El Quijote no sólo fue, hace 400 años, un libro
innovador desde el punto
de vista literario, sino que Cervantes también se adelantó a
su época en su defensa de la tolerancia y la multiculturalidad. Frente
a lecturas tradicionalistas, la obra del genio de las letras renace como el
mejor antídoto contra el choque de
civilizaciones de Samuel Huntington.
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La celebración del tercer centenario del Quijote, en 1905, consagró una
lectura nacionalista de la obra que contribuiría a dejar en la penumbra,
entre otros múltiples aspectos, la aproximación de Cervantes
al islam. Aunque la tendencia más constante entre los escritores españoles
que, como Unamuno o Maeztu, respaldaron aquella conmemoración fue la
de menospreciar al autor de la novela frente a sus propias criaturas (la de
declararse quijotistas antes que cervantistas), no resulta raro encontrar en
sus trabajos alguna referencia encomiástica a la participación
de Cervantes en la batalla de Lepanto (1571) y al hecho de haber perdido la
mano izquierda en el curso del combate contra los turcos.
Junto a estos someros datos biográficos, citados de pasada y casi siempre
para avalar la condición de España como baluarte de la cristiandad,
alguna mención a su cautiverio de cinco años en Argel (en aquel
momento parte del Imperio Otomano), apresado por corsarios berberiscos, cerraría
el breve capítulo dedicado al autor en la fecha en la que se cumplían
300 años de la aparición, no propiamente de la más universal
de sus obras, sino tan sólo de su primera parte.
Investigaciones y estudios posteriores, en particular los emprendidos por
Américo Castro con la publicación de El
pensamiento de Cervantes,
en 1925, vinieron a poner de manifiesto que la relación del autor del
Quijote con el islam y la consecuente reflexión sobre el problema religioso,
dentro y fuera de España, constituían un material sustantivo
de su creación artística. Castro, en efecto, destacó la
filiación erasmista de Cervantes, presente tanto en el fondo como en
la ejecución formal de la novela. Al igual que el autor del Elogio
de la locura, Cervantes se refiere con ironía a los ritos eclesiásticos
que han llegado a ocupar el lugar de la fe a la hora de juzgar la religiosidad,
y no duda en realizar permanentes guiños al lector sobre la materia.
Reconstruyendo el contexto histórico en el que apareció el El
ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, y evocando la impresión
que determinados episodios y la manera de tratarlos suscitarían en el ánimo
de quienes -contemporáneos de Cervantes- se reunían
para escuchar las extravagantes aventuras de un hidalgo enloquecido y su escudero,
resulta difícil imaginar que pudiera pasar desapercibida la audacia
con la que el autor bordea el precipicio al enumerar lo que Don Quijote come
en los días santos de los tres credos conocidos en la Península.
O la carga de irreverente ironía de la que hace muestra al comparar
un cambio de albarda entre dos mulos con ...
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