Las paradojas de la información internacional en el siglo XXI.

AFP/GettyImages

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”, comienza Historia de dos ciudades, la novela de Charles Dickens, periodista avant la lettre, que retrata la Revolución Francesa. La frase sigue siendo válida para describir el estado de la información internacional hoy en día: reducción de corresponsalías y de enviados especiales, recortes en las coberturas, competencia de blogueros y tuiteros sobre el terreno, colaboradores a la pieza, pero también el triunfo del viejo y buen periodismo (The Guardian contra Murdoch) o la reciente entrada de un equipo de The New York Times, encabezado por uno de sus mejores reporteros, Anthony Shaid, en la hasta ahora inexpugnable Siria, cerrada a cal y canto a la prensa extranjera.

Nunca ha habido tantas oportunidades y tantos medios para informar como ahora y, paradójicamente, en la era de la comunicación instantánea y las nuevas tecnologías que  facilitan la interacción desde cualquier punto del planeta nunca han tenido un peor futuro aquellos cuya labor es contar lo que pasa en el mundo. La combinación de crisis económica,  el cambio de modelo de negocio, la revolución digital, las redes sociales y la globalización agravan una situación que se arrastra desde hace más de 20 años y que se está acelerando a velocidad de vértigo, según un informe de la fundación Reuters.

“La crisis mediática y la económica han calado hondo en el periodismo tradicional tanto en Estados Unidos como en España y otros sitios”, sostiene Jon Lee Anderson, veterano reportero de la revista New Yorker y considerado el heredero de Ryszard Kapuscinski. “En mi país, muchos diarios han cerrado sus corresponsalías en el extranjero, han recortado gastos o han dejado de imprimirse y se han quedado con una versión digital. Mientras, hay un creciente número de periodistas norteamericanos con gran experiencia que buscan empleo en las universidades, en ONG o como relaciones públicas para sus gobiernos. Algunos se ganan la vida como freelancers, y compiten con veinteañeros recién llegados al mercado y con menor respaldo que nunca por parte de los medios establecidos”, dice. Soledad Gallego-Díaz, una de las periodistas españolas con más prestigio y ahora destinada por El País en Buenos Aires, sostiene que el papel del corresponsal es tan imprescindible como antes. “Una de las labores más genuinas del periodismo es dar testimonio: estar presente, contar lo que se ve, dar fe, según la credibilidad del periodista y de su medio, de lo que ocurre en un momento dado, en un sitio concreto. La presencia de enviados especiales y de corresponsales ha sido importantísima para denunciar algunas de las peores salvajadas cometidas en nuestro siglo. Sin los informadores norteamericanos no se entendería, por ejemplo, el desenlace de la guerra de Vietnam. La segunda labor es proporcionar el contexto y análisis imprescindibles para que el ciudadano acceda a realidades complejas como son los escenarios internacionales. Suprimir esa faceta del periodismo, o pensar que es posible llegar a ella a través de Internet y sin presencia física en el campo, es una de las muchas estafas de que estamos siendo objeto”, afirma.

En un país como España, donde la información internacional tiene menos peso y tradición que en el periodismo anglosajón, la situación es aún más precaria con medios cada vez menos dispuestos a pagar por coberturas caras y la información internacional lo es. Mantener una corresponsalía abierta puede costar unos 250.000 euros anuales y mandar a un tipo a jugarse la vida en Libia o Afganistán no sale rentable, mientras descienden las ventas de ejemplares y los beneficios, y aumenta el consumo de noticias gratis a través de Internet y las redes sociales. La información internacional no vende, dicen. Incluso medios de gran tradición, como el diario ABC,  se plantean cerrar todas sus delegaciones, excepto Londres y Washington. “Algunos medios han y están recortando en información; lo llaman gastos, cuando solo es inversión. Los que han suprimido o están suprimiendo sus corresponsales son los suicidas. Más barato. También más intranscendente. La única defensa que tienen los periódicos de  papel frente a la gratuidad en Internet es publicar información de calidad propia: reportajes, crónicas, narraciones de un periodista en el lugar de los hechos, capaz de conversar con los protagonistas, contrastar, entender y dar contexto. Se llaman reporteros, y no trabajan con el mando a distancia en la mano”, asegura Ramon Lobo, uno de los grandes nombres del periodismo de guerra en España que ahora mantiene un blog en El País sobre actualidad internacional.

Este panorama no sólo supondría el final de un mundo y de una era dorada, la de los corresponsales, tantas veces retratados por el cine y la literatura y auténticos símbolos para la profesión (por ejemplo, todos los directores del NYT hasta ahora habían pasado por ese puesto). También supondría una reducción de la presencia de noticias internacionales y lo que eso significa para la comprensión de una realidad cada vez más compleja que, sin referencias, está llena de ruido que no significa nada o de pantallas de televisión que poco aportan (excepto cadenas como Al Yazira o la BBC, también sometida a recortes). “Un blog no es un reportero; cortar y pegar tampoco. Un reportero huele, toca, escucha, piensa”, dice Lobo. Muchos, además, creen que este adelgazamiento significa que aquellos profesionales que resistan la crisis o los freelancers o stringers que les sustituyan lo tendrán cada vez más difícil para vender una historia y que, más que trabajar por dar a conocer la realidad de un país, se verán obligados a forzar exclusivas con tal de que les hagan caso. “Ahora los avances técnicos permiten hacer cosas que hace años requerían un equipo de cuatro personas. Los medios consideran que enviar un equipo al extranjero sale caro y prefieren no enviar a los suyos y tirar de agencias o de colaboradores”, asegura Mayte Carrasco, reportera freelance en zonas de conflicto. “Lo que sí es cierto” –dice Mikel Ayestarán, colaborador de ABC y periodista bélico– “es que la crisis ha cambiado es el perfil del profesional que se desplaza o trabaja sobre el terreno, cada vez más se trata de gente sin vinculación formal con la empresa. Un profesional que trabaja a un precio inferior y cuyo producto final, en ocasiones, es igual o mejor que el de una persona de plantilla”.

La información internacional no es un producto de lujo, es una necesidad. Hay quien dice que las tecnologías digitales han cambiado el papel del periodista, un intermediario, un testigo que ya no sería tan necesario para que todo el que tenga conexión a Internet se entere de lo que está ocurriendo en cualquier parte del mundo, como habrían demostrado las revueltas árabes en Egipto o en Túnez. Soledad Gallego-Díaz cree que la multiplicidad de voces y de fuentes es, sin duda, enriquecedora y que ha cambiado la información que ya no es unidireccional, pero no que se puedan cambiar los criterios de verdad, veracidad y comprobación que eran y son estandarte de los viejos medios. “¿Twitter replantea el enfoque tradicional de la cobertura internacional? Desde luego, le da una enorme inmediatez a la transmisión de hechos y opiniones y eso, sin duda, modifica el campo del lector y le permite interactuar. Pero no creo que, tal y como está concebido ahora, pueda satisfacer las necesidades de los ciudadanos de recibir información contextualizada y comprobada”.  Luis Prados, redactor jefe de la sección internacional de El País, cree que la red de corresponsales de un periódico sigue siendo una exigencia, en papel o en la web. “Ofrece a sus lectores, cualquiera que sea su soporte, una visión del mundo específica, única y  una explicación coherente de la actualidad y de las tendencias globales. Algunas empresas han encontrado en Internet y sobre todo en gratuidad y la piratería tolerada, una oportunidad para ofrecer contenidos internacionales a coste cero. Es un recurso, que puede ser utilizado con mayor o menor habilidad profesional, pero que en ningún caso suplanta a un corresponsal o enviado especial. Jon Lee Anderson está de acuerdo con esa visión. “Twitter puede afectar por ejemplo a las agencias. Lo que sí creo y puedo decir con cierta confianza es que a pesar de los muchos cambios en la forma y estilo de la noticia, la crónica parece destinada a persistir, por su excepcionalidad dentro del mercado, y porque la gente desea y necesita leer historias”. O como diría Ryszard Kapuscinski y habría sostenido Dickens sin duda: “Hay algo más valioso y duradero que los hechos”. Pero para eso hay que estar ahí y contarlo.

 

Artículos relacionados