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La sociedad civil global está emergiendo a través de las redes sociales y los nuevos medios.

No sé nada de ti, Lisbeth, desde 2007, cuando desapareciste para siempre. Te imagino cada verano en la costa de Cádiz, aunque mantengas la residencia en Gibraltar. Seguro que tú sigues entrando y saliendo de los ordenadores y las tabletas con la misma facilidad. He sentido la necesidad de escribirte: sé que cuando quieras, podrás acceder a mis pantallas.

Parece que, desde tu marcha, se han precipitado los acontecimientos. Tenías razón. El poder político está hecho un asco. La crisis es resultado de la falta de legitimidad (gobiernos sordos, aislados en sus mayorías), de eficiencia (la incapacidad para entender el trilema de la globalización) o de identidad (ese fantasma que recorre Europa). Pero lo que nos está matando es la impunidad: no vemos justicia con quienes se han enriquecido sin escrúpulos o quienes han abusado de su poder real. Ante este panorama, la confianza en las instituciones se ha desvanecido. No hay república o monarquía que aguante tal sucesión de golpes, aunque el sistema sobrevive.

Esa política está muerta. Está repleta de ideas y conceptos zombis, que mantienen el nombre pero carecen de significado y contenido. Pero no seas cínica. Hay esperanza. En los márgenes, hemos descubierto un espacio para la acción política que suplementa los poderes de la democracia parlamentaria. Las personas hemos sido capaces de conectar a través de las tecnologías y crear una suerte de acción voluntaria coordinada. Pensábamos que solo las empresas o los partidos políticos podían organizarse, pero de repente hemos descubierto que no es así. Te encantaría ver cómo las tecnologías se han simplificado al tiempo que ha crecido el grado de complejidad social: todo el mundo tiene un teléfono inteligente en la mano y podemos participar de la nueva ola de movimientos sociales. Los partidos y las organizaciones sociales convencionales remolonean como niños pequeños, pero la demanda de gobierno abierto y transparencia es imparable.

A través de las redes y de los nuevos medios, ha emergido la sociedad civil global. Hemos tenido algunos éxitos notables. En el norte de África, las personas han influido directamente en la irrupción de un nuevo sistema político. Te hubiera encantado conocer a Wael Ghonin, el ejecutivo de Google Egipto que devolvió la conexión a los manifestantes de la Plaza Tahir. En España, Podemos es un partido que no es un partido, que te puedes afiliar con un correo electrónico y que emplea apps para organizar sus congresos, que tampoco son congresos, sino círculos. En México, #Yamecansé ha visibilizado la falta de seguridad ciudad ante acontecimientos como los de Ayotzinapa. En Brasil, la juventud se ha cansado del buenismo. En Iberoamérica, estamos ante el principio de un gran cambio, ya verás. Hasta en sociedades cerradas, los gobiernos se plantean cómo afrontar el reto. En Irán, vimos qué pasó con Neda. Y en China, la segregación del Internet que conocemos es un hecho. Los sucesos de Hong Kong acelerarán esa renacionalización del espacio digital. Ya verás cómo los movimientos sociales lideran la agenda en los próximos cinco años.

Twitter y Facebook han demostrado su capacidad para poner en contacto a ciudadanos con inquietudes. Y esto no lo han entendido los poderes convencionales, enamorados de sus estrategias y su inteligencia de la Guerra Fría. Sonroja leer cables de Wikileaks que informan sobre el enriquecimiento y las actividades de las elites corruptas, pero que revelan poco sobre los cambios sociales o cómo apoyar los procesos democratizadores. Más vergüenza aún da que el jefe de la CIA no sepa enviar un correo privado sin que le pillen o que la democracia de los padres fundadores espíe sin control los teléfonos de sus aliados. Otros continúan escribiendo que la revolución no será tuiteada.

Claro que veo el discurso de la contrarreforma. Cada día leo que hay que volver a las esencias de la democracia parlamentaria, que las constituciones son dogma de fe, que los movimientos sociales están llenos de anarcoides y otras pamplinas parecidas. Poco importa. La estructura política y financiera mantiene el monopolio de la construcción de los significados en los medios de comunicación, pero ha perdido el paso en Internet y los nuevos medios. Y les da pavor. Por eso quieren leyes restrictivas como la SOPA o sugieren la privatización del ICANN.

Los movimientos sociales son reales. Los clicks y los tuits, también. Las acampadas en las plazas urbanas y en las virtuales han conseguido romper la agenda informativa y escribir en ella nuevos problemas y soluciones. Los individuos sí pueden organizarse y presentar sus reformas fuera del cauce habitual con algunas posibilidades de éxito.

Hemos sido capaces de imaginar un futuro mejor para las nuevas generaciones y reprogramar algunas de esas instituciones políticas decadentes. Las competencias digitales ya no son exclusivas de geeks y periodistas. Tenemos la capacidad tecnológica y las redes de conexión, tenemos la emoción de un proyecto común y tenemos la fuerza del movimiento. Queremos acabar con la impunidad y dotarnos de un sistema político adecuados a los nuevos tiempos, una suerte de Transición 2.0.

Por eso, querida Lisbeth, te pido que vuelvas. El activismo te necesita para completar lo que empezamos en 2007. Que a la indignación y la impunidad le siga la esperanza. Que a la opacidad le gane la transparencia. Que al pasado le gane el futuro.