Soldados españoles en Kosovo, marzo de 2008. Elvis Barukcic/AFP/Getty Images

¿Ha sido la presencia de España en la región una historia de oportunidades perdidas?

Cuenta el periodista Miguel Ángel Villena que el baloncesto y el fútbol abrieron muchas puertas y nada metafóricas. Tanto la palabra “Epi” como “Butragueño” sirvieron a militares y periodistas españoles como salvoconductos para superar los controles militares dispuestos por los milicianos en las carreteras bosnias. Cualquiera que haya visitado los Balcanes puede haberse extrañado cuando un catedrático de Puentes le recita a uno sin pestañear la alineación titular del RCD Español cuando perdió la final de la UEFA con el Bayer Leverkusen en 1988.

Este mes se cumplen 25 años de la primera misión militar operativa en democracia. Desde que la fragata Extremadura navegara las aguas del Adriático para garantizar el cumplimiento de las sanciones en 1992 contra las repúblicas ex yugoslavas de Serbia y Montenegro, más de 47.000 soldados españoles han estado destinados en territorio balcánico. Se han desactivado miles de minas antipersona, se han escoltado convoyes y transportado miles de toneladas de alimentos, medicinas y ropa. En el recuerdo quedan la muerte de 22 soldados españoles y un intérprete en Bosnia y Herzegovina –hay una plaza dedicada a ellos en Mostar–, y otros 11 en Kosovo.

Un cuarto de siglo después de aquella experiencia, su trascendencia no ha quedado debidamente reconocida. Aquel episodio marcó la trayectoria no solo del Ejército español, sino también de diplomáticos, corresponsables de guerra y periodistas en general, funcionarios de la administración pública, cooperantes, académicos y una cohorte de improvisados balcanistas que vivieron su particular viaje iniciático. Los que han vivido una etapa extensa en la región, y han tenido oportunidad de impregnarse de la esencia local, saben de las huellas humanas, estéticas o intelectuales que dejan los Balcanes en la memoria de los visitantes.

La muerte de Juan Goytisolo hace casi dos meses permitió personalizar el vínculo entre España y los Balcanes, dotarlo de un ideal épico al servicio de la causa solidaria: identificarse y tomar posición en favor de las víctimas del asedio a Sarajevo. El fotógrafo Gervasio Sánchez, con mucho sentimiento, narra los días vividos con el escritor –recordando los nombres de la traductora Alma o del periodista Alfonso Armada– bajo la amenaza de los francotiradores y el fuego de metralla en la capital bosnia. Es difícil no reconocer el valor de los periodistas españoles, quienes acudieron al frente y se turnaron para cubrir las guerras de disolución de Yugoslavia. Jordi Pujol Puente fue el primer periodista extranjero muerto, mientras trabajaba como fotógrafo para el diario Avui y Associated Press.

España partía con desventaja. Históricamente apenas hubo contacto entre ambas penínsulas europeas. Algunos nombres sobresalían por su bagaje en la región, como Juan Fernández Elorriaga, Simon Tecco, Francisco Eguiagaray, Herman Tersch, Ricardo Estarriol o Mirjana Tomić. No obstante, España carecía de una tradición balcanista y los enlaces, sí existían, eran de forma aislada, insuficientes para acometer la difícil tarea de descifrar la causas de disolución de Yugoslavia, tejer redes de contactos con acceso a información privilegiada y de preparar para el terreno a los recién llegados. Desde España, como desde muchos países europeos, las referencias históricas eran una nebulosa de conflictos étnicos e históricos contenidos por el carisma del mariscal Tito.

Paradójicamente, mientras que los medios españoles informaron con mayor detenimiento sobre Sarajevo y Mostar y, por lo general, se inclinaron por narrar el conflicto desde la perspectiva musulmana o croata, son varios los informes que documentan las buenas relaciones existentes entre el Ejército español y los oficiales del Ejército yugoslavo y serbio, detentadores de una cultura castrense de la que carecían la improvisada Armija bosniaca y el neófito Ejército croata. Flaco favor le hizo al Ejército español Radovan Karadžić, líder político de las fuerzas serbias en Bosnia, condenado por genocidio ante el Tribunal de La Haya, cuando dijo: "Tenemos la mejor opinión del contingente español en Bosnia y de la diplomacia española. España es la más imparcial" (en una entrevista con el periodista Manu Leguineche).

La implicación y los riesgos asumidos por los militares no ocultan algunas voces que acusan a la intervención española, como a Naciones Unidades en general –el caso del Ejército holandés y Srebrenica ha sido el más flagrante–, de no proteger debidamente las áreas seguras; de impasividad ante las masacres de musulmanes cometidas por croatas en su zona de acción en Herzegovina. Pese al importante dispositivo desplegado, España no gozó de la visibilidad ni de la influencia merecida en relación a otros contingentes europeos. Si la intervención no fue activada al nivel exigible (o impedida por la cadena de mando), fue porque las vidas de los soldados en misión militar en el extranjero tenían un fuerte impacto sobre las opiniones públicas nacionales. Y otra cosa que ha perdido relevancia con la perspectiva del tiempo: si los Balcanes implosionaron, también podían explosionar con y de la mano de las potencias internacionales –algo que observamos hoy–. Eran los años coetáneos con el fin de la Guerra fría y la unificación alemana.

Las guerras de secesión de Yugoslavia supusieron el despliegue de una importante ayuda humanitaria, destacando la sensibilidad hacia el drama por parte de Cataluña, que se volcó con las víctimas y refugiados balcánicos, especialmente con los bosnios. Lugar de honor merecieron Médicos del Mundo y el MPDL como las dos ONG más involucradas, manteniendo una importante presencia en la región hasta bien entrado el nuevo milenio. La oficina de la cooperación española abierta en 2001 en Sarajevo fue cerrada en 2010, y dejó tras de sí una nueva hornada de cooperantes que luego han visto sus carreras profesionales derivar a otros frentes, ya lejos del sureste europeo.

Las afinidades hacia la región se proyectaron de acuerdo con las constantes vitales españolas, desde el punto de vista del apoyo o rechazo al secesionismo esloveno o croata. El desarrollo de los acontecimientos derivó desde las valoraciones y simpatías políticas e ideológicas iniciales, a la condena por la inacción de las potenciales internacionales. Finalmente, las posiciones del Ejército serbo-bosnio fueron atacadas en septiembre de 1995 mediante la Operación Deliberate Force y España participó en ellas con más de 130 salidas de sus F-18.

Figuras de la política como Carlos Westendorp, entonces Alto Representante para la Implementación del Acuerdo de Paz en Bosnia-Herzegovina (1997-1999), o Javier Solana, Secretario General de la OTAN durante los bombardeos a Yugoslavia, fueron solo algunos de los nombres que desarrollaron su trayectoria internacional en los Balcanes. El ex presidente español, Felipe González, fue muy asociado a la región como mediador y llegó a ser jefe de misión de la OSCE durante el conflicto por los resultados electorales en Serbia en 1996.

España manifestó un fuerte seguidismo respecto a las directrices de la comunidad internacional, al menos hasta febrero de 2008. En marzo del 2009, la ministra de Defensa, Carme Chacón, ordenó la retirada del Ejército español de Kosovo, lo que pilló descolocado al contingente español en Istok, descubrió cierta falta de cooperación entre los ministerios de Defensa y Exteriores, y generó agrias diferencias con el resto de socios dentro de la OTAN. España no reconocía la declaración de independencia de la antigua provincia serbia y consideraba que la organización atlántica y la UE, a través de la misión EULEX, estaban ayudando a la construcción de un nuevo Estado.

Queda la sensación de un fuerte desequilibrio entre la inversión destinada y la ausencia de una política definida para la región, que, si acaso, viene determinada por relaciones bilaterales puntuales –y no por una perspectiva regional–, como las que hubo entre España y Serbia durante el mandato de Miguel Ángel Moratinos como ministro de Asuntos Exteriores (2004-2010). Un enorme caudal político y económico desaprovechado, especialmente en una de las zonas del mundo no hispanohablantes donde España disfruta de una mayor simpatía y reputación. En 2008 España fue el segundo país que más gastó en Bosnia-Herzegovina, solo por debajo de Alemania, y por encima de EE UU (20 millones) y Reino Unido (5 millones), miembros del Consejo de Implementación de la Paz (PIC) y mucho más influyente en la política internacional del país balcánico.

A los instrumentos de acción en materia militar o humanitaria no se sumaron prácticamente ningún otro, más allá de escasas inversiones empresariales y misiones comerciales, algunos proyectos de cooperación cultural e institucional en las Facultades de Filología y en el marco de la UE, y la iniciativa cultural emprendida por las Embajadas en Zagreb, Belgrado y Skopje y el Instituto Cervantes en Belgrado. 25 años después de la primera misión militar operativa, España ha renunciado a un inmenso capital social y relacional en la región. Los que mantienen el vínculo, sin embargo, siguen siendo observadores de todas las oportunidades desaprovechadas, especialmente cuando, allá donde van, la lengua y la cultura en español disfrutan de un lugar preferente. Siguen siendo bien recibidos, con la hospitalidad balcánica de siempre, con agradables conversaciones de sobremesa, donde a unos y a otros se les terminan los temas de conversación con Enrique Iglesias, las telenovelas en español en horario de máxima audiencia o el próximo viaje de estudios a Lloret del Mar.