• Lords of the Land. The War over Israel’s Settlements in the Occupied Territories,
    1967-2007

    (Los señores de la tierra. La guerra de los asentamientos israelíes
    en los territorios ocupados)

    Idith Zertal y Akiva Eldar
    531 págs., Nation Books,
    Nueva York, 2007 (original en hebreo, traducido al inglés y al alemán)

Es frecuente verlos vestidos de granjeros, con el arma en bandolera, haciendo autoestop en las carreteras de Cisjordania construidas para conectar unos asentamientos con otros. O en la ciudad vieja de Jerusalén, escoltados por dos gorilas que con el dedo en el gatillo de su arma corta velan por su seguridad cuando salen de sus casas ocupadas en el barrio musulmán. Son los colonos, un Ejército de casi medio millón de ciudadanos israelíes que han decidido instalarse más allá de la línea verde que hasta 1967 separó Israel de los palestinos, y que se han convertido en uno de los grandes obstáculos –según numerosos analistas, el Obstáculo, con mayúscula– para que cualquier proceso de paz prospere en Oriente Medio. Buena parte de los políticos israelíes, incluido el actual primer ministro, Ehud Olmert, se han dado cuenta de que la creación de un Estado palestino es una necesidad y no una opción para la supervivencia de la democracia israelí, ante el crecimiento a marchas forzadas de una población bajo ocupación que amenaza con convertirse en mayoría en un futuro no muy lejano. La partición en dos Estados implicará la evacuación de asentamientos, muchos de ellos poblados por colonos dispuestos a casi todo antes de ceder un metro cuadrado en su conquista de la tierra prometida. Qué político israelí tendrá la voluntad y/o el coraje de acometer semejante tarea, en contra de buena parte de la opinión pública y de los siempre ruidosos colonos, está todavía por ver. La primera estaca de un asentamiento, que se clavó en Kfar Etzion (Cisjordania) en septiembre de 1967 casi de manera fortuita y es obra del mesiánico empeño de un puñado de ensimismados y la aceptación apenas meditada del entonces Gobierno laborista, abrió una veda que no ha habido político que se haya atrevido a cerrar.

Encastillados: soldados israelíes defienden un edificio ocupado en Hebrón.     

Para entender quiénes son los colonos, cómo han conseguido a lo largo de las cuatro últimas décadas poner de rodillas a los sucesivos gobiernos israelíes a pesar de las reiteradas condenas internacionales, incluidas las del aliado estadounidense, y cómo han acabado por secuestrar el proceso de paz con los palestinos, Idith Zertal y Akiva Eldar han compilado con minuciosidad enciclopédica la historia y la psicología colectiva de los colonos y la evolución de sus estrategias para seducir a las instituciones israelíes.

Aunque Los señores de la tierra puede hacerse a veces largo, es un libro fascinante y necesario, que desde su publicación se ha convertido en esta zona del mundo en la biblia sobre la ocupación y los colonos. Es un espejo en el que a muchos políticos israelíes no les gustaría verse reflejados, y que deja al descubierto la impunidad y la sobreprotección que Tel Aviv proporciona a estos infractores de la ley internacional. Pero es también una defensa a ultranza del proyecto sionista y de un Estado respetuoso con la legalidad internacional. Retratan los autores a los colonos como los verdaderos enemigos del sionismo, al poner en peligro la supervivencia de un Israel incapaz de firmar la paz con los palestinos, que “dedica sus soldados a proteger a los hijos de los colonos que van a clase de ballet, en lugar de estar entrenando para guerras como la de Líbano”, en palabras de Eldar.

Un paseo por Hebrón basta para darse cuenta de la violencia contenida, y en muchas ocasiones desatada, que supone mantener asentamientos en el corazón de Cisjordania. Los enfrentamientos constantes con los palestinos que antes hacían su vida en el hoy ocupado centro histórico de la ciudad y el continuo desfile de blindados militares, tropas y ocupantes dan una idea de que la convivencia entre ocupados y ocupantes simplemente no existe. Se trata de una coexistencia forzada a golpe de asesinatos procedentes de uno y otro bando, y mantenida gracias a la inyección de miles de millones de dólares y de la protección del Ejército israelí.

Zertal, historiadora israelí de la Universidad de Basilea, y Eldar, influyente columnista del diario Haaretz, documentan la impunidad de los colonos en sus continuas agresiones a la población palestina ante una justicia israelí que les protege hasta el final, así como la complicidad de un Ejército en el que cada vez se ven más kipás de punto. Se explayan los autores en los estragos que los 120 asentamientos reconocidos oficialmente, y el centenar de campamentos” que Tel Aviv considera ilegales, causan en la vida diaria de los palestinos. Cuentan que, con el argumento de la protección a los israelíes siempre presente, los asentamientos se dotan de perímetros de seguridad, en ocasiones mayores que el propio núcleo urbanizado, y que implican la confiscación masiva de tierras a los palestinos. Relatan cómo el Gobierno israelí se ha preocupado también de construir una extensa red de carreteras para que los colonos puedan desplazarse sin cruzarse con vehículos de matrícula palestina, confinados al otro lado de los algo más de 600 obstáculos y controles –según el último recuento de la ONU–, y que tratan de garantizar la seguridad de los asentamientos. Y critican por último que el Estado legitime éstos con la financiación no sólo de las medidas de seguridad o de las carreteras, sino también de la construcción de escuelas, sinagogas y tendidos eléctricos en estos núcleos de población, algunos de ellos convertidos en ciudades en las que viven decenas de miles de personas.

Pero, ¿cómo ha sido posible llegar a esta situación? ¿Cómo ha sido posible que unos cientos de miles hayan logrado ejercer una influencia tan desproporcionada en un país de siete millones de aguerridos colonos que se lanzan a la conquista de nuevas tierras. La generación de los padres fundadores empatiza con el idealismo de los jóvenes pioneros; se ven retratados en su sueño sionista y los admiran frente a la gran masa de israelíes que no abrazan más fe que el consumismo y un nacionalismo de salón y papeleta electoral. Coinciden los expertos en que las nuevas generaciones de ocupantes, nacidos ya en los asentamientos –donde el crecimiento de la población, en parte debido al fervor religioso, es tres veces superior al de la sociedad israelí–, no se caracterizan por su pragmatismo, y su fervor y sus creencias político-mesiánicas les hacen menos proclives a aceptar ninguna evacuación en aras de un proceso de paz. Han crecido bajo la tantes? ¿Cómo han sido capaces los colonos de seducir a las élites políticas de todo el espectro ideológico? Son varias las respuestas, entre ellas las más evidentes: el factor religioso, que hace que parte de los judíos observantes, aleccionados por ciertos rabinos, consideren que construir un nuevo asentamiento es un deber religioso en el camino a la redención del pueblo judío en la tierra de Israel; la creencia de líderes políticos y ciudadanos de que constituyen un cordón de seguridad ante las agresiones palestinas dirigidas al Estado de Israel, y en tercer lugar –esbozan Eldar y Zertal–, el argumento psicológico, tan inasible como importante. Los autores elaboran un sofisticado retrato del sentimiento que despiertan en parte de la población israelí los jóvenes y aguerridos colonos que se lanzan a la conquista de nuevas tierras. La generación de los padres fundadores empatiza con el idealismo de los jóvenes pioneros; se ven retratados en su sueño sionista y los admiran frente a la gran masa de israelíes que no abrazan más fe que el consumismo y un nacionalismo de salón y papeleta electoral.

Coinciden los expertos en que las nuevas generaciones de ocupantes, nacidos ya en los asentamientos –donde el crecimiento de la población, en parte debido al fervor religioso, es tres veces superior al de la sociedad israelí–, no se caracterizan por su pragmatismo, y su fervor y sus creencias político-mesiánicas les hacen menos proclives a aceptar ninguna evacuación en aras de un proceso de paz. Han crecido bajo la amenaza de los ataques palestinos y se desenvuelven en un contexto de agresión y defensa. La ocupación de lo que llaman “Judea y Samaria” (Cisjordania) confiere sentido a su existencia en su visión del judaísmo. Dicen preferir el martirio a la retirada.

Ante este panorama, ¿queda margen para el optimismo en un futuro próximo? Según Eldar, sí. Si, como dicen los sondeos, en otoño llega al poder la derecha más dura, de la mano de Benjamín Netanyahu, esto supondría, paradójicamente, una buena noticia para los que defienden la evacuación. “Los laboristas crearon este país, tienen mucho más apego a la tierra. El Likud defiende los asentamientos sólo por motivos de seguridad, pero no tiene vínculos emocionales con la tierra. Sólo los más duros son capaces de ordenar evacuaciones, como hizo Sharon en Gaza”, sostiene Eldar, para quien, sin embargo, desmantelar asentamientos sólo será posible en el contexto de un gran acuerdo de paz que incluya no sólo a los palestinos, sino también a Siria y a Líbano, y que ofrezca a los israelíes una nueva realidad en la que no se sientan rodeados de vecinos hostiles y que sea tan atractiva que permita digerir el trauma de renunciar a parte de los asentamientos.

Eldar, que considera su libro una obra “muy sionista” que trata de conducir a Israel hacia el camino de la supervivencia, es decir, a la creación de dos Estados, uno de ellos el palestino, cuenta que sin embargo tuvo muchos problemas para encontrar editor en Estados Unidos, donde consideraron su libro “poco patriótico”. Se ríe. Los señores de la tierra da fe del pedigrí patriótico de Eldar: más de 500 páginas e incontables horas de trabajo dedicadas a los que considera el gran enemigo del proyecto sionista: los colonos.