Un maremoto gris inunda el planeta, y no sólo donde sería de esperar. ¿Cómo es posible que el mundo haya envejecido tanto y tan deprisa?

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“El mundo se enfrenta a una explosión demográfica”

Sí, pero de ancianos. No hace tanto tiempo que nos avisaban de que el aumento de la población global iba a provocar una hambruna inevitable. Como escribió Paul Ehrlich en su apocalíptico best seller de 1968, La explosión demográfica, “En 70 y 80, cientos de millones de personas morirán de hambre pese a cualquier programa de choque que se emprenda en estos momentos. A estas alturas, nada puede evitar ya un incremento sustancial del índice de mortalidad mundial”. Por supuesto, el holocausto que preveía Ehrlich, que suponía que el baby boom de los 70 iba a continuar hasta que el planeta sufriera una hambruna generalizada, no ocurrió. Por el contrario, la tasa de crecimiento de la población bajó del 2% a mediados de los 70 más o menos la mitad hoy, y muchos países han dejado de tener suficientes nacimientos para evitar la disminución de la población. La principal preocupación de los demógrafos ya no es que haya demasiada gente en el planeta; es que haya demasiado poca.

Es verdad que la población global en su conjunto crecerá aproximadamente un tercio durante los próximos 40 años, de 6.900 millones a 9.100 millones, según la División de Población de la ONU. Pero será un aumento muy distinto a los anteriores, impulsado no por las tasas de natalidad, que han caído en todo el mundo, sino por el incremento en la cifra de ancianos. Se prevé que el número de niños menores de cinco años disminuya en 49 millones de aquí a mediados de siglo y que la cantidad de personas mayores de 60 aumente en 1.200 millones. ¿Cómo es posible que el planeta se haya vuelto tan gris y tan deprisa?

Una razón es que hay más personas que viven hasta una edad avanzada. Pero igualmente importante es la enorme cantidad de personas que nacieron en las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos y Europa occidental experimentaron unos aumentos espectaculares de la natalidad durante la segunda mitad de los años 40 y 50, cuando los veteranos que volvían del frente recuperaron el tiempo perdido. En los 60 y 70, hubo un baby boom en gran parte del mundo en vías de desarrollo, pero por otro motivo: la tremenda disminución de la mortalidad neonatal e infantil. Ahora, a medida que todas esas generaciones envejezcan, crearán una explosión demográfica de ancianos. En Occidente estamos viendo ya un gran incremento de la población mayor de 60; dentro de otros 20 años, veremos una explosión de los mayores de 80. Y el resto del planeta, en su mayoría, seguirá el mismo rumbo durante las próximas décadas.

Al final, los últimos ecos del baby boom global se desvanecerán. Y entonces, debido a la reducción continua de los índices de natalidad, el mundo se enfrentará a la perspectiva de que el número de seres humanos disminuya tan rápido o más de lo que había crecido antes. La población de Rusia está ya siete millones por debajo de la de 1991. En cuanto a Japón, un experto ha calculado que el último bebé nipón nacerá en el año 2959, suponiendo que el bajo índice de fecundidad del país, 1,25 niños por mujer, permanezca inmutable. Las jóvenes austriacas dicen en las encuestas que su tamaño ideal de familia es menos de dos niños, suficiente para su recambio pero no para el de sus parejas. Existe un 50% de posibilidades de que la población global empiece a disminuir en 2070, según un estudio reciente publicado en la revista científica Nature. En 2150, según una proyección de la ONU, la población mundial podría ser la mitad que hoy.

Puede parecer una perspectiva apetecible: menos tráfico, más sitio en la playa, más facilidad para entrar en la universidad… Pero cuidado con lo que se desea.

 

“El envejecimiento es un problema de los países ricos”

No. En otro tiempo, los demógrafos creían -de acuerdo con una larga tradición de pensadores de la Antigüedad, desde Tácito y Cicerón en Roma hasta Ibn Jaldún en el mundo árabe medieval- que el envejecimiento y el declive de la población eran características exclusivas de países civilizados que habían alcanzado un alto nivel de opulencia. El nieto de Charles Darwin, reflexionando sobre el destino de Roma, lamentaba la existencia de una pauta que observaba a lo largo de la historia: “¿Acaso la civilización debe llevar siempre a limitar las familias, con la decadencia consiguiente, y luego a la sustitución por elementos bárbaros, que después acaban viviendo la misma experiencia?”

Hoy, sin embargo, vemos que los índices de natalidad están por debajo de la tasa de recambio incluso en países nada opulentos. Lo que los expertos llaman la “fertilidad por debajo del recambio”, que apareció en primer lugar en Escandinavia en los 70, se extendió con rapidez al resto de Europa, Rusia, la mayor parte de Asia, gran parte de Suramérica, el Caribe, el sur de India e incluso lugares de Oriente Medio cono Líbano, Marruecos e Irán. De los 59 países en los que en la actualidad nacen menos niños de los necesarios para sostener sus poblaciones, 18 están entre los que la ONU considera “en vías de desarrollo”, es decir, no son ricos.

En realidad, la mayoría de los países en vías de desarrollo están experimentando un envejecimiento de la población sin precedentes. Pensemos en Irán. A finales de los 70, la mujer iraní media tenía casi siete hijos. Hoy, por motivos que no acaban de entenderse, no tiene más que 1,74, muy por debajo de los 2,1 hijos necesarios para sostener una población a largo plazo. En consecuencia, está previsto que, entre 2010 y 2050, el número de ciudadanos mayores de 60 años en la república islámica pase de ser el 7,1% al 28,1%. Muy por encima de la proporción que constituyen las personas mayores de 60 en Europa occidental y aproximadamente igual que el porcentaje previsto para la mayoría de los Estados del norte de Europa en 2050. Ahora bien, a diferencia de Europa occidental, Irán y muchos otros países que están experimentando ese hiperenvejecimiento -desde Cuba hasta Croacia, desde Líbano hasta las Islas de Wallis y Futuna- no van a tener seguramente la oportunidad de ser ricos antes de ser viejos.

Un factor que influye es la urbanización; hoy en día, más de la mitad de la población global vive en ciudades, donde los hijos son una costosa carga económica, no unas manos más para ayudar a labrar los campos o cuidar el ganado. Otras dos razones que suelen mencionarse son el aumento de las oportunidades de trabajo para las mujeres y la existencia creciente de pensiones y otras ayudas financieras a los mayores que no dependen de que haya muchos hijos para costear la jubilación.

Curiosamente, este envejecimiento del planeta no es, en absoluto, consecuencia exclusiva de los programas dirigidos al control de la población. Porque, aunque existen países como India, que adoptó el control demográfico hasta el punto de imponer programas de esterilización forzosa en los 70  y cuyos índices de natalidad, como consecuencia, disminuyeron de forma radical, existen también ejemplos de lo contrario como Brasil, donde el Gobierno nunca fomentó la planificación familiar, y, sin embargo, el número de nacimientos descendió aún más. ¿Por qué? En ambos países, y en otros, el factor fundamental parece ser el cambio cultural: la televisión, más que los decretos oficiales. En Brasil, la caja tonta se implantó poco a poco, provincia tras provincia, y, en cada nueva región a la que llegaba, la natalidad se desplomaba poco después. (Pueden ustedes discutir si era por lo que emitía la televisión brasileña -sobre todo culebrones llenos de gente rica pegándose la gran vida- o simplemente porque en muchos dormitorios empezó a haber un televisor encendido todas las noches).

 

“Occidente está condenado a la decadencia por la demografía”

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Tal vez. Pero el panorama es todavía peor para Asia. Quienes predicen un siglo asiático no se han hecho a la idea de que la región se aproxima a una era de hiperenvejecimiento. Japón, cuya década perdida comenzó justo cuando su mano de obra empezó a disminuir, a finales de los 80, ya no es una excepción, sino un adelantado de la demografía del continente. Corea del Sur y Taiwan, que tienen unos índices de natalidad de los más bajos del mundo, van a empezar a perder población de aquí a 15 años. El Gobierno de Singapur está tan preocupado por la escasez de nacimientos que, además de ofrecer a las nuevas madres un cheque bebé de unos 3.000 dólares (unos 2.200 euros) para el primer o segundo hijo y unos 4.500 para el tercer o el cuarto, permiso de maternidad remunerado y otros incentivos, ha empezado a incluso patrocinar encuentros de speed dating (citas rápidas).

Por ahora, China sigue disfrutando los beneficios económicos asociados a la primera fase del descenso de la natalidad, cuando una sociedad tiene menos hijos a los que mantener y más mano de obra femenina disponible. Pero, con su estricta política de un solo hijo y su bajísimo índice de nacimientos, está convirtiéndose a toda velocidad en lo que se llama una sociedad “4-2-1”, en la que un solo hijo tiene que responsabilizarse de mantener a dos padres y cuatro abuelos.

Además, en los próximos decenios, Asia sufrirá una escasez crónica de mujeres que puede dejar a la región más poblada de la Tierra con un desequilibrio entre la proporción de hombres y mujeres similar al del Viejo Oeste norteamericano. Debido a los abortos selectivos, China tiene aproximadamente un 16% más de niños que de niñas, y muchos predicen que eso degenerará en una situación de inestabilidad a medida que decenas de millones de hombres incasables encuentren otras salidas para su libido. India tiene un desequilibrio entre sexos muy similar, y además una diferencia importante de índices de natalidad entre los Estados del sur (fundamentalmente hindúes) y los del norte (más musulmanes), que podría contribuir a las tensiones étnicas.

Ninguna sociedad ha experimentado jamás un envejecimiento de la población tan veloz -ni un desequilibrio entre las proporciones de hombres y mujeres- como el que se ve hoy en toda Asia. Por tanto, no podemos basarnos en la historia para predecir su futuro. Ahora bien, podemos decir sin temor a equivocarnos que ninguna otra región de la Tierra se enfrenta a unos retos demográficos mayores.

 

“Los viejos trabajarán más tiempo”

Pero sólo si tienen buena salud. Y eso es bastante dudoso. En Estados Unidos, cada vez hay más personas de mediana edad que utilizan bastones, andadores y sillas de ruedas. El gigante de distribución Walmart tiene tantos clientes con dificultades motoras que ha sustituido muchos de sus carros de la compra por motos eléctricas que permiten a los compradores recorrer sentados los pasillos. Y esas imágenes se reflejan en las estadísticas, que muestran que, por primera vez desde que se empezó a documentar este tipo de datos, los índices de discapacidad en los estadounidenses de mediana edad han empezado a empeorar.

Según un reciente estudio del think tank Rand Corporation publicado en la revista Health Affairs, más del 40% de los estadounidenses entre 50 y 64 años tienen dificultades para llevar a cabo actividades corrientes de la vida cotidiana como andar 400 metros o subir 10 escalones sin descansar; un aumento considerable respecto a hace sólo 10 años. Dado este declive de las condiciones físicas en esa franja edad, es de prever que la próxima generación de ancianos esté mucho más incapacitada que la actual.

No ocurre sólo en EE UU. La obesidad y el estilo de vida sedentario están extendiéndose a todo el mundo. Entre 1995 y 2000, el número de adultos obesos en el planeta pasó de 200 millones a 300 millones, y 115 millones vivían en países en vías de desarrollo. Las cadenas de comida rápida como McDonald’s y KFC abren franquicias sin cesar desde Chile hasta China, a la vez que la gente pasa cada vez más tiempo en su automóvil y sentada delante de televisores planos y pantallas de ordenador. Se calcula que hay más de 1.000 millones de personas con sobrepeso en el planeta, lo cual significa una pandemia de enfermedades crónicas como la diabetes o los trastornos cardiacos.

Desde luego, los países pueden hacer muchas más cosas para ayudar a que la gente envejezca bien y para animarla a seguir trabajando. Un informe reciente de la Comisión Europea, por ejemplo, señala que aumentar la oferta de empleo a tiempo parcial no sólo contribuiría a retrasar la jubilación sino que podría ayudar a aumentar los índices de natalidad, al facilitar la tarea de compaginar trabajo y vida familiar. Promover unas dietas más sanas alargaría enormemente la esperanza de vida, igual que construir o conservar comunidades en las que sea posible hacer todo a pie. Pero existe un límite al número de ancianos que podrá estar en suficiente buena forma, mental o física, para competir en la economía mundial de los próximos 20 años.

Estas tendencias contradicen el argumento, muy extendido hoy en el mundo, de que la edad de jubilación debe aumentar. La mejora de la esperanza de vida en edades avanzadas es muy modesta y tiende ya a cero, pero, además, la proporción de personas con discapacidades está aumentando hasta el punto de que a muchos trabajadores de edad avanzada les costaría mucho ejercer su tarea aunque tuvieran los conocimientos profesionales que exige una economía moderna. Esto explica paradojas como el hecho de que los empresarios estadounidenses afirmen que es prácticamente imposible encontrar los ingenieros que necesitan al mismo tiempo que la tasa de desempleo en esta profesión sigue siendo extraordinariamente elevada. Cuanto más evoluciona y más complejidad tecnológica adquiere una sociedad, más rápido se quedan los conocimientos profesionales -y, por desgracia, los trabajadores mayores- obsoletos.

 

“Un mundo de ancianos será más pacífico”

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No necesariamente. Algunos especialistas en estrategia, como Mark L. Haas, dicen que se aproxima una “paz geriátrica”. Su argumento es el siguiente: en un mundo de familias con un solo hijo, la resistencia popular al servicio militar obligatorio aumentaría, a medida que disminuya la tolerancia de las bajas militares. El aumento del coste de las pensiones y la sanidad haría cada vez más difícil el mantenimiento de concentraciones de tropas. Además, las sociedades dominadas por ciudadanos de mediana y avanzada edad pueden ser más reacias a correr riesgos, estar más preocupadas por cuestiones prácticas e internas como el crimen y la seguridad tras la jubilación y menos dispuestas a adherirse a ideologías violentas. Suele mencionarse Japón como ejemplo de país que se ha vuelto más estable y pacífico a medida que envejecía. Europa Occidental sufrió numerosos disturbios cuando su famosa generación del 68 era joven, pero, a medida que los miembros del baby boom de posguerra han envejecido y han tenido pocos hijos, los programas políticos y sociales europeos se han hecho mucho menos radicales.

Sin embargo, esta hipótesis tan optimista tiene varios problemas. Para empezar, hasta los países que están envejeciendo con rapidez pueden tener, paradójicamente, unas bolsas de juventud, con todas las consecuencias sociales correspondientes, como más violencia y dislocación económica. Pensemos en Irán. En 2020, el número de iraníes entre 15 y 24 años habrá descendido un 34% respecto a 2005, según la División de Población de la ONU. Es, en gran parte, un reflejo de la grave crisis de la economía del país tras la revolución de 1979, así como del hecho de que el régimen clerical aceptara los métodos anticonceptivos. Pero entre 2020 y 2035 el número volverá a aumentar en un 34%, aunque los índices de natalidad sigan descendiendo. ¿Por qué? En la actualidad existe una proporción muy elevada de mujeres iraníes en edad fértil, lo cual significa que, a pesar de que tienen menos hijos que sus madres -no los suficientes para sostener a la población a largo plazo-, todavía pueden crear un nuevo baby boom temporal que sea un eco del anterior.

Muchos otros países musulmanes, desde Libia hasta Pakistán, experimentarán también enormes oscilaciones en su población juvenil. Las repúblicas de Asia Central, en su mayoría, tendrán ecos del baby boom en la década de 2020. Estos Estados de independencia reciente, campos de batalla tradicionales de las grandes potencias, desde los mongoles y los persas hasta los rusos y los británicos, ahora vuelven a ser objeto de rivalidades geopolíticas debido a sus reservas de gas natural y petróleo. Lo mismo ocurre con dos de los países más volátiles de Latinoamérica, Perú y Venezuela.

No es sólo una cuestión de cifras. Como sugieren los capítulos más oscuros de la historia europea reciente, el paso del crecimiento al declive demográfico puede ser desestabilizador y peligroso. La ideología fascista en Europa tuvo grandes influencias de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, The Rising Tide of Color Against White World-Supremacy de Lothrop Stoddard y los textos de otros eugenistas obsesionados con el declive demográfico de los arios.

Ahora, cuando los horrores del fascismo están empezando a desaparecer de la memoria viva, una nueva generación de europeos vuelve a sentirse acosada demográficamente, en esta ocasión por la llegada de los inmigrantes musulmanes. También es el miedo al declive demográfico lo que alimenta la reaparición del nacionalismo hindú en India y contribuye en EE UU a la reacción contra los inmigrantes y la controversia sobre la construcción de la mezquita de la Zona Cero, cerca del lugar de la tragedia del 11-S.

Durante los próximos decenios, los ecos del baby boom producirán bolsas de juventud en muchos lugares problemáticos del mundo, mientras que gran parte de los habitantes de los países desarrollados entrará en la franja de edad avanzada. Es una receta para el máximo peligro demográfico, advierten Neil Howe y Richard Jackson, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. Si creen que la próxima década tiene malas perspectivas, prepárense para la de 2020.

 

“Un mundo gris será un mundo más pobre”

Sólo si no hacemos nada. La relación entre la riqueza de una sociedad y su composición demográfica es cíclica. Al principio, cuando la fertilidad desciende y la mano de obra envejece, hay una proporción menor de niños a los que criar y educar. Eso es positivo: deja a las mujeres libres para incorporarse a la economía formal y permite hacer mayores inversiones en la educación de los niños que sigue habiendo, dos factores que estimulan el desarrollo económico. Japón vivió esta fase en los 60 y 70, y los demás países asiáticos poco después. China está experimentándola hoy.

Sin embargo, el panorama empeora después. Con el tiempo, los bajos índices de natalidad no sólo producen menos niños sino también menos personas en edad laboral, precisamente cuando se dispara el porcentaje de personas mayores dependientes. Esto quiere decir que el envejecimiento puede muy bien pasar de estimular la economía a deprimirla. Menos adultos jóvenes significan menos gente que necesita comprar nuevas viviendas, nuevos muebles, etc., así como menos individuos dispuestos a asumir riesgos y mostrar espíritu emprendedor. A los trabajadores mayores les interesa más proteger los puestos de trabajo existentes que crear nuevas empresas. Los esfuerzos desesperados para sostener el consumo y los valores de la vivienda pueden desembocar en un flujo cada vez mayor de capitales hacia el incremento de los créditos al consumo y, por consiguiente, crear burbujas financieras que inevitablemente acabarán estallando (¿les suena?).

En otras palabras, un planeta que envejece de forma indefinida no tiene más remedio que acabar teniendo problemas. Pero la natalidad no tiene por qué disminuir sin remedio. Una solución es la que podría llamarse la vía sueca: una amplia intervención del Estado para mitigar las tensiones entre el trabajo y la vida familiar con el fin de permitir a las mujeres que tengan más hijos sin sufrir grandes reveses económicos. Sin embargo, hasta ahora, los países que han utilizado este método han tenido escaso éxito. En el otro extremo está la que podríamos llamar la vía talibán: un regreso a los valores tradicionales, según los cuales las mujeres tienen pocas opciones económicas y sociales más allá de la maternidad. Esta mentalidad puede contribuir a unas tasas de natalidades elevadas, pero con unas consecuencias que hoy son inaceptables para todo el mundo menos para los fundamentalistas más estrictos.

¿Existe una tercera vía? Sí, aunque no estamos muy seguros de cómo ponerla en práctica. Se trata de restaurar una verdad que era evidente en la época de las granjas y las pequeñas empresas familiares: que los niños son un activo, no una carga. Imaginemos una sociedad en la que los padres puedan conservar más parte del capital humano que forman al invertir en sus hijos. Imaginemos una sociedad en la que la familia deje de ser sólo una unidad de consumo para ser una empresa productiva. La sociedad que descubra cómo restablecer las bases económicas de la familia conseguirá que el futuro sea suyo. La alternativa es verdaderamente pobre y gris.

 

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