El país parece encontrarse en la desafortunada situación de elegir entre el autoritarismo como garante de estabilidad política o un escenario de mayor pluralismo democrático, pero incapaz de crear consenso y coaliciones.

Ecuatorianos que apoyan al candidato Guillermo Lasso. Rodrigo Buendía/AFP/Getty Images

La salida del carismático líder Rafael Correa en Ecuador dejó un vacío de poder y muestra de nuevo que los populistas no suelen tener sucesor. Sea quien sea el candidato ganador en la segunda vuelta electoral del 2 de abril, el oficialista Lenin Moreno o el conservador Guillermo Lasso, el país afronta un escenario de ingobernabilidad en medio de una recesión que requiere decisiones urgentes. Ecuador terminó el año con un pésimo balance económico: la caída del precio de petróleo y otras materias primas explican un PIB negativo del -2,5% en 2016, una economía dolarizada con precios altísimos y un desempleo y subempleo ascendente. Asimismo, la crisis amenaza con elevar la pobreza extrema del 8,6% y la desigualdad (con un coeficiente Gini de 0,465, menor que en Bolivia) que se habían reducido durante los 10 años del gobierno de Rafael Correa que representó estabilidad y un proyecto refundacional de izquierdas.

Ante el difícil escenario económico y nuevos enfrentamientos con el movimiento indígena y ecologista, Rafael Correa decidió no volver a presentarse, y la reforma constitucional que permite la reelección sin límites entrará en vigor después de su mandato. Su salida del poder deja un escenario político fragmentado e incierto: ocho candidatos de bajo perfil se disputaron el 19 de febrero la presidencia y cinco de ellos superaron el 4% de los votos. Con un 39,36% a Lenin Moreno le faltó menos del 0,7% para ganar en la primera ronda electoral con un 40% y una distancia mayor de 10 puntos ante el banquero Guillermo Lasso, que sólo consiguió un 28,09% de los votos, seguido por la única candidata mujer, Cynthia Viteri, con el 16,32%, Paco Moncayo con un 6,7% y Abdala Bucaram -hijo del ex Presidente inhabilitado- con un 4,8%. Los perdedores de la primera vuelta no representan un bloque homogéneo sino un voto dividido: Cynthia Viteri ya anunció su apoyo a Guillermo Lasso, mientras que Paco Moncayo y Bucaram no se han pronunciado. Aunque el Consejo Nacional Electoral tardó en publicar los resultados, finalmente no hubo fraude, algo que habría sido tentador ante el estrecho margen del candidato oficial para conseguir la victoria sin segunda vuelta.

Las perspectivas políticas no son alentadoras. En el caso de una victoria del conservador Guillermo Lasso, que se sitúa en el otro extremo de la escala ideológica, los herederos de Correa mantienen la mayoría absoluta (74 diputados de Alianza País frente a 32 de Creo-Suma) en la Asamblea Nacional y boicotearán cualquier decisión del Ejecutivo que va en contra de sus intereses. Si gana el oficialismo que representa Lenin Moreno será un gobierno débil, desgastado y en declive que tiene dos opciones poco atractivas: llevar a cabo el programa de ajuste para estabilizar la economía y traicionar a sus leales, o seguir con la política presupuestaria expansiva y arriesgarse a un colapso económico con graves consecuencias sociales. Es un laberinto de difícil salida.

Estas elecciones pondrán fin al correísmo que fortaleció el Estado, mejoró la infraestructura pública y consiguió avances sociales, pero probablemente también terminarán con la estabilidad política que garantizó la figura de Rafael Correa. Él ya ha anunciado su retorno en un escenario de ingobernabilidad. En un país con fuertes rasgos populistas, con estos comicios se cierra un ciclo de 10 años marcado por un liderazgo carismático que ninguno de los dos candidatos representa. El proyecto refundacional de Rafael Correa tiene luces y sombras, pero, como todos los populismos, dividió el país y polarizó el espectro político entre izquierdas y derechas. También coloca a Ecuador ante la diatriba de retornar al status quo de gobiernos frágiles o permitir un nuevo mandato de Rafael Correa, que se despidió con un nada desdeñable apoyo popular del 42%. En el hipotético caso de volver, el ex Presidente podría representar su papel preferido: el del salvador de la nación.

En la región, estas elecciones debilitan aún más el eje del ALBA, ya que incluso en el caso de que gane Lenin Moreno su gobierno se tendría que concentrar en los problemas domésticos y asumiría un menor compromiso exterior. Si se impone Guillermo Lasso, su gobierno añadiría una nueva pieza en el puzle político regional que desde la victoria de Mauricio Macri ha sustituido los gobiernos de izquierdas por presidentes conservadores que ya están en el poder en Argentina, Brasil y Perú. El nuevo ciclo político refleja la desconfianza de los electores en gobiernos de izquierdas para resolver los problemas económicos después de finalizar el boom latinoamericano, basado en la exportación de materia prima y un mayor control estatal de los recursos.

Según el último Latinobarómetro, casi cuarenta años después de finalizar el ciclo autoritario -del que había salido Ecuador como uno de los primeros países de la región-, los ciudadanos latinoamericanos siguen desconfiando profundamente de las instituciones democráticas y su capacidad para resolver sus principales problemas: la economía y la inseguridad. La valoración positiva de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia frente al rotundo rechazo de los partidos políticos es el mejor reflejo del desencanto democrático de los ciudadanos que se manifiesta nuevamente en estas elecciones.

Los comicios en Ecuador ilustran un patrón político muy habitual en América Latina: la infeliz elección entre la concentración de poder y el autoritarismo como garante de estabilidad política, o un escenario de mayor pluralismo democrático que no crea ni consensos ni coaliciones sino ingobernabilidad. El escaso entusiasmo de los electores en estos primeros comicios sin Rafael Correa se ha plasmado en una abstención por encima del 18%, a pesar del voto obligatorio. La perspectiva de una baja participación electoral el próximo 2 de abril dificulta aún más la legitimidad y gobernabilidad del futuro gobierno post correísta cuya popularidad está mermada, desde el inicio, por los recortes sociales que se avecinan y que pondrán fin a la Revolución Ciudadana.