Tras confirmarse las sospechas sobre la política masiva de espionaje, Estados Unidos continúa ganándose la desconfianza de sus amigos.
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Beermedia/Fotolia
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Una de las peores consecuencias para Estados Unidos de la invasión de Irak, la cárcel de Guantánamo y la guerra sucia contra el terrorismo fue la ruptura de una ola de apoyo internacional casi incondicional: hasta aquellas decisiones, el mundo se había volcado con Washington en sus medidas antiterroristas. A partir de entonces, se crearon dos polos diferenciados entre sus aliados: los que miraban a los estadounidenses con recelo y se hacían eco de una ciudadanía decepcionada con el antiguo garante de la democracia; y los que decidieron seguirle hasta el final en su guerra contra el terror.
Aquella desconfianza persistía tras el arranque de la segunda legislatura de Barack Obama, pero se había amortiguado. Ahora, sin embargo, el mundo ha sabido (para algunos analistas, simplemente confirmado) que Estados Unidos espía de forma sistemática y masiva. Durante períodos de tensión bélica como el de la guerra fría, el espionaje dirigido contra personajes de importancia (políticos, agentes dobles o militares) del enemigo estaba asumido. Pero lo que ha saltado ahora a los medios es otra cosa: que se espía con intensidad a ciudadano...
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