• The Limits of Power: The End of American Exceptionalism (Los límites del poder: el fin del excepcionalismo americano)

    Andrew Bacevich 206 págs.,

    Metropolitan Books, Henry Holt and Company, Nueva York, 2008 (en inglés)

 

El mundo que ha disfrutado EE UU en los últimos 60 años está llegando a su fin. Nuestro apetito por tener más al precio que sea y la tensión a la que están sometidos los recursos del imperio para satisfacer ese apetito son, en parte, los responsables de esta triste situación. Ha llegado el momento de que los estadounidenses se despierten y empiecen a vivir con arreglo a sus medios.

Éste es el amargo mensaje que ofrece Andrew Bacevich en su último libro, una advertencia de que ha llegado la hora de que los estadounidenses cambiemos nuestras malas costumbres y nos pongamos a dieta. Es indudable que, dada la situación de EE UU como principal deudor del mundo, es el sermón que hace falta; es como decirnos que confesemos nuestros pecados antes de la comunión semanal. Sin embargo, todo parece indicar que Washington está haciendo oídos sordos.

Bacevich, un coronel retirado del Ejército estadounidense que estuvo en la guerra de Vietnam y hoy es un profesor católico y conservador en la Universidad de Boston, empieza el libro con dos poderosos elementos. La obra está dedicada a la memoria de su hijo, que murió en Irak en mayo de 2007; un sacrificio personal en una guerra que tal vez figure en los libros como el punto de inflexión que marcó el declive gradual de Estados Unidos como superpotencia.

Con un estilo animado e informativo, Bacevich aborda las tres crisis que considera más importantes y que hoy afronta Washington. La “crisis de despilfarro” es consecuencia de una “ética de autogratificación” que “ha arraigado firmemente como rasgo característico del modo de vida norteamericano”. La adicción a consumir más en busca de la felicidad personal ha creado una peligrosa dependencia de otros y un inmenso abismo entre los fines y los medios.

Durante la historia de Estados Unidos, afirma, la voluntad de expandirse territorialmente y, a partir de la Segunda Guerra Mundial, de tener una hegemonía mundial indiscutible, ha ido unida a nuestro deseo de más libertad dentro de nuestro país. El autor establece un vínculo más bien tenue entre el éxito del movimiento progresista en la lucha por la igualdad de derechos y nuestras ambiciones imperiales de posguerra. “Desde la Segunda Guerra Mundial hasta los 60, tener más poder en el extranjero significaba tener más abundancia en casa, lo que, a su vez, abría la puerta a tener más libertad”. Es una relación causa efecto que a cualquier historiador le costaría mucho demostrar.

Su argumento fundamental –que la ambiciosa política estadounidense de seguridad nacional ha tenido como propósito, desde hace décadas, impulsar sus intereses económicos– es una idea, si no nueva, sí razonable. La extraordinaria autosuficiencia de EE UU como potencia industrial y gran exportadora de bienes a todo el mundo durante los 50 hizo que el país tuviera ...