o gamberrismo) sirven al PCCh
para justificar la necesidad del control social.

 

Los ocho mandamientos de Hu

Ante la ola de corrupción oficial, la pérdida de valores,
el creciente descontento social, y el debate sobre la naturaleza del
socialismo, los dirigentes están intentando recuperar el rumbo ético
y moral.

El presidente Hu Jintao, que desde su llegada al poder ha prestado
bastante atención a estos problemas, ha decidido poner en marcha
una serie de campañas de educación ética.



Durante la última sesión de la Conferencia Consultiva
Política del Pueblo Chino, un órgano estatal de asesoramiento
político donde se discuten anualmente asuntos de interés
público, Hu presentó oficialmente el "concepto
socialista de honor y deshonra", que ensalza ocho principios:
el patriotismo, la dedicación en el trabajo, la frugalidad en
el estilo de vida, la adopción de principios científicos,
el deseo de servir al público, la solidaridad, la honradez y
la observación de la ley. Los organismos de propaganda afirman
que este concepto "conjuga perfectamente los valores tradicionales
chinos con virtudes modernas". Estos mandamientos serán
tareas de estudio obligatorias para los más de setenta millones
de miembros del partido, así como para los soldados del Ejercito
de Liberación Popular. Se prevé también incorporar
estas obligaciones en los libros de texto. Además, el aparato
de propaganda comunista difundirá a lo largo del país
el mensaje de Hu: hay que comportarse con rectitud y evitar causar
males a la sociedad.

¿Funcionará? Los pesimistas dicen que sin reformas institucionales
de fondo, estos pronunciamientos, como muchos otros en campañas
anteriores, caerán en saco roto. Otros afirman que la fuente
del descontento social es el mismo partido, que se dice socialista
pero que al mismo tiempo ha fomentado el "capitalismo del enchufe" (crony
capitalism)
. Los grupos más conservadores replican que estos
sermones no son suficientes; se necesita ralentizar el ritmo de las
reformas económicas y hacer una nueva política que resalte
los valores originales del socialismo chino, como el acceso gratuito
a la seguridad social y el empleo vitalicio. Finalmente, analistas
como Kang Xiaoguang, sociólogo y partidario de la educacion
confucianista, señalan que esta campaña es el primer
paso en la creación de un sistema de valores tradicionales en
la sociedad china. El tiempo dirá quién tiene razón.
De momento, lo que está claro es que con Hu Jintao, que se formó en
la cantera del partido (la Liga de Juventudes Comunistas, una especie
de boy scouts políticos), el establecimiento de un nuevo contenido
moral y ético para el comunismo chino se ha convertido en un
objetivo prioritario.
J. A.

 

¿MANO DURA O MANO INVISIBLE?
No obstante, una sociedad regulada por normas que unen a los ciudadanos a través
de valores comunes gozará de una base social más estable que
otra fundamentada en la obediencia o la coerción como principios integradores.
Las últimas iniciativas oficiales que hacen hincapié en la justicia
social indican que el Gobierno quiere establecer un marco de reglas basado
en una combinación de virtudes a la vez patrióticas y socialistas.
Queda por ver si estos objetivos políticos se pueden traducir en un
sistema de valores y si éstos serán compatibles con una sociedad
en transición, donde los diferentes actores sociales ya no comparten
el mismo espacio social y psicológico, como lo hicieran durante la época
maoísta.

El cambio rápido, la anomia y la desintegración social son fenómenos
naturales en sociedades en plena transformación. En Asia, países
como Corea del Sur y Taiwan vivieron experiencias similares: pasaron rápidamente
de sociedades militares a sociedades industriales. Al abandonar sus antiguos
valores marciales tuvieron que crear un nuevo sistema basado en los principios
de convivencia cívica.

Adoptar estos valores, sustentados en la defensa de las libertades del ciudadano
dentro de un Estado de Derecho que garantice la justicia social y la igualdad
de oportunidades que los dirigentes chinos hoy prometen sería la conclusión
lógica para el Imperio del Centro, cuya sociedad es cada vez más
plural. Estas ideas, además, serían congruentes con las reformas
económicas efectuadas en los últimos años. Sin embargo,
esta solución sería contraria a los intereses del partido, ya
que, para realizar una transición completa, sería necesario reformar
el sistema político. He ahí el dilema. Los dirigentes temen perder
el control político, por lo que prefieren la seguridad de viejas fórmulas
ideológicas. De ahí que Marx, Mao e incluso Confucio vuelvan
a estar de moda. En su lucha por mantener la cohesión social, los dirigentes
chinos prefieren el Gobierno de la "mano dura" al de la "mano
invisible".

 

¿Algo más?
La anomia como concepto sociológico
nació de la mano de teóricos como Emile Durkheim,
Talcott Parsons y Robert Merton, que se interesaban por el cambio
social en las sociedades industriales. Para saber cómo sucedieron
estos cambios en China conviene ver Adiós a mi concubina, del
realizador Chen Kaige, que, aparte de ser una fascinante historia
de amistad, amor y celos en tiempos turbulentos, ofrece un ejemplo
de la destrucción de los valores tradicionales chinos durante
la Revolución Cultural.En Cisnes salvajes (Círculo
de Lectores, Barcelona, 1994), la escritora Jung Chang teje cuidadosamente
una narrativa a la vez personal e histórica sobre los drásticos
cambios en la nueva sociedad socialista basada en las experiencias
de tres generaciones de mujeres en la China del siglo XX . En Mr.
China
(Constable and Robinson, Londres, 2004), Tim
Clissold relata su experiencia personal en el turbio mundo de los
negocios en la China de los años 90, donde el fondo de inversión
de Wall Street que cogestionaba llegó a perder 400 millones
de dólares (unos 330 millones de euros).

Foreign Policy
Edición Española ha analizado el gigante asiático desde
todos los aspectos posibles: ‘Las desventuras de Tintín
en China (diciembre/enero 2006); ‘Las empresas chinas saltan la
muralla’ (diciembre/enero 2005); ‘El ascenso de China (febrero/marzo
2005); China, la mayor audiencia del mundo’ (abril/mayo 2004),
y ‘El poder blando de China’ (agosto/septiembre 2005). Christopher
Hughes escribe sobre el fenómeno ultranacionalista en Internet
en ‘Nationalism in Chinese Cyberspace’ (Cambridge
Review of International Affairs,
primavera-verano, 2000),
así como Paul Money en ‘Internet Fans Flames of Chinese
Nationalism’, recientemente publicado en YaleGlobal
Online
(www.yaleglobal.yale.edu/display.article?id=5516).

 

Julio Arias es director de proyectos
de comercio exterior en Pekín y colaborador habitual de
FP
EDICIÓN
ESPAÑOLA.