Dancing in the Glory of Monsters. The collapse of the Congo and the great war of Africa
Jason K. Stearns
380 páginas
Public Affairs, New York, 2012

En el prólogo de Dancing in the Glory of Monsters, el politólogo y escritor estadounidense Jason K. Stearns explica que su obra nació con la intención de combatir el reduccionismo que suele afectar a muchas de las narrativas que tratan de explicar la historia de la República Democrática del Congo: “la tendencia a reducir el conflicto a una obra del teatro Kabuki con señores de la guerra salvajes, codiciosos hombres de negocios, y víctimas inocentes. Para algunos, la guerra puede explicarse en base a la intervención ruandesa, para otros mediante la codicia occidental sobre las materias primas”. Stearns afirma que no cree que el conflicto congoleño pueda encajar en ninguno de los estereotipos: “No creo en una Teoría Unificada sobre la Guerra del Congo, porque no existe algo semejante”.

Cuando el pasado noviembre la guerrilla M-23 tomaba la ciudad congolesa de Goma, estratégica capital de la región del Kivu Norte, en el este país, los medios internacionales volvieron a ocuparse de los conflictos en el Congo, que en los últimos veinte años ha visto el desarrollo de dos grandes guerras y de innumerables pequeños conflictos que forzaron el desplazamiento varios cientos de miles de personas y que habrían causado hasta cinco millones de muertos. A pesar de las magnitudes del desastre, las guerras en el Congo se podrían catalogar dentro de la lista de conflictos olvidados.

Un miembro de la guerrilla M23 en la ciudad de Goma al este de República Democrática del Congo, diciembre de 2012.
AFP/ Getty Images

La actividad de la guerrilla del M-23 (cuyo nombre hace referencia a los acuerdos de paz firmados el 23 de marzo de 2009 entre las autoridades de Kinsasha y los líderes de la guerrilla tutsi CNDP, liderada hasta su captura en enero de ese mismo año por Laurent Nkunda) volvía a reavivar muchos de los problemas que durante años afectaron al este del gran país africano: entre otros, el difícil acomodo de la población tutsi congoleña, la injerencia de las autoridades ruandesas, la acción de las milicias hutus huidas de Ruanda tras el genocidio, la pasividad internacional y la lucha por el lucrativo control de las minas de los denominados minerales de sangre y de las rutas que permiten el comercio ilegal de madera.

Jason K. Stearns dedicó buena parte de sus casi diez años trabajando en el Congo para distintas ONG y para la ONU a investigar las raíces históricas de los conflictos que han impedido la consolidación de un Estado viable en el Congo. En su libro, habla de los conflictos que afectaron a todas las regiones del país en las últimas décadas –desde Katanga hasta los Kivus– aunque se detiene particularmente en explicar la evolución de los conflictos que han devastado periódicamente el este del país, en especial desde el genocidio ruandés de 1994.

Escribir sobre el Congo no es tarea fácil. Uno de los méritos de Stearns consiste en no simplificar la tarea y en reconocer la complejidad del tema que aborda: “Como las capas de una cebolla, la Guerra del Congo contiene guerras dentro de otras guerras. No hubo una Guerra del Congo, y ni siquiera dos, sino al menos cuarenta o cincuenta distintas guerras interconectadas. Conflictos locales alimentan conflictos regionales e internacionales y viceversa”. En uno de sus viajes a Estados Unidos tras pasar una temporada en el Congo, el autor lee al filósofo británico Thomas Hobbes. Su obra Leviatán se publicó tres años después de que hubiese terminado la Guerra de los Treinta Años, un conflicto que nubló el horizonte de buena parte de Europa. El pensamiento político de Hobbes estuvo altamente influenciado por las repercusiones de aquel conflicto. En realidad y a pesar de su nombre, la Guerra de los Treinta años consistió en una multitud de conflictos basados en la religión, los recursos económicos y los equilibrios geopolíticos. Combatieron tanto ejércitos regulares como mercenarios pagados en gran parte con los botines que pudieran obtener en los territorios conquistados. Para Stearns, aquella Europa resulta equiparable, en ciertos aspectos, al Congo de las últimas décadas. Al hilo de la lectura de Hobbes, Stearns rescata una frase latina que los historiadores clásicos usaban para referirse a la guerra: bellum se ipsum alet. Es decir, la guerra se alimenta a sí misma: “Este es un concepto que muchos comandantes congoleños entenderían”, afirma Stearns.

Para tratar de explicarnos toda esa complejidad, el autor de Dancing in the Glory of Monstersopta por combinar en su libro las descripciones de los hechos históricos, basadas en sus investigaciones académicas, con las entrevistas personales que realizó a algunos de los protagonistas –y algunas de las víctimas– de los conflictos que se registraron en el país desde 1993. Esta combinación de narración histórica y reportajes que completan –y complementan– a la árida narrativa historiográfica de datos, cifras y fechas hace que la lectura de este librosea fluida, al tiempo que permite una comprensión del pasado reciente del Congo mucho más completa de la que se lograría si el autor se hubiese limitado a ofrecernos una obra histórica al uso.  Por su envergadura Dancing in the Glory of Monsters debería convertirse en un libro de referencia para entender las guerras en el Congo.

La obsesión de Stearns es conseguir que el lector asuma que todas las historias que se han contado hasta la náusea sobre las guerras del Congo –masacres, violaciones como arma de guerra, genocidios, uso de niños soldados, etcétera– sin dejar de ser ciertas no agotan las explicaciones para entender por qué el país ha estado en guerra durante lustros. Detrás de muchas masacres y del desplazamiento de miles de personas se encuentran razones políticas y económicas que es necesario entender, concluye Stearns, si la comunidad internacional y las organizaciones gubernamentales que invierten cada año millones de dólares en el país quieren ayudar a los congoleños a mejorar sus instituciones. La estabilidad de la zona central del continente africano depende en buena medida de la estabilidad en el Congo. Algo que saben, entre otros, los actores internacionales que han llevado a cabo injerencias en el país. Como escribió Frantz Fanon hace más de cincuenta años: “África tiene la forma de una pistola, y el Congo es el gatillo”.

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