A bombo y platillo se anuncia la presidencia española de la Unión Europea para el próximo semestre. El ministerio de Asuntos Exteriores moviliza a sus embajadas como si se tratase de una épica misión diplomática que tuviese que cambiar el mundo. Aquí en el tan tranquilo y llevado Mediterráneo, mar de conflictos permanentes, algunos envejecidos por el fluir del tiempo como el palestino-israelí, otros más recientes como las consecuencias regionales de la podredumbre iraquí con el enfrentamiento entre suníes y chiíes, o las ramificaciones del forcejeo nuclear de Irán con Occidente, por no hablar del estancamiento político libanés, no por habitual menos peligroso; pero que también como se insiste infatigablemente en Europa de diálogos y alianzas de civilizaciones, se extiende el campo de operaciones, más esperado para los esfuerzos de buena voluntad y de pacificación, que esperan nuestros diplomáticos poder acometer.

La situación general de estos conflictos del Próximo y Medio Oriente, sobre los que hubo prematuras ilusiones en Occidente, siempre impaciente de conseguir una paz impuesta a cualquier precio sobre los vencidos, de que la nueva Administración Obama, a la vanguardia de todas las demás iniciativas internacionales, ha empeorado o bien se encuentra en un estancamiento preocupante. Más allá de todas las diferencias en los casos específicos de Afganistán, Irak o Palestina, hay un hecho que nos empeñamos en ignorar, por lo menos reducir su importancia, y es que la resistencia armada contra las tropas extranjeras de ocupación no se acabará hasta su retirada.

No sé cuál podría ser la barita mágica que España pueda utilizar, ni en Afganistán, donde pese a todos los fracasos, EE UU y sus aliados de la OTAN siguen apoyando al corrupto presidente Karzai, ni en Irak que sucumbe cada vez más a la arraigada violencia, ni mucho menos en el conflicto palestino-israelí, coto cerrado indiscutiblemente desde hace décadas de la primera potencia mundial, porque en todos estos temas, pese a ciertos matices, sigue las pautas marcadas por la Administración estadounidense.

El Proceso de Barcelona de 1995, a cuyo deslucido décimo aniversario asistí, fue un fracaso. Aquella iniciativa surgida de la Conferencia de paz de Oriente Medio de Madrid (1991), había suscitado también muchas ilusiones.

Estos ambiciosos proyectos se estrellan, una y otra vez, ante el escollo palestino-israelí. El nuevo Gobierno de Netanyahu ha dejado bien sentado que la reanudación de las negociaciones con los palestinos se aplaza ad calendas graecas.

En estos años, desde el Proceso de Barcelona se han agravado las diferencias entre las dos orillas, han surgido nuevos conflictos. Los dirigentes, los intelectuales, los habitantes de los países árabes soñaban con que la UE pudiese ejercer de contrapeso a la hegemonía estadounidense. La percepción de los árabes es que Europa sólo está interesada por las cuestiones de su propia seguridad, por el impacto de la emigración procedente del sur, por las leyes del mercado. ¿Quién cree en los milagros de la polémica Unión del Mediterráneo, marca Sarkozy, que en julio de 2008 lanzó al mundo? De todas formas este ámbito euromediterráneo es el único en que se suscitan y fomentan debates, se elaboran y ejecutan proyectos entre pueblos de ambas riberas. La sede de la secretaría de la Unión del Mediterráneo en Barcelona, ha estimulado el ansia de protagonismo español. Pero este órgano es, sobre todo, un símbolo, más que un poder efectivo. A mí me preocupa, especialmente, la aventura del contingente español de la FINUL, las tropas de la ONU destacadas en el sur de Líbano, porque al principio de 2010 coincidiendo con la presidencia española de la Unión Europea, debe ser su general, el comandante en jefe de todas las fuerzas integrantes de este Ejército multinacional.

Su programada designación ya provocó una reacción hostil del Gobierno de Israel que prefería la ampliación del mandato del general italiano Graziano. En los últimos meses, la FINUL se ha visto atrapada en la guerra secreta de los servicios de inteligencia que se libra entre Israel y Hezbolá, y ha sido objeto de críticas por su actuación por uno y otro bando.

España ha sido hasta ahora, y pese al culpable error del anterior Ejecutivo de enviar tropas al ocupado Irak, un país inocente entre estos pueblos. Este es nuestro tesoro que hay que preservar. La catastrófica decisión de aquel Gobierno, provocó una hecatombe en la península. Hay que evitar empantanarse en las imprevisibles, movedizas tierras laberínticas libanesas. No es que Líbano sea Irak, pero lo que es indiscutible es que, por arte de birlibirloque, con la presencia de una reforzada FINUL, aunque sin un mandato contundente, vayan a resolverse los complejos problemas que se arrastran desde hace más de medio siglo en esta región del sur. ¿Cómo van a desaparecer, de un plumazo, los intereses, las injerencias de Israel, Siria, Irán, los grupúsculos palestinos irredentos, en esta población chií en la que está muy arraigada Hezbolá? Una pequeña zona de gran valor estratégico que desborda su superficie, convertida desde hace años, en palestra de conflictos de Oriente Medio. No hay que olvidar que en esta inestable situación repercuten los problemas de Palestina, de Irán, en esta frágil república.

España ha querido asumir los riesgos de su participación en la FINUL, en aras de su europeísmo, de su compromiso con la paz. En el edulcorado lenguaje de los diplomáticos se trata de aprovechar “una ventana para la paz”, esta pequeña esperanza para actuar con la fuerza, atribuida por la legalidad internacional. Oriente Medio, a diferencia del Magreb, no ha sido una zona de influencia ni política ni económica ni cultural de España. Y no va a serlo porque se hayan enviado fuerzas expedicionarias en una pregonada misión de paz, en el terreno cada vez más comprometido por la división interna libanesa. Además -es un secreto de polichinela- todo el mundo sabe que no se cumplía la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que pide el desarme de Hezbolá. Más que con anhelos de protagonismo, hay que actuar con modesta prudencia en estos pueblos del Mediterráneo Oriental.

 

Más que con anhelos de protagonismo, hay que actuar con cautela en Oriente Medio.